No podría ver tu rostro porque mi decisión temblaría, así que decidí dejar todos los pensamientos, que tengo que decirte, en esta nota. Por favor perdona la debilidad de tu egoísta hermana menor… Yo siempre rezaré por tu felicidad y por la de la gente que amas… Gracias Yuzu…
Adiós
-Lo siento, de verdad lo siento pequeña Yuzu- su mejor amiga sabía que ninguna palabra consolaría a ese corazón que sufría.
-¿Por qué? ¿Por qué?- la rubia pudo preguntar entre sollozos.
-Porque te enamoraste de Mei, precisamente de ella.
En esa habitación, que alguna vez compartió con una joven de hermosos ojos violeta, solo se escucha sollozos inconsolables. Aquella noche Harumin y la luna llena fueron los únicos testigos del llanto de la adolescente que dio todo y no fue correspondida de la misma manera.
-Has tomado la decisión- le preguntó su madre con una mirada que bordaba entre la felicidad y la melancolía.
-He enviado mis documentos. Sé que en mi vida escolar no he sido muy buena, pero estos meses me he esforzado. No pierdo con intentar- contestó con la mirada baja, al tiempo que mordía la tostada de su desayuno.
-No puedo creerme lo que has crecido. En solo un mes te habrás graduado de la preparatoria.
-El tiempo pasa muy rápido. Hace casi 3 años que llegamos a esta nueva ciudad encantadora, pero creo que ha llegado el momento de irnos- levanto la vista divisando al balcón y mirando el cielo azul- Tu nuevo ascenso en el trabajo te llevará a Osaka y, si todo sale como planeo, a mí me llevará a los Estados Unidos.
Unas lágrimas, de orgullo y a la vez tristeza, amenazaron con salir de los ojos de aquella madre que veía a su hija tomar su propio rumbo en la vida.
-No llores madre- dijo dulcemente la rubia. Existe algo que se llama aviones y teléfonos móviles- la gran sonrisa característica de Yuzu salió a flote.
-Tienes razón-
-¿De verdad piensas que una universidad de ese calibre te aceptará?- Matsuri preguntó mientras ella y Yuzu esperaban a Nene, Harumin y Momokino para disfrutar sus últimos días juntas como estudiantes con uniforme, antes de que Yuzu, Harumin y Momokino partieran de Aihara Academia.
-No lo sabré si no lo intento- respondió tímidamente- Mi entrevista será el próximo mes.
-Así que de nuevo pensando en ELLA te has esforzado- pregunto amargamente la pelirrosa.
-No es por ella, es por mí- contestó con la mirada gacha- Porque me quiero tanto que no puedo permitirme estar en la misma ciudad que ella. No la he visto desde que se fue, pero saber que me la puedo cruzar cualquier día por la calle me hace perder el sueño. Sanaré Matsuri. Te lo prometo- finalmente la rubia miro a los ojos a su amiga.
-Así que Yale…vaya- terminó en un susurro la rebelde joven de primer año.
-El papeleo de la sucesión ha terminado- dijo con orgullo y cansancio.
-….- la joven a su lado no respondió.
-¿Mei?- volteó al no tener respuesta.
-Claro que si abuelo, ahora puedes retirarte tranquilo- respondió la hermosa joven pelinegra, mientras luchaba porque sus traicionera voz no denotará la tristeza que invadía su ser.
-Él será un buen marido. Por lo pronto no tendrás responsabilidades de esposa. Tu vida de estudiante en la Universidad de Tokyo no se verá afectada por esto. La sucesión ha sido un mero trámite, aún te quedan 4 años para prepararte como la futura cabeza de los Aihara.
-….- Mei miraba por la ventana del Cadillac negro, viendo la gente que reía y caminaba por las bulliciosas calles del centro de Tokyo. Su mirada se perdía por momentos, hasta que la voz de su abuelo la hizo regresar a sus pensamientos.
-Hemos llegado con el modisto. Te verás hermosa- el viejo Aihara dijo hinchado de felicidad.
-….- la joven pelinegra bajó del auto mientras retenía una traicionera lágrima que amenazaba con salir.
La joven rubia no puedo esperar al elevador que marcaba el piso 15, así que decidió subir por las escaleras. Sus nervios eran tantos que decidió abrir el sobre desde el hall del edificio, luego de sacarlo de su cajón de correos. Por lo que ahora subía a toda velocidad.
-Ah, pero si es Yuzu-chan- su padrastro le dio la bienvenida.
- No sabía que venías- la rubia de dio un fuerte abrazo mientras jadeaba por el esfuerzo realizado.
-Andas muy eufórica Yuzu-chan- sonrió el hombre.
-Sí, ¿y mamá?- preguntó recobrando un poco la respiración.
-Ah, Yuzu- chan llegas justo a tiempo-la madre salió a la sala- Tu padre trajo buenas nuevas.
-¡Mira!- le acercó a Yuzu un sobre de tamaño mediano- Aquí está su invitación a la boda de Mei y Udagawa- el hombre sonrió sin saber que con esas palabras dichas con toda inocencia, mataba para siempre el último resquicio de esperanza de la dulce joven que cometió el pecado de enamorarse de quién nunca sería suya.
-…ya- fue todo lo que pudo decir, mientras sus cabellos tapaban su tierna y destrozada mirada.
-Anda ábrela.
El sobre era muy elegante y la letra muy fina, tal como la protagonista de la boda. Con manos temblorosas sostuvo la invitación. Unas lágrimas empezaron a surcar sus mejillas terminando en la hermosa caligrafía de la invitación.
-¿Yuzu?- preguntaron al mismo tiempo ambos padres.
-Estás lágrimas son de felicidad por Mei… son de felicidad… felicidad por ella- levantó la mirada, sonriendo a sus padres.
-La invitación es muy bella- dijo con emoción la madre de Yuzu.
-…..Sí, muy bella-
En las letras del sobre, motivo por el cual había subido a toda velocidad y que metió en la bolsa de su suéter escolar para recibir la invitación, se alcanzaba a divisar una palabra en lengua inglesa "University".
El rumor de las finas copas al chocar se escuchaba por todo el salón. Los invitados eran los patriarcas, así como sus herederos, de muchas grandes familias de Japón.
-Para mí es un gran privilegio que un miembro de la familia Udagawa venga a formar parte de la familia Aihara. Las invitaciones de boda serán enviadas próximamente. Espero que puedan acompañarnos en este momento tan especial para mi nieta- el patriarca de los Aihara hablaba.
La joven pareja protagonista de esta fiesta de compromiso estaba sentada en la mesa principal al lado de sus respectivos padres, el abuelo y la madre política de la mujer que se comprometía.
-Levantemos la copa y brindemos por su felicidad- exhorto el abuelo.
-¡Por su felicidad!- gritaron todos
Mientras la comida y el alcohol iban y venían a lo largo de todo el lujoso salón con sus más de 100 invitados, una joven rubia enseñaba el boleto de acceso al salón para que la dejaran pasar. Llegaba 2 horas tarde. No había pensado en ir…pero, como una epifanía, supo que este era el momento para empezar de nuevo, para empezar a liberarse, para comenzar a vivir, a tratar de ser la misma chica alegre que era cuando llegó a esa ciudad 3 años atrás. Así que se levantó de la cama y ahora estaba ante la puerta de ese salón en donde se encontraba aquella mujer que tanto lastimó su corazón, un corazón que lo único que hizo fue amarla y adorarla.
Entró y buscó con la mirada a sus padres. Dio con la mesa y se acercó. Ahí estaba aquél hombre que le arrebataba a la mujer que tanto quería, se la quitaba aquel tipo que le dio su primer sobre de paga que utilizó para comprar esos anillos. Yuzu sabía que él no tenía la culpa de nada, sabía que era egoísta por pensar de mala manera de ese amable hombre que le dijo que no se rindiera con su amor.
-¡Eh! Yuzu- pensé que no vendrías- dijo alegremente el ex gerente.
-Yuzu-chan que bueno que has venido. Parece que tu dolor de estómago se ha pasado- comentó la inocente madre sin saber el infierno de emociones que vivía su hija.
-¿Y..Mei?- preguntó temblorosa Yuzu al no verla en la mesa.
-Mei-chan ha ido al tocador, aunque ya se tardó un poco- reflexionó la mujer- tu padre ha ido a contestar su móvil y tu abuelo está en la mesa de allá hablando con unos socios.
Yuzu sentía que le faltaba el aire. Miró detenidamente a su alrededor y, por fin, cayó en la cuenta que el mundo de Mei jamás sería el suyo, comprendió que a ella y a Mei siempre las había separado un abismo de valores, creencias, metas y moralidades.
-Tonta de mí, que pensé que mi amor sería suficiente para llegar al corazón de Mei- reflexionaba en silencio y con profundo dolor- Estúpida de mí al olvidar que tú ya habías trazado tu plan de vida desde que eras una niña. Ingenua de mí al suponer que podrías llegar a amarme y que yo sería tu único amor, cuando tú ya tenías otro amor llamado Familia Aihara.
-¿No te sientas Yuzu?- la melodiosa voz de su madre preguntó.
-Quiero tomar un poco de aire, voy a la terraza de la planta superior-
Un mesero con una charola con vasos de whiskey pasó al lado de ella, agarró uno y dio unos pasos antes de voltear de nuevo hacia la mesa principal.
-Gerente…Congratulations- Yuzu levantó delicadamente el vaso de cristal en dirección a él y siguió su camino.
Llegó al último piso y desde la puerta de cristal la vio, estaba de espaldas, con las manos en la barandilla y la mirada hacía la luna que brillaba. Dio un paso atrás, dudo un momento, pero sabía que ya no había nada por lo que dudar, ya todo había quedado muy claro. Era hora de que ambas siguieran su camino. De un jalón se bebió el líquido color madera. Nunca en su vida había probado el alcohol, pero al sentir como el líquido pasaba por su garganta y quemaba, se juró que jamás volvería a probar alcohol, no necesitaba más amargura.
-Te vas a enfermar, no llevas abrigo- ese fue su saludo
Mei volteo sorprendida, se cumplían 14 meses de haber escuchado por última vez su voz. Justo el día anterior a su partida del departamento que compartía con ella y su madre. La pelinegra sentía que las lágrimas volvían, pero sacando todo el autocontrol con el que se educó y creció, las retuvo en sus ojos
-Yuzu- susurro con infinita tristeza, mirando al piso.
-Vine a tomar un poco de aire, no pensé encontrarte aquí- se acercó a la barandilla posicionándose como Mei lo estaba hace un momento.
-Hace una noche hermosa, Mei. Me da gusto volver a verte en una noche así- dijo tranquilamente levantando su mirada hacia las estrellas que llenaban el firmamento.
Mei se encontraba impávida, con el corazón latiendo sin control. La mujer que amaba, pero que estaba prohibida para ella, estaba, después de tantos largos meses, frente a ella.
-Lo siento- susurró Mei- lo siento por todo, siento no habértelo dicho en persona, siento haber dejado que las cosas llegaran a tanto entre tú y yo sabiendo que tendría que dejarte, siento haberte tratado tan mal durante mucho tiempo, siento nunca haberte demostrado mi amor, siento no haber sido amorosa, ni tierna, ni comprensiva, siento… lo lamentó Yuzu- Mei no resistió más y los sollozos vinieron.
Yuzu se mantenía mirando la bella luna, la tristeza y el dolor la llenaban, pero también la resignación y la extraña tranquilidad que viene con ella.
-¿Recuerdas? También era de noche y había muchas estrellas en el cielo, como hoy, cuando nos conocimos, cuando tu llegaste dándome la sorpresa de que serías mi nueva hermanastra- Yuzu sonrió al cielo con melancolía.
Yuzu se dio la vuelta y posó una de sus manos en el hombre de Mei quien seguía llorando con el rostro entre las manos.
-Todo estará bien, Mei- la voz de la rubia era tan dulce como la miel- No tienes nada que sentir, no hay nada que lamentar, no llores porque se terminó, al contrario, vamos a sonreír porque sucedió. Me diste el privilegio de amarte y nunca me arrepentiré de ello.
Mei levantó la vista para quedar a centímetros de Yuzu.
-Nos espera largos caminos separados que recorrer. Y yo también, Mei, rezaré por tu felicidad. Ya no llores, Mei- suavemente limpió las lágrimas de su hermanastra.
Mei acercó su rostro al de Yuzu, tanto que solo unos centímetros la separaban de sus labios, pero Yuzu dio un paso atrás y posó su dedo en los labios de Mei.
-No nos hagamos más daño- dijo mientras movió maternalmente la cabeza en negación.
El llanto de Mei se había aligerado, mientras limpiaba el agua salada que aún corría por su rostro.
-El último…be…beso, Yuzu- pidió entrecortadamente la ex Presidenta del Consejo. Una súplica, un último favor.
Yuzu se acercó, tomó su rostro delicadamente y le dio un dulce y suave beso en la mejilla, probando los rastros de su tristeza.
-Cuídate Mei- La soltó delicadamente, salió de la terraza…dejando atrás a la mujer que eligió a su responsabilidad por encima del amor por ella.
La heredera Aihara se quedó ahí, sin moverse, mientras nuevas lágrimas cruzaban su rostro.
