Este fic iba a ser sólo un oneshot simple, pero a la vista de que me han pedido por favor que lo continúe tanto en fanfiction como fuera, no he podido evitar pensar en qué haría si decidiera seguirlo.
Al final, mi musa me ha concedido el permiso y he escrito un segundo cap que ha cuajado y me ha convencido de hacer de este oneshot un fic de solo tres capítulos. Éste es el primero, y en breve colgaré el segundo.
Muchos saludos y espero que os guste la idea.
¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme! ¡Memoria que escribiste lo que vi, aquí se advertirá tu gran nobleza! Yo comencé:
(Canto II; Divina Comedia, Dante Alighieri)
BABY OR NO BABY: THIS IS THE QUESTION.
By Andaira
─ ¿Y si dejas de tomarlas?
Kagome levantó la mirada de lo que tenía en la palma de su mano y fijó la vista en Inuyasha. Estaba recostado en el marco de la puerta del baño mirándola. Kagome no entendía esa manía suya de observarla de vez en cuando en sus quehaceres diarios; él decía que era algo entretenido y especial verla en el baño poniéndose las cremas o lavándose los dientes, ella decía que se había casado con un acosador maníaco sexual sin remedio. Volviendo la mirada a lo que llevaba en la palma de la mano, ella se rascó la cintura con naturalidad porque le picaba y alcanzó el vaso de agua para enjuagarse la boca. Abrió el grifo un poco para llenar el vaso y luego lo cerró.
─ ¿Y eso; por qué debería no tomarlas?
Inuyasha dejó de estar recostado en el marco de la puerta para ir hacia ella con normalidad. Kagome perdió el hilo de sus pensamientos un momento al ver como se le veían los huesos de la cadera al andar. Amaba esos pantalones del pijama que llevaba sin camiseta, tenían una manía especial en caerse al andar. Los bendecía. Cuando Inuyasha llegó a su lado, se situó tras ella a su espalda y le puso esas grandes y masculinas manos en la cintura, atrayéndola hacia su pecho, donde ella admitía que se sentía más segura que en cualquier sitio.
─ No es por nada, sólo que quizás, sea el momento de pensar en una familia.- Kagome abrió los ojos como platos y fijó la mirada en la dorada de él a través del espejo del baño. Él rió al ver su cara asustada y le dio un beso en la coronilla como siempre hacía para calmarla.- No pasa nada, Kag, ha sido solo una idea que se me ha pasado al ver las pastillas.
Y sin más, el volvió a darle un beso en la coronilla y de manera más juguetona, para romper el hielo, le dio otra palmada en el trasero, a lo que ella saltó aún en el estupor de la sorpresa. Sin decir palabra, Inuyasha salió del baño dejando sola a Kagome mirándose en el espejo. No se dio cuenta de que temblaba hasta que del mismo tembleque se dio un suave golpe en el lavamanos del baño. Se sentó en el wáter con la tapa cerrada, y se quedó mirando la pastilla anticonceptiva que tenía en la palma de la mano.
Ella siempre tomaba las pastillas, era muy ordenada y sistemática, desde que la relación con Inuyasha había acabado en un punto más serio y formal, ambos habían tomado la decisión de pasar de los condones a las pastillas. Pero ella siempre las había tomado, día tras día, porque para ella los bebés, eran un tema tabú, nunca los había querido, ni lo tenía pensado. Siguió mirando la pastilla y sin pensarlo más, se la metió en la boca con un poco de agua del vaso que había llenado antes. Lavó el vaso, lo dejó en su sitio de siempre. Tras secarse la boca con la toalla de mano, salió del baño para ir al dormitorio donde se encontró a Inuyasha sentado contra el cabezal de la cama, leyendo.
Al sentirla entrar al dormitorio, dejó el libro sobre la mesa con su pauta de lectura sin dejar de mirarla, y alzó las manos hacia ella para que acudiera a él. Ella nunca dejaría de ir a sus brazos. Siempre, pasara lo que pasara, ella iría a él de propia voluntad. Atravesó la habitación y se quedó de pie ante él entre sus brazos, que se cerraron automáticamente alrededor de ella, alzándola con gracia hasta dejarla tumbada a su lado. Ella no pudo evitar reír feliz ante sus juegos, y él, al escucharla, se clamó por dentro. Kagome dejó de pensar en los bebés y en las pastillas cuando él bajó su rostro y la besó, porque como siempre, todo se paraba en ese momento.
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─ ¿Un bebé? ¿Te ha pedido tener un bebé con él?
─ Sí, un bebé, esas personitas babosas y rechonchas que hacen a las parejas tan felices cuando los tienen. Un bebé.
Kagome estaba sentada en un banco en el parque con Sango. Ambas miraban como un grupo de niños se divertían en los columpios y esas infraestructuras con cuerdas y tubos para que los infantes rieran, saltaran, se cansaran e incluso se hicieran daño. Ambas miraban pasivamente a Shippo, el hijo de Sango y Miroku, que jugaba con sus tres añitos con otros críos, y Kagome observaba como un caso de estudio, como Sango saltaba a cada paso que daba su retoño. Ni a tres metros de distancia de su hijo estaba calmada.
─ Sé lo que es un bebé, Kag, he tenido uno. – dijo interrumpiendo su exhaustivo control visual con su hijo para mirar a su amiga.- ¿Pero te lo soltó así sin más, de repente?
─ Así sin más.- Kagome se pasó una mano por el cabello retirándoselo de la frente y echó la mirada hacia el cielo como esperando la iluminación divina. Estaba cansada, lucía normal, como si nada hubiera pasado tres días atrás, pero le realidad era otra: su marido le había propuesto tener un hijo. Eso había hecho eco y destrozado su concentración, su imparcialidad y… en fin, todo lo que la sostenía.- Antes de que me tomara la pastilla. ¡Una familia, Sango! Pero lo peor eran sus ojos, si los hubieras visto. Él quiere un bebé, lo vi en su mirada.
Sango suspiró y le cogió la mano a su amiga. La pobre la había llamado desesperada porque esa noticia había irrumpido en su día a día. Y ella lo notaba. Kagome estaba irritada, nerviosa y saltaba sin más por cualquier cosa. Miraba a los niños como si fueran gnomos o algo peor. Sango entendía que la pobre la había llamado para contárselo porque no podía callárselo más.
─ ¿Y cuál es el problema? Eres buena con los niños, les gustas. Y con Shippo eres increíble, eres su tía preferida, Kag. Lo harías genial con un hijo, un hijo tuyo.
─ Ni en broma. Sí que me gustan los bebés, los niños me adoran y yo soy buena con ellos y todo ese rollo. Pero en serio, no lo soportaría si fuera un niño mío.- Sango arqueó una ceja que Kagome oyó más no vio, ni hacía falta, porque tantos años juntas hacían para que ella pidiera seguirle los hilos del pensamiento a su íntima amiga.- Si los niños son de otro, no son un problema, tienen un manual de instrucciones: les entretienes, les prestas atención, los distraes y alá, te adoran. Quizás es cruel así como suena, pero es verdad. El caso, que los ves un rato, los cuidas un día o dos como favor, pero luego se van y listo. Tener un hijo propio es un infinito elevado a infinito, son veinticuatro horas al día por días, meses y años.
─ O sea, que no quieres un hijo porque es mucha responsabilidad.- sentención Sango como si tal cosa.- Pero Kag, has de madurar un día, porque la vida es en sí un infinito de responsabilidades. Además, si todos podemos, tú también.
─ Pero puedo elegir.- dijo ella incorporándose y estirando las piernas. Se quedó frente a Sango y se acuclilló ante ella.- Puedo elegir no tener esas responsabilidades. El problema es que Inuyasha sí las quiere.- puso morritos y escondió la cabeza entre sus rodillas. Desde ahí siguió hablando:- sus ojos brillaban como el día que nos casamos, como el día en que me pidió salir. ¡Brillaban como cuando me mira! Él me pide un bebé, uno que no puedo darle porque no soy capaz de hacerlo.
Y Sango vio el flash, lo entendió. Sin poder evitarlo, rió encantada. Kagome levantó la mirada de entre sus piernas y la observó ofendida, como si la hubiera traicionado. Eso solo hizo que Sango riera más fuerte al ver lo en serio que se lo había tomado.
─ Tienes miedo a ser madre. – Vale, lo dijo, y Kagome solo pudo gemir y esconder otra vez la cabeza como los patos.- Cielo, todos tenemos ese miedo. No ser buenos padres, no saber qué hacer cuando el bebé se ponga malo, o cuando vaya creciendo… Todos los padres necesitamos de un libro, lo ansiamos, lo anhelamos. Pero Kag, aprendemos poco a poco. Al principio es duro, luego es llevadero para ser duro otra vez.
─ ¿Qué te vale la pena? – Preguntó tras levantarse otra vez y volverse a sentar en el banco al lado de Sango.- ¿Qué es lo que hace que valga la pena pasar por todo eso?
Vieron a Shippo ir hacia ellas sonriendo. Con miedo a que se hiciera daño, Sango se levantó y dio dos pasos hacia él para poder sujetarse al llegara a ellas. Dejando en un segundo plano a Kagome, como siempre, Sango se volcó en su hijo por completo. Kagome les observó, como hacía desde que vino al mundo. Vio como Sango no paraba de tocarlo, como sus ojos brillaban, como sus palabras se endulzaban. Era una escena que hasta te hacía mirar a otro lado porque cohibía. Levantándose, Sango despidió a Shippo que volvía a jugar de nuevo tras contarle a su madre el descubrimiento de una hormiga con un trozo de pan encima. Volvió a su sitio y siguió mirando a su bebé.
─ Él. Él merece la pena. Esa cosita es tuya y de la persona que amas. Ese bebé es un pedazo de ti que te sonríe y te llama mamá, que te busca cuando ve una hormiga con un trozo de pan a cuestas, que te abraza cada vez que puede para acurrucarse y olerte como si fueras una flor. – Miró a Kagome.- Es por él que merece la pena. Pueden gustarte los bebés de los demás, puedes sentirte incómoda con ellos, peor cuando es tuyo, todo cambia. Como cuando conoces a tu pareja ideal; el mundo deja de sostenerse como lo hacía antes para hacerlo con otro mecanismo.
Kagome seguía sin entenderlo completamente, pero como siempre que miraba a su amiga y a Miroku, vio la felicidad que sentía ella misma al ver a Inuyasha. Centró su mirada de nuevo a Shippo, y rió junto a Sango al ver como éste se caía hacia atrás cuando la hormiga subió por su brazo.
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Con la toalla envuelta en la cabeza, se quitó la que envolvía el cuerpo y se agachó para alcanzar el bote de body milk del armario del baño para echarse crema en el cuerpo. Era algo que hacía cada noche antes de ir a dormir: se duchaba, se echaba crema para el cuerpo, se peinaba, se secaba el cabello, se enfundaba el camisón, se tomaba la pastilla, y se iba a la cama. Se echó crema en la palma de la mano y se lo fue aplicando a todo el cuerpo poco a poco, como un masaje. Era el momento de hacerse un examen crítico.
Esa noche, volvió a decirse que había engordado un poco, unos kilos. Tenía los brazos un poco más regordetes y la barriga no tan plana. Al mirarse bien en el espejo, vio como sus piernas no eran tan delgadas y su cara estaba más redonda. Su pecho seguía igual, porque era la única parte de su cuerpo que no disminuía de tamaño, y mira que lo deseaba, porque había estado bendecida con una talla exuberante. Ella odiaba engordar, creía que su peso era perfecto y luchaba por mantenerse en él, pero reconocía que a su marido le gustaba más que ella engordara unos kilos. Según él, en la lógica masculina sin sentido suya, que ella engordara era un claro signo de que era feliz. Ella se mofaba de él diciendo que a ese ritmo de felicidad, estaría como los luchadores de sumo, a lo que él solo podía más que besarla riendo.
Fue en su otra tarea, la de secarse el cabello, en la que Inuyasha la encontró. Con ese sexy pantalón del pijama, él entró al baño para ponerse a orinar como si ella no estuviese ahí. Eso era algo íntimo cotidiano a lo que ella se había acostumbrado, y ahora lo apreciaba. Era confianza y nada desagradable, porque se amaban hasta para soportarse cosas como el mear delante de otro, tirarse pedos y otras cosas que darían asco, pero que eran naturales. Tampoco era que fuera algo normal eso de mear delante del otro.
─ ¿Todo bien en la oficina? – le dijo él tras tirar de la cadena y cerrar la tapa bajo la mirada crítica de Kagome a través del espejo.
─ Sí, menos con Kouga. Ese hombre me pone de los nervios.
Le escuchó gruñir a lo canino, y le notó a su lado. De un golpe de cintura, la echó a un lado y se lavó las manos mientras ella seguía con el secador.
─ Ese lobo miserable. Mañana comemos juntos, te pasaré a buscar a la oficina.
─ Creo que no lo haces para poder comer conmigo sino para tu demostración de masculinidad y expulsión de feromonas.- Dijo Kagome divertida.
Con las manos mojadas, él le hizo cosquillas a su cuerpo desnudo que desprendía olor a crema hidratante. Kagome dejó el secador apagado en el suelo para girarse y atrapar a su marido y darle un beso. Él aceptó sumiso y la apretó contra él con posesividad. Ella en realidad amaba eso de él como en ningún otro hombre, y aunque nunca se lo había dicho, Inuyasha sabía que la excitaba y encantaba que se pusiera posesivo y territorial con ella, aunque a veces los límites…
─ Vamos a la cama.
Kagome rió ante la urgencia en esas palabras, e Inuyasha la llevó a rastras hasta la cama donde la tiró y le hizo casquillas hasta que ella no pudo más que decir que lo sentía. De ahí partieron los besos fogosos, esos que a Kagome le quitaban el sentido, aunque ella sabía que Inuyasha también sentía lo mismo que ella. Pero Kagome no era pasiva en sus noches, ella mandaba o lo intentaba al menos. En medio del beso, se puso encima de su marido a horcajadas y le contempló, tan hermoso bajo ella.
Sus ojos dorados brillaban y estaban velados por un deseo que Kagome notaba bajo ella, fregándose contra un punto muy sensible de su cuerpo. Su cuerpo era musculoso pero no grande, sino más bien delgado y fino, pero con mucha fuerza. Ella, en broma, solía decirle que no había crecido bien, y por eso era tan tirillas, a lo que él contestaba con una demostración muy gráfica de lo que el cuerpo de un "tirillas" podía hacer con ella.
Él solo la contemplaba balancearse sobre él como una sirena, con los ojos cerrados y una sonrisa de placer en su rostro. Ella resplandecía cuando hacían el amor, como si aquel acto fuera su batería. Sintió como sus paredes íntimas se apretaban contra él y ella empezaba a estremecerse y a ir un poco más rápida y con movimientos más erráticos. Él la ayudaba con el balanceo, no se quedaba quieto, y le acariciaba esos pechos que ella consideraba demasiado grandes. Ella y su manía con su cuerpo. Kagome era una mujer cargada de complejos, aunque a priori no lo pareciera. Pero él amaba cada una de las curvas que tenía ese femenino cuerpo que era solo suyo.
Cuando ella empezó a reír, los ojos de Inuyasha se centraron en su rostro contorsionado pro el placer pero aún sonriente. Como siempre que estaba a punto de llegar a clímax, Kagome abría los ojos y le buscaba, y cuando le encontraba, buscaba sus labios con delicadeza mientras sus espasmos se acrecentaban. Ella siempre reía, y él siempre llegaba con ella al escuchar esa risa, una que ella justificaba avergonzada diciendo que llegar al orgasmo era inundarse de placer, y que cuando algo nos causa placer, nos alegramos y reímos porque nos gusta. Él no era nadie para decirle lo contrario, y a Inuyasha le encantaba el sonido de su ronca y sexy risa.
De aquel acto fogoso solo quedaban las ascuas cuando Inuyasha les tapó con la sábana granate de la cama y abrazó a Kagome desde su espalda. Kagome sabía que sería solo cuestión de tiempo que él se durmiera. Podía sentir sus latidos cada vez más pausados y su respiración más lenta y superficial, como si ya estuviera a las puertas de los brazos de Morfeo. Se levantó de la cama como cada noche y fue al baño para lavarse los dientes y a tomarse la pastilla. Fue como siempre: la sacaba de su plástico, llenaba un vaso de agua y se la tomaba. Pero en vez de tomarse al instante, se la quedó mirando unos minutos para cerrar los ojos con fuera y tomársela.
Volvió a la cama y a los brazos de Inuyasha, que aún estaba coleando con el sueño pero que la abrazó a él cuando la sintió. Kagome no podía dormir igual de fácil, ella tenía en mente desde hacía días el deseo de su hombre de tener un bebé. Ella había admitido muy para ella, que quizás no era tan malo tener uno, pero la idea de hacerlo oficial o intentarlo seguía negándose muy dentro de ella. Con ese dilema otra vez en la cabeza, se volvió a su marido.
─ Inuyasha ¿Tu deseas un bebé, verdad?
Le sintió tensarse entre sus brazos y luego apretarla hacia él muy fuerte.
─ Así que es por eso que llevas una semana tan rara.- escuchó y notó el suspiro en su nuca, entre sus cabellos azabache.- Sí, me gustaría tener un bebé. Pero no sabía que te asustaría tanto la idea, así que olvídalo, quizás es muy pronto.
Pero ella no podía dejarlo. Que Inuyasha le hubiera dicho él mismo que sí quería tener un bebé, era como el confinamiento final, la apoteosis, era la confirmación de lo que ella llevaba cociendo dentro. Se dio la vuelta entre sus brazos y le miró fijamente. Inuyasha supo que su mujer no lo iba a dejar. Ella era muy cabezona, no podía dejar nada sin zanjar o entender. Su mujer no pararía hasta llegar a un punto con él sobre el bebé, y un "déjalo" no era un buen punto y pelota.
─ No, no puedo dejarlo. ¡Me lo soltaste como si nada, de sopetón! Ahora he pensado y hablado conmigo misma, quiero aclarar esto. ¡Me está matando!
─ ¿Te mata el que quiera un bebé contigo?- dijo Inuyasha poniendo un brazo bajo su cabeza para mirarla. Él sabía que ella no lo decía en ese sentido, pero le divertía que ella se explicara nerviosa y creía que para que Kagome se relajara, era necesario.
─ ¡No! Por Dios, no es eso, es que… No me gustan los bebés, lo sabes. Los bebés de otros sí, son bonitos, adorables, te dan alegrías y te hacen caer la baba, pero uno propio…- ella se sentó en la cama mientras movía las manos como una energúmena como siempre que se explicaba.- es solo que un bebé nuestro, tuyo y mío… Inu- gimió.
─ Lo sé, crees que serás mala madre, que no puedes con esa responsabilidad y aunque pudieras, no crees que merezca la pena.
─ En el mundo hay muchos bebés, si puedo no tener uno no pasa nada. – Se pasó la mano por el cabello recién seco y a Inuyasha le llegó el perfume a cereza del champú.- Pero tú quieres un bebé.
─ Sí, quiero un bebé. – la vio morderse el labio, señal de que estaba indecisa y luchando contra sí misma.- Estamos bien juntos, te amo y sé que me amas. Pero desde el momento en el que te vi la primera vez…
─ Nos odiábamos, me detestabas y yo te destostaba, además, me confundiste con la perra de Kikyo.- Él arrugó la cara, como si el recuerdo le molestara.
─ No ese tipo de ver. Me refiero a cuando te vi a ti tal cual, cuando te conocía bien y supe cómo eras. Cuando te vi, lo que pensé fue que quería que fueras mías, quería estar contigo, casarme y tener hijos contigo. Tuve el cuadro perfecto: tú, yo y nuestra parejita de bebés. Un niño con tu cabello, mis ojos, esa manera de ser mía que te encanta y con esa posesividad tan masculina para con su hermana; ella, nuestra bebita, sería como tú de adorable, neurótica y cabezona, con esa manía de tenerlo todo bajo control y esa obsesión enfermiza con el orden y la lógica. Tendría tu cabello y mis ojos y querría a su hermano muchísimo, menos cuando él la protegiera tanto que la agobiara, y llevaría a los hombres de cabeza, con lo que me obligaría a encerrarla y tú te reirías de mi por ello.
Mierda, a ella el cuadro le gustaba más de lo que quería aparentar. Lo vio, le vio a él y a sus hijos jugar en el parque en el que iba a jugar Shippo, vio a su hija jugar con los demás niños y a su padre y hermano persiguiéndola para alejarla del sexo opuesto aunque tuviera solo seis años. Lo vio, lo escuchó y mierda, le gustaba la idea. Miró esos ojos ámbar y supo que Inuyasha sabía que a ella le gustaba ese cuadro, que lo quería, pero igualmente supo que ella debía tomar la decisión. ¿Aún tenía que tomarla? Inuyasha y Kagome sabían que no, pero él la dejaría para que ella misma lo supiera y actuara.
─ Y ahora vamos a dormir, que me has cansado tanto que solo quiero cerrar los ojos y ver elefantes rosa.
Rompiendo el hielo, ella se tumbó de nuevo a su lado en la misma posición en la que estaban antes, antes de que la conversación sobre bebés empezara. Y esa vez, Kagome se durmió incluso más rápido que Inuyasha.
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─ ¡Ohh Dios, bebé ¿Qué te ha pasado?
Kagome gimió por el ruido y se metió más entre la manta del sofá para no ver la luz que acababa de encenderse. Sintió como caían cosas al suelo de un golpe y unos pasos como de un gigante ir hacia ella. Con pesar, Kagome sacó la cabeza de debajo de la manta y enfocó su mirada en la ámbar de su marido, que la contemplaba como si se estuviera muriendo. Casi, pero no.
─ No pasa nada, cachorro, solo que me ha venido la regla. - Ella le llamaba cachorro sólo cuando intentaba calmarle, igual que él la llamaba bebé y esos otros motes cariñosos cuando estaba asustado.
Inuyasha suspiró aliviado, y se dejó caer en el suelo delante del sofá sin tanta tensión. Al entrar en casa y verla toda a oscuras, él ya había sentido los instintos en pleno funcionamiento mientras la bilis se le atoraba en la garganta. Su mujer debía estar en casa, algo tonta a preocupación, puesto que podía haberse ido de comparas o algo, pero era la costumbre de siempre encontrarla en casa cuando el volvía del trabajo a las ocho de la noche. Al abrir la luz, había visto el bulto que era su esposa en el sofá pálida y reaccionando como un vampiro a la luz. Se había muerto del susto.
─ ¿Te llevo al médico?
─ No, solo mátame y acaba con mi sufrimiento.- Ella gemía arrastrando las palabras.
─ Ni lo sueñes, no podría vivir sin ti.- Dijo serio. Como siempre, ella gimoteó y se puso a llorar como una madalena. La regla, se dijo Inuyasha. Su mujer siempre estaba así en sus días.- Vamos a llevarte a la cama, ese sofá no es tan cómodo para tus riñones.
─ Te quiero Inu.
─ Ya, ya, sólo lo dices porque estás agradecida. - La dejó sobre la cama y le quitó la ropa de la oficina que llevaba aún puesto para ponerle unos pantalones y una camiseta del pijama.- ¿Qué es esta vez, riñones, cabeza, barriga?
─ ¡Todo!
Inuyasha torció el gesto dolorido y se metió en la cama con ella tras quitarse la ropa él también, y le acarició la nuca para relajarla, lo que siempre funcionaba. Conocía ese problema de Kagome. Desde siempre, la regla le llegaba que era un suplicio, y la pobre solo podía arrastrarse como un gusano envuelta en mantas por la casa. A veces su periodo era misericordioso y venía solo por partes: a veces era con dolor de cabeza, otras con los riñones… pero cuando venía todo junto… la pobre solo podía tumbarse a dormir para no suicidarse tirándose por el balcón. Inuyasha agradecía no ser mujer y tener los genes de Kagome, la pobre sufría tanto como para romper a llorar o no poder valerse ella sola, una contradicción con su personalidad, que era todo lo contrario.
Él amaba a esa Kagome que no podía dejar nada a medias, como lo del bebé. Él sabía que había hablado con Sango de ello, que ella misma lo había estudiado y sopesado hasta verse capaz de ir y preguntarle a él. Inuyasha no sabía por qué le había dicho aquello hacía dos semanas, no sabía por qué y conocía la reacción de Kagome antes de que pasara, aunque no con esa magnitud. El caso es que lo había dicho, y desde entonces veía como Kagome se enfurruñaba consigo misma para llegar a algún punto al respecto. Sí, él prefería esa Kagome luchadora que a la que tenía en la cama su lado medio muerta o con ganas de estarlo.
─ Calma, cielo.
Inuyasha solo la abrazó y sufrió con ella, porque no podía soportar verla así, tan débil y llorona. Odiaba las lágrimas en sus ojos y sus mejillas, odiaba los gimoteos y el pálido de su piel rosada, incluso su cabello perdía encanto. Como él decía a menudo, era ambos que tenían la regla, ambos sufrían de los problemas de la menstruación. Apretándola contra su pecho mientras ella se ponía boca abajo con un cojín en los ovarios para hacer presión, Inuyasha aspiró el perfume de su mujer y se quedó dormido.
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─ ¿Ya se te ha pasado el malestar?
─ Sí, gracias a Dios hoy puedo hacer vida normal.
Sango y Kagome iban por la calle comercial con un batido cada una en las manos. Con las gafas de sol y una trenza que nacía en lo alto de la cabeza, Kagome miraba esa mañana como la primera después de muchas sin sol. Había pasado dos días en la cama a base de sopas y cremas porque su estómago no podía con lo sólido. Su pobre Inuyasha, había estado con ella todo lo posible menso cuando le tocaba trabajar, y aún así, la llamaba cada dos horas para controlarla. Ese hombre se la ganaba día a día.
─ Menos mal, Inuyasha parecía un vampiro también, todo pálido y ojeroso.
─ Es un sol de hombre. Estuvo conmigo cuidándome, como siempre. Maldigo mis hormonas, mis genes o lo que sea que haga que me pase esto.
─ Imagínate si te quedas embarazada, estará histérico.
Kagome detuvo sus pensamientos sobre Inuyasha para mirara Sango de reojo. Por lo que había vivido su amiga, Kagome sabía que los hombres se asustaban con el embarazo muy seguido. Kagome e Inuyasha vieron en primera fila como Miroku controlaba a Sango como un médico, como no dejaba que fuera sola a los sitios ni que nadie la tocara. Fue divertido, y la idea de ver a Inuyasha así con ella… la divertía también.
─ No soy tan mala, Sango.
─ O sea, que no has decidido nada.
Kagome se detuvo frente a una farmacia, tenía que comprarse la nueva caja de pastillas anticonceptivas para empezar a la mañana siguiente. Estuvo un rato observando mientras Sango la esperaba paciente. Su amiga no lo encontraba raro, porque Kagome solía perderse en ella misma a veces, y cuando pasaba, era cuando se disponía a tomar una decisión.
¿Quería tener un bebé; había decidido algo al respecto? Había pensado en ello, claro. Al final, había empezado una lista con los motivos por los que debería tener un bebé. La mayoría eran negativos: no dormiría, y ella amaba dormir, no tendría tanto tiempo libre, y eso no le hacía gracia, el bebé sería siempre lo primero, y competiría con él por Inuyasha, lo que no quería ni pensar. Pero Inuyasha… él quería un bebé, él sabía que ella podría con su bebé, confiaba en Kagome como siempre lo hacía, con todo.
Kagome no entendía aún como Inuyasha podía tener esa ceguera con ella, pero quizás pasaba igual que como cuando él no entendía esa confianza absoluta que ella tenía en él. ¿Sería capaz de abandonar el dormir mucho, el tiempo libro, el tener a Inuyasha para ella sola, salir de fiesta algunas noches… todas esas cosas que hacían de la vida de Kagome un paraíso de felicidad? Dios, si se ponía a pensar, había miles de razones para renunciar a tener un bebé, quizás razones sin fundamento o ridículas, pero eran razones, buenas razones para ella. ¿Por qué se sentía entonces como si no estuviera calibrando bien las cosas?
Recordó esta mañana, cuando antes de salir de la cama para hacerse el desayuno Inuyasha le había dado un beso récord en pasión y amor, y cuando le había dicho "te amo", con sus ojos brillantes. A él le costaba decir te quiero, o te amo, o cualquier otra declaración cariñosa, no porque no lo sintiera, sino porque él decía que esas cosas se sabían, y si se decían, perdía la gracia y el sentido. Y ella amaba a Inuyasha, era la que más se lo decía.
Volvió a mirar la farmacia y la imagen en su cabeza de la caja de pastillas con la de la lista de pros y contras de tener un bebé. Mierda. Kagome sabía que la decisión ya la había tomado hacía un tiempo, desde que Inuyasha la sorprendiera con su deseo en el baño, antes de tomarse la pastilla. La decisión ya la había tomado, sólo que le había faltado pensarlo y dejárselo bien claro a la Kagome rebelde de su interior.
Miró a Sango y dio media vuelta para volver con su amiga y su paseo bebiendo batido. Riendo, Sango el preguntó:
─ ¿No ibas a comprar a la farmacia?
─ No, creía necesitar algo, pero me he acordado del motivo por el que no he de hacerlo.- dijo sin más dando un sorbo a la caña rosa de su batido de chocolate.
Sango no le iba a preguntar por lo que creía que necesitaba de la farmacia, como tampoco del motivo para no comprarlo. Quizás ella ya lo supiera o lo entreviera, quizás ya estaba preparando la lista de regalos que le iba a comprarle a su sobrino y nuevo amigo de su Shippo. Fuera lo que fuera, Sango no dijo nada y cambió la conversación para enfocarla en un vestido que había visto en la tienda de al lado de la oficina de Miroku.
Bebé o no bebé: Esa es la quistión. Bebé, por supuesto. Sí su marido quería uno, iba a tenerlo, porque amarlo era el motivo que necesitaba para arriesgarse a perder su tiempo libre, sus horas de sueño…. Y quién sabe, quizás al final a Kagome le gustaba lo tener un bebé propio, de ellos.
Besos \(^-^)/
