Bueno mis fieles lectoras jaja ke mas deciros k MIL GRACIAS por toooodoooos vuestros reviews, vuestra fidelidad y vuestro apoyo(parezco una madreeXD)

Aquí estamos con una nueva historia, una nueva parte de mi k pongo a vuestra disposición para vuestro disfrute. La idea de este fic se me ocurrio de repente y salio de la nada PERFECTA xk la verdad sk toy disfrutando kmo una pekeñaja escribiéndolo(no sk sea adulta tmpkXD)

Aunk tiene sus momentos difíciles jajaj sobre todo el pj de salazar me resulta complicado, pero los desafios son lo mejor.

Voy a dejar de enrollarme y las voy a dejar leer jejej ojala disfruten tanto leyéndolo como yo disfruto escribiéndolo.

ENJOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOYYY^^

oooooooooooooooOOOOOOOOOOOOOOOOOOooooooooooooooo

La bruja y la serpiente

Capitulo 1: Regalo

La pequeña bruja abrió sus negros ojos a la claridad matutina que ya se filtraba por su ventana. Una chispa de emoción infantil alentaba su mirada mientras se levantaba de la cama poniéndose las zapatillas de un salto y bajaba corriendo las larguísimas escaleras de la mansión.

Era la mañana de su cumpleaños y mama había prometido que este año le regalarían algo especial ya que era su decimo cumpleaños. Se sentía como si tuviera un saltamontes juguetón metido en el pecho, dando saltos arriba y abajo, no podía esperar a ver su regalo.

Entro en el opulento salón y resbalando por el suelo de parquet, llego a todo correr hasta el comedor. Allí la esperaba ya su familia. Su padre, un hombre alto de cabello liso negro azabache con un rostro de rasgos aristocráticos, se sentaba la cabecera de la mesa. A la derecha de este, estaba su madre, su larguísimo cabello rubio le caía en cascada hasta más de mitad de espalda y tenía el porte de una reina. A la izquierda de su padre, estaba su hermana mayor, Andrómeda, a diferencia de su hermana menor, Narcisa, esta tenia el cabello de un apagado color castaño y toda la magia de su persona residía en la impresionante vivacidad de su mirada, habiendo heredado los iris celestes de su madre. En cambio la pequeña Cissy era realmente hermosa, una belleza rubia que había heredado todos los rasgos de su madre y levantaba elogios de todo aquel que fijaba los ojos en su carita.

De las tres Hermanas, Bellatrix podría haber sido considerada la más corriente, dejando de lado su salvaje melena de rizos obsidiana. Pero sus padres estaban seguros de que su indómito carácter la haría especial.

La familia Black clavo los ojos en la pequeña que, parada en el umbral de la puerta, los observaba a todos con los ojos muy abiertos y una radiante sonrisa de felicidad. Su despeinada cabellera le daba un aspecto graciosísimo y al poco tiempo los cinco estaban riendo.

-Ven, pequeña- llamo su padre con su voz que por mas suave que fuera tenia la autoridad de una orden.

La sonrisa de la niña se desvaneció al instante. El no... Con el no. Por su pequeño cuerpo se extendió un escalofrió y su hermana mayor bajo la vista, dejándola fija en su plato de avena.

-Bellatrix, tu padre te ha llamado.

La pequeña volvió en si, trago saliva y componiendo la mejor sonrisa que fue capaz, anduvo hasta su padre y permitió que este la sentara en su regazo. Las enormes manos del hombro le acariciaron los rizos sin mucho tiento, dándole tirones.

-¿Dime, estas contenta mi amor?

Bella miro a las demás mujeres de su familia antes de responder. Su hermana Andrómeda comía todo lo rápido que podía, su madre la miraba extrañada y Narcisa mostraba una sonrisa de ingenua incomprensión.

-S...si- consiguió articular la brujita

-¿Si que?- dijo su padre con una dulzura que la niña estuvo segura era fingida.

-Si, padre.

-¿Has sido una buena chica para que podamos darte tus regalos?

Niña Buena...

Por la mente de la niña cruzaron un montón de imágenes que intento aplacar. El sonido de la tela al ser rasgada, de enormes manos tocándola y haciéndole cosas que ella sabía que estaban mal. Cosas que los papas buenos no les hacían a sus hijas pequeñas.

-Si, padre...- repitió como una autómata, sus negros ojillos ahora desprovistos de brillo.

-Bien, -dijo su madre con un tono de voz nervioso ahora. Le cogió la mano bajándola del regazo de su padre y le acaricio los rizos con mas ternura- mira Bella, allí están tus regalos- dijo señalándole un enorme montón de paquetes forrados con papeles de colores, al lado de la chimenea.

Todas las cosas feas que había estado pensando, quedaron nuevamente cerradas bajo llave en el baúl de las pesadillas y la alegría infantil volvió a llenarla de expectación.

-¿Todo eso es para mi?- dijo impresionada.

-Si, cariño- dijo su madre que la miraba con un extraño brillo en los ojos- los diez años son algo muy especial.

La brujita no parecía decidirse del todo, se quedaba el sitio, botando suavemente sobre sus pies, sus rizos marcando el compás.

-¿A qué esperas Bells? ¡Ábrelos!-le llegó la voz chillona de Cissy.

Como un resorte, la niña salto hacia adelante y fue a por sus regalos. Los abrió todos uno tras otro y solo encontró cosas que ya tenía: lazos, vestidos, muñecas y algún que otro libro. Cuando hubo abierto hasta el ultimo de ellos, se giro hacia su familia, y recordando la educación recibida se mostro agradecida por los presentes, pero no consiguió ocultar del todo su decepción.

-Muchas gracias, todos eran...muy bonitos-articulo ahogando un sollozo.

-Me alegro querida, pero...aun te falta por abrir el nuestro- dijo su madre.

Bella observo la misteriosa sonrisa que afloraba a los labios de su madre y la encandilaba. Se percato de que su padre no estaba en la habitación y en ese momento lo vio entrar por las puertas dobles que guardaban la entrada de la casa con una gigantesca caja verde esmeralda flotando a pocos centímetros del suelo a su lado.

-Ven hija, abre nuestro regalo- llamo el padre

-¡Si Bells!-chillo Cissy- es súper bonita. Ayer la-

-¡CHSST! Cissy, se supone que es una sorpresa- la reprendió Andromeda.

Bella se acerco con cautela a la caja, que ahora estaba apoyada en el suelo. Sus hermanas y su madre se unieron a ellos y observaban cada movimiento y gesto de la pequeña.

Con manos temblorosas la niña rasgo el papel que envolvía la caja, poco a poco desvelando las escuadras de un recipiente de cristal, dentro había algo que se movía.

Dio un respingo y se alejo del paquete.

-¡Se mueve!-chillo con delicioso temor.

-Termina de abrirlo- insistió Andromeda con impaciencia.

Una vez el papel estuvo completamente arrugado a su lado, frente suyo quedo un precioso terrario de cristal pulido en cuyo interior estaba el animal más bello que Bellatrix había visto jamás. Una preciosa pitón enrollaba sus anillos camuflados de marrón, verde y negro, entre las virutas de madera del fondo de su nuevo hogar.

-Es...preciosa- consiguió articular-Muchas gracias- dijo mientras abrazaba a su madre – Gracias.

-La verdad es que fue idea de tu padre- admitió ella y las empujo hacia el hombre. La niña se quedo parada frente a el y manteniendo los ojos fijos en las borlas al final de sus zapatillas le dio las gracias también.

-Venga, llévala a tu habitación y hazle un buen sitio. Ayúdala, mujer- dijo a su esposa.

Su madre ayudo a Bella a subir a su nueva amiga a su habitación y allí le hizo un espacioso lugar en la estantería que tenia frente a su cama. Cuando su madre se retiro, la niña se quedo embelesada mirando al animal.

En los días siguientes descubrió que podía quedarse horas enteras observándola dormir, curvar sus suaves y majestuosos anillos, ver sus brillantes escamas arrancarle reflejos al mismísimo sol. Amaba al animal y a veces sentía como si pudiera comprenderlo, otras como si quisiera decirle algo. Más de una vez reptil y niña se quedaban mirándose fijamente a los ojos, como si buscaran conocerse más a fondo.

La niña aprendió que la serpiente era un ser hermoso y la serpiente también comprendió que la niña lo era.

Esa semana su padre no acudió a verla. Cada noche cuando a las 9 su madre la metía puntualmente, ella se quedaba con las mantas echadas por encima de de la cabeza y todos los sentidos alertas. Siete días haba esperado a escuchar el débil crujido de la puerta al abrirse sigilosamente, la helada corriente de aire que envolvía su cuerpo cuando las mantas eran retiradas, el miedo que nublaba sus sentidos. Pero nada había ocurrido y había conseguido dormir sin pesadillas y con la seguridad de que la sierpe era como un guardián.

Cundo creía que ya nada volvería a ser como antes, que el terror y la vergüenza habían pasado, el volvió a reclamarla.

Se había metido en la cama con esa nueva sensación de seguridad que la embargaba últimamente y cuando sentía que se deslizaba hacia la inconsciencia, un conocido crujido hizo que sus ojos se abrieran de par en par y todo el vello de su cuerpo se erizara. La niña no se atrevió a volverse, estaba aterrada de lo que estaba segura que vería. Pero no fue necesaria la vista, para atestiguar lo que el tacto de una helada mano en su nuca le confirmo.

-Hola mi pequeña- oyó la voz suave que la aterrorizaba- ¿Lista para ser una niña buena?

Una solitaria lágrima emprendió una precipitada huida por su mejilla, ahora desprovista de color. Las fuertes manos, o garras como ella las llamaba, la incorporaron en la cama. En la semipenumbra solo conseguía vislumbrar la silueta del monstruo. Las garras descendieron rudas por su pelo, su cuello y desabrocharon su camisón inclementemente. Tomaron lo que quisieron de su pequeño y desvalido cuerpo, deshonrándola, humillándola, rebajándola.

No se prolongó durante mucho, nunca lo hacia. En un momento el monstruo jadeo en su oído, un jadeo aterrador y descargo sobre sus menudos muslos su horrible acido. La niña mantuvo los ojos fuertemente cerrados en todo momento, por más que el monstruo intentaba tentarla con sus sucias mentiras y sus trucos.

Las mantas volvieron a su sitio, aunque no así el aliento de la pequeña. Y la lengua viperina del monstruo golpeo su oído.

-Adiós, hija mía.

La puerta volvió a cerrarse tras el y la niña dejo de llorar inmediatamente. Haba aprendido que eso no servía de nada, nadie venia a consolarla, ni a curarla, ni a arreglar lo que el monstruo hacia sobre ella. Simplemente al día siguiente, sus sabanas eran cambiadas y su camisón renovado.

Afortunadamente ella se iría a Hogwarts el año que viene, un lugar maravilloso según le había contado Andromeda, en el cual no había ningún monstruo y podías dormir tranquila todos los días.

Bella pego la mejilla al helado cristal del terrario de la serpiente y acompaso su respiración a la de esta, viendo el subir y bajar de sus anillos. Eso siempre la tranquilizaba. Le preocupaba que su amiga hubiera visto lo que el monstruo le había hecho y por eso no la quisiera mas, pero cuando la saco del terrario, esta enrosco sus anillos en torno a ella con la misma apretada calidez de siempre. Una ilusionada sonrisa se dibujo en su rostro.

-Que bien, creía que ya no me querrías más.

Un suave silbido salió de entre las mandíbulas del animal que la miraba con fijeza. Tras estar así un rato, devolvió el reptil a su "cama", como decía ella y se fue a dormir con el sueño inquieto que tenia tras los ataques del monstruo.

Pero esa noche fue diferente. La brujita soñó con cosas que no comprendía. Soñó con hielo, riquezas, poder y sobre todo, dos intensos ojos esmeralda que la observaban con el fin, ella estaba segura de eso, de guardarla de todo peligro.

Pero por más que los ojos como brillantes gemas, la velaban en su atormentado sueño, el monstruo seguía tomándola.

La niña creció y se convirtió en una joven que encontró en Hogwarts y en su serpiente, un refugio para el horror que era su realidad. Pero Bella era una chica extraña, por la noche sus compañeras la escuchaban gemir y debatirse en sueños y todas conocían su miedo aberrante a la oscuridad.

A diferencia de sus hermanas, Andromeda un año mayor y Narcisa un año menor, Bella no tenía amigos. No porque la gente la evitara, sino al revés. Ella era una chica de buena familia, a la que la mayoría d chicos y chicas sangre pura se acercaban con la ilusión de poder hacer alarde su amistad con una Black. Bella odiaba esta hipocresía.

Conforme había ido creciendo, había comprendido que era lo que su padre le hacia y como la pantalla ilusoria que sus padres levantaban frente a los demás, ocultaba con eficacia los horrores que guardaba la "modélica" familia Black. El rencor se había ido acumulando poco a poco en su corazón, ante la impotencia de sus hermanas y la pasividad de su madre.

Una única vez habían intentado las mujeres levantarse contra su despótico dominador. Todas menos Narcisa habían acabado en el Hospital San Mungo. El patriarca Black, sentía cierta predilección por Narcisa, nunca le había tocado un mísero pelo, por mas cosas que la niña hiciera, por eso las demás intentaban que ella hiciera de conexión entre ellas y el, pero una y otra vez descargaba su furia sobre Bella, su madre y su hermana mayor.

Para hastió de la joven, se habían visto obligadas a rendirse y someterse a las humillaciones del hombre, pero había una cosa que atormentaba a Bella cada noche que pasaba en su casa.

Hasta ahora todas las veces que el la visitaba, se veía obligada a aguantar que su cuerpo se viera ultrajado por sus manos, pero el nunca había intentado llegar mas lejos. En el fondo de su alma, la joven sentía miedo de cuando ese día llegara.

Se sentía atrapada, sabia de sobra que solo había una salida para el laberinto de pesadillas en que se había convertido su existencia, pero no tenia el valor necesario para hacerlo. Así que se limitaba a mirarse en el espejo cada mañana y asquearse del ser en que la habían convertido.