Renuncia de derechos: Cazadores de Sombras y todo su universo son de Cassandra Clare (y de algunos otros, como en Las Crónicas de Magnus Bane y en las Historias de la Academia de Cazadores de Sombras). Los títulos de los capítulos son de Las flores del mal, de Charles Baudelaire. Lo demás es mío, por lo que me reservo su uso.
Advertencia: relato conocido como «historia fantasma», ya que está relacionado con «La aguda espada de dos filos», longfic que recomiendo leer antes. Así mismo, hay referencias al por mayor de casi todo lo publicado de Cazadores de Sombras hasta la fecha (dando patadas al canon de vez en cuando), así que sobre aviso, no hay engaño.
Dedicatorias: a Angelito Bloodsherry (Noe–chan), una de mis niñas Friki, porque jura que el protagonista y su parabatai son canon para ella y concuerda conmigo en que merecían que se escribiera sobre ellos. Y cómo no, a Mejor Amiga (aunque no sepa de esta historia), que para mí es la mejor parabatai que podría conseguir en esta vida.
«[…] Y Yahé la hará recaer sobre su cabeza, pues él mató a espada a dos hombres inocentes mejores que él […]»
I Reyes, 2: 32
I. L'Aube Spirituelle.
Abril de 1995.
El Instituto de París era fascinante.
Las tres figuras que se quedaron plantadas a la mitad del vestíbulo, no podían dejar de mirar a su alrededor. Delante de ellas, una mujer alta y delgada, de largos cabellos castaños, les daba la espalda y se estaba alejando, pero a los pocos pasos se giró y frunció el ceño, desconcertada.
—¡Vengan! —los invitó.
A la vez, los tres aludidos, apenas unos niños, dieron un respingo y emprendieron la marcha.
Se notaba a leguas que eran parientes, pues tenían el mismo cabello negro. Eran dos varones y una chiquilla, los tres de aspecto tímido. Mientras que la niña y uno de los niños tenían la misma estatura y los ojos marrones con vetas verdes, el tercero era un poco más delgado y ostentaba unos ojos muy bonitos, grises con vetas azules, que daban la impresión de ser algún tipo de joya.
La mujer que los guiaba se les parecía en la forma de la cara y en los ojos marrones de dos de ellos, lo que al niño de ojos grises le pareció estupendo… en un sentido irónico. En Alacante no habían dejado de hacer bromas crueles a costa de sus ojos, insinuando que no pertenecía a la familia, pero era una mentira manifiesta: cualquiera que lo viera a la cara, reconocería la mayoría de los rasgos de su padre.
—Los presentaré hoy en el Instituto —anunció la castaña, con una voz que intentaba sonar alegre, pero se notaba a leguas que quería ocultar su tristeza—, y también les mostraré las áreas de uso común. La próxima semana, cuando empiecen a entrenar…
—¿Hasta la próxima semana? —se extrañó el niño de ojos marrones.
—Sí. Lo he solicitado así para que conozcan la ciudad y la casa.
—¿Qué casa? —inquirió la niña, arqueando las cejas.
—La de Jules y mía, que ahora también es suya. Está al otro lado del río.
—Entonces, ¿no vamos a vivir en el Instituto? —soltó el de ojos marrones, indignado.
—No, ¿por qué habrían de hacerlo? Los invité a vivir conmigo y con Jules, no los invité a vivir en la misma ciudad que nosotros —la mujer castaña hizo una pausa, los observó por encima del hombro y afirmó—. Tú debes ser Gilbert.
—¿No sabías ni eso?
—No exactamente. La última vez que los vi, los tres eran muy pequeños, así solicité algunos informes al Consejo y sus tutores.
—¿Entonces por qué nos recibes?
La mujer se le quedó mirando al de ojos grises, que le dedicó a su vez un vistazo rápido antes de agachar la cabeza, lo cual hizo que su pelo, corto y desordenado, revoloteara un poco.
—Somos familia, Edward —contestó la mujer, causando un respingo en el nombrado, que sin embargo no alzó la vista—. Aunque esté casada, siempre seré una Longford de nacimiento. Mientras yo viva, no tendrán que estar solos. Lo prometo.
—¿En serio, Catherine? —se animó la niña repentinamente.
—¡Por supuesto! A Jules le encanta la idea de llenar la casa, sobre todo si habrá chicos con quién hablar. Lamento decirlo, pero el pobre se agobia un poco conmigo y las niñas.
—¿Niñas? —la niña se entusiasmó todavía más.
—Sí, tenemos dos hijas. Son más pequeñas que tú, Barbara, pero espero que te agraden.
La aludida asintió con vehemencia, mientras Gilbert hacía una mueca y Edward continuaba con la mirada gacha.
—Ahora, vamos al despacho de Gertrude. Seguiremos luego con esta conversación.
Barbara y Gilbert apuraron el paso, visiblemente ansiosos, pero Edward no pudo seguirles el paso. Los siguió a poca distancia, alzando los ojos solo lo suficiente como para no tropezar o perderlos de vista, pero la escasa alegría de no vivir en el Instituto lo había abandonado.
¿De verdad Catherine los había recibido solo por ser familia? No se lo creía. Tía Imogen no quiso quedarse con ellos, aunque se había quedado sola hacía unos años. ¿Por qué los aceptaría la hija de tío Colin, que tenía una familia propia qué cuidar? Barbara podía ser muy escandalosa y Gilbert siempre quería hacer las cosas a su manera. En cuanto a él…
Sacudiendo la cabeza, Edward apartó de su mente cualquier pensamiento negativo sobre sí mismo. ¿Para qué amargarse, si Catherine no tardaría en notar lo raro que era y seguro lo enviaría lejos, con tal de librarse de la molestia? Eso iba a hacer su madre, que él supiera.
Teniendo esperanza por una vez, Edward se prometió ser un cazador de sombras modelo.
De su parte, Catherine no tendría ni una sola queja.
