Sí, he vuelto después de mucho tiempo. Aunque el fanfiction a continuación no es exactamente algo que escribí ayer, sino en cierta NaNoWriMo hace casi tres años. Nunca lo había publicado acá y nunca terminé de hacerlo en mi blog, así que esta vez quiero corregirlo (porque el hecho de participar en un lugar donde había que escribir mucho en poco tiempo, me obliga a editar los capítulos cada vez que los leo) para poder terminarlo completamente y así acabar con mi conciencia que me lo recordaba cada vez que quería escribir algo orz.
Personajes: Rikkai, Kirihara Akaya principalmente.
Advertencias: AU.
Disclaimer: Personajes pertenecientes a Konomi Takeshi.
La Luna de Rojo
Prólogo: Nostalgia
Kirihara Akaya volvía a su hogar cerca de las nueve de la noche después de haber pasado la tarde jugando en el arcade que se encontraba en el centro comercial cerca de su casa. Hacía un tiempo que no hacía tal cosa, ya que su vida estaba sorprendentemente sumida en los estudios, ahora que tenía mayor responsabilidad de tener calificaciones decentes en la universidad. De cualquier forma, su personalidad era tan explosiva y habitual de siempre, con las mismas ambiciones de ser el mejor. Sin duda, el temperamento era algo que no se podía cambiar de la noche a la mañana.
Para su alivio, las vacaciones se acercaban a paso más rápido de lo que esperaba al sentir los días cada vez más cálidos. Se rascó su cabeza con pereza, manteniendo esos imposibles cabellos oscuros intactos, los cuales parecían haberse quedado enredados de por vida y por lo tanto, conservando el apodo de "cabeza de algas" hasta estos días, desde que cierto senpai en la escuela había iniciado aquella fastidiosa moda de llamarlo así.
Ahora que lo pensaba bien, ¿qué haría en el verano? Por supuesto que quería descansar y disfrutar algo de su tiempo con sus preciados videojuegos que todavía guardaba como tesoros en una caja debajo de su cama. Por los rumores de sus compañeros, no había ninguna actividad extracurricular relevante en kinesiología, así que sus días de ocio serían más. También estaba el hecho de que habían anunciado un verano mucho más caluroso de lo normal y no era para nada refrescante quedarse en casa todos los días, por lo que sus videojuegos no le emocionaban tanto como en secundaria, cuando después de clases iba junto a Marui-senpai y Jackal-senpai a… ¿qué sería de la vida de Marui-senpai y Jackal-senpai?
Finalmente llegó a su casa, verificando que sólo su madre estaba en ella. Su hermana mayor había partido de allí hacía dos años atrás, cuando decidió casarse e irse a vivir a la capital. Al principio, Akaya se sintió más solitario de lo que podía admitir, de manera que después de haber llorado un poco el día de la despedida, nunca más expresó sus sentimientos acerca de ello y sólo le deseó suerte, además de advertirle que si ese bastardo le hacía algo, él iría personalmente a romperle la cara.
Fue a la cocina y tomó un vaso de leche. Luego miró sin mucho interés la televisión que hablaba sobre una serie de asesinatos de los cuales no se sabía con exactitud el paradero del victimario. Afirmaban que se trataba de un tipo listo, muy normal en apariencia y que no pasaba los treinta años de edad. Se decía que su personalidad se adecuaba más bien a un individuo carismático, agradable y amistoso, que a simple vista no podría confundirse nunca con un sujeto que gustaba jugar con la muerte ajena. Akaya permaneció inerte frente al televisor unos segundos más, mientras su semblante se relajaba al escuchar que aquello había ocurrido en Norteamérica, algo bastante común por esos lados. No había podido evitar sentir un escalofrío con las descripciones de las muertes de las víctimas, así que instintivamente cambió de canal. Se detuvo en uno cuando se percató que la sección de deportes estaba a punto de comenzar, así que se sentó en el sillón más cercano y con su vaso en mano, decidió quedarse a mirar.
Su mirada se suavizó un poco cuando el conductor hablaba sobre el campeonato de Wimbledon que se realizaría en unos pocos días. No pudo evitar recordar con nostalgia sus años de secundaria y sus deseos de convertirse en el tenista número uno de Rikkai Dai, de sus intentos fallidos por derrotar a los llamados tres demonios que le dificultaban el sueño de llegar a la cima y de los dos campeonatos ganados por su equipo cuando estaba en primer y tercer año respectivamente. El sabor aún era amargo cuando en su segundo año perdieron la final, pero al siguiente —en parte porque no estaban sus superiores—, pudo revertir la situación y sentirse orgulloso de sí mismo por lograr un campeonato gracias a su propio esfuerzo y dedicación de principio a fin.
¿Qué pasó con todos esos anhelos de seguir el sueño de ser un tenista profesional, entonces? Honestamente, ni él mismo lo sabía con exactitud. Quizás era porque sus superiores tampoco siguieron esa línea y se enfocaron en objetivos que poco tenían que ver con tenis. El hecho que Japón no fuera precisamente un país que exportara cantidades de talentosos tenistas no le ayudaba en lo absoluto y pensó en algo más tangible y rentable. También era cierto que ni él mismo se caracterizaba por ser alguien con una gran madurez, pero hasta un estúpido se daría cuenta que seguir un ingenuo sueño no duraría toda la vida, pensó después.
Caminó con paso lento hacia su habitación, retomando sus pensamientos de hacía unas horas atrás, preguntándose qué demonios era de las vidas de Marui-senpai y Jackal-senpai. ¿Era adecuado llamarlos así todavía? Esa era una costumbre que no podría dejarla de un día para otro, más aún sabiendo que hacía años que no los veía como para llamarles de otra forma. Seguramente Marui-senpai ya tenía una pastelería con toda esa obsesión por los dulces. Jackal-senpai parecía ser el más centrado de todos, así que se lo imaginó trabajando o estudiando algo más bien normal, ¿o tal vez se fue a Brasil? No era algo realmente utópico de figurarse, pero tampoco había oído noticias respecto a eso, por lo que probablemente todavía estaba en el país. Por lo menos lo sabría por medio de Yanagi-senpai, hasta ahora el único con el que había mantenido comunicación. Y tampoco era que hablaran mucho; la última vez había sido hacía casi tres meses atrás, pero por lo general, no hablaban de la vida de los demás regulares de aquel invencible equipo, sino de cosas más bien actuales y realistas, como pedirle ayuda en biomecánica y aumentar su capacidad física cada vez que jugaba tenis los fines de semana en las canchas callejeras con algunos amigos y compañeros de clase.
Por supuesto, siempre pasaba que cuando uno hacía amigos en la escuela, luego de unos años se perdía el contacto y cada uno buscaba nuevas amistades de acuerdo a sus intereses que habían logrado desarrollar y fomentarlas en su vida como algo más permanente que cuando se estaba con quince o dieciséis años de edad. Akaya no podía decir que los extrañaba, pero a veces sí podía sentirse un poco más nostálgico al recordar aquellos tiempos, donde todo era más sencillo y donde recién comenzaba a explorar el mundo que aquellos amigos le ayudaron a descubrir. Admitía que era fastidioso ser molestado en reiteradas ocasiones, pero no podía evitar pensar que a fin de cuentas, había contribuido en lo que él se había convertido ahora.
—Qué patético pensar en esas cosas —murmuró apenas, recostado en su cama y jugando inconscientemente con una pelota de tenis que sacó de su escritorio.
Miró de reojo perezosamente hacia la ventana, donde se encontraba una hermosa luna llena. El cielo estaba despejado y ya se podía apreciar la calidez del verano, a pesar de que faltaban algunos días para que terminara la primavera.
Y… ¿por qué había ido a jugar al arcade?
De pronto, el aire de su habitación se había ido y el espacio cerrado le sofocaba más de lo normal. Con pocas ganas se levantó y abrió un poco la ventana, dejando entrar la brisa fresca de la noche. ¿Habían advertido un verano más caluroso, verdad? Verdaderamente necesitaba vacaciones esta temporada, por lo tanto, pensar en un lugar donde ir ya debía estar dentro de sus prioridades. Tal vez Yanagi-senpai barajaba muchas opciones, así que se prometió que lo llamaría cuando sus exámenes finales acabaran. Volvió a recostarse en su cama, esta vez para dormir, ya que el cansancio acumulado de la semana lo tenía agotado; pensar mucho no era para nada su especialidad y eso lo tenía más estresado de lo normal, durmiendo más horas de las que normalmente lo hacía, porque si no dormía lo suficiente, corría el riesgo de quedarse dormido en clases, cosa que ocurría a menudo. Era algo bastante característico de su parte, por lo cual debía tomar ciertas medidas para no seguir haciéndolo.
Por suerte, minutos después sus ojos se cerraron fácilmente, cayendo rápidamente en un profundo sueño hasta que su ruidoso despertador lo levantase de un salto a la mañana siguiente. Pero había olvidado algo: había puesto el despertador a las seis de la mañana por inercia, siendo que era fin de semana. No era que importara y ya no tenía la fuerza ni de abrir los ojos nuevamente, así que si sonaba, sólo levantaría su brazo derecho y lo apagaría, continuando con sus preciadas horas de sueño.
A la mañana siguiente, hizo lo establecido la noche anterior: su despertador sonó, se sobresaltó y casi de inmediato con su mano buscó torpemente el objeto, pero cuando lo tocó, éste cayó estrepitosamente al suelo, haciendo incluso más ruido que antes. Sin embargo, después del estruendo, todo volvió al habitual silencio de la mañana. Estaba a punto de regresar a su cama y retomar el sueño luego de recoger el reloj y dejarlo sobre su mesita de noche, pero su teléfono móvil quiso lo contrario. El morocho pensó que quizás había dejado el teléfono con la alarma programada, ya que solía hacer eso cuando sabía que al otro día sería incapaz de levantarse tan fácilmente. No obstante, el aparato volvió a sonar, dejando entrever que definitivamente no era la alarma, sino que alguien lo estaba llamando. Lo contestó de mala gana y aún dormido, asintió con pesar, musitando de vez en cuando algunos escasos monosílabos.
Se dejó caer abruptamente sobre la cama para luego levantarse casi al instante, sabiendo que debía salir hacia las canchas de tenis callejeras en unas pocas horas. Bajó directamente hacia la cocina para comer algo antes de salir, encontrándose con su madre. La saludó fugazmente, sacando un vaso para llenarlo con leche. Era común tomar leche con regularidad, puesto que era una costumbre que había adquirido desde secundaria.
Prendió el televisor para encontrarse nuevamente con aquella aterradora noticia del asesino en serie de Norteamérica. Aún no se encontraban pistas concretas de quién era ese sujeto y cuál era su real propósito a tanta masacre. Sólo estaban esos bosquejos de un presunto perfil inofensivo y los testimonios de personas que escucharon alguna cosa o eran cercanos a las víctimas fatales. Pero no pudo entender más que la información de los noticiarios japoneses, ya que lo demás era evidentemente en inglés, idioma que nunca aprendió mucho más allá de lo básico, siendo una de las asignaturas más odiadas dentro de todas las que odiaba en la escuela.
¿Qué motivos tenía para matar? Razonó el muchacho pensativo, rindiéndose ante la curiosidad de la noticia. "Seguramente debe estar loco", concluyó luego de escasos minutos meditando sobre la posible mentalidad del tipo y las causas que lo motivaron para hacer tales actos.
No le dio más vueltas al asunto y tomó sus cosas para salir. Era una mañana primaveral refrescante, ideal para salir a hacer deporte. Pasó por unos pequeños locales comerciales donde había alguno que otro arcade, pensando en lo malísimo que había estado para jugar la tarde anterior y de lo rápido que se frustró al ver que, a medida que jugaba más, el resultado era peor. Aún no encontraba razón por haber vuelto a jugar después de meses de no hacerlo, pero tampoco le dio mucha importancia, ya que llegó al lugar predestinado, encontrándose con algunos chicos a los cuales conocía hacía años en su vecindario, sacando su raqueta casi de inmediato y retándolos a jugar a un set, olvidando temporalmente sus pensamientos previos.
Los resultados de los juegos por lo general eran los mismos: Kirihara terminaba jugando contra dos o tres chicos y los terminaba venciendo unos seis juegos a cuatro, promedio. A pesar de que jugar tenis se había convertido en sólo un pasatiempo de fin de semana, aún mantenía el hambre de la victoria y sus capacidades físicas intactas a sus veintidós años de edad. Por el contrario, si perdía un partido, su irritación era incuestionable, aunque no sabía de derrotas hacía bastante tiempo de todas formas.
—¡Oye, Akaya! —el último chico que venció, se acercó al morocho, quien se hallaba sentado refrescándose con una botella de agua, sacando de su bolso con la mano que tenía desocupada, una toalla. Kirihara lo observó con cierto interés, puesto que traía en sus manos algo parecido a un folleto—. Escuché que estabas viendo algún lugar para pasar el verano y ayer acabo de enterarme de esto.
El chico le entregó el papel que Akaya tomó con poca delicadeza, leyéndolo. Trataba sobre una especie de jardín botánico que abrirían al público en pocas semanas, con entradas con descuento para la temporada que se avecinaba. El chico de cabellos enredados observó perplejo al chiquillo que estaba a su lado, como si la idea de visitar un jardín botánico en verano fuera algo grandioso. Era más, la sola idea de pensar estar por allá era ridícula: ¡No tenía idea de plantas y esas cosas! Ni tampoco estaba interesado en saber. Lo poco que sabía de plantas era lo que Yukimura-buchou le había enseñado años atrás, cuando sin querer él le llevó una, mientras su capitán estaba en el hospital, enterándose después por parte de Yagyuu-senpai, que aquella planta no era apta para cuidarla en un lugar como ése. Así que desistió en regalarle ese tipo de cosas ni saber nada de ellas.
—No me interesa —murmuró, devolviendo la hoja—. No es divertido —se justificó, aunque en realidad, quería decir que pensar en pasear por ahí era simplemente estúpido.
—Creo que no entiendes mi punto, Akaya —la sonrisa del muchacho era demasiada atractiva para no querer saber más, así que lo incitó con la mirada curioso para que continuara—. Cerca de ahí, hay un lugar donde puedes acampar. Es bastante conocido entre los jóvenes. Se habla de una leyenda urbana que trata acerca de extrañas muertes.
—¿Extrañas muertes? —preguntó Kirihara precipitadamente, esforzándose en no sonar tan temeroso como creía estarlo. Sin poder evitarlo, sus pensamientos fueron a caer directamente al noticiero que narraba sobre un autor aún desconocido, causando asesinatos tan macabros, que podía compararlos con aquellos que veía en las películas o en sus propios videojuegos de pelea. Hasta esa altura, la idea del jardín botánico cautivaba un poco más, pero tampoco le agradaba mucho el hecho que la muerte anduviera rondando por lugares en los cuales él sólo quería descansar y divertirse.
—Así es. No es un rumor muy extendido aún, pero seguro será popular con la inauguración de este lugar —comentó feliz señalando el panfleto, mientras Akaya aún no podía encontrar lo positivo del asunto—. Podrías considerarlo.
—Sí, seguro —contestó automáticamente, quedándose con el papel que nuevamente había recibido.
Observó el folleto otra vez, viendo lo ingenuo y feliz que se mostraba la publicidad hacia la gente, escondiendo quizás qué cosas cerca de ese lugar. Seguramente los tipos involucrados sabían esto o más aún, eran responsables del rumor sobre las muertes y precisamente por eso, abrieron un jardín botánico para no levantar sospechas. Finalmente, Akaya se levantó del banco, golpeándose mentalmente en pensar más de la cuenta estos últimos días.
Lo extraño del asunto, era que todo ese tema le estaba seduciendo más de la cuenta. No podía negar que los estudios lo tenían agotado, pero no había tenido una aventura en años. Su vida se estaba volviendo monótona y aburrida, sabiendo que si no hacía algo bueno en vacaciones, llegaría de mal humor e incluso más histérico de lo que ya estaba ahora.
Pensó que sería una buena idea llamar a Yanagi-senpai y preguntarle acerca de la veracidad de esos rumores, aunque ahora admitía que si su superior lo desmentía todo, se sentiría un poco desilusionado. De todas formas, ya lo había decidido e iba a investigar un poco más sobre el asunto antes de hacer sus maletas y emprender viaje.
Guardó todas sus pertenencias dentro de su bolso y se fue del lugar incluso un poco más temprano de lo usual, excusándose que tenía cosas que hacer. Llegó a su casa, dirigiéndose directamente hacia el baño para darse una ducha rápida y volver a su habitación. Haciendo esto, prendió su computadora y buscó en la red el anuncio del nuevo jardín botánico que se inauguraría los primeros días de verano. Y no demoró mucho en encontrarlo: una página web adornada de una manera extravagante, casi igual o peor que el anuncio del papel donde indicaba aquella dirección. Pero nada de muertes. Nada de historias urbanas donde hablara de asesinatos ni nada por el estilo. Era muy obvio, pensó Akaya después, que nada de eso saldría por internet, al menos que la fuente fuera de alguien que ya hubiese ido a ese lugar, enterándose sobre el incidente o en el mejor de los casos, que hubiese vivido en carne propia sobre el acontecimiento, casi al borde de lo sobrenatural.
Buscó entre los contactos de su teléfono móvil el número de Yanagi-senpai. Seguro que él sabía sobre todo eso y si no sabía, mejor aún, porque no dudaría en averiguar a fondo sobre el asunto. Esperó impaciente que contestara, así que cuando escuchó el tono, se apresuró en hablar.
—¡Yanagi-senpai! Q-quería preguntar…
—Estás hablando con el buzón de mensajes de Yanagi Renji. En este momento no puedo atenderte, pero si es urgente, por favor deja un mensaje después del tono.
—Y-Yanagi-senpai —comenzó Akaya lentamente. Odiaba esos malditos mensajes automáticos porque nadie al final los escuchaba, pero no que fuera demasiado urgente su motivo. De todas maneras, decidió dejarle el recado si es que lo escuchaba, sino, siempre podría llamarlo más tarde o en otro momento—. Soy Akaya. La verdad es que no es exactamente urgente lo que quería preguntar, pero necesito saber sobre cierto lugar, relacionado con unos rumores que seguramente debes saber si son verídicos o no. E-eso es todo. Espero recibir tu llamado de vuelta. Adiós.
No habían pasado ni cinco minutos cuando su móvil sonó, mientras el chico se maldecía él mismo por la falta de léxico cada vez que hablaba por teléfono con su senpai. Al ver el remitente, no pudo evitar sonreír, sabiendo que la información que acaba de dar, era demasiado fascinante para alguien como él —alguna vez— denominado Data Master.
—¿Akaya?
