Disclaimer: Candy Candy y sus personajes pertenecen a Mizuki e Igarashi respectivamente, así como también "La Cenicienta" pertenece a sus respectivos autores. La historia que leerán a continuación es de mi autoría, matizada con sucesos del cuento original y realizada con el único fin de entretener.
OJO: Todos mis fics suelen contener lemmon, en algunas ocasiones no serán frecuentes o explícitos, pero podría suceder que sí, motivo por el cual hago esta advertencia.
La Cenicienta de Broadway
Por: Wendy Grandchester
Capítulo 1
Nueva York, 1912
Hace muchos, muchos años, en un vecindario de clase media alta, vivía Candy Johnsson, una niña de diez años, con rebeldes rizos rubios, traviesos ojos verdes y una naricita pequeña y respingada, salpicada de pecas que se esparcían también por sus mejillas rosadas. Era la hija de George Johnsson, un conocido y prestigioso mercader y de Rosemary Andrew, quien en sus mejores tiempos había sido una talentosísima actriz de Broadway.
—Uno, dos, tres, ¡al escondite inglés!— Contó un niño pelinegro de anteojos, apoyado contra un árbol, la frente pegada al tronco.
La pequeña Candy, con otro amigo entrañable de su infancia, se apresuraba a esconderse.
—¡Te encontré!— Dijo con triunfo a su hermano, un castaño de ojazos color miel, dos años menor que él que tenía doce.
—¡No cuenta! Estas flores me causaron alergia y estornudé...
—Pues mala suerte, te he atrapado.— Stear se encogió de hombros ante su hermano Archie.
—Ahora hay que encontrar a Candy.
Recorrían las grandes tierras y pastos que rodeaban la casa, pero no tenían éxito buscando a Candy. La rubia, entre las altas ramas de un árbol, los observaba y se reía.
—Vale, Candy, nos rendimos, aparece ya.
—¡Te he ganado el caramelo! ¡Dámelo!—Le exigió a Stear bajando del árbol de pronto.
—¿Escuchan eso?— Preguntó Archie mientras Candy iba degustando el caramelo.
—Han de ser tus tripas que andan revueltas, ya debe ser hora de la cena...
—No, escuchen bien...—insistió Archie.
—Es como un zumbido...— comentó Candy.
—¡Corran!— Gritó Stear cuando se percató de que era un enjambre de abejas revueltas.
Los pequeños corrían tan rápido como podían, Candy soltó el caramelo que las atraía y se recogía un poco la falda de su vestido, los hermanos corrían con sus flacuchas piernas que los pantalones cortos no cubrían, pero eran muy ágiles.
—¡Uff! Creo que ya no nos persiguen...
—¡Stear! Apártate.— Candy le dio un jalón, pues un coche que llegaba por poco lo atropella.
—¡De nada te valen esos anteojos!
—¡Papá!— Candy se lanzó al recién llegado que la hizo girar en sus brazos.
—Hola, princesa, sabes que no me gusta que jueguen cerca de la carretera.— Aunque su voz fue autoritaria, no perdió la sonrisa que caracterizaba al hombre de unos treinta y cinco años, alto, cabello y ojos oscuros, un cuidado bigote, gesto serio, pero afable.
—Lo sentimos, señor Johnsson, unas abejas furiosas nos perseguían...— Se excusó Stear.
—Unas abejas hambrientas, creo que querían mi caramelo.
—¿Querían tu caramelo? De seguro esas abejas sabían mejor que tú que a mamá no le gusta que consumas dulces antes de la cena.
—Pero es que lo gané jugando al escondite inglés...
—Y hablando de cena, será mejor que entremos a la casa antes de que tu madre se ponga furiosa... ustedes, niños, ¿no deberían ir a sus casas a cenar también?
—Eh... ¡sí, señor!— Respondieron y se pusieron en marcha.
...
—Rose, ya llegamos.
—Aquí estoy.— La mujer de treinta años, rubia y hermosa, recibió a su esposo con una gran sonrisa, miraba a sus dos amores con adoración.
—¿Cómo te sientes?— George le dio un ligero beso en los labios.
—Mucho mejor...—Aunque mantuvo la sonrisa amplia, sus ojos y su semblante se notaba cansado, como si a cada minuto envejeciera un año.
—¿Estás segura?
—Sí. ¿Cómo te fue en Chicago?
—Mejor de lo que esperaba... ¿Recuerdas el piano de cola que...?
—¡Lo vendiste!
—Así es, un aristócrata pagó una suma ridícula por él...
Todo en esa casa era amor y comprensión, no se escuchaba nunca nada que no fueran risas, algarabía y siempre, en la mesa, durante la cena, había algo nuevo que contar o podían contar cien veces la misma anécdota y reían como si fuese la vez primera.
—Candy, aséate, ya es hora de dormir.
—Pero no tengo sueño, mamá...
—Candy, obedece a tu madre.
Resignada, la niña dejó sus muñecas y fue a tomar un baño, junto con su madre, como si fuera el momento de estar mujer a mujer.
—Es agua de violetas, hacen el sueño más reconfortante.
Con toda la ternura de una madre, sacó a su hija envuelta en una toalla y la ayudó a ponerse su pijama, le trenzó el cabello, la metió en la cama y la cobijó.
—Mami, ¿me cuentas una de tus fabulosos historias de Broadway?
—Me temo que has agotado todo mi repertorio.
—Me gusta escucharlas. Me habría gustado verte en alguna de tus obras...
—Fue un tiempo mágico en aquél entonces, pero ahora, tengo otra vida, tú y tu papá.—le besó la frente.
—Mamá, ¿por qué no tuvieron más niños? Yo quisiera tener hermanos, como Stear y Archie, o una hermana, como Annie...
—Tal vez Dios quiso que te tuviéramos sólo a ti. Bueno, ¿quieres que te cuente una historia de Broadway o no?
—¡Sí!
—Hace doce años, hubo una audición en la compañía de teatro Strafford, se estrenaría Romeo y Julieta, del magnífico...
—William Shakespeare.— Terminó Candy.
—Mi mayor anhelo era ganarme el papel principal, el de Julieta, pero había otra chica que también era talentosa, Karen Klaise, ambas competimos por ser Julieta, yo di lo mejor de mí, pero el dueño de la compañía, Robert Hathaway, eligió a Karen... yo me resigné al papel de la mucama, sin embargo, la mismísima noche en que se estrenaría la obra, Karen sufrió un resfriado y perdió la voz, sus línea se escuchaban como las de un gallo anémico...
—Jajajajaja.
—Todos estaban fuera de sí, pues no podría haber obra sin Julieta, pero yo, que en el fondo albergué la esperanza de interpretar a ese personaje, me aprendí todos los diálogos, entonces Robert me dio el papel a mí...
Los ojos de Rosemary se perdieron en la melancolía, con una sonrisa infinita, sus mejores tiempos, su juventud...
—Cuando me coloqué el disfraz de Julieta, me sentí como una verdadera estrella, las tablas tuvieron un sentido diferente para mí... no era como si actuara, era como si de verdad estuviera viviendo el amor de Julieta por su Romeo...
—¿Y quién era Romeo, mamá?
—Richard Grandchester, fuimos muy buenos amigos...
—¿Era guapo?
—Vaya que lo era, sabes, se parecía a tu padre...
—De seguro papá es más guapo.
—Seguramente. Fue mágico ver como la multitud se ponía de pie y aplaudía... las flores... logramos hacer tres funciones consecutivas aquí en Nueva York, luego tuvimos un gran gira y de regreso, en el tren...
—Conociste a papá...
—Así es, nunca me dirigió la palabra, pero lo llegué a ver en el teatro, siempre asistía a mis obras, hasta que un día por fin se atrevió a hablarme y me entregó un ramo de flores, el pobre sudaba frío, estaba tan nervioso...
Rosemary hizo una pausa al ver que Candy ya se había quedado dormida, besó su frente una vez más y salió de la habitación, tan pronto como cerró la puerta, tuvo un fuerte ataque de tos.
...
Candy despertó a la siguiente mañana cuando sintió los rayos del sol que se colaron por su ventana y rozaron su cara, se coló también una gran mariposa negra que voló muy cerca de ella, incomodándola.
Espantó la mariposa y se puso de pie, extrañada de que su madre no haya ido a despertarla al amanecer, como hacía siempre. Atravesó el salón y vio a su padre abatido junto a un cura y dos mucamas que lloraban.
—¿Papá?— Caminó hacia él, con su pijama y las trenzas desaliñadas que su madre le había hecho en la noche.
—Candy...— Murmuró a penas George, sintiendo que se desintegraba pedazo a pedazo.
—¿Dónde está mamá?— Preguntó con un miedo feroz de la respuesta.
—Candy, cielo, tu mamá...
—No... ¡No!
Gritó y corrió a la habitación de su madre, donde la halló pálida y con los ojos cerrados.
—Mamá... ¡Mamita! Despierta... No te vayas... ¡Tú me lo prometiste! Prometiste que nunca me dejarías...
La pobre se desgarraba llorando y aferrada al cuerpo de su madre, su papá tuvo que emplear mucha fuerza para despegársela. Nada había preparado a la dulce y alegre Candy para una pérdida tan grande.
Los dos años que pasaron tras la partida de su madre, fueron difíciles para Candy, la casa se sentía muy sola, su padre por su trabajo viajaba constantemente y aunque adoraba a su pequeña, pasaba mucho tiempo fuera de casa, como huyéndole a la realidad, a los recuerdos y a todo lo que estaba impregnado de la presencia de su amada esposa.
Candy perdió el interés por las muñecas, por la colección de marionetas con las cuales creaba sus propias obras teatrales, lo hacía para deleitar a su madre, pero ya no tenía sentido porque ella no estaba presente. Se pasaba el día entero fuera de casa, sola, cobijada en las ramas del gran árbol que había en su patio.
Tenía ya doce años, estaba creciendo y sus emociones iban cambiando, estaba sola en una etapa muy difícil de su vida, sus sentimientos, dudas y resentimientos eran una amalgama confusa y subrealista, su cuerpo, sutilmente iba transformándose, sus rasgos ya hermosos, acentuándose, presagiando a la hermosa joven en que muy pronto se convertiría.
Escuchó un auto y bajó del árbol en seguida.
—¡Candy! ¿Dónde está mi princesa?
—Papá...— Lo recibió con una sonrisa fugaz, una sonrisa que olía a tristeza.
—Tengo un regalo para ti.
—¿Qué es?
—Bueno, ábrelo y sabrás.
Le entregó algo cuadrado, envuelto en papel de regalo y con un hermoso listón rojo.
—William Shakespeare, sus mejores obras... ¡gracias!— Exclamó con los ojos aguados, ese libro era como tener un pedazo de su madre, de lo que ella había amado.
Entraron para cenar, aunque no era lo mismo sin Rosemary en la mesa, ambos hacían su mayor esfuerzo para animar al otro.
—Candy, también quiero que conozcas a una amiga...
—¿Una amiga?— Soltó la cuchara, echando su sopa hacia un lado.
—Sí, Lady Margareth Leagan, tiene dos hijas...
...
—¿Este? ¿O este? ¡Cuál me pongo!— Candy emocionada le mostraba a Dorothy dos vestidos.
—Creo que el verde le sentará muy bien.
—Pues el verde será, espero que ya me quede, fue el último que me hizo mi madre...
—Estoy segura de que le quedará divino. Es un gusto verla animada nuevamente, Candy...
—He aceptado que mamá ya no volverá y... si me gusta la tal Lady Margareth... entonces tendré una mamá y ganaré dos hermanas... ¡tendré hermanas, Dorothy! Seremos una familia otra vez...
Dorothy sólo sonrió, rogándole a Dios porque fuera así, porque esa nueva señora quisiera a Candy y le de el cariño maternal que tanta falta le hace.
—Ahora sí, mírate en el espejo.— Le dijo Dorothy cuando terminó de peinarla.
—Parezco otra, parezco...
—Se parece a su madre...
Dorothy le había hecho una diadema con su propio pelo y el resto lo había recogido en una trensa artesanal, el vestido verde reverdecía aún más sus vibrantes ojos, en los cuales la ilusión de una nueva familia había dado brillo.
—Candy, hija, te presento a Lady Margareth Leagan y sus hijas, Eliza y Susana.
—Es un placer, señora, señoritas...— Candy se inclinó y les sonrió, la señora Leagan le devolvió la sonrisa, las chicas la miraron de arriba abajo con desprecio.
—El placer es nuestro, Candy, su padre nos ha hablado mucho de usted.
Se sentaron a cenar, Candy tenía una sonrisa de oreja a oreja al ver la mesa llena otra vez, las dos hermanas, Eliza, una peliroja de ojos miel, era la menor, tenía catorce años y Susana tenía dieciseis, era rubia, lacia, ojos azules, era la más bonita de la dos, tenía una expresión altanera y durante la cena, ella y Eliza no habían dejado de cuchichear y murmurar, ganándose una mirada reprobatoria de Margareth, esta estaba cerca de los cuarenta, tenía el semblante sobrio, ojos marrones y pelo castaño.
—Tengo una colección de muñecas Brittany, ¿quieren verlas?— Eliza y Susana se quedaron mirándose, como si les hubieran dicho la tontería más grande del mundo.
—Niñas...— Margareth les hizo un gesto para que siguieran a Candy a su habitación.
Cuando ambas hermanas entraron a la habitación de Candy se asombraron por lo espaciosa y hermosa que era, las sábanas bordadas, las hermosas cortinas, incluso las muñecas que habían despreciado al principio, eran hermosas, de porcelana, puestas delicadamente en pequeñas repisas clavadas en la pared.
—¿Todavía juegas con muñecas?— Dijo Eliza, dejando caer una a propósito, se le rompió un zapatito.
—¡Oh!— Candy se apresuró a recogerla del suelo, como si se hubiera caído un pesazo de sí misma.
—Lo siento, fue un accidente...
—No importa... estoy segura de que mi papá podrá componerla.— Les sonrió aún con la ilusión de que entre las tres pudiera exisitir la camaradería de hermanas que ella tanto anhelaba.
—¿Y para qué son esos muñecos de trapo de allá?—Susana se refirió a las marionetas que estaban sentadas sobre un mini estrado de madera.
—Son títeres.
Candy levantó a dos de las marionetas y con sus hilos les daba vida.
—Hola, Eliza y Susana, yo soy Laura, y yo Oliver, bienvenidas al teatro de Candy...— Candy manejaba ambas marionetas para que dijeran aquello y les sonrió, pero las hermanas se miraron una a la otra con una mueca despectiva.
Unos meses después, George y Lady Margareth se casaron, por lo que el trío de mujeres vivían también en la casa. Irónicamente, Candy se sentía tan sola como al principio. Margareth hacía de cuenta de que ella no existía y las hermanas eran dos señoritas estiradas que no compartían las aficiones de Candy, más bien la menospreciaban y ridiculizaban a menudo, excepto cuando estaba su padre, pero George por desgracia pasaba mucho tiempo fuera de casa.
...
George venía de cerrar un gran negocio, solo le faltaban pocas horas para poder llegar a casa, ansiaba ver a Candy y entregarle uno de sus formidables regalos.
—¿Qué sucede?— Preguntó George al ver que el cochero de pronto se detenía.
—Denme todo lo que tengan.— A él y al chofer los acorralaron unos bandidos con cuchillos en mano.
—Tomen lo que quieran, pero por favor, no me maten, tengo una hija, una familia...— pidió aterrorizado.
Los bandidos comenzaron a saquear el coche, uno de ellos tomó un collar, de él colgaba una pequeña amapola de plata, era el regalo para Candy.
—Eso no, por favor, llévense todo, menos eso...
—¡Cállate, viejo! No estás en ventaja de imponer condiciones...
—Eso es para mi hija, ¡Démelo!
El bandido impulsivamente respondió apuñalándolo, el chofer huyó despavorido mientras George se desangraba en el suelo.
...
—Tocan a la puerta.— Margareth tomaba su té.
—¡Debe ser papá!— Candy se levantó de la mesa y corrió a abrir la puerta.
Unos policías con el rostro atribulado se presentaron.
—Buenos días, señores...
—Buenos días, señorita, ¿se encuentra la señora Johnsson?
—Buenos días, caballeros, ¿en qué puedo ayudarlos?— Se presentó Margareth junto a sus hijas.
—Lamentamos que no sean buenas noticias, señora...
Y a partir de ese día, el mundo se volvió gris para Candy.
5 años después
Candy despertó de pronto, espantada, luego de recibir en la cara un gran balde de agua helada.
—¡Despierta, holgazana!— Le reprochó Margareth...
—Madre... el sol aún no sale...— Se quejó tiritando de frío.
—Efectivamente y tú tienes muchos quehaceres, no hay ni una sábana limpia, los pisos dan asco y deberías estar preparando el desayuno.
Resignada, sin una lágrima que le quedara para derramar, Candy se puso de pie, se aseó pronto y se colocó un vestido raído que ya se le estaba quedando pequeño, pues contaba con diecisiete años, aunque vestía arapos y sus manos se habían puesto un poco ásperas por las tantas tareas del hogar, seguía siendo una chica hermosa que se convertía en mujer.
Mientras cepillaba los pisos, ya no veía la diferencia entre un día o un año, el reloj había dejado de correr y hasta Dios la había olvidado. Margareth siempre fue derrochadora, no tardaron mucho en estar prácticamente en la ruina, por lo que todo el personal de servicio había sido despedido, heredando Candy todo ese legado.
—No puedo creer que vayamos a la obra...— Murmuraba Eliza mientras a propósito pisaba en donde Candy restregaba.
—Romeo y Julieta...— Dijo Susana con expresión soñadora.
—¿Hay una obra?— Candy soltó el cepillo por un momento.
—¡Claro! No se habla de otra cosa, ¿en qué mundo vives?— Se burló Eliza.
—Con toda esa mugre que lleva encima, de seguro ya ni piensa, la pobre...
—Debe tener la cabeza llena de cenizas, jajajaja.
—Romeo y Julieta... ¿cuando se estrena?— Preguntó haciendo caso omiso a las burlas.
—En una semana, ¿por qué tanto interés?— La pinchó Susana.
—Siempre he querido ir a una obra de Broadway, Romeo y Julieta... mi mamá llegó a protagonizarla...
—Es una pena que haya muerto, pobrecita... pero de seguro que tú podrías sustituirla, podrías tener tu propia actuación estelar...— De pronto Eliza puso una expresión solidaria.
—¡Pero claro! La obra se llamaría "La Cenicienta de Broadway".— Remató Susana y ambas comenzaron a reirse a carcajadas.
—¡Candy! ¿Piensas echarte el día limpiando los pisos? Debes preparar el almuerzo.
Las hermanas con una sonrisa malévola se marcharon, a una de ellas se le cayó un volante que anunciaba la obra con un boceto de los protagonistas.
—Terry Grandchester como Romeo Montesco... Grandchester...— murmuró Candy recordando lo que su madre le había contado.
Continuará...
¡Hola!
Lo prometido es deuda, mi version de la Cenicienta, espero que les guste, será un fic corto como el anterior, pues es basado en un cuento, por lo que no tengo intención de extenderlo más de lo necesario, pero sí me esforzaré en dar lo mejor de mí en cada capítulo para garantizarles una lectura amena.
Excelente fin de semana.
