"Rose. Como una rosa. Llena de virtudes pero con algunas espinas.

Su cabello era tan rojo como el mismísimo fuego. No era herencia familiar, porque conocía a todos los Weasley, y ninguno tenía esos cabellos tan relucientes. Brillaban con la luz del sol, como una chispa que comienza a encenderse. Una chispa que amenaza con incendiar todo a su alrededor.

Sus ojos eran iguales a dos porciones del océano. Como toneladas de agua, capaces de apagar el fuego que podría emanar su cabello. Tan pacíficos. Conocía a su padre, y sabía que los había heredado de él. Pero sentía que los de la pequeña pelirroja tenían un brillo más de ella, un brillo que nunca podría opacarse.

Después estaban sus preciosas pecas. Tan de su familia. Regadas como un montón de estrellas en sus pómulos. Si se acercaba lo suficiente a ella, podría contarlas.

Era muy bonita. Todos, incluso aquellas personas que no la soportaban, lo habían admitido. Porque no había manera de mentir al respecto. Ella era como una pintura, tan pintoresca, con tantos detalles qué admirar y siempre con un significado. Sólo ella.

Podía comparar el rojo de su cabello con lo valiente que era. Le sorprendía que el Sombrero Seleccionador la hubiese mandado a Ravenclaw, puesto que habría sido una perfecta Gryffindor. No le temía a nada. Siempre había luchado por quienes quería. Y, una que otra vez, por lo que ella quería. Era osada. Aunque en sus primeros años nunca lo había notado. Había aprendido a no temerle a nada, y eso era algo que él envidiaba de ella.

Y después estaban sus ojos, que podía comparar con su inteligencia. Ahí encontrabas la razón por la cual estaba en aquella casa. Siempre con ganas de aprender algo nuevo, con el conocimiento atorado en cada parte de su cuerpo. Tenía la respuesta de las más estúpidas preguntas y la decía sin dudar. Curiosamente investigadora, como sólo ella podría serlo.

Con su pequeña estatura que la hacía lucir tan graciosa. Pero no podías medir su estatura al lado de su madurez, porque, aunque sería para siempre como una muchacha de catorce años, su madurez rozaba los límites de los cuarenta. Y es que siempre había estado corrigiéndolos, tratando de evitar sus problemas, ayudándoles. Como una madre lo haría.

Era muy delgada, pero, tampoco podías comparar eso con el tamaño de su alma. Amaba, por sobre todas las cosas, ayudar a todo aquel que demostrase necesitarlo. Nunca había soportado ver a alguien sufrir. Incluso, se había puesto lo suficientemente mal como para abandonar el aula cuando habían enseñado las maldiciones imperdonables en su quinto año.

Ella era tan preciosa por dentro como lo era por fuera. Pero nunca lo entendía, y esa era una de sus tantas espinas.

Pero también estaban ese millón de pecas que poseía, y podían simbolizar sus miedos y sus inseguridades. Le temía a no ser aceptada. Una vez, había escuchado de Albus que su madre también fue así en su época. Pero la señora Granger (no Weasley, porque había conservado su apellido de soltera) ahora era una mujer segura de sí misma, carismática y graciosa. No quedaba ni resto de su pasado.

Rose le temía a todas las cosas que yo no podía entender, como por ejemplo, a ser olvidada. A irse del mundo sin haber dejado una marca. ¡Ella le tenía miedo a cosas que yo no podía solucionar con tan sólo reconfortarla en mis brazos!

Me parecía tonto que se tantas veces se hubiese preocupado por agradarle a los demás, o por tan solo causar una buena impresión entre los que la rodeaban, porque había algo que ella jamás sabría, entendería o comprendería, y es que ella era perfecta como sólo ella podía serlo.

Ella era perfecta a su manera, incluso con ese millón de espinas que la rodeaban. Yo había aprendido a quererla así. Aprendí a cuidar cada pétalo del clima y de todo aquello que pudiera dañarlos, y a esquivar cada espina.

Porque incluso la rosa más bella tiene espinas. Pero terminas acostumbrándote a ellas."

Una noche de verano, Albus encontró esta carta a medio escribir, con varios tachones encima. Le sonrió a la silueta de Scorpius dormido. Y guardó la carta. En un trozo de pergamino nuevo, escribió seis simples palabras: será mejor que ella lo sepa.