PRÓLOGO
—¡Granger a mi despacho! ¡Ahora!
Doy un salto en el asiento de mi escritorio cuando oigo el grito de mi jefe justo detrás de mi cabeza. No sé por qué me sorprendo si lo único que hace es gritar a todas horas. Sobre todo a mí. Es su pasatiempo favorito y creo que nunca me ha hablado en un tono que no sea ese. Pongo los ojos en blanco porque sé que no puede verme y, resignada, me levanto de mi pequeño puesto de trabajo. Salgo del cubículo y camino por el pasillo repleto de mesas iguales a la mía en dirección a su despacho, que es una habitación con paredes de cristales e increíbles vistas al centro de Londres, situado al final del enorme departamento lleno de mesas como la mía.
No puedo evitar observar como la cabeza rubia de Sarah, mi fiel y leal compañera de trabajo, aparece por uno de los laterales de su mesa para dedicarme una mueca de compasión y levantar un puño al aire al tiempo que murmura en silencio: "Patéale el culo, Granger". Sacudo la cabeza intentando no reírme, pero eso no hace que me sienta mucho mejor.
Mi jefe es un hombre absolutamente intimidante y cruel.
Sé que todos mis compañeros de trabajo me están mirando. Noto sus ojos en la nuca y lo hacen con cierta compasión. No les juzgo. A nadie le gustaría estar en mi cuerpo en estos momentos y los envidio profundamente por no ser ellos quienes reciban constantemente la furia del "señor". Pero es algo a lo que estoy ya acostumbrada así que, con la cabeza bien alta, me dirijo hacia el despacho y abro la puerta sin ni siquiera llamar.
Sé que odia que haga eso y no me importa en absoluto que ese pequeño y simple detalle lo haga enfadar aún más. Cierro la puerta de cristal tras de mí y me doy la vuelta. Me cuadro de hombros y pongo mi sonrisa falsa de todos los días.
El señor Wright ni siquiera se digna a mirarme. Tiene la cabeza agachada y hace que su pelo, completamente negro y peinado hacia atrás con varios kilos de gomina, brille con la luz que entra del enorme ventanal que tiene a sus espaldas. Está leyendo un pergamino y veo que sus ojos verdes ni siquiera se mueven tras sus gafas cuadradas y serias. Decido hacerme notar aunque él sabe perfectamente que estoy allí, de pie, justo delante de sus narices.
— ¿Me llamaba, señor Wright? — pregunto con voz neutra y sin ningún tipo de emoción.
Sé que debería decir "gritar" en vez de "llamar", pero lo omito. No es lo correcto por muchas ganas que tenga de hacerlo. El señor Wright levanta la cabeza al fin, y con ese gesto también levanta hacia mí el pergamino que estaba leyendo.
—¿Se puede saber qué es esto, señorita Granger? — dice con voz suave y peligrosa y me sorprendo porque no me ha gritado. Más bien lo ha dicho casi en voz baja. Agita el papel en mi dirección y me acerco para cogerlo.
Su mirada inquisidora se clava en mí con una rabia vertiginosa y me encojo sobre sí misma. He de reconocer que no creo que me acostumbre nunca a ese tipo de miradas. Agarro el pergamino con seguridad y comienzo a leer su contenido.
Reconozco mi letra pulcra y algo infantil al instante. Es una traducción en varios idiomas de normas, derechos y prohibiciones. Son completamente normales en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, lugar donde trabajo desde hace dos años y medio, después de que finalizara la guerra. Recuerdo que me ofrecieron el puesto del señor Wright tras finalizar mis exámenes en Hogwarts poco después de lo ocurrido.
Me negué rotundamente.
Quería progresar poco a poco por mí misma y no quería regalos ni favoritismos por ser una "héroe" de guerra. Pero a medida que pasaba el tiempo, me iba arrepintiendo más y más de mi decisión. A estas alturas, tendría que ser yo la que estuviera sentada en aquella lujosa oficina, dándole órdenes y gritándole como si no hubiera un mañana. La imagen de un señor Wright temeroso y débil se me cruza por la cabeza y sonrío internamente. Hubiera dado una fortuna por verlo así.
Volviendo a la realidad, leo el documento un par de veces pero no sé exactamente que pretende mi jefe con todo aquello.
—Es un decreto sobre la regulación de la magia en menores de edad—él ya lo sabe, por supuesto, pero le encanta humillarme. Lo dejo de nuevo encima de su impoluta mesa de madera oscura y nos miramos a los ojos en un incómodo silencio.
Su rostro no expresa ninguna emoción. Parece una estatua de mármol. A pesar de tener aproximadamente la edad mi padre, el señor Wright se conserva de maravilla. Tengo que admitir –aunque a regañadientes– que es un hombre bastante atractivo. Ginny lo habría catalogado de "madurito sexy". Se revuelve en su asiento y se quita las gafas. A pesar de trabajar en el Ministerio de Magia, va vestido como un muggle: con traje y chaqueta, siempre de negro.
— ¿Qué le pedí que hiciera con él exactamente?
Su pregunta me sorprende porque es un poco estúpida.
—Revisarlo, traducirlo y entregárselo, señor —respondo como si fuera lo más obvio del mundo.
El señor Wright asiente en silencio, como si meditara algo que prefiere no compartir públicamente, vuelve a coger el pergamino y firma en él con su elegante pluma negra. Estoy realmente confusa por su comportamiento evasivo y extraño, pero me mantengo en silencio mientras le veo firmar varios documentos más. Al cabo de unos segundos, vuelve a levantar la cabeza y apoya los brazos en el respaldo de su enorme silla de cuero.
—He pensado últimamente mucho en usted, señorita Granger. — dice con lentitud y no puedo evitar sentir miedo. Sus ojos verdes se clavan en los míos y brillan de forma extraña…. Como si esperara alguna reacción por mi parte.
¿Qué ha pensado en mí? ¿Por qué tendría que pensar en mí siquiera? Decido dejar esas preguntas de lado y carraspeo claramente nerviosa e incómoda.
Esta situación no me gusta nada.
—Espero que de forma positiva, señor— le respondo profesionalmente y deseo que de verdad sea así.
El señor Wright realiza una mueca que identifico como una sonrisa. ¿Sabe sonreír? Estoy impresionada. Se lleva uno de sus largos dedos pálidos a los labios y lo deja allí varios segundos mientras medita su contestación. Todo esto sin dejar de mirarme a los ojos.
—Me tiene intrigado, señorita Granger. Es usted realmente un diamante en bruto.
Ni siquiera parpadeo. Me quedo callada mientras se levanta de la enorme silla y da varios pasos para rodear la mesa de cristal. Las manos me tiemblan y tengo que entrecruzarlas en la espalda para que no lo note. Cojo una bocanada de aire y decido acabar con esto de una vez.
— ¿A que se refiere? — pregunto de forma más brusca de la que pretendía.
Él sigue avanzando en mi dirección e invade mi espacio personal de forma intimidante. Quiero retroceder pero eso sería darle una señal de que me está dando miedo y quiero demostrarle todo lo contrario. Levanto el mentón con decisión mientras fijo la mirada en el ventanal que tiene a su espalda esperando una respuesta.
El señor Wright se apoya en su mesa en un gesto desenfado, mientras cruza los brazos sobre el pecho antes de hablar.
—Eres puntual, responsable, eficaz, leal, una trabajadora innata, aplicada… Son cualidades que realmente busco y valoro de una persona—nadie lo diría teniendo en cuenta que siempre me ha tratado como si no valorara ninguna de ellas. — Por todo esto la junta directiva y yo hemos decidido que es usted la elegida perfecta.
Frunzo el ceño y al fin le miro como si le hubieran salido tres cabezas.
—¿La elegida perfecta? — repito extrañada.
El señor Wright vuelve a sonreír, o lo que quiera que signifique esa terrible mueca en su cara, y me indica con una mano que me sienta en la silla que hay justo delante de su impoluta mesa de cristal. Yo hago lo que me pide inmediatamente. Ahora estoy intrigada.
—Sabrá que dentro de poco se celebra el Congreso Internacional de Magia…—hace una pausa mientras me observa. Asiento en silencio por que no sé que decir. Es la celebración política y empresarial más importante del mundo mágico a nivel mundial, claro que sé cuándo se celebra. —Hemos pensado que usted podría ir en calidad de ayudante en el proceso de entrada de Inglaterra en dicho acontecimiento.
¿Qué?
Si antes temblaba, ahora estoy completamente estática. Estoy casi segura de que la boca se me ha abierto varios centímetros y los ojos están a punto de salírseme de las órbitas. Esto no puede ser… No, debe de ser algún tipo de broma. Mi mente analiza la sala, analiza la situación. ¿Dónde está la cámara oculta? Sin quererlo suelto una pequeña carcajada.
Pero, como era de esperar, al señor Wright no parecer hacerle nada de gracia ya que sus ojos me atraviesan como puñales. Mierda. No quiero que piense que soy una desconsiderada.
—Señor Wright…—comienzo sin saber muy bien lo que quiero decir. Estoy demasiado impresionada como para articular palabra alguna. Cualquier otra persona hubiera saltado de alegría ante esta posibilidad, pero mi mente, más racional de lo que me gustaría, siempre estaba analizándolo todo, incluso ahora. —Agradezco la consideración que usted y la junta han tenido en proponerme para este privilegio, pero ni siquiera tengo la formación necesaria para acudir a un congreso de esa magnitud. Y creo que usted lo sabe a la perfección.
Claro que lo sabe, el muy cretino no ha hecho más que tirar al suelo todo el trabajo que he hecho desde que he puesto un pie en su oficina.
"Granger, si quisiera leer una tira cómica me hubiera comprado un puñetero cómic. Hágalo de nuevo"
"Señorita Granger… ¿para esto ha cursado usted siete años de preparación en Hogwarts? Hágale un favor al mundo y aprenda caligrafía"
"Esto es una porquería. ¿Ha esto llama usted traducción?"
Y podría numerar un sinfín de "cumplidos" que he recibido por su parte en este último año.
Pero aparte de todo eso, la verdad es que no estaba preparada para llevar esa tarea a cabo. Mi papel en la oficina consistía en corregir leyes y decretos, traducirlos si hacían falta, añadirles las modificaciones y actualizaciones pertinentes, y entregárselo a él. Para entrar dentro de Congreso Internacional de Magia hacía falta tener más conocimientos del que los que yo poseía. Y por supuesto más preparación. Algunas veces el señor Wright me había permitido ser su asistente en algunas reuniones, cosa que había sido muy instructiva y emocionante, pero mi carrera laboral nacía y moría dentro del cubículo que había fuera de aquella oficina.
Mi jefe vuelve al punto de origen, detrás de su escritorio, y se sienta en su lujosa silla de cuero negro. Me mira brevemente mientras apoya las manos entrelazadas bajo su barbilla.
—No he dicho que vaya a llevar todo el proceso usted sola, señorita Granger. He dicho que participará en calidad de ayudante. —dice con ese tono pertinente que tanto detesto. — Como ya sabrá, el Congreso se llevará a cabo dentro de tres meses y es necesario que usted esté allí cuanto antes para la mayor preparación posible.
Su tono de voz no deja lugar para protesta. Yo me revuelvo en mi asiento, inquieta. Tengo tantas preguntas por hacer…
—Pero, ¿por qué yo, señor? Hay mucha gente fuera de esta oficina que lleva años trabajando duro y…
El señor Wright me interrumpe levantado la mano en señal de silencio.
—¿No cree que, si hubiera preferido que otra persona ocupara su lugar, no estaría usted aquí sentada ahora mismo? —en esto tiene razón, no puedo discutírselo. — Si la hemos elegido a usted, señorita Granger, es porque hemos visto que tiene un potencial que necesita ser desarrollado fuera de estas oficinas. Esta es su oportunidad para demostrar de la pasta que está hecha. Así bien, ya que observo que le pone usted muchas reticencias a nuestra oferta, puede salir por esa puerta y yo me dispondré a llamar a otro empleado que esté encantado a aceptar sin protestar.
Mierda.
Bajo la mirada hacia mis manos temblorosas, porque no puedo ocultar la vergüenza que siento en esos instantes. El muy cretino tiene razón. No puedo dejar de sentirme halaga. Entre los doscientos empleados que trabajan en este Departamento me han elegido a mí. No por ser una heroína de guerra, ni por ser amiga de cierta celebridad. Me han escogido porque ven algo en mí, algo que puede ser útil. Y eso, es muy gratificante. Esto era exactamente lo que estaba buscando cuando entré aquí: reconocimiento personal por mi trabajo, por ser yo misma. Simplemente no me esperaba que me sucediera tan pronto. Había pensado que estas oportunidades te llegaban cuando tenías cierta experiencia dentro de este mundillo, pero no iba a ser tan tonta como para rechazarla.
Cogería la oportunidad que me estaban brindando. Mis padres hubieran querido esto para mí. No puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas al pensar en ellos.
—Estoy muy agradecida, señor Wright. —contesto con emoción y hasta la dedico una sonrisa sincera. —Es sólo que no me lo esperaba en absoluto. Iré a ese congreso, por su puesto.
Thomas, que es así como en realidad se llama, me dedica su mueca-sonrisa. Se coloca las mangas del traje y vuelve a coger la pluma, mirando a los papeles que tiene encima de la mesa.
—Habría supuesto que no sería usted tan idiota como para rechazarlo. —murmura mientras comienza a garabatear en el trabajo que había dejado antes sin completar. —La haré llamar para tramitar todos los papeles necesarios para su próximo traslado, así como los requisitos a cumplir durante su estancia en Nueva York.
¡¿Qué?!
¡¿Nueva York?!
La habitación se queda sumida en silencio. Nunca habría imaginado que al despertarme esta mañana habría acabado el día aceptando una oferta de trabajo que me llevaría otro lado del océano.
América… Es demasiado.
Nunca había salido de Inglaterra. Habría pensado que se celebraría en algún país de Europa como, no sé, tal vez Bruselas o incluso Alemania.
Sin poderlo evitar, mi mente comienza a trabajar a toda velocidad, realizando preguntas a las que ni siquiera podía responder en ese momento. ¿Estaría realmente preparada para esto? ¿Estaría preparada para Nueva York? ¿Y mis padres? No podía dejarles solos tanto tiempo…
Estaba a punto de entrar en combustión espontánea cuando el señor Wright carraspeó con fuerza, sacándome de mi trance.
—¿Tiene alguna objeción o pregunta más que realizar, señorita Granger? Porque le recuerdo que hay trabajo que hacer. —dijo señalándome una carpeta repleta de dossiers que había que corregir.
Pestañeo un par de veces antes de levantarme de la silla. Niego con la cabeza, porque estoy completamente muda, y cojo la carpeta color salmón que me ha indicado. Él no vuelve a mirarme, zanjando de manera silenciosa nuestra reunión.
Cuando cierro la puerta detrás de mí, no puedo evitar tener la sensación que mi vida está a punto de cambiar por completo.
