Hetalia le pertenece a Hideakaz Himaruya.
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Espero y sea de su agrado.
.::De Piratas y Una Prostituta::.
Día Cero.
El sol, la marea, el olor de la sal, los remolinos en el agua, y sobre todo el ron que era el pan de cada día en el altamar. Agobiados de la extensa aguazul que nos rodea y que nos falta por conocer y recorrer.
Esta es la historia de un hombre sin nombre, un héroe para algunos y un villano para muchos otros que no acabó en las portadas de los libros, pero que sí se escondió en la boca de cada costero, pues su misterio y habilidad tan grande que ni un hombre, ni el más habilidoso guardia, pudo arrestarlo o retratarlo. Se especulaba mucho de aquel hombre que atravesaba todo el mundo en un barco de velas rojo-azules, con un mínimo de 35 hombres abordo en su gran nave, un grupo temible por todos los puertos del mundo; se decía mucho de él y su temible tripulación, pero lo único que se lograba constatar era que un grupo de piratas había saqueado el puerto y violado a sus mujeres y niñas, dejando a una que otra embarazada de progenitores rufianes y viles. Sólo se observaba la ida y se oía la irritante risa del capitán de la tripulación que reía al burlar toda seguridad de una ciudad.
El capitán y el contramaestre, ambos hombres terribles, pero el capitán, líder de los piratas que encabezaron las ejecuciones más fascinantes en los pábulos de la justicia de ciudades violentadas, era el hombre que nunca se le conoció más que por el apellido. Un apellido maldito que asolaba no sólo al gran Inglaterra, sino que sus bolsillos, siempre vacíos, llegaban a las costas más remotas del mundo conocido y desconocido, llegó a Irlanda, conoció el mediterráneo y la saqueó, llegó a las indias y a las islas niponas, y también, por supuesto, llegó al nuevo mundo donde humilló más de cien veces a la corona española. Su apellido era Kirkland, y lo llamaban el Gran Pirata Kirkland, amo y señor del mar, descendiente de Poseidón; amante de lo ajeno y de lo que no tiene dueño.
Esta es la historia de un pirata, más que de un hombre, que conquistó los puertos con sólo 35 hombres, y robó enfrente de sus narices a más de miles de guardias. El pirata que robó todo lo que se ponía ante su camino, el hombre que dejó a los libros de historia sin nombre ni retrato; ya que su leyenda era tan grande como para que ésta cupiera en tristes hojas viejas.
Si hubiese un rey del mar, sería éste pirata a quien coronarían, no por rey sino por santo. El Pirata entre todos los piratas, el quien conquistó todo, excepto el corazón de una mujer…
Esta es la historia del Pirata Kirkland, la historia que yo mismo contaré. Sonreí frente en la cubierta de la proa, observando cómo mis artilleros acertaban a los barcos de seguridad de un puerto aún desconocido por mi codicia y mis hombres, pero que poco a poco sería nuestro. Reí presuntuosamente al ver cómo una de las naves que pretendían darnos caza se hundía con tal estremecimiento por culpa de mis habilidosos artilleros.
El mar era mi hogar, pero el oro y el botín era mi dios, y sí tenía que bajarme a tierra para arrebatarlo de las manos de sus dueños, lo haría. Me encaminé al castillo de proa, observando cómo uno a uno de los barcos enemigas eran tragadas por éste mar, y fue cuando resbalé por un brusco movimiento del quien comandaba el timón de mi barco, pero logré afianzarme de éste, aferrándome a la madera de la cabeza del barco, observando el inclemente mar.
- Blimey!* - grité asustado, no como sí lo estuviera pero he de recordar que hasta nosotros los piratas tenemos problemas con el caer al mar abierto. - ¡Govert! You nutter! ¿Quieres tirar a su capitán al agua? – dije una vez con los pies dentro de la cubierta de proa, sacudiendo mis sucias botas en las maderas, llamando la atención del mozo de camarote que empezó a sacudir el abrigo, queriendo así librarme del susto que pasé, le di un leve manotazo, apartándolo de mí, para después encarar a mi contramaestre que movía el timón con cierta temeridad.
- Uhm, tal vez si quiero hacerlo. – respondió el estoico Govert, mi contramaestre holandés que era diestro no sólo para hacer girar el timón, sino que también en timar y cobrar, y vaya que en éste último era muy bueno. Nunca nos habíamos llevado bien, pues nos conocimos en un hecho infortuito, en naves contrarias y un mismo botín. ¿Qué decir? Su nave cayó bajo mi poder y me supo convencer en dejarle estar en mi nave como un simple mozo, no obstante su talento en gestionar superó al del antiguo contramaestre y posteriormente ascendió. Y en todo caso que yo muriese, lo cual sinceramente dudo mucho, él sería mi reemplazo. Escupí a la cubierta principal de tan sólo pensar el que éste pobre holandés fuera mi reemplazo. ¡Já!, jamás.
- Govert, llévanos a la costa. – dirigí y éste sin queja alguna movió el timón con cierta habilidad, dirigiéndonos al puerto de la ciudad que saquearíamos. Aun estando en la cubierta principal donde estaban un gran números de mis hombres esperando mis órdenes como buenos mancebos. - ¡Inútiles, todos a sus posiciones! – grité a todo pulmón, subiendo las escalones para estar en mi puesto, en la toldilla de navegación. Una vez allí, tomé mi telescopio y mi inseparable brújula. Contemplé el gran puerto que parecía estar desprotegido. - ¡Una vez que la ancla aterricé, hagan lo que quieran! Hoy seré indulgente con quienes les guste perturbar en las casitas de jovencitas. – y todos gritaron estrepitosamente, extasiados por la adrenalina, la adrenalina que invade el cuerpo del pirata en volver a tocar tierra firme con sólo el propósito de arrebatar, arrebatar y arrebatar. No importa que fuese, ya sea la virginidad de una linda muchachita o las joyas de una familia pudiente, no importaba robarle al pobre, la cuestión aquí era arrebatar y arrebatar. Eso nos hacía felices.
Nuestra vida como piratas no era fácil, ni en el mar ni en la tierra. En el mar, éste nos la hacía pasar malos tragos, como el hambre, la enfermedad y los gajes del deshonorado oficio –así es, no es como si fuéramos a decir que no lo es, no somos tan sinvergüenzas como muchos piensan–; y en la tierra, éramos buscados, arrestados, ahorcados o fusilados, pero todo ello valía pena al sentir esa adrenalina al recorrer por los vestíbulos de los fuertes costeros, entrar en casas de gente rica y tomar cuanta posesión nos cupiera en los bolsillos y las manos, así como el meterle plomo en la cabeza a cuanto bastardo se interpusiera en nuestro vocacional trabajo.
Éramos y somos unos bastardos. No había duda alguna de ello.
- ¡Los quiero de regreso! – grité nuevamente al ver cómo el barco encallaba en el puerto de forma estridente, asustando a más de un pueblerino que veían asombrados cómo el mar seguía tragándose las naves de los guardias. Las sogas saltaron al muelle y más de un grito pirata que descendió de éstas apabiló a los que pretendían defender el fuerte. Mis muchachos saltaron al ataque, movidos por esa adrenalina.
Me quedé contemplando el cielo nocturno, la luna que reflejaba su luz en el mar, nuestro mar. Aun maravillado por tanta belleza en algo tan simple, sin embargo un contramaestre me dio un gran golpe con su palma en mi espalda, sacándome de mis pensamientos.
- Capitán, tenemos que apresurarnos e ir con el cacique de éste puerto. – dijo aun estoico y con una flojera extrema en su voz.
- Ya lo sé. – reproché, tomando mi sombrero y pasando mi mano por la culata mi arma de fuego que ya yacía en mi cinto. Di unos cuantos pasos al frente, seguido por mi Primer Oficial. – Govert, si ves algo interesante, no dudes en tomarlo.
- Bien. – respondió, para después bajar del barco y emprender su búsqueda del cacique de la ciudad fortificada.
Exhalé tranquilo, esta ciudad, San Francisco de Campeche, era ridículamente hermosa de noche, con la excelente vista al mar. Bajé del barco, y me escabullé por los rincones de la ciudad que no dejaba de maravillarme. Iglesias y santos en cada esquina, casuchos y faroles, los vestidos coloridos de las mujeres, y los gritos de otras. – "Qué bonita ciudad…" – pensaba para mis adentros; tomé impulso y salté hacia el balcón de una casa y me adentré en ella. Una niña chilló horrorizada al verme pender en su balcón, brinqué al suelo y sacando mi arma, toqué la sien de la pequeña que rápidamente calló. Le advertí que no hiciera ruido, y obedientemente así lo hizo. Normalmente no me gusta matar a niños, ¿qué culpa tienen ellos que sus padreas sean descaradamente ricos y que tengan joyas que yo también deseo? Bueno, ello no importa más, pues tampoco tenía problema de callar a cuanto niño empezara a llorar.
Cual ladrón me adentré en la habitación de los padres y enseguida noté que éstos ya anticipaban mi llegada y me recibieron con un mosquete enfrente de mi pecho, tomando fuerzas para jalar del gatillo. Demasiado tiempo como para darme el tiempo suficiente para ser yo quien jalara el gatillo antes que ellos.
Uno, dos disparos. Un hombre cayó al suelo y una mujer sobre éste. Guardé mi arma en mi cinto, y me dirigí a las gavetas de la habitación, haciendo a un lado con mis pies a los cadáveres del matrimonio que prefirió las joyas que la vida. Un escalofrío recorrió mi médula espinal, no me gustaba tener contacto con los muertos, literalmente. Registré las gavetas y tomé muchas joyas y relojes buenos, sintiéndome de nuevo feliz.
Fue un saqueo normal después de todo. No hubo barco de guerra que nos diera nuevamente caza, mis hombres habían herido o matado a un buen número de guardias, asustando al resto que prefirió abandonar la ciudad, las autoridades del virreinato no actuaron y por amor a su vida decidieron cooperar con Govert –les dije que era muy bueno con ese tipo de cosas, aunque estoy seguro que a más de uno habrá torturado–, y cuando llegué ante ellos, en la alcandía de la ciudad, propuse lo siguiente: - Primero, nos dejaran descansar por unos días en vuestra maravillosa ciudad y haremos nuestro mejor esfuerzo para no deteriorarla; segundo, no pedirán ayuda a los líderes de la provincia de Yucatán y harán solamente saber que surgió un estallido de inconformidad social la cual pudieron apaciguar, y conforme a los barcos que hundimos…, digan que fue error del capitán de guardia marítima o algo así. Además, queremos que preparen alimentos para podérnoslo llevar a nuestro nuevo viaje por el mar. Sólo eso, y sin matar a alguien que no lo merezca, nos iremos como si nada hubiese ocurrido aquí.
Los líderes me observaban incrédulos, llenos de miedo; pero Govert se limitó a tomar del cuello a la cabecilla de grupo y hacerlo reaccionar para que respondiera a mis pedidos.
- ¡C-claro! Nosotros haremos lo pedido. – respondió entre lágrimas el pobre hombre. Su cuello fue liberado y Govert se sentó en la silla de la alcaldía, sonriendo de una forma que a todo hombre promedio asustaría.
- ¿Ven? – exclamé con notoriedad, señalando a mi primer oficial. – Si hubiesen respondido en un principio a mis advertencias, éste hombrecillo se hubiera limitado a disfrutar de sus vacaciones en su linda ciudad, pero como no fue así, ahora, tanto ustedes como yo, tendremos que soportarlo en su modo mercenario. – La sonrisa de Govert se hizo más grande, denotando su alegría al ver tal expresión de horror de los líderes que no se tardaron en pedir perdón.
El amanecer llegó, y con ello la realidad de la noche apareció. El muelle era un desastre, algunas casas estaban aún en un intenso fuego provocado por mis hombres; había uno que otro cadáver a mitad de camino, y algunos heridos que eran allí atendidos. Suspiré aliviado, mis muchachos se portaron decentemente por esta noche.
- ¡Capitán! – oí la voz de uno de mis muchachos a la distancia ¿o sobre mí? Subí mi mirada al cielo y miré como un lujoso asiento de piel caía al lado mío. Grité y brinqué lejos de la silla, tomándome del pecho, asustado, pero no tanto. - ¡Lo siento, capitán! Govert nos pidió que te diéramos un asiento para que disfrutara del amanecer. – dijo uno de mis muchachos que intentó asesinarme por lo dicho del desgraciado neerlandés; bufé molesto, pero este trato era normal por parte de éste. Levanté la silla y en medio de la calle, me senté, cruzando las piernas frente del puerto que mostraba los rojizos colores de la mañana en el mar, en el inalcanzable horizonte.
- Capitán Kirkland. – llamó mi mozo de camarote, Alroy, aproximándose a mi lado. – Los artilleros me mandaron a decirle que se reuniera con ellos a celebrar en un famoso bar de esta ciudad. Que tienen hermosas mujeres. – me comentó inocentemente el irlandés que recientemente se había unido a nuestra tripulación.
- No, Alroy. No gusto de prostitutas sucias. – contesté con superioridad, haciendo gestualmente mi desagrado hacia aquellas mujeres que vendían su cuerpo por dinero u otros favores.
- Bien, yo… - mi mano lo calló, apartándolo de mi camino.
- Alroy, cuídate de todos, pero sobre todo de los artilleros Louis, Spencer y Olans. Ellos no te perdonaran si no me presento contigo. – mencioné con cierta paciencia, Alroy era un buen chico, sólo que era un poco lento para aprender lo que se debe y no se debe hacer. – Llévame con ellos. – demandé.
- Sí, capitán. – contestó con una gran sonrisa, haciendo que sus pecas resaltaran más a la vista. Alroy me llevó donde estaban los tres artilleros expertos, en un burdel de poca monta, pero que al parecer era el más popular. Al entrar, pude observar como todos los artilleros estaban rodeados de muchas mujeres con pocas ropas encima, algo borrachas pero muy conscientes de lo que hacían. Muchas mujeres me quedaron observando cuando uno de mis hombres, que pude hablar español, les dijo que yo era la mente maestra de toda la tripulación pirata, muchas se asustaron, pues a pesar de que trabajan como sexoservidoras, el tratar con hombres que son piratas es mucho más difícil que lidiar con un esposo frustrado; se apartaron poco a poco por donde quiera que pasara, contento del temor que podía provocar.
Me paseé por todo el local, observando los adornos del burdel; vaya que estas prostitutas no tenían un buen gusto. Todo estaba tan disparejo, no había orden ni armonía en el color de los manteles, y cuadros extraños que no parecían ser españoles, ni europeos. Observé más de cerca, curioso por el extraño dibujo.
- ¿Interesado? – oí una voz femenina. Dejé atrás la extraña pintura y busqué a la propietaria de aquella voz, molesto. – Aquí estoy. – y entonces, emergió del cuerpo de un hombre que estaba dormido de cansancio, una mujer que no tuvo pudor alguno de mostrar sus senos, y que se medio levantó del sillón, luciendo su exquisito rostro mestizo. Sentí mis mejillas arder.
La que había hablado era una prostituta que había terminado de atender a un cliente. Una prostituta que me dejó sin aliento…
Era morena, morena obscura, de labios guindas, tan guindas que podía jurar el vino resbalar de sus labios. Estaba desnuda, dejando ver su esbelta y bien proporcionada figura; de caderas anchas y hombros medios, de glúteos redondos con un travieso lunar en la cintura y otro cerca de su ombligo, pero a pesar de que era físicamente bella, debía detenerme en hacer mención de sus ojos, no lo podía creer, aquellos ojos desde que me miraron a los míos pude jurar de la razón del porqué este bar era tan popular, y que no había cómo no olvidar aquellos ojos color miel haciendo juego con sus largas y quebradas pestañas negras, así como con sus cejas gruesas, bien delineadas.
Y ese cabello largo, tan lacio recorrerle la espalda y cubriendo sus mejillas sonrojadas.
Ella no dejó de observarme, sabía el control que obtuvo con su mágico mirar, y pude notar que está dispuesta a ganarse mi favor, que indudablemente daría. Cedí, y apartó su mirada de la mía, para después sonreír alegre. Se puso de pie y tomó del suelo su sucio vestido. Se vistió a la vista de todos, con el vestido puesto, ésta se me acercó y me ofreció su mano.
- Mercedes Montero Villalobos, un placer señor capitán. – la observé sorprendido, aun sin tomarle de la mano. – Mis clientes me llaman Meche*, y soy la sucia perra que cuida de estas muchachas, por lo que le pediré amablemente que antes de irse pague por los servicios recibidos.
Mi asombro se convirtió en ira. Esta pequeña zorra se atrevió a hablarme a mí como su igual. Imperdonable, ¡qué falta de respeto!
Bufé indignado, apartando de un manotazo la mano de la mujer que esperaba que ser tomada. Di un rápido paso hacia atrás, contemplando a la mujer que me observó con sorpresa. Evadí su mirada, observando a mis hombres que rápidamente se pusieron de pie y se apartaron por igual de las prostitutas de este local, esperando por mis órdenes, pero, desde los cuartos y el bar, se escucharon unas risillas. Fruncí el cejo, estas mujerzuelas sí que tenían agallas.
Las prostitutas empezaron a reírse suavemente y con cierta ternura, acercándose a mis hombres y abrazarlos por los brazos, coqueteándoles con sus perfumes y sus suaves senos. Fue entonces cuando volví mi mirada hacia la mujer que estaba al frente, y ahí seguía, de pie con una mano en la cadera, sonriente. Me miró con confianza y comenzó a reírse, divertida de mi reacción ante tal falta de miedo por parte de estas mujeres –normalmente, las mujeres temían de los piratas por ser unos ladrones desalmados–; tenía que reconocerlo, eran valientes, pero nosotros éramos unos bastardos y dudo que puedan contra eso.
- ¿De qué te ríes, mujerzuela? – cuestioné molesto, acercándome nuevamente a ella, para encararla de frente, tomando, muy notoriamente, la empuñadura de mi arma. Ella sólo chasqueó con su lengua, derrotada pero aun altanera.
- Señor Capitán, sé que usted es muy inteligente y hábil, por lo que creo que tratar con usted será más conveniente que luchar. – dijo exponiendo sus manos a su costado, abriéndose a mí a una plática. Dispuesta a negociar.
- ¿Y qué nos van a hacer si luchamos? – dije con deje de sorna en mis palabras. Logrando que la mujer de nombre Mercedes me observara con cierta molestia.
- ¿Nos van a rasguñar y escupir? – dijo Louis, alentando los ánimos de burla en el resto de mis hombres. Mis hombres reían, no obstante todos ellos fueron callados en cuestión de segundos cuando las prostitutas sacaron de sus vestidos armas de fuego y las apuntaron en sus cabezas, rozando el cañón con sus nucas y sienes. Sentí lo frío del metal en mi frente, y levanté la mirada, allí estaba esa tal mercedes, sosteniendo su arma enfrente de mí, con una muy peligrosa mirada. La muy bastarda tenía su arma escondida en su pesado vestido.
Su dedo tocó el gatillo, demostrándome que sólo un movimiento por parte de mis brazos la haría disparar. Sonrió inocentemente, esto me sacó de mis casillas.
- Capitán… - me llamó Alroy, asustado del tenso ambiente que se formó alrededor de nosotros, él estaba preocupado, sin embargo un sólo gesto mío lo hizo calmar.
- Cobarde, ¿le tienes miedo a unas simples putas con armas? Nos hemos enfrentado en peores ocasiones. No hay que temer, Govert sigue allá afuera y sólo con él nos basta para que mate a estas desgraciadas. – dije sin apartar mi mirada de la morena que no despegaba su vista sobre la mía.
- ¿No le tienes miedo a las putas con armas? Bueno, es que hay de putas a putas. – y de repente sacó otra arma de su faldón, apuntándola ahora hacia a Alroy. – Por algo nos dicen Putas, por desgraciadas. – sonrió con amargura.
Fruncí más el ceño. Tenían acorralados a mis hombres y con ellos, a mí. Pisé frustrado el suelo, humillado por este hecho. Nunca había sido capturado ni acorralado por las mejores guardias y barcos de guerra de la vieja Europa y Asia, pero estas mujeres, unas viles prostitutas, nos tomaron por sorpresa con mucha facilidad.
- Chicas, bajen las armas. – dijo Mercedes, bajando por igual sus armas. Miré curioso. – Lo siento Sr. Capitán, pero reitero: sería más sabio evitar un enfrentamiento, pues ambos perderíamos, y tanto ustedes como nosotras, amamos ganar y no perder. Por lo que no nos pondremos exigentes, y sólo le pediré ciertos acuerdos con nuestro burdel; lo que hagan afuera de este local no es de nuestro menester. – al terminar, más relajado, me di media vuelta, dándole la espalda, pensando en mi respuesta. Sacudí mi abrigo rojo.
- Te escucho. – y me dirigí a uno de los grandes sillones del burdel, apartando a las mujeres que me miraban ansiosas. – Quiero ron, tráiganlo. – dicho esto, la misma Mercedes se apresuró en mandar a sus chicas a traer el mejor ron de la región y a entregármela en jarrones de plata.
- La gente de la ciudad dice que se quedaran por una semana en la ciudad. – dijo acercándose a mí con las jarrones de ron y entregándomelo. – Si es verdad, sólo queremos pedirle que no robe nuestra mercancía y oro, y a cambio de eso, mis chicas y yo los entretendremos por toda esa semana.
- ¿Favor paga favor, eh? – susurré al terminar de mi primer sorbo de ron. – Los piratas hacemos lo que queremos, no necesitamos permisos ni treguas para tomar lo que queremos; no tenemos ni orden ni justicia, pues no creemos ni en el bien ni el mal. Somos los que dios escupe ya que trabajamos para servirnos a nosotros mismos y no para los demás. Somos la escoria de esta sociedad, y nos agrada serlo.
- ¿Y qué somos la prostitutas? – me preguntó – Las primeras en ir al cielo, según Jesucristo. No sé para qué nos querrá allá, pero lo único que necesito saber es que estamos aquí para servir. Además, no me parece un mal trato, ustedes tienen nuestro servicio a cambio de que no nos quiten lo único que nos queda.
- Su oro… - respondí por ella, sonriente.
- Exacto. No tenemos problemas con tratar con escoria como ustedes, de hecho eso va muy bien con nosotras. – y se sentó en mis piernas, acariciando mis sucias mejillas. - Hoy puedes acceder a este nuestro acuerdo sin la necesidad de dejar de hacer lo que quieras. Mis chicas y yo somos muy abiertas a cualquier exigencia – se acercó a mi oído. –, literalmente… - susurró sexualmente.
- ¿Muchachos, alguien se opone a sus demandas? - pregunté alzando la voz para que todos mis hombres alcanzaran a oírme. No hubo ninguna negativa alguna. – Bien, hoy me encuentro un tanto indulgente así que cederé, pero si hay una inconformidad de alguno de mis hombres por sus servicios, me llevaré a unas cuantas chicas a navegar con los tiburones del caribe.
- No se preocupe por ello, nosotras sabemos lo que hacemos. – aseguró la morena, quitándose de mis piernas para después moverse a su oficina, despidiéndose de mí con un lento andar y una ligera sonrisa que a más de uno de mis hombres enamoró.
- Lo tenía todo planeado. – dije para mí mismo, derrotado por primera vez; Alroy logró escucharme y miró espantando a la mujer que se escabullía en el burdel.
- ¿Por qué accedió, capitán? – me preguntó alterado, sin comprender.
- Esa maldita zorra me embrujó con su mirar… - susurré.
Salí de aquel burdel para irme a recostar en mi camarote en mi barco, no había dormido en toda la noche, y tenía que guardar todos los tesoros que habíamos robado sólo por esta noche; restaban otras sietes noches más. Al subir al barco, me encontré con Roshuan*, un ex-esclavo africano de Camerún, pero que por su gran habilidad como vigía en el mástil mayor, en la cofa, hizo que le diera su libertad y trabajara como uno de los míos. Estaba siempre alerta de cualquier barco que nos diera caza, por lo que estaba muy entretenido observando el mar, no sin antes saludarme como es debido y volver a su labor.
- ¡Roshuan, ve al burdel de la calle 32, hay servicio gratis! – ofrecí al africano, pero este sonrió ligeramente, agradecido, pero negó con la cabeza, volviendo al trabajo. – Bien, como gustes. – y me adentré a mi camarote, dispuesto a gozar de una merecida siesta. Me recosté sobre mi cama, me quité las pesadas botas y cerré los ojos, dispuesto a dormir.
Unos golpes en la puerta me hicieron despertar de mi intento de ensoñación, y ese quien golpeaba la puerta sin delicadeza sólo podía ser aquel bastardo con cicatriz en la ceja y cabello de puercoespín.
- Arthur, Arthur, Arthur. – me llamaba.
Golpeé al aire, molesto. ¿Es que no nadie me tenía respeto? Levantándome de mala gana, abrí la puerta y éste, sin pedir permiso, entró sin más a mi camarote, sentándose sobre mi escritorio y mis libros que ahí estaban. Me observó sin ganas, conteniéndose de lo que quería decirme.
- ¿What? – pregunté exasperado.
- Los chicos me dijeron que hiciste un convenio con las prostitutas del Burdel "Las Traviesas" – dijo sin apartar su mirada sobre mí, tanto que me sentí ofuscado por su serio mirar.
- Así es, ¿Y?
- Ten cuidado, en mi antigua tripulación nos topamos con muchos burdeles y siempre terminábamos sin mercancía alguna. Con ese tipo de mujeres hay que tener mucho cuidado, a más de uno enloquecen. – advirtió Govert de Bakker, el neerlandés que sólo le interesaba el bien monetario.
- Sí, claro. – tragué con dificultad mi saliva. Demasiado tarde Govert, demasiado tarde. – Por cierto, ¿ya fuiste a ese burdel?
- No, el sexo no me interesa. – dijo con simpleza, acomodándose la bufanda para seguir con su rutina dentro de una ciudad tomada por piratas. – No he ido al burdel, pero esta madrugada me encontré con una prostituta de ese burdel, si fuera un idiota más hubiese pensado que era bonita.
- ¿Sabes su nombre? – pregunté curioso y un tanto preocupado. Pobre mujer que se haya topado con él en la madrugada.
- Mercedes. – dicho esto, salió del camarote, dejándome solo y con mis pensamientos. Tal vez, sólo esta vez, Govert tenía razón…
- Pfff~ como si eso fuera a pasar. – pensé.
Nuevamente me acosté en mi sucia cama, pues no he cambiado las sabanas desde hace unos años; y sin ánimos de saber más, me dediqué a descansar. Caí en los brazos de Morfeo con gran facilidad, no había mucho que hacer, sólo era el disfrutar de lo que el sueño puede brindar, poca cosa la que podía admirar. Sólo no supe de mí hasta que abrí los ojos y me encontré en un sueño, sabía que lo era, pues andar por las calles descoloridas de London me hacía recordar lo viejo que eran esos recuerdos de mi niñez.
Caminaba por una calle, el camino de piedra lastimaban mis desnudos pies y lo helado de la mañana me hacía recordar la miseria del hambre en quienes no tienen para comprar un poco de pan. Estaba en London, recorriendo las calles acompañado de un perro igual o más muerto de hambre que yo, y a paso rápido observaba lo efímero que era el pasar de la vida infante a la vida adulta. Crecí demasiado rápido. El perro me guiaba en los oscuros pasillos donde más niños se ocultaban de la necesidad, donde hombres se lamentaban su vida de borrachos sin trabajo y de las mujeres que maldecían su fructífero vientre que alojaba la vida de otro malnacido. Ese espectro de luz al final de aquel callejón, tan desabrido y falto de vida… corriendo lejos, muy lejos de lo que llegaba a ver en mis sueños, sabiendo que estos jamás se irían ya que no importaba cuanto corriese lejos, el hambre, la debilidad en cada paso, la falta de cariño y amor, la falta de humanidad me seguía presente en mis resecos labios.
El perro ladraba fuertemente, mis pies se quebraban en cada paso que daba y terminé sólo con mis rodillas, tirado en el suelo, en medio de otro callejón, en la penumbra de la inquietud de huir, alzaba mi cabeza al cielo, la penumbra desaparecía poco a poco hasta que una luz inundó todo y lo calló todo. Un rey apareció ante mí, observando reticente mi desgracia.
Lagrimas cayeron por mis mejillas, su corona brillaba tanto que lastimaba mis ojos. Aquel rey me observó un segundo más y acompañado de todas sus pompas, éste se fue. Lo supe, desde los 6 años de edad; supe que rey no quería ser. Yo sería el que le arrebataría esa corona, no para posarla en mi cabeza, sino para escupirle y tirarla al desperdicio junto con toda la suciedad de esta pútrida ciudad. Humillar a los nobles y valientes caballeros, burlarme de la misma desgracia que yo padezco: ser un desgraciado pirata.
Capitán… ¡Capitán!
Me levanté de la cama y me coloqué automáticamente las botas, y sin saber qué pasaba atrás de la puerta de mi camarote, salí a encarar al quien llamaba por mí como capitán.
- ¿Qué pasa? – dije al momento que vi a Alroy enfrente mío, preocupado.
- Govert está causando un alboroto en el burdel. – respondió con rapidez el pelirrojo, y sólo necesitaba saber eso para asegurar que las cosas se complicarían desde este punto. Nos dirigimos al burdel y cuando entramos todo el mundo calló, excepto Mercedes que se la pasaba gritando pero que era detenida en los brazos por sus demás compañeras prostitutas. Lanzaba patadas y golpes con ambos brazos al aire, queriendo alcanzar al neerlandés que observaba irritado la escena. Al parecer ninguno de los dos se daba cuenta de mi llegada, lo que obviamente me molestó.
- ¡Canalla! – gritaba la prostituta, y éste sólo se limitaba a observarla en silencio, indiferente. - ¡Vuélvelo a decir y te haré que te tragues tus propias palabras! – amenazaba la alterada pelinegra.
Golpeé el suelo con fuerza, llamando así la atención de los dos, para después acercarme a ellos. Observé de mala gana a mi contramaestre, exigiéndole con la mirada que me dijera qué es lo que había pasado. Él se limitó a suspirar cansado.
- Unas cuantas indiferencias, sólo eso. – dijo alzando los hombros, sin darle importancia al asunto…, por eso odiaba hacer tratos, si uno estaba en desacuerdo, todo se iba al carajo.
- ¿Cuáles? – exigí saber.
- ¡Dile, maldito espino de mar! – gritó una Mercedes muy enojada, aun sostenida por sus compañeras que la trataban de calmar, pero ella tampoco cedía.
- No tengo todo tu tiempo, Govert. – amenacé.
- Bien. – habló Govert. – ¿Recuerda lo que le dije hace unas horas? – afirmé positivamente con la cabeza. – Resulta que fue este mismo burdel el que nos dejó sin mercancía, sin mencionar que conozco a esta prostituta.
- Te faltó algo imbécil, - no se quedó callada la morena. – Ustedes se la llevaron, ¡se la llevaron lejos! – gritó eufórica y dolida; mientras que yo no comprendía nada.
- ¡Ella se quiso ir! – hubo un silencio, pues a todos nos tomó por sorpresa escucharlo gritar, y verle alterado.
- Mentira, mentira… - se encogía en los brazos de las chicas, acongojada por los recuerdos. - ¡¿Y todavía vienes a reclamarnos por lo que les robamos?! – volvió a cuestionar con un gran deje de dolor en su voz.
- Govert, explícate. – exigí nuevamente al ver cómo éste trataba escabullirse y huir por la entrada principal.
Detuve su ida y se me acercó, pidiendo con la mirada a que esperara, no obstante rechacé aquel pedido, para después plantarle un golpe en el rostro. - ¡Explícate! – demandé furioso, y él no se pudo negar.
- Mi antigua tripulación, comandada por el capitán Fons de Jacolien azotó la ciudad hace unos 11 años atrás, cuando era un mozo de artillería. Cuando atacamos, el contramaestre de Jacolien gustó de un prostituta, una búlgara de nombre Annabel. Ella era la administradora e iniciadora de este local.
- Y una madre para nosotras. – comentó una castaña desde la barra, triste.
- El contramaestre, Antonio Carriedo, enamoró a aquella prostituta y se vino con nosotros a la tripulación. No hay más de aquella historia, más que estas mujeres en venganza nos robaron todas las joyas y oro del navío.
- ¡Como si eso fuera cierto! – reclamó otra mujer de avanzados años.
Me detuve a reflexionar, y habiendo pensado qué hacer, dije: - Bueno, bueno, lo que haya pasado en el pasado ya no es relevante. No soy ese desgraciado de Jacolien, y mi contramaestre sólo era un mozo en ese entonces, poco pudo hacer en un saqueo, además de que yo mismo me encargué de matar a Jacolien y el resto de su tripulación, en la cual nunca me topé con una búlgara o un español para alivio vuestro; y asunto arreglado. – palmeé convencido, todo esto era ridículo.
- Ah… - suspiró con alivio Alroy, quitándose con la mano el sudor de su pecosa frente. Hubo un largo silencio en todo el burdel y aproveché ese momento para dar unas cuantas indicaciones a mis hombres, y de paso, a las prostitutas que sólo torcieron sus bocas, hastiadas de escucharme.
- Yo me voy. – dijo Govert, yéndose cual pez espada, sin darme la oportunidad de detenerle. Chasqueé irritado, ¿todo el mundo aquí estaba más sensible o qué? Sin embargo empecé a reírme en voz baja, orgulloso de que yo era parcialmente inmune a ese tipo de situaciones.
- Sr. Capitán Kirkland. – Una voz me llamó, alterando mis nervios y haciéndome trastabillar. Volví mi mirada a la que me hablaba para encontrarme con Mercedes, que no disimuló su risa al verme flaquear por un instante.
- ¡For the sake of hell! – grité exasperado. - ¿Qué quieres?
- ¿Gusta un trago?
- No, no disfruto tomar alcohol con prostitutas. – respondí, dándome la media vuelta para irme nuevamente a mi barco.
- Bueno, fantástico. – y ella por igual se dio la media vuelta, para regresar a sus actividades. Me detuve en seco, serio.
- Podría considerarlo, después de todo no tengo mucho que hacer.
- Oh no, no se moleste. – respondió con ligereza y sin darme importancia. - Hay quien lo quiera, pero no quien le ruegue.
- Está bien, está bien. Ya que tanto insiste. – me giré sobre mí eje y la tomé de los hombros, llevándola a la mesa de tragos; sonriente. Mis hombres farfullaron con burla, haciendo me sintiera un tanto acalorado.
- ¿Está sonrojado? – me preguntó la morena que estaba ya a mi lado, sirviéndome un jarrón de cerveza.
- Esta ciudad es muy calurosa. – comenté por respuesta, evitando el contacto visual.
- Esto no es nada a comparación de Veracruz. Créame, he estado allí, y siento cómo mis manos se derriten. – comentó entusiasmada por la plática.
- Oh, pero usted no ha ido a África, nada compara el calor de África. Parece un infierno. – secundé, sonriendo de medio lado; era yo el hombre que ha cruzado todo el mundo, y yo sé cuándo está caluroso o no.
- ¿África? ¿Cómo es? – preguntó más entusiasmada. Medio tosí para preparar mi garganta, para responder con prepotencia a su pregunta.
- La gente es muy pobre, pero parecen felices así; el mar a las orillas de la costa es tibio, pero muy refrescante y es de un color oscuro, no es tan claro como el del pacifico, o tremulante como el de Europa, es tan amplio y majestuoso como el Asia… sin embargo, últimamente ha habido muchos barcos que trafican con los nativos de esas tierras y debido a que el mantener y alimentar a muchas personas en un barco es muy difícil, muchas veces a los menos útiles (como heridos, enfermos, embarazadas) son tirados al mar aun encadenados; y sus cuerpos sin vida flotan tristemente hasta que las aves marinas los comen u otros animales. Pero en sí, las costas de África y su mar son hermosos.
- Ah… - expresó ahora sin interés. Fruncí el entrecejo, humillado. - ¿Tan divertida es la vida de un pirata? – preguntó al azar, bebiendo de su jarrón.
- No, no es divertida, pero es lo que queremos hacer. Y dime, ¿es divertida la labor de una prostituta?
- No, pero es lo nos tocó… unos nacen para ser reyes y personajes ilustres, otros nacimos para ser la basura de la sociedad, pero alguien tiene que hacer el trabajo sucio ¿o no?
- No lo sé, yo nací para morir en la calle, pero eso ha cambiado. – hice una breve pausa para volver sorber de mi jarrón. – Ahora, estoy seguro que moriré pero en el mar. No es mucha diferencia, pero al final, es lo que hay.
- Brindo por eso. – susurró para después chocar mi jarrón con el suyo, sin avisarme. – Capitán, es usted muy amable, tanto con sus hombres, como con estas sucias rameras, nosotras.
- Tú lo dijiste en nuestro primer encuentro. – Sonreí victorioso – Si hay alguien que pueda contra los piratas, esas son las prostitutas.
Después de todo, no somos tan diferentes.
- La única diferencia es que ustedes navegan barcos, y nosotras pichones*. – y Mercedes empezó a carcajearse de la risa, tomándose de la barriga, para después abrazarme por los hombros con mucha confianza. ¿Pichones? ¿Qué? Holy shit… Gentleman sausage…
Tosí nervioso durante toda esa tarde.
Fin
Blimey! = My Goodness (argot británico) / Nutter = crazy person (argot británico)
Govert = Uno de los posibles nombres de Neertherlands. A decir verdad, Mogens me gusta más pero al final me decidí por éste, tiene algo que lo hace atractivo y peligroso a la vez. Es un buen nombre.
Meche = Campeche viene de los vocablos maya: Kaan-Peech (culebra y garrapata), por lo que Meche (que tiene cierta parecido con la pronunciación de Peech) adquiere un significado de "Garrapata" para Mercedes (luego sabrán por qué le dicen 'garrapata').
Rashuan = El nombre que muchos fanons usan para nombrar a Camerún. No lo pude descartar, es tremendamente lindo. Es todo un bebu ;3;
Pichones = Penes (pitos – pichones) xDDD
xDDDD en total serán 8 capítulos cortos (aunque este estuvo un tanto largo, pues es el cap. introductorio). Aviso, si les incomodó cierto uso de lenguaje háganmelo saber, pero poco podré hacer, pues a pesar de todo, la historia es de piratas y prostitutas, ideas no tan románticas como muchos creen, pero realmente interesantes. Estoy haciendo lo mejor posible que esto suene más serio, pero el tema de corsarios y prostíbulos son temas que desconozco mucho, por lo que cualquier mano ayuda u observación me será de gran utilidad :) por cierto, aunque esté en temas sexuales, no escribiré lemmon ni lime.
Mi OC de México, Mercedes Montero Villalobos nació cuando me di cuenta que los sureños somos canelas pasión de otro nivel xDDDD es decir, sobre todo en estados como Veracruz, Guerrero, Chiapas, y toda la península yucateca hasta Tabasco hay una descendencia africana muy significante y hermosa, así como indígena; y como suriana de corazón (guerrerense, señores) me pareció una buena excusa para ponerla más morena/negrita y nativa :3
Países bajos (o Holanda) será de gran importancia en este mini fic, por lo que no me peguen si hago alguna salvajada (xD como me es costumbre). Además que en caps. futuros aparecerán Antonio (España) y Annabel (Bulgaria).
¿Reviews? ¿Alguna observación? ¿Tips? ¿Crítica constructiva… o no xD?
Nos vemos~
