¡Buenas, buenas, mis queridos niños! Yo también los estaba extrañando. Ah, qué decirles, últimamente sólo tengo inspiración para este tipo de relatos; y que lea al maestro de los maestro –el señor Stephen King- no ayuda. En fin, no quiero entretenerlos mucho, pero es justo que diga que esta preciosura –cofAJÁcof- vino a mí después de ver Inocencia Interrumpida; que es un pedazo de película. No tengo idea de cuántos capítulos vaya a tener, desde ya les advierto que no va a ser nada muy largo, quizá de cuatro o cinco capítulos, veremos que sale (y esta es la señal para que salgan corriendo).

Esta letra –cartas, recuerdos, ironías, pensamientos, bla, bla, bla.

Esta letra –cosas a resaltar, subtítulos, etc, etc.

Aclaraciones: Ni FT ni sus personajes son de mi propiedad. Todito todo le pertenece al bitch de Hiro Mashima. ¿Advertencias? Las usuales. Bah, no jodan, no voy a explicárselas, por algo es rating es M.

Resumen: A Rogue sólo le quedaba una opción dentro de ese manicomio y era adaptarse. Si era un loco lo que todos querían, bien, él les daría uno. De todas formas, ¿cuál era la diferencia entre adentro o afuera? Al final de cuentas, los seres humanos sólo ven lo que quieren ver.

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


En el Edén.

"… y no tengo tiempo para las cosas que no tienen alma…"

Charles Bukowski.


PRÓLOGO: Antesala.

—Ya no sé qué hacer contigo, Rogue.

Era como la quinta vez que se lo decía en lo que iba de la conversación. ¿Qué quería que le dijera? ¿Qué entonces lo tirara de un puente? Con gusto iría él solo si dejaran de joderlo cada dos malditos segundos. Si daba un paso al frente y aplastaba una mariposa era un trastornado, si daba un paso a la izquierda y aplastaba un caracol era un sádico, si daba un paso a la derecha y pisaba una hormiga era un subnormal, pero si daba un paso hacia atrás y pisaba una cucaracha era un héroe de la guerra. Quién carajo los entendía.

—Yo tampoco, tío, y sé que tienes mejores cosas que hacer —insinuó indiferente.

Skiadrum lo miró frunciendo el ceño, haciéndose el ofendido. (A él no podía engañarlo). Su escritorio estaba repleto de los diseños que tenía que entregar para la próxima semana y que según había oído en una conversación por teléfono de paso –una muy acalorada, por cierto, su tío no acostumbraba a gritar como lo había hecho- era primordial hacerlo en los plazos acordados, porque estos clientes era como una especie de Madonna, y nadie quería disgustar a Madonna, ¿cierto?

— ¿Eso es todo lo que tienes para decir?

«Ajá».

Se encogió de hombros sin quitar de su rostro su total aburrimiento por la vida.

— ¿No arreglaste ya con el doctor lo que iban a hacer conmigo?

—Eso no quita-

—Que quieras mi opinión —lo interrumpió, terminando la frase por él—. ¿Para qué? ¿Para que igual la pasen por alto y les importe una jodida mierda? No, tío, gracias. Me reservo ese derecho. ¿Acaso no soy una especie de mentiroso patológico ahora también?

—Rogue —amenazó su voz.

Oh, no, por favor, lo último que necesitaba ese día era una lección de vida barata sacada de algún libro de autoayuda para tratar con hijos adolescentes. Su tío tenía a raudales de esas porquerías llenando su biblioteca junto a sus preciados libros de arquitectura desde el momento en el que los vecinos lo acusaron de matar a Frosch y enterrarlo en el patio desmembrado, junto a las bonitas margaritas amarillas pegadas a la cerca; y eso que, en ese entonces, todavía ni rayaba la pubertad. Tenía diez años. Frescos y recién cumplidos.

—Ya te lo repetí millones de veces. Me cansé de hacerlo. Todo lo que tenías que hacer era seguir los pasos del doctor Porla e ir a sus sesiones regularmente —Skiadrum se masajeó las sienes, reclinándose en el asiento felpudo—. Pero, joder, no lo hiciste. No cumpliste sus pautas, y lo que es peor, te salteaste varias sesiones. ¿Qué se supone que tengo que hacer contigo?

Carajo, la sexta vez. Comenzaba a impacientarse.

—Qué mierda voy a saber.

— ¡Rogue!

—Tú eres el adulto, ¿no? Entonces, ¿para qué me preguntas a mi qué es lo que tienes que hacer? Sólo soy un niñito, tío, un niñito que necesita terapia —Skiadrum le clavó la mirada, los mismos ojos rojos –uno de los tantos rasgos físico que compartían-, furioso. Utilizaba las mismas palabras que él había usado ocho años atrás, cuando les explicaba a los jodidos vecinos por qué no lo mandaba a una correccional de menores directamente. «Porque es un niñito, un niñito que necesita terapia».

— ¿Quieres que, de verdad, te mande a una institución especializada?

— ¿Un manicomio?

—Psiquiátrico, Rogue, se le dice psiquiátrico.

—Entonces dilo por su nombre, tío, no lo adornes con palabras bonitas como "institución especializada" —suspiró, esa conversación se estaba alargando demasiado—. ¿Cuál sería, digamos, la diferencia entre estar dentro de un lugar como ese y las estúpidas sesiones y los estúpidos ejercicios del doctor Porla? —lo pensó unos segundos—. Ah, ya la sé. No tendría que verle la cara a ese pedófilo.

—Te estás pasando de la raya —advirtió, furibundo.

—Además de pedófilo es un pésimo doctor. Olvidó agregar a mi expediente que también soy un sádico, ¿O ya lo dice?

— ¡Ya fue suficiente! —golpeó el escritorio con una de sus manos, haciendo volar papeles y tirando el porta-lápices con sus innumerables lapiceras de pluma Parker, lápices caros, portalápices, gomas de borrar rojas y sacapuntas plateados que cayeron al suelo planeando –los primeros objetos- y haciendo un ruido de tintineo –los segundos.

«Al fin».

— ¿Me voy a mi cuarto?

—Quiero —se frenó, intentando calmar la furia que se le desbordaba. «Es sólo un adolescente, un niño que necesita de ti», y que ya no sabía qué podía ofrecerle, cómo ayudarlo. Un caso perdido desde que había llegado a sus manos—. Quiero que me respondas una última cosa y daremos esta conversación como terminada —Rogue asintió, impaciente—. ¿Sabes lo que significa que vayas a una de esas instituciones? ¿Cómo repercutirá en tu futuro? ¿En tu vida?

Y seguía insistiendo en llamarlas de esa manera. Jodido era con sus buenos modales.

—Sí, tío, lo sé. Me da igual —«Si ya decidieron por mí hace mucho, mucho tiempo». «Sé un buen niño, Rogue, ¿vale?». Sin embargo, esos pensamientos se los reservaba para él y su mundo interno. Su tío no tenía necesidad de saberlo ni ese día ni nunca.

Skiadrum suspiró realmente agotado, largando lo que sería el suspiro más largo de toda su vida. En algún punto dentro de su interior –que claramente ya se había difuminado y extinguido- había llegado a pensar que Rogue le respondería de diferente forma, que de alguna manera se interesaría mínimamente por lo que le estaban diciendo o que algo en su interior se removería inquieto queriendo hacer algo al respecto. Que se movilizaría para interactuar con lo que pasaba a su alrededor. Pero no. Nada de eso pasó. Un «me da igual» era todo lo que tendría que haber esperado. A veces se preguntaba qué pensamientos cruzaban por la mente de ese niño que tenía tanto parecido físico a él y era tan distinto interiormente.

Sin dudas había heredado todo –todo- de su hermana. Una gota de agua idéntica.

«Señor Cheney, soy la Asistente Social que ayudaba a su hermana con, er, sus problemas. Temo informarle que ha… fallecido. El único pariente de sangre vivo que figuraba en los registros era usted. Era madre. Y el niño no tiene a nadie más. El juicio por la custodia comenzará en una semana, si no quiere hacerse cargo, puede expresarlo en la audiencia, pero es obligatorio que asista. ¿Alguna duda?».

Alguna duda. Esa mujer había sido una completa imbécil, ¡Él tenía una vida perfecta! ¡Perfecta! Su hermana volvía a joderlo todo, pero esa vez ni siquiera había necesitado de su presencia física. Ni muerta le daba paz. Había huido de la casa a los 14 años y desde ese día no había tenido noticias suyas, ni siquiera una carta para Navidad o un ridículo "estoy viva" estampado en alguna postal barata. Nada. Siete años después resultaba que se había suicidado cortándose las venas, que era madre de un niño, y que el chiquillo había presenciado su muerte. Aunque no quiso preguntar las causas de la muerte, en el juicio se ocuparon de aclarárselo. Si iba a hacerse cargo del pequeño Rogue era lo mínimo e indispensable que debía saber.

— ¿Ya puedo irme a mi cuarto?

Se sobresaltó. Había olvidado que la conversación aún no terminaba.

— ¿De verdad no te importa nada, Rogue?

—Me sigue dando igual, no importa cuántas veces preguntes —su tío estuvo a punto de hablarle, seguramente para darle otro estúpido consejo, pero se adelantó a él y no lo dejó hablar. Lo que diría lo provocaría para desviar el tema, estaba seguro—. Soy hijo de mi madre, después de todo, y nada de lo que digas o hagas cambiará ese hecho.

—No metas a tu madre en esto. No tiene nada que ver.

— ¿Estás seguro? El otro día escuché uno de los mensajes que te dejó la señorita Jenny y que decía que-

— ¡Te dije que no tocarás el teléfono de mi estudio!

—No toqué el del estudio —se defendió, dejando que sus labios se estiraran y mostraran una bonita sonrisa triunfal. Mínima, pequeña, casi imperceptible que aterraba a quien la mirara—. Fue el de la cocina. Si no me crees, prueba y escúchalo. No lo borré, sigue en la memoria del teléfono.

—No te paces de listo conmigo.

—No lo hago, eso sería imposible —soltó una pequeña risita—. ¿Mamá te hacía lo mismo y por eso me odias tanto? ¿Por qué soy igual?

—Ya te dije que dejaras fuera a tu madre. Lo conversación no es sobre ella, es sobre ti. Además, tú y ella son dos personas diferentes, completamente diferentes —«o eso quiero creer». Claro que jamás se lo diría a su sobrino, sería reconocer que tenía razón y eso, eso nunca pasaría; sobre su cadáver.

—Por supuesto, ella era mujer y yo soy hombre. Por eso nunca intentaste cog-

(PAF).

La mejilla de Rogue pronto comenzó a doler y a tornarse de un color rosado, más tirando a rojizo a medida que pasaban los segundos. Pronto aparecieron marcados los dedos y la palma, lo que probaba la fuerza utilizada en el golpe. Muchísima. Excesiva. La mano de Skiadrum temblaba en el aire, a la altura en la que había impactado contra la piel, y también comenzaba a tomar un color rosado, más pálido. Los segundos se transformaron en minutos hasta que el mayor se movió, volviendo a sentarse en la silla felpuda tras su escritorio; tras su refugio.

Ninguno de los dos siguió sin decir palabra por largo rato.

— ¿Ya puedo irme?

Skiadrum endureció el gesto y dio vuelta la silla, dándole la espalda, sin mirarlo.

—Puedes irte —pronunció con el tono estrangulado.

Se escuchó el movimiento de las patas de la silla rozar el suelo, los pasos lentos sin apresurarse y la puerta abrirse y cerrarse con un movimiento delicado. Luego silencio. Skiadrum dejó pasar los minutos, hasta que los pasos de su sobrino estuvieron lo suficientemente lejos que ya ni se los escuchaba. Se largó a llorar desconsoladamente cuando escuchó el sonido lejano, apenas perceptible, de otra puerta cerrarse y abrirse. Era patético, totalmente patético, como en los viejos tiempos; volviendo a caer en las garras de la misma persona, sólo que ésta había cambiado de cuerpo. Rogue era un monstruo, igual que ella.

(Jugando a su antojo con él, con sus sentimientos).

«Hey, mi dulce hermano mayor, ¿quieres jugar un juego?».

Ni muerta su hermana lo dejaba en paz.

En su habitación, Rogue se colocó los auriculares y al ritmo de una canción de Nirvana se puso a tantear su biblioteca. No era una especialmente grande, sólo tenía doce estantes de los cuales siete estaban repletos, el resto tenía CDs, restos de paquetes de comida, algunos blocks de hojas y papeles sueltos que ignoraba cómo habían llegado allí. De todas formas, era una biblioteca grande para que su dueño fuera un mero adolescente de dieciocho años. Era la única cosa por la que estaba agradecido con su tío: había visto su gusto por la literatura y pese a que el doctor Porla le recomendó mantenerlo alejado de ella, Skiadrum se había negado rotundamente a obedecerlo en ese aspecto.

La mayoría de sus libros rondaban la literatura negra y la poesía. Autores como Poe, King, Baudelaire se codeaban entre sus estantes. Se los había leído todos, y algunos más de una vez. Era una de las cosas que más le gustaba hacer y probablemente una de las pocas cosas buenas que traía el estar vivo. Al final, su mano se paseó por los lomos hasta elegir uno completamente al azar y al que abrió también en una página del mismo modo. Se recostó en su cama y comenzó a leer sin prestar verdadera atención a las palabras allí escritas. Por alguna razón no estaba de ánimos para nada.

Tuvo que pasar un tiempo y varios intentos de leer el mismo párrafo para darse finalmente cuenta de que no iba a llegar a ningún lado así. Sólo lo pondría de mal humor. En su cabeza no sólo resonaba la voz de Cobain y los instrumentos, sino también la imagen de su madre destripando un pescado con un cuchillo y una cuchara. Cada tanto le dirigía una mirada rápida, para asegurarse que siguiera sentado y calladito sobre la silla, y cuando comprobaba que así era le regala una sonrisa complacida y volvía a su trabajo. El olor a tripas de pescado se volvió tan insoportable que tuvo que abrir sus ventanas aunque afuera la temperatura rayara los diez grados. El olor, sin embargo, persistió durante mucho tiempo más.

No volvió a cruzarse con su tío en todo el día, hasta que escuchó sus pasos por la escalera y los característicos tres toques en su puerta que anunciaban que la cena ya estaba lista y servida en la mesa. Dejó a un lado sus libros y su música y bajó, seguro que le esperaba un sermón por su actitud durante la afanada charla. Sin embargo, la cena transcurrió en absoluto silencio. Rogue pudo darse cuenta enseguida que su tío no quería ni mirarlo a la cara evitando a toda costa el contacto visual. Se limitaron a comer y ver el noticiero en la televisión que, para variar, no anunciaba nada bueno: desastres, homicidios, problemas de tránsito, la suba en los precios de productos de primera necesidad, y más bla de ese estilo.

—Hablé con el doctor Porla.

Transcurrieron unos segundos hasta que Rogue se dio cuenta que su tío esperaba que preguntara el por qué de la llamada. Revolvió un poco en su plato la tarta de manzana que les había cocinado la vecina antes de responder. La señora siempre, cuando hacía tarta de manzana, hacía "de más". Rogue estaba seguro que sólo lo hacía con el propósito de que la adularan.

— ¿Sobre…?

—Sobre tu… condición —Rogue sonrió para sus adentros. Ni enfadado dejaba de ser correcto—. Me preguntó muchas cosas, todo un cuestionario, pero lo principal fue si estabas de acuerdo, qué había de tus planes en la universidad y sobre tu graduación. Le contesté que con eso no había problemas, sólo es un retraso momentáneo… ¿verdad?

— ¿Eso no lo deciden los médicos?

—Siempre puedo sacarte antes. Estas cosas son por mera voluntad. Si quieres ir, vas, si quieres salir, sales. No vas por orden médica ni sentencia judicial, y nunca lastimaste a alguien, después de todo —masculló eso último.

—Excepto a Frosch

—Rogue —suspiró. Estaba hastiado de luchar.

— ¿Y es todo?

—No, no es todo. Me dio a elegir varias instituciones y en cuanto te decidieras sólo tenía que llamarlo y él nos comunicaría —se miraron inquisitivamente; Rogue notó el ligero disgusto que siempre estaba presente en los ojos de tu tío cada vez que lo miraba—. Pero como sé que no te importa, me tome la libertad de elegir por ti. Es un lugar que tiene todas las facilidades, su director y subdirectora tienen un renombre en el campo de la medicina y es un lugar para chicos de tu edad.

— ¿Cómo se llama?

—Clínica Especializada Tártaros.

—Bonito nombre para un manicomio —ironizó. Su tío, por primera vez en la tarde, no protestó ni lo contradijo—. Entonces está todo arreglado.

—Aun tenemos que ir a ver el lugar y tú tienes que ir, sobre todo, para ver si te sientes cómodo.

—Tío, es un lugar lleno de locos. Pero —se adelantó—. Si quieres que vaya, iré.

—Bien, iremos mañana a primera hora.

Estuvieron de acuerdo y ninguno volvió a decir nada más. Su tío se retiró a su estudio y Rogue se quedó en la cocina lavando los platos. Ese día le tocaba a él. Mientras echaba detergente a la esponja y agarraba el primer plato se dejó divagar. Le desagradaba bastante la idea de tener que levantarse temprano para visitar un lugar repleto de personas subnormales y escuchar adulaciones de algún empleado del dichoso lugar. Pero, por otra parte, no tendría que ir al instituto y ya eso era razón suficiente para estar agradecido y de de buen humor. Los últimos meses y pese a ser su último año se salteaba las clases muy seguido; claro que los profesores nunca podían decirle nada gracias sus certificados médicos.

Siempre había sido una carga para el instituto. Un extraño el cual era mejor tenerlo lejos. Un niño problemático con el cual los profesores temían tratar cara a cara. Era un loco. Con los locos hay que tener cuidado. Aunque, a decir verdad, nunca se había sentido como uno, todos a su alrededor se empecinaban en catalogarlo con aquella palabra desde el suicidio de su madre. Él se consideraba una personal completamente normal. Pero si el mundo quería un loco, bien, con gusto se los daría. Para jugar un juego se necesitan más de dos personas.

Terminó de lavar y guardar todo. Miró el reloj, eran apenas las diez de la noche; como su tío se acostaría a eso de la una –por sus planos siempre se desvelaba- determinó dejar la televisión de la cocina encendida. Probablemente esa fuera la última o antepenúltima noche que dormiría en su cuarto, en esa casa que había sido su hogar durante once largos años. Toda una vida para un niño, apenas un pestañeo en la historia humana. No sentía ninguna clase de melancolía o tristeza por abandonarla, además, suponía, para bien o para mal no sería durante mucho tiempo. Quizá unos meses, como mucho un año. Lo que sin duda extrañaría serían sus libros, estaba seguro que no podría llevarse todos.

Miró por la ventana. Su vista daba al jardín.

Súbitamente la imagen de un minino con la cola en alto persiguiendo un sapo saltarín –de su mismo tamaño- se hizo visible ante sus ojos. Le arrancó de los labios una sonrisa muda. Era de noche y la oscuridad ocultaba cada rincón del parque y aún así él podía verlo con una claridad absoluta, perfecta, tan nítidamente que, no parecía, era real; lo sabía con la certeza que da un pálpito.

«Fue… fue un accidente», había dicho. Nadie le creyó.

—Frosch…

(Quizá no era tan normal como él creía).

...

...


NOTAS: Cof, antes que nada, no tengo ni puta idea de cuándo voy a actualizar. Puede que un ataque de inspiración en una semana lo tengan, pero no quiero prometer nada. Lo más probable es que tarde un mes, o más. Ya están avisados. Yeah, lo sé, fue corto, pero notése que sólo es el prólogo. Los capítulos van a ser más largos (aunque no mucho más, dah). Sin ir más lejos, espero que les haya resultado mínimamente interesante, todo ese rollo con Frosch, la mamá de Rogue, el tío Skiadrum, y el propio Rogue. No se preocupen que a medida que vaya avanzando la historia van a ir apareciendo más personas y blabla. Me disculpo por los posibles -y factibles- horrores ortográficos. Gracias por leer. Espero que nos veamos pronto. Saludos y Besos a todos (no se olviden de dejar su contribución).

Atte, Misari.