Flor de loto
Capítulo 1
Puertas altas, grandes en tamaño. De fina madera parecían ser, o de algún material parecido. De ellas salía música, muy diferente a la que ya conocía. En realidad, aquellos detalles solo aumentaban su nerviosismo. Sí, sentía nervios. De hecho, sus manos le temblaban, juntándose ambas frente a su plano estómago, en un esfuerzo por prestarse ayuda mutua. Se obligaba sin embargo a ocultar su temor bajo un manto de seriedad y de confianza. Quería parecer arrogante, como lo sería cualquier príncipe sobre la tierra. Ahora estaba además lejos de su hogar. Y su único objetivo, era dar una buena impresión.
Pues solo así podría salvar a su pueblo.
Roma, el imperio más grande seguía en busca de territorios para expandirse. Miles de tierras habían sido conquistadas por los romanos en brutales guerras. Aquella gente parecía tener una sed de violencia incontenible. Tomaban todo para ellos, esclavos, riquezas, y mataban a los reyes para dejarle al pueblo una única solución, ser parte de tan grande imperio. Una opción que al principio podía sonar tentadora, pero al mismo tiempo obligaba a las personas a perder todo, su identidad, su honor, y su cultura. Seguían siendo esclavos, viviendo bajo un reinado ajeno y desconocido.
Y ahora, Roma había puesto sus ojos en Egipto, en aquella bella tierra conocida como 'el don del Nilo'. La amenaza de una invasión había llegado a oídos del Faraón, rey de aquel territorio. Una amenaza fatal, pues Egipto nunca había sido conocido como un pueblo guerrero, así que en esa batalla, la derrota no sería rara.
Por esa razón, Faraón y Reina habían buscado una solución pacífica, algo que los romanos no pudieran rechazar. Se habían concentrado entonces en buscar un regalo para el emperador, pues era él quien daba las órdenes finales, como el líder del ejército que era. Debía ser un regalo precioso, que no pudiera ser comparado con ningún otro. Algo único, de valor infinitivo.
Pronto, los dioses les dieron sabiduría. El hermoso obsequio estaba frente a ellos. Lo más preciado y hermoso, el hijo menor de ambos, un pequeño de apenas trece años. Yugi se llamaba el menor de los dos príncipes. Era un niño único sin dudas, con su aire de inocencia y sus preciosos ojos amatista. La decisión fue tomada, pero alguien más supo del asunto, y de inmediato mostró su desacuerdo.
El joven heredero al trono, el mayor de los príncipes, se opuso terminantemente a que su hermano sufriera tal destino. Y en cambio... él mismo se había ofrecido, como obsequio a las tierras romanas.
Y el mensaje fue enviado, la única esperanza de aquel pueblo. Bellas promesas le hicieron al emperador, asegurándole la gran belleza del joven de dieciséis años. No eran palabras disfrazadas claro, pues ese joven ya era conocido en todo Egipto por su impresionante físico.
Los dioses estaban con ellos, pues el rey aceptó la oferta. Aunque no de manera definitiva. Conocería primero al príncipe, y si éste resultaba ser de su agrado, Egipto podría olvidarse de la amenaza romana. Los lazos entre Egipto y Roma se reducirían a tan solo acuerdos por grano y materiales para construcción. Una simple alianza pacífica, en la que ambas partes gozaran de beneficios.
Y por eso estaba él allí, esperando a que esas puertas frente a él se abrieran. Estaba decidido a salvar a su pueblo, y a su hermano también.
Su misión por lo tanto, era solamente la de ganarse el completo agrado del emperador. No estaba seguro de cómo lo haría, pero varias personas, sobretodo su madre, le habían dado útiles consejos. Solo esperaba que ahora le sirvieran de algo. Sí, sabía además que desde ahora no sería príncipe sino esclavo, pero no le importaba. Era un precio que estaba dispuesto a pagar.
Claramente, no podía más que sentir resentimiento y casi odio hacia la persona que estaba a punto de conocer, el emperador. Por culpa de ese hombre, había tenido que dejar a su familia.
El aire de pronto pareció agotársele, y el temblor en sus manos se intensificó. Las grandes puertas se abrían, había llegado la hora. Mantuvo entonces la mirada en alto, aunque un velo le cubriera el rostro, quería mantener su dignidad aún.
Un salón grande se mostró. Paredes de mármol y pisos pulidos adornaban el sitio. Las paredes no tenían nada escrito, un detalle que se le hizo curioso, pues en su tierra, las paredes narraban mil y una historias en jeroglíficos. Aunque sí lucían decoraciones. En el piso había mosaicos, y las paredes estaban pintadas de varios colores.
Tragó fuerte, al ver que el salón estaba inundado de personas. Lo peor, es que todas lo miraban, con curiosidad al parecer. La música que había escuchado antes se había detenido. Definitivamente, toda la atención estaba dirigida a él.
-¡Camina!- una exclamación lo devolvió a sus sentidos. Unos de los guardias a sus espaldas le ordenaba avanzar. Miró al frente, encontrando al final del lugar una especie de trono, y en él, estaba sentado un hombre, el emperador.
Al parecer debía ir hacia allá.
Caminó entonces, moviendo un pie tras el otro. Intentaba caminar de una manera llamativa, pues desde ese momento debía captar la atención de aquel hombre. Sus pasos eran seguros, casi firmes, escondiendo así todo nerviosismo.
Mientras se acercaba, observó al emperador. Para su gran sorpresa, notó que era un joven, tal vez de entre veinte y veinticinco años. Había esperado que el emperador fuera viejo ya. Eso sin embargo no fue lo que más le sorprendió, sino el notar aquellos bellos ojos que poseía el rey. Zafiros, joyas azules que le recordaban al río Nilo. Aunque, solo mostraban frialdad. Tembló ligeramente, sintiéndose por unos segundos intimidado. Por último notó el cabello castaño del soberano, y su extraña vestimenta. Según sabía aquella especie de túnica se llamaba en realidad toga. Era blanca, y lucía una tela roja que se asomaba en uno de los hombros del rey y caía hasta su cintura, para luego esconderse detrás de ella.
Su conclusión entonces fue una. El rey de Roma sin dudas era bien parecido.
-Así que… este es el regalo del rey de Egipto- habló de pronto el emperador, su voz fría enviando un escalofrío al cuerpo del príncipe.
Pensó entonces en hacer alguna reverencia, pero no estaba seguro de cómo era acostumbrado hacerlas allí. No quería quedar en ridículo. Así que al final, optó por quedarse en la misma posición, parado frente al trono del soberano.
Al ojiazul no pareció molestarle no recibir acción alguna por parte del egipcio. Se concentró en cambio en mirar su 'obsequio'.
El joven lucía un simple faldellín, el cual en realidad le dejaba poco o nada a la imaginación, revelando muslos bronceados y perfectos. Una bella piel del color de las arenas tenía aquel egipcio. Miró entonces las piernas del menor, delgadas, al parecer aquel joven nunca había trabajado en su vida. Pero eso no significaba que no fueran atractivas, al contrario, eran también perfectas. Sandalias adornaban sus pies. Subió la mirada ahora, buscando el pecho del joven. Y lo encontró, cubierto por collares de oro. El menor era delgado, de eso no había duda. Aunque de nuevo, eso no le restaba belleza a ese cuerpo. Sí, por lo que veía, el cuerpo del egipcio era bello.
Sus ojos se enfocaron ahora en el cabello del menor. Era muy particular sin dudas. Se alzaba en tres colores en forma de picos. Un negro, que luego era seguido por un tono de rojo, mientras que varios mechones rubios acompañaban estos dos tonos.
Y su rostro… no podía verlo. Un velo blanco lo cubría. Solo podía notar dos largos aretes que colgaban de las orejas del joven.
La curiosidad lo inundó entonces. Hasta ahora, todo en el egipcio parecía ser perfecto. Debía ver qué se escondía tras ese velo.
Se levantó entonces de su trono, notando en el proceso que todos los presentes miraban sus acciones. No le dio importancia a esto, en cambio se acercó al menor, notando entonces que el joven era de baja estatura. No demasiado bajo, pero tampoco alto. Se atrevería a decir que de una estatura ideal.
Cuando al fin estuvo frente al recién llegado, alzó su mano y tomó el velo. Con lentitud, queriendo disfrutar del suspenso, lo quitó. Lo que escondía el velo fue revelado.
Y sus ojos se abrieron en impresión al ver el rostro más hermoso que había visto en su vida. Los mechones rubios que adornaban el extraño cabello también caían alrededor de aquel rostro, dándole una decoración perfecta. Pero lo más resaltante, y exótico sin dudas, eran esos ojos carmesí. Nunca había visto ojos como esos. Rubíes parecían ser, vasos de vidrio que contenían en su interior sangre. Esos ojos además, estaban delineados con kohl, delatando de inmediato el origen egipcio del joven. Aquellas líneas negras rodeaban esas joyas, terminando en dos rabos largos, uno al final de cada ojo.
-Espero haber sido de su agrado, emperador- habló de pronto el joven, moviendo esos finos labios, y dejando ver por segundos unos blancos dientes. Su dulce y a la vez varonil voz sonó como música en los oídos del ojiazul.
-¿Cuál es tu nombre?- preguntó el emperador, evadiendo el comentario del joven, el cual sin dudas tenía como respuesta una gran afirmación.
-Mi nombre es Yami Atemu, soy hijo del faraón Akunumkanon, y heredero al trono en Egipto- contestó. La respuesta pareció extrañar al emperador, quien no dudó en preguntar.
-¿Heredero?-
-Su decisión es la que definirá si dejaré de serlo o no- respondió el joven, al parecer tomando un poco más de seguridad. Hasta ahora, todo parecía estar bien.
-Claro- fue lo que dijo el ojiazul. Examinó por última vez el rostro del menor, y luego se dio la vuelta. Caminó entonces de nuevo hasta su trono. Una sonrisa que mostraba cierta malicia se formó en sus labios.
Detuvo su caminar.
-Dígame algo, ¿son sabios los gatos, príncipe?- preguntó, dándole aún la espalda al joven. Hubo silencio por unos segundos.
-¿Disculpe?- Al escuchar la confusión que inundó aquella palabra el ojiazul sonrió de nuevo. Se dio la vuelta, mirando con suma burla al joven.
-Los gatos. He escuchado que en Egipto adoran a los gatos. Pero quizás deberían prestarle atención también a las ratas… según sé ellas transmiten mucha sabiduría- profirió el romano.
Varias risas inundaron el lugar. Fueron tan descaradas que por unos momentos el egipcio bajó la mirada, sintiéndose avergonzado.
Pero no pensaba permitir que aquel hombre se burlara de su cultura. Aunque fuera el emperador de Roma.
Apretó los puños y levantó la mirada, su semblante tornándose serio y casi desafiante.
-Es curioso recibir ese comentario por parte de alguien que cree que los fundadores de su ciudad fueron amamantados por una loba- comentó, con cierto sarcasmo. Aunque no quería tampoco mostrarse demasiado desafiante, pues sabía bien que lo mejor era verse sumiso.
El silencio que le siguió a las palabras del menor fue casi sepulcral. Las personas parecían estar conteniendo algunas carcajadas, pero no las dejaban escapar, probablemente esperando a que el gobernante dijera algo. Por supuesto, las personas solo reirían cuando el emperador dijera algo gracioso. Quién sabe, tal vez si no lo hacían y reían antes perderían sus cabezas.
-Claro, la loba Luperca. Al parecer posees una fascinación con Roma. Y a juzgar por eso me parece que disfrutarás de tu estadía- afirmó al fin el ojiazul, con notorio sarcasmo. No dijo nada más, en cambio, volvió a caminar, finalizando su recorrido al llegar a su asiento.
Cuando se sentó volvió a mirar al joven, notando que éste no se había movido. A decir verdad, no estaba molesto por la osadía del egipcio. Era todo lo contrario.
Con sus ojos señaló su lado derecho, indicándole al egipcio que se colocara allí.
El menor obedeció, caminando hacia donde se le había indicado. Al parecer ese sería su lugar hasta que aquella especie de celebración terminara. No le extrañaba que los romanos estuvieran celebrando, pues sabía bien que allí la ley era simplemente la comida, el vino y el sexo. La inseguridad volvió al pensar en esto, pero luchó por hacerla a un lado.
-Continúen- Después de ésta orden del soberano, el ambiente animado volvió. Las personas retomaron la atención hacia otros asuntos, y las risas comenzaron a escucharse.
El príncipe egipcio de inmediato se sintió incómodo. El ambiente era muy diferente al del palacio en Egipto. Las personas no reían tan... escandalosamente, y la embriaguez no era tan visible. La música también era diferente. Además, las vestimentas extrañas de los presentes lo hacían sentir fuera de lugar. Por unos segundos, miró al emperador de reojo. Una mujer, bella y joven, de cabellos largos castaños y ojos verdes, estaba a su lado. En sus manos tenía una bandeja de plata, y en ella, se encontraba un vaso de vidrio, un material poco usado por lo costoso que era. Pero claro, el emperador no tendría problemas con respecto a tales cosas.
El ojiazul tomó el vaso, el cual sin dudas contenía vino. Tomó luego un pequeño sorbo.
El egipcio dejó de mirarlo, y en cambio dirigió sus ojos al suelo. Todo era diferente y se sentía extraño allí, pero tenía que concentrarse en su misión. Cerró sus ojos por unos momentos, intentando calmarse. Enredó sus manos, como había hecho antes para detener el temblor en ellas. Para su dicha, ese temblor ya se había ido.
Luego, los pensamientos lo inundaron. Quería volver a su tierra, quería estar con su gente. Pertenecía a Egipto, ese era su hogar, así que...
Algo interrumpió de pronto aquellas ideas. Levantó la mirada sorprendido, al escuchar que la música había cambiado. Reconoció la melodía de inmediato, era música egipcia.
-En tu honor. Aunque curiosamente esa música me hace pensar en orgías y prostitutas- Miró al ojiazul, al escucharlo hablar. Sin embargo, éste ni siquiera lo miraba. Lo que le enfadó, aparte del comentario ofensivo del ojiazul, fue notar el sarcasmo que había utilizado el emperador al decir esas palabras. Al parecer el soberano quería burlarse de él. No entendía con cual objetivo, tal vez el de simplemente hacerlo enojar. Fuera como fuera, se sintió indignado.
-"Bien, si lo que quiere es comenzar con el pie izquierdo… que así sea"- pensó el joven. Ya era la segunda vez que el castaño insistía en burlarse de su cultura. A su mente vino una idea. Ya que el ojiazul se había tomado la molestia de traerle algo propio de su tierra, podría aprovecharlo al máximo, ¿no? Al fin, podría probar si una de las muchas cosas que le había enseñado su madre le serviría. Sí, lo que iba a hacer sería en verdad humillante, pero debía aprovechar la oportunidad. Podría así desquitarse subliminalmente con el castaño, y además, comenzar a cumplir con su 'misión'.
No dijo nada entonces, solamente se quitó de un jalón el velo, dejándolo caer al suelo. Caminó luego hasta colocarse frente al emperador, exactamente en el mismo lugar en donde había estado minutos atrás.
Y ahora, sí dejo escapar unas palabras.
-En tu honor- repitió las mismas palabras del castaño, obviamente en signo de burla. –De seguro lo disfrutarás- agregó. Y luego... comenzó a bailar. De inmediato se ganó la atención de todos los presentes, quienes dejaron de hablar y reír, y lo miraron. Ni siquiera notó esto, pues estaba muy concentrado en sus acciones. Sí, se sentía más que humillado, y su orgullo en ese momento estaba en el suelo, pero debía hacerlo.
Recordó entonces lo que su madre le había enseñado. Sí, aquella mujer le había enseñado a bailar, y no cualquier tipo de danza. Al principio se había negado por completo a aprender algo como eso, alegando que ese tipo de entretenimiento solo debían practicarlo las mujeres. Luego, sin embargo, se había dado por vencido, y había pasado por aquella penosa situación.
No tan penosa como la presente, claro estaba.
Cerró sus ojos, e intentó dejarse llevar por la música. Movió sus caderas de un lado a otro, repitiéndose en su mente lo patético de aquella situación.
-"Y ahora el muy humillante siguiente paso"- se dijo. En contra de su voluntad, llevó sus manos a su pecho, acariciándolo sin dejar de mover sus caderas. Entreabrió sus ojos, y no pudo evitar sonreír al ver al emperador mirarlo fijamente. Así que tenía la atención del ojiazul. Perfecto.
Sintiendo más confianza, siguió con sus acciones, procurando moverse siempre al ritmo de la música, la cual para su ventaja, ya era más que provocativa. Subió aún más sus brazos, terminando casi abrazándose a sí mismo. Y así, abrió su boca, lentamente; sin prisa alguna. Y por último, dejó escapar un prolongado gemido, haciendo que todos los presentes tragaran fuerte, literalmente.
El emperador no pudo hacer más que mirar al joven. La tentación personificaba estaba bailando frente a él. Ese celestial cuerpo se movía provocativamente, y el muy corto faldellín solo exponía aún más de aquella perfección.
Observó el rostro del egipcio. Por todos los dioses, ese joven parecía estar teniendo sexo consigo mismo. Había visto muchas danzas como esas, pero esa definitivamente sobresalía de manera espectacular.
Por unos segundos, se atrevió a desviar la mirada de aquella preciosísima escena. La rabia lo inundó al ver cómo todos los presentes, tanto hombres como mujeres, miraban con deseo al joven, a su obsequio.
Volvió a mirar al joven, solo para encontrarse con dos rubíes que lo observaban con burla. Así que eso era lo que había querido el egipcio. Burlarse de él.
Sonrió de pronto. Nada mejor que tener algo de competencia. Le gustaba en verdad ese carácter competitivo de Yami. Parecía que el joven era un poco rebelde, y nada sumiso. Perfecto, prefería que el menor fuera así. Sería aburrido alguien que solo mirara al suelo todo el tiempo y que se arrodillara cada vez que lo viera. Con los esclavos tenía suficiente.
Bueno, ahora entonces solo le quedaba algo por hacer. Ponerse cómodo, y mirar el espectáculo. Y así lo hizo.
Y el egipcio continuó con su baile. Siguió tentando al público, sin saberlo, pues había vuelto a cerrar sus ojos. Sus manos subieron ahora hasta su cabello, enredándose allí. Por unos segundos juguetearon con aquel extraño cabello. Luego, el menor abrió sus ojos, encontrándolos con los del castaño. La sola expresión del joven podría tentar a cualquiera.
De pronto, el menor detuvo sus acciones, bajando al fin sus brazos. Y sin dejar de mirar al rey se acercó, moviendo sus caderas con cada paso que daba, como si aún siguiera bailando.
Y estuvo así frente al ojiazul. Estiró su mano, la cual lucía varios brazaletes de oro. Tocó entonces con sus dedos la tela que cubría el pecho del ojiazul.
-Deberías usar menos prendas, emperador- habló, por segunda vez usando ese tono de burla. De inmediato, el ojiazul sonrió, al comprender el juego del ojirubí.
-¿Y terminar como tú? No, gracias- contestó, mirando al joven de arriba a abajo. El menor solo rió de nuevo con burla.
-Como quieras... majestad- murmuró la última palabra casi en ronroneo.
Y luego, sin previo aviso, y por ende sorprendiendo al ojiazul, se inclinó, y juntó sus labios con los del castaño.
Lo besó con fuerza, pidiéndole al emperador profundizar el beso. Y así lo hizo el rey, al sentir al príncipe abrir su boca, metió su lengua en ella, encontrando segundos después la del otro. Ambas lenguas se juntaron, bailando juntas al ritmo de la música egipcia que se escuchaba. El baile de ambas era casi tan provocativo como el que el egipcio había hecho minutos atrás.
Pronto, la necesidad de aire los obligó a separarse. El egipcio se alejó entonces.
El ojiazul notó de inmediato ese rayo de competitividad que atravesaba los ojos carmesí del joven. Sí, de verdad, ese carácter del egipcio le gustaba.
El príncipe de pronto se dio la vuelta, dispuesto a salir del lugar. El castaño solo alzó una ceja. ¿Acaso él le había dado al menor permiso de retirarse? Sonrió con sarcasmo sin embargo; no se había equivocado. El joven era arrogante sin dudas.
-No sabes bailar- habló, mirando gustoso cómo el egipcio detenía sus pasos, para voltearse ligeramente y mirarlo. Sonrió así y habló.
-Dices eso porque aún no has visto lo bien que bailo en la cama- A éste comentario le siguieron risas, las cuales provenían de varios presentes, a los cuales al parecer se les había hecho graciosa la afirmación.
Y sin decir más, el egipcio volvió a retomar su camino, el cual lo llevó fuera de aquel salón.
No fue solo, varios guardias lo siguieron. No supo si era para protegerlo o para evitar que escapara. Aunque no tenía intenciones de hacer esto último. Sería ilógico a su punto de vista. Había venido hasta ahí para salvar a su pueblo, y no pensaba echarse para atrás.
Aunque eso simbolizara la pérdida de su libertad.
Suspiró, su corazón siendo inundado por la tristeza. Se sentía realmente humillado. Pero ahora debía despedirse del orgullo, pues Roma sería desde ese día su nuevo hogar. Claro, mientras el emperador así lo quisiera.
-Que miserable vida me espera- susurró, caminando con derrota por aquellos desconocidos pasillos, hacia la habitación del rey.
Magi: RE-GRE-SE! El degenerado, maldito, infernal, etc, etc de fanfiction hizo de las suyas, pero bueno… T.T A pesar de todo estoy feliz… cuando publiqué el aviso de que me habían bajado el fic, pensé que les daría igual. Y resultó que me dejaron 32 comentarios pidiéndome que volviera subir el fic! Yo solo me quedé asi: 0.0 Jamás pensé que les interesara tanto mi fic.
Y por supuesto, recibiendo esos comentarios, no pude pensar siquiera en dejar este fic incompleto. Al contrario, ahora es un honor seguir escribiéndolo n.n La mayor recompensa para mí es saber que a ustedes les gusta lo que escribo. Me hace pensar que de verdad tengo talento (uno de mis sueños 'secretos' es ser escritora profesional, por eso le doy tanta importancia a los comentarios n.n). Así que GRACIAS por sus comentarios! Me dan muchísimo ánimo n.n
Todavía no sé por qué me borraron el fic. Cambié mi contraseña por si acaso. Pero conociendo a fanfiction de seguro ellos son los culpables -.- Pero bueno, a empezar de cero n.n Al menos ya sé que cuento con su apoyo.
En fin, iba a publicar esto ayer, lunes. Pero estuve ocupada. Todo el día me la pasé de un lado a otro -.-
Como pueden ver, apenas publiqué el primer capítulo. Hoy también ando deprisa, por eso solo subo un capítulo. En la mañana me la pasé estudiando, después tuve una pequeña emergencia con mi chihuahua que por dicha no fue nada grave y el veterinario lo resolvió fácilmente. Luego, me fui al salón de belleza a arreglarme el cabello, y ahora tengo que ver una película que debo devolver hoy, y en la noche espero sacar tiempo para estudiar de nuevo :S No sé qué haría si tuviera que trabajar O.o
Por cierto, antes de volver a subir los capítulos les voy a dar una revisada, y editaré algunos detalles. Pero nada resaltante, simplemente agregar más diálogo o narración donde lo amerite, el fic no va a cambiar en lo absoluto. En este capítulo agregué la referencia a la loba Luperca. Según la leyenda, los fundadores de Roma, Rómulo y Remo, fueron amantados por una loba.
Espero subir los capítulos rápido, espero que en una semana. La universidad me ha quitado mucho tiempo que antes le pertenecía a la compu. Acabo de entrar, y ya me asignaron los primeros dos proyectos -.- Y en marzo comienzan los exámenes. Pero bueno, como dice el dicho 'mátate estudiando y serás un cadáver culto' u.u Esa es mi meta xD
Gracias infinitas a Ruka, Hannah Elric, Cuervos, Patty MTK, mariANA, Natsuhi-chan, sayori sakura, niko-chan, Carmín Diethel, Ross, Yamiel Fudo Megurine, Atami no Tsuki, Divine Atem, angelegipcio, vampidark, Astralina, Nekiare, Kimiyu, Lady Adry, Naora-chan, Penicilinunregistrated, Cezsie, M'rry, MoOny Lupina, YamiHydeist666, Azula1991, yoyuki88 y manita chio por sus comentarios, apoyo, y palabras de ánimo. Es gracias a ustedes que decidí volver a probar suerte con esta página.
Sé bien que la gran mayoría ya leyó este capítulo. Pero igual, espero que les haya gustado n.n
Me voy porque ya hablé demasiado xD Nos vemos… mañana o pasado mañana espero. De hecho, si hoy me sobra tiempo veré si puedo subir el siguiente capítulo.
Ja ne!
