Saga I: El Rey Elegido. Capítulo 1: La desaparición.

Unos curiosos ojos azules observaban las gotas del rocío recorrer las verdes hojas hasta conseguir caer al suelo. Se suponía que él era la realeza, que gobernaría en sus tierras y que debía ser recto, llevar la ética a su máximo nivel, ser digno para su padre y el resto del pueblo que estaría bajo su mando, sin embargo… sólo se sentía como un niño triste y solitario, un inútil en una silla de ruedas, alguien demasiado débil para poder incluso caminar.

- ¿Qué haces, Noc? – preguntó su padre a la espalda – Necesitas descansar y sobre todo… entrar dentro. Aquí hace frío.

Noctis sintió cómo su padre colocaba una manta sobre sus piernas intentando que no cogiera frío. Para Noctis, todo aquello era simplemente una faceta más de su padre. Él siempre quería lo mejor para su heredero, era el único que tendría, el que gobernaría sobre todo aquel reino.

La silla se empezó a mover lentamente. Su padre empujaba de ella para sacarle de aquel invernadero y llevarlo al interior del palacio. Regis siempre había sido un hombre cabezón y testarudo, algo inexpresivo que no dejaba entrever sus sentimientos, sin embargo, adoraba a su hijo, su único hijo que había nacido con aquella debilidad que le había traído hasta el reino de Tenebrae buscando una posible solución.

Allí, todos los médicos trataban de ayudar a caminar al heredero del reino de Lucis. Para Noctis, aquella estancia en el palacio no era del todo mala. Nunca había tenido amigos, nunca antes había ido a la escuela, ni había salido de su palacio, sin embargo, ahora, pese a continuar con profesores particulares y guardaespaldas que no le perdían ojo de encima, había conocido a su primera y única amiga.

Su padre le acercó hasta la gran mesa del comedor y esperó hasta que los criados le sirvieron la comida. En aquel momento, Regis desapareció por el pasillo para hablar con los médicos y sus consejeros.

Toda la estancia quedó en un sepulcral silencio, tan sólo el ruido metálico de la cuchara al caer sobre el plato podía escucharse. Dio el primer sorbo y el segundo, pero en el tercero, una risilla proveniente de arriba hizo que Noctis elevase la mirada.

Sentada sobre la barandilla del piso superior se encontraba aquella chica con la que había conseguido tener una conexión especial, su primera y, hasta la fecha, única amiga. Serah movía sus colgantes piernas mientras sonreía y miraba hacia abajo donde estaba sentado Noctis.

El rostro del chico se puso serio un segundo antes de sonreír con picardía al ver a la chica allí sentada haciéndole un gesto como que mantuviera el silencio. Los ruidos al otro lado de la puerta pronto se hicieron presentes. El silencio reinó una vez más. Noctis apartó la vista de aquella juguetona chica unos segundos para observar la puerta mientras Serah se reclinaba hacia delante tratando de observar la puerta mientras se agarraba con fuerza a la barandilla para no caerse.

Al ver cómo la chica bajaba de la barandilla de un salto hacia el pasillo superior y corría buscando una ventana que diera a la parte de fuera donde hablaban los adultos, Noctis soltó la cuchara en el plato y trató de mover su pesada silla de ruedas.

- Ey… espera – dijo Noctis hacia Serah.

Serah bajó corriendo las escaleras al ver que no podía escuchar nada desde las ventanas. Al ver cómo Noctis trataba de coger más velocidad en su silla para acercarse a ella, Serah corrió hacia él y se colocó a su espalda empujando de la silla hacia la puerta.

Ambos chicos sonrieron antes de quedarse completamente callados y poner las orejas tras la puerta intentando escuchar la conversación del otro lado.

- ¿Puedes oír algo? – preguntó Noctis confuso sin dejar de apartar la oreja de la puerta.

- No estoy segura. Oigo sus voces pero no consigo entender las palabras.

Al ver que no podrían oír nada, se apartaron de la puerta. Serah acabó empujando aquella silla hacia la mesa nuevamente dejándole frente a la sopa.

- Serah… ¿Crees que aquí podrán curar mis piernas? – preguntó un decaído Noctis.

- Claro que sí – sonrió la joven animando al chico.

- ¿Cuándo te irás tú? Tu padre estará preocupado por ti.

- Mi padre me trajo aquí, creo que le daba más miedo que otra cosa – comentó la chica apartándose de Noctis – es complicado… - dijo finalmente mientras se cogía con la mano un trozo de vendaje que cubría su brazo.

- ¿Por qué te coges el brazo? ¿Tienes algo? – preguntó curioso el niño.

- No es nada – sonrió Serah girándose hacia él – un día serás un gran rey – dijo sin más lanzando la más hermosa de las sonrisas que Noctis jamás había visto.

- No puedes saberlo. Ni siquiera soy capaz de caminar.

- Lo sé. Lo he visto en mis sueños. Tú eres el futuro rey elegido.

Noctis se sobresaltó al escuchar aquellas palabras. Ni siquiera una chica de su edad debería saber palabras como aquellas, un dicho así. Debía haberlo escuchado en algún lado, pero no estaba seguro de aquello.

Quiso preguntar por aquello, pero el ruido de la gran puerta del comedor abriéndose les interrumpió. Los pasos resonaron por la estancia mientras ambos chicos veían el gran porte del Rey Regis caminando hacia ellos.

- Serah… ¿Por qué no dejas que coma algo? Luego podréis jugar – sonrió el Rey apoyando su gran mano encima del cabello de la joven.

Para Serah, sólo era un gesto más sin importancia alguna, sin embargo, sus ojos se fijaron en aquel anillo que el Rey jamás se quitaba, ese anillo que decían las lenguas que guardaba un poder inmenso, un poder que Noctis debería aprender a controlar en algún momento de su vida.

- Está bien – dijo sin más la chica, pero antes de irse, se acercó a Noctis dándole un tierno beso en la mejilla y susurrándole las últimas palabras en su oído – no lo olvides, tú eres… el rey elegido.

Esa noche, mientras Noctis dormía plácidamente, un atronador ruido le hizo despertarse de un sobresalto. Buscó a ciegas su silla de ruedas movido por la curiosidad de saber qué estaba ocurriendo.

Tenebrae era el único reino seguro y neutral que quedaba en aquellas tierras. El Nido, lugar que flotaba como una inmensa esfera en el cielo era el hogar de aquella misteriosa chica a la que habían traído a Tenebrae y de la que poco conocía. Su padre, el Rey Regis, jamás habló bien sobre el Nido y, sin embargo, pese a saber que eran codiciosos, nunca había tratado mal a Serah pese a saber su origen.

El Reino de Lucis siempre había mantenido un constante enfrentamiento con el reino del Nido, pero ninguno de los dos eran tan estúpidos como para invadir el territorio más inhóspito de todos, el Gran Paals. Allí vivían los monstruos más grandes y aterradores que habían caminado por aquella tierra.

Noctis ni siquiera podía entender aquellas diplomacias entre reinos, aquellos combates o lo que ambos codiciaban. Para él, tan sólo había una cosa que importaba en ese momento, y era seguir disfrutando de la vida con la única amiga que había conocido pese a ser de un reino rival.

Al conseguir sentarse en su silla, la movió hasta la puerta y abrió consiguiendo así ver las antorchas que llevaban los guardias de su padre y las que llevaban en frente, al otro lado del pasillo, los guardias del Rey del Nido.

- ¿Dónde está mi hija? – preguntó rabioso el Rey del Nido.

Noctis se sorprendió al escuchar aquello. Lo último que había sabido de Serah era lo ocurrido en el comedor y cómo su padre le había pedido quedarse a solas con él. No había vuelto a verla en ningún lado desde entonces.

- Debe estar en su dormitorio – aclaró el Rey Regis.

- Papá… ¿Qué ocurre? – preguntó preocupado Noctis.

- No pasa nada, hijo – susurró Regis arrodillándose frente a él para abrazarle – todo está bien.

- He hecho una pregunta – dijo el rey del Nido una vez más, alzando la voz hasta asustar al pequeño.

- Llevaos a mi hijo – dijo Regis finalmente hacia sus guardias.

Apenas en unos segundos, uno de los guardias de su padre le tenía en brazos y le sacaba de aquel pasillo. Lo único que consiguió enterarse era que Serah no estaba en su cuarto donde debería estar.

Ni dos minutos después, nada más salir fuera de aquel palacio, Noctis se ocultó los ojos tras su pequeña mano por los fogonazos que llegaban a ellos. Todo el pueblo estaba en llamas y los soldados del Imperio del Nido corrían entre las calles arrasando con todo. El guardia que retenía en sus brazos al pequeño, lo dejó en el suelo desenvainando su espada dispuesto a defender al futuro Rey.

No entendía lo que ocurría, ni el motivo por el que el Nido atacaba aquella ciudad neutral. No entendería hasta años después que ningún reino se oponía a la voluntad del Nido.

Cuando el guardia cayó en un charco de sangre frente a él, pensó que todo estaba acabado, que su muerte era inminente, pero una espada atravesó el pecho del soldado que caminaba hacia él y unos brazos le cogieron abrazándole con fuerza para sacarle de allí.

Su padre no dejó de correr hasta salir completamente fuera de aquella ciudad que se derrumbaba en pedazos gracias al incendio y a los soldados que arrasaban con todo. Noctis se agarró con fuerza al cuello de su padre y tan sólo cuando consiguieron coger el último tren en dirección a su reino, consiguió volver a dormirse entre los cálidos y protectores brazos de su padre. Aquella fue la última vez que volvió a ver a su amiga.

"Tú eres el Rey elegido"

Se incorporó sobresaltado cuando aquel cojín golpeó contra su cabeza. Allí estaba Gladio para insistirle en que levantase su real trasero y se pusiera manos a la obra con el entrenamiento matutino, sin embargo, Noctis, a sus veintidós años de edad, dejó caer una vez más el cuerpo sobre la cama y pensó en aquellas palabras con las que soñaba cada noche.

Todo el mundo decía que aquella chica había fallecido, que Serah murió en el incendio y por supuesto, el Nido culpaba a su ciudad de aquel hecho. Durante unos años creyó aquello, pero cuando empezó a soñar con Serah nuevamente y aquellas últimas palabras que le dedicó, algo dentro de él le decía que seguía viva en algún lugar remoto.

- Vamos, principito, basta de dormir y ponte a entrenar. Tenemos mucho que hacer.

- Odio entrenar – dijo mirando hacia un lateral donde estaba una de sus espadas.

Su padre ya no hablaba del tema. Habían pasado doce años de aquello, doce largos años donde él recordaba a esa chica en cualquier detalle, en cualquier cosa de las que veía en su gran palacio. Ella tenía razón en algo, empezó a caminar. No parecía quedar ni rastro de aquella debilidad que una vez atacó sus piernas, ya no quedaba ni rastro de aquel chico. Ahora era capaz de pelear, tenía a sus guardaespaldas Gladio e Ignis, había ido a la escuela pública y conocido a Prompto, su mejor amigo hasta la fecha, pero nunca pudo olvidar aquella tenebrosa época de su vida.

Ahora entendía las ambiciones del Nido, entendía que no pararía la guerra hasta apropiarse con el mundo, o al menos… toda civilización conocida, porque no hacía mención al Gran Pals donde sólo habitaban monstruos. Su ciudad sólo resistía gracias al cristal que creaba un gran escudo y mantenía a sus ciudadanos a salvo bajo la gran ciudadela.

Su padre había decidido hacer un trato con el Nido, un compromiso que traería paz a esa desolada tierra. No es que tuviera muchas ganas de casarse con Lunafreya, hija mayor del Rey del Nido, la gran oráculo que decían podía ver el futuro y que tenía un gran corazón. No negaba que la chica le atraía, pero no estaba enamorado, sin embargo, quería ir al Nido, quería ir para descubrir qué ocurrió con la hija menor de aquel ambicioso Rey, para preguntar por Serah. Quizá alguna de sus otras dos hermanas supiera algo al respecto.