Lo sabía
Disclaimer: Todo pertenece a George R. R. Martin.
Esta historia participa en el reto La danza de los dragones del foro Alas negras, palabras negras.
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La carta del rey era clara y contundente: Daemon debía permanecer fiel a su esposa o sería desheredado. Mysaria la leyó con calma mientras Daemon la miraba . Él estaba serio. Ella sabía que estaba enfadado con su hermano, pero también sabía que le obedecería. Se permitió por un momento soñar con que Daemon rompería la carta en pedazos y le diría que no le importaba ser rey de los siete reinos, que ya se buscaría él su propia corona junto a ella aunque sabía perfectamente que no sería así.
Dejó la carta sobre la mesa y lo miró. El rostro de Daemon permanecía inexpresivo. Mysaria se preguntó si le dolía lo que estaba a punto de hacer. Se dijo que no, que seguramente no. A Daemon nada le dolía si le colocaba un paso más cerca de su ansiada corona. Eso lo había sabido siempre, desde que lo conoció en aquella taberna de Desembarco del rey. Le llamó la atención desde el principio: era un joven guapo, ambicioso, diestro con las armas y con esa facilidad de palabra que hacía que todo el mundo se parase a escuchar lo que decía. Era simplemente encantador, pero por encima de todo era príncipe y a Mysaria le encantaría ser princesa.
Fue por eso por lo que se acercó a él, igual que él solo buscaba una cara bonita cuando se acercó a ella. No obstante, ambos encontraron mucho más en el otro. Daemon encontró una compañera inteligente con la que hacer planes y Mysaria encontró al hombre del que se enamoró a pesar de saber que ese amor no era correspondido, que no tenía futuro, que un día él la abandonaría por una corona, una silla de hierro y una doncella de alta cuna.
Finalmente Daemon habló, confirmando que el momento que Mysaria tanto había temido al fin había llegado. Ella no lloró. No le suplicó que se quedara. No gritó presa de la furia. Simplemente asintió y dijo:
–Lo sabía.
Y ciertamente lo sabía. Lo había sabido siempre.
Después él se marchó y solo entonces se permitió dar rienda suelta a la tristeza, a la ira, al odio y todas las lágrimas que no había querido derramar en su presencia.
