Disclaimer: Propiedad de M. Kishimoto.

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Abrió los ojos, luchando por aclarar su vista. Apenas podía mantener la cabeza erguida y los párpados le pesaban demasiado. Permanecía de rodillas, sobre un suelo más frío de lo normal, mientras algo le mantenía los brazos sujetos por encima de la cabeza. Le dolía todo el cuerpo y, con cada ráfaga de aire, sentía como enormes estacas de hielo se le clavaban en el pecho.

Intentó mover los brazos pero su cuerpo no le respondía. Un ambiente más húmedo de lo normal y un fuerte olor acre, proveniente del orín humano que le goteaba por las piernas, inundaban la estancia nublándole el sentido y dejándolo sumido en un aturdimiento perenne. Debía estar en una habitación subterránea, donde la ventilación fuese escasa. Pero, dónde quiera que estuviese, estaba en verdaderos problemas.

Aspiró una bocanada del cargado aire y, cuando este llegó a sus pulmones, su pecho se contrajo y se sacudió por un fuerte ataque de tos. Instintivamente, encogió las piernas, quedando momentáneamente colgado de los brazos, para luego dejarlas caer con más fuerza contra el suelo. Era una tos seca, provocada por el polvo levantado por las corrientes, que a la larga le causaría un permanente dolor de garganta. Dejó que la cabeza le cayera contra el pecho y cerró los ojos. Mantenerse despierto le costaba demasiado trabajo. La coleta se le deshizo y los cabellos, negros como la oscuridad que lo envolvía, le cayeron sobre los hombros, ocultandole el rostro.

¿Qué había pasado? No recordaba nada de lo ocurrido después de salir de la villa para la misión. Sabía que había estado en un equipo de cinco compañeros. Recordaba con vageza haber hablado con Sakura, Naruto, Kiba e Ino. Él era el líder, el encargado de todos ellos y de salvaguardar el cumplimiento del objetivo. ¿Qué había salido mal?

Estaba claro que él estaba en una especie de prisión enemiga. Había sido capturado. ¿Y ellos? No se le ocurría que les podía haber pasado, no conseguía recordarlo. Tal vez estuviesen muertos o quizás, con tan mala suerte como él, habían sido apresados. En un silencio absoluto se descubrió rezando por su seguridad. Deseó, como jamás lo había hecho, que hubieran vuelto sanos y salvos al pueblo.

Se obligó a alejarlos de su mente y se forzó a valorar de forma objetiva su situación. Si lo habían apresado el bando enemigo, habría puesto en peligro la misión. Tenía que salir de allí por su propio pie, no podía esperar que siempre que estuviera en peligro apareciera alguien para salvarlo. Primero Asuma, luego Temari… Ahora, debía ser él mismo, si no, estaría muerto en cuestión de horas.

Debía mantener la calma, esforzarse por trazar un plan. Apenas podía respirar y sabía que en cualquier momento perdería la conciencia. Su mente estaba vacía. Por más que se esforzaba y concentraba, era incapaz de hilar un pensamiento coherente. ¿Por qué seguía con vida?

Una sensación de mareo le sobrevino, el mundo se inclinó bajo él y, al poco, perdió la conciencia.


Un kunai le rozó la oreja derecha y, aún no había abierto la boca para avisar a sus compañeros, cuando se vieron rodeados. En la espesura de un bosque enemigo, los iban separando. Ni ella, ni él podían escapar para cumplir por lo menos con parte de la misión. No podía pensar, no tenía la suficiente sangre fría en ese momento, viendo como sus amigos se iban dispersando, encaminándose solitariamente hacía una muerte segura.

Vislumbró la cabellera rosa de Sakura entre unos arbustos a su derecha, escuchó los ladridos de Akamaru a lo lejos y las explosiones que producían las replicas de Naruto al desaparecer. Quería ir a ayudarles, pero eso equivaldría a dejar libre al ninja que había conseguido retener. Buscó desesperado una cabellera rubia y, al fin la vislumbró entre unos arbustos avanzando de espaldas hacía un claro. Se movía con agilidad. No debía estar herida, dio gracias al cielo por ello. Quizás, demasiado pronto.

Otro ninja, no, una réplica del mismo que peleaba contra la chica, se acercaba en silencio por su espalda, sin producir ningún ruido que la alertase. No podía ayudarla sin que los matasen a los dos, a todos.

-¡Ino! ¡A tu espalda!

El aviso llegó a la rubia demasiado tarde, quien, girándose al oír el grito de alerta, recibió el golpe en el costado, mientras conseguía clavar un kunai en el hombro de su atacante. Este, comenzó a reír, ignorando la herida infligida y sin desaparecer, viendo como las ropas femeninas se teñían lentamente de rojo.