Me recuesto por completo y tomo un cigarrillo de la cómoda mientras veo como el muchacho se termina de vestir y sale por la puerta de la habitación. Lo enciendo en cuanto la cierra. Tomo una gran calada y exhalo el humo directamente hacia arriba. Me quedo así durante unos instantes, pensativo, desnudo, apenas cubierto de la entrepierna y una parte de mis piernas por las sábanas baratas proporcionadas por el motel. Pienso en los últimos minutos que compartimos el muchacho y yo, salvajes, deseosos, mientras nuestras masculinidades se fundían en un simple juego de roles, tan simple como la naturaleza misma.
Sostengo el cigarrillo con los dedos índice y corazón de mi mano izquierda, mientras que con la derecha me acaricio los pectorales, en donde seguro he de tener dos o tres chupetones que él me hizo a lo largo de la noche. Me muerdo la comisura de mi labio inferior mientras me permito explorar los sucesos de esta noche, preguntándome si alguna vez se repetirá. Posiblemente no, ya que él no quería que esto se prolongara lo suficiente como para empezar a levantar rumores entre la tribu, y yo no quería ponerle en una situación que amenazara nuestro secreto compartido. Aunque, tristemente, hoy era la última vez que compartíamos el secreto. Es por esto que esta última vez fue tan satisfactoria y a la vez tan depresiva; no se quedó a hablar como otras veces, o inclusive a dormir. No, pues sabía lo doloroso que era para los dos una despedida así, por lo que le dejé marchar. Por eso encendí el cigarrillo inmediatamente. Por eso le doy una tercera calada a la par que un par de lágrimas se me escapan. Siempre supe que Jacob Black no estaba destinado para mí, a pesar de que los dos nos queríamos, aún a pesar de su imprimación.
La cuarta y última calada, la más larga de todas, fue el beso de despedida.
