Shiny Deadly Love - Brillante amor mortal
Prologo
Sintió la sangre, cálida, sobre su rostro.
Las gotas resbaladizas pasando por sus mejillas, embarcándose en un camino hacía sus labios.
No pudo evitar pasar su lengua por la zona, saboreándola.
Solo podía sonreír.
Sonreír tanto que sentía que su cara no era suya. Ajena. Extraña.
Pasó las manos por los trozos de carne regados por el suelo, disfrutando de la sensación placentera de aquellos montículos viscosos en la yema de sus dedos. Disfrutando del rojo carmín en sus manos. En sus brazos.
En el suelo.
En las paredes.
En las ventanas.
Si, había hecho un desastre.
Pero era parte de su acto.
Si, su acto para hacer a todos felices.
Sonrió con calidez.
La calidez que siempre le daba el ver a alguien sonreír con su actuación.
Acarició la hoja metálica y tomó la navaja ya manchada de sangre. Volvió a pasar su lengua por sus labios. Siempre se sentía bien aquel sabor en su boca.
Aquel sabor ajeno.
Con su mano libre tocó el rostro de aquel hombre. Sus mejillas pálidas. Su nariz puntiaguda. Sus cejas prominentes. Su cabello negro como el carbón. Sus labios sonrosados.
¿Por qué no sonreía?
"Deberías sonreír. Tus victimas estarían sonriendo de felicidad al verte expurgar tus pecados."
Metió el filo de la navaja en la boca de esa cabeza ya desprendida de su sitio, y comenzó a cortar las esquinas, rebanando las mejillas.
La mandíbula cayó por su propio peso al no tener músculos que la mantuviesen intacta.
Soltó una risa y se alejó un poco, admirando su obra.
"Todos deberían sonreír al hacerse justicia."
Soltó un suspiro.
Dio tres pasos hacia atrás y se dejó caer en el sofá. Sin estar realmente pendiente de mantener su asiento limpio.
Miró al frente, observando aquellas ventanas donde podía ver toda esa oscura y tenebrosa ciudad, así como unas luces de colores se movían en la distancia. También podía oír las sirenas en la lejanía.
A veces solo quería apagar ese sonido como si se tratara de un televisor.
Incluso siendo quien era, a veces las sirenas la ponían nerviosa, así como en otras la hacían sentir en casa.
Debía ser la culpa.
Se quedó mirando los rasguños que su invitado había hecho en el piso.
Él se había divertido a pesar de todo. No merecía tal diversión, pero era lo mínimo que podía hacer por ese hombre. Para que se fuera feliz. Completo. Realizado.
Escuchó los pasos haciendo eco a la distancia, así como el sonido oxidado del pomo de la puerta.
De pronto toda la oscuridad de la habitación se vio opacada por la luminosidad de una linterna. Tener esa luz apuntándola sin duda era algo que perturbaba su concentración.
No le gustaba que alguien interrumpiera sus actos.
"Atsuko, lo volviste a hacer."
Se sentía a la defensiva en aquel momento, pero era solo temporal. Sabía quién era. Y por ser quien era, no podía odiarla. Ella no merecía un trato así luego de todo lo que habían pasado juntas.
Si hubiese sido alguien más, debería haber atacado.
Sus ojos solo podían ver la silueta desde la posición en la que estaba, sin embargo, no tenía siquiera que mirarla, porque podía saber de inmediato cada movimiento y gesto de ella, incluso podía saber con claridad que mirada le estaba dando.
La conocía demasiado.
"No puedo dejar de hacer esto, Diana, sabes que estoy cumpliendo mis sueños, sabes que estoy haciendo justicia."
Se levantó del sofá y caminó por la habitación. Las tablas resonaban, ya apolilladas y dañadas, pero estaba acostumbrada al sonido. En parte, le agradaba. Era como las sirenas, le perturbaban, pero eran parte de su hogar.
Ese edificio roto y maltrecho era su segundo hogar.
Ahí sus invitados podían gritar de emoción cuanto quisieran.
Ojalá otras personas, como aquel hombre, pudiesen oírlo y unirse a la presentación, así hacer justicia de inmediato, pero sería algo difícil de lograr. Debía ser cuidadosa. Debía seguir el camino correcto. Incluso la rubia estaría en contra de algo tan estrambótico. No quería hacerla sentir incomoda.
No quería perder su puesto.
Al menos Diana no se aterraba con sus actuaciones.
Diana estaba acostumbrada a la muerte.
Miró la sonrisa de aquel hombre.
La sonrisa de Diana no era como la de él, como la de los otros. Ella no era como los demás.
Se acercó lo suficiente para tapar con su mano la fuente de luz. Todo su alrededor terminó iluminado por pequeños visos de luz amarilla con manchas rojas. Había manchado la linterna con sangre, pero aun así le gustaba aquella vista, era casi artística.
Sonrió.
Nunca estaría harta de hacer ese tipo de arte. De hacer sonreír a su público. De cumplir sus sueños.
"A veces siento que no podré seguir acompañándote…"
Sus ojos azules parecían opacos. Debía ser la oscuridad del ambiente.
Su rostro estaba tan sobre controlado como de costumbre, cualquiera lo diría, pero la conocía lo suficiente para leer la tristeza en sus ojos. Empezaba a ponerse ansiosa al respecto, la comprendía. Las cosas se habían salido de control con el pasar del tiempo.
Lamentaba haberla metido en eso, y Diana lo tenía claro.
Pero ya no había vuelta atrás.
"Pues yo podría hacer esto toda mi vida."
No podía mostrarse deprimida, o solo empeoraría las cosas.
Soltó una risa y se alejó lentamente. Pero estaba haciéndolo bien. Estaba haciendo justicia, y solo lo hacía cuando la placa no era suficiente. Seguía siendo ella misma. Seguía haciendo lo correcto.
Pero había algo bello en todo eso.
Solo quería seguir mirando las ventanas. Sin duda las manchas rojas en el cristal, las piezas viscosas y el charco de sangre frente a ella le daban una imagen asombrosa. La cabeza degollada sonriente le daba aún más gloria a su obra.
Se había acostumbrado al arte.
Chariot estaría orgullosa de ella.
