A CIEGAS
Fanart de Fran
Fic por Angie Jb / Angelina Velarde
Junio de 2016
Albertfans
Historias Alternativas
PREFACIO
Pasaron dos años desde que perdí su pista.
Se dice y se escribe demasiado fácil. La verdad es que también extravié la paz. Perdí su rastro, perdí mi calma y me perdí a mi mismo, y temo que estuve a punto de perder la cordura también, si no fuera porque necesitaba ecuanimidad a pesar de todo este maldito agobio para encontrarla.
Nunca antes me había sentido tan inútil y devastado, tan desamparado a pesar de contar con tantos recursos a mi alcance para buscarla. ¿Dónde estaba? En esa Inglaterra devastada por la guerra, ¿dónde podía estar?
La mañana gris del domingo amaneció demasiado temprano, ese día a fines de invierno. Por el insomnio recurrente que sufría, recibí a la mañana nuevamente bajo el resguardo de los árboles en el amplio jardín de la mansión de Inglaterra, la cual además ya estaba desocupada para que los nuevos inquilinos se apropiaran totalmente de ella en la bicoca de un mes. Los recuerdos más importantes, los retratos de mi familia ya estaban bajo resguardo en una bodega, esperando su turno para viajar a Escocia, a la única propiedad que me quedaba de forma íntegra después de compartir la herencia con los Cornwell y los Leegan, y partir con el capital que me quedó a cuestas libre de obligaciones del Consorcio. Todo para seguirla buscando así me llevara la vida. Mentalmente volví a agradecer a Archie y Annie que aceptaran compartir conmigo la propiedad de Lakewood. De algún modo, era un alivio saber que seguía en manos que amaban esas tierras. Que no se habían perdido del todo. Ahí descansaban Rosemary y Anthony, y más recientemente mi tía Elroy. No podía permitirme perderles también.
En unas horas más partiría tras ciertos indicios del paradero de Candy que la ubicaban en Carslisle, según reportes de Warner el investigador más atinado de toda la pasarela que desfilaron ante nuestros ojos en estos años. George había salido justo el día anterior para perseguir otra pista al otro lado del país. Estoy al límite, pero no renunciaré…. No lo haré…
CAPÍTULO 1
El investigador me recibió en la terminal del tren. Empezaba a amanecer.
- Señor Andrew, ¡aquí!
Warner agitó su mano desde el extremo oriente de la estación. Se veía ansioso y sin pensarlo más, empecé a correr a su encuentro.
- ¿Qué hay, qué me tiene? – espeté sin más preámbulo
- Positivamente confirmado señor. Es ella, la encontré. – contestó atropelladamente.
- ¡Lléveme!
- ¡Sígame por favor! Nos tomará una hora estar ahí
- ¡Una hora más! Explíqueme que pasa
- Señor ella está recluida en un Convento
- ¡¿QUÉ, QUÉ?!
- Está por hacer sus votos como religiosa en una semana más… Le contaré en el camino, ¡Vámonos!
Parecía que todo eso no era posible. Todo lo que me decía el investigador, era demasiado irreal como para tomarlo en serio. Le pregunté todo lo que se me ocurrió, al punto de empezar a gritar de impaciencia. Por suerte Warner seguramente acostumbrado a esos devaneos, soportó mi interrogatorio con entereza y no paró hasta dejarme a las puertas del Convento, apartado del pueblo, en la penumbra de la noche.
Traté de controlarme lo suficiente para no hacer un escándalo a las puertas del Convento. Pero sabía que no podría hacerlo. Meses de angustia y me sabía incapaz de ser ecuánime y evitar una invasión artera al lugar, para sacudirle el entendimiento a Candy, sacarla, abrazarla, besarla, llevarla a donde pertenece verdaderamente y desde hace tanto, tanto que ni siquiera yo mismo lo sabía a ciencia cierta. Así las cosas, decidí marcharme y pernoctar en el Hostal más cercano para tomar control de la situación.
Necesité un par de horas para tranquilizarme y pensar en todo lo que el investigador me contó, tratar de entender cómo es que habíamos terminado en esta situación, pero sobre todo para saber qué haría ahora. El investigador hizo lo suyo y la encontró, pero sabía casi nada de las razones por las cuales ella era una novicia a punto de la ordenación, por los votos de silencio o no sé qué términos reglamentarios eclesiásticos que me importaban demasiado poco, pero los que de cualquier modo tenía que acatar. Entre todos les escenarios que imaginé, nunca tuve siquiera un atisbo de una situación semejante. Una vez más tuve que esperar a que la mañana regresara y para empezar a poner en orden lo que estuve planeando durante buena parte de la noche. Cuando me aseguré que George hubo recibido mi telegrama para que me alcanzara urgentemente en Carslile, me rendí al cansancio. Con todo y por primera vez en mucho tiempo, pude dormir y descansar más que cualquiera de las otras noches desde que ella había desaparecido.
Llegué al Convento a primera hora por la mañana, solicitando de inmediato una audiencia con la Madre Superiora, aún sin especificar la razón de mi visita. Esperé por minutos interminables que una monja tras otra monja pasaran mi recado y solicitud al área correspondiente, y tuvieran a bien aceptar la entrevista, mientras yo daba vueltas con impaciencia en el atrio de aquel edificio antiguo de cantera. De improviso, la Hermana que parecía caminar de puntillas llegó al lugar y con voz totalmente neutra aunque suave me dijo:
- Señor Andrew, la Madre Superiora no puede atenderlo en este momento.
Eso estaba por verse
- Con todo respeto Hermana, tiene que hacerlo y no me marcharé de aquí hasta lograrlo.
- No entiendo su concepto de respeto señor Andrew. Haga el favor de retirarse.
- Justo es, Hermana. Me retiro. Pero regresaré con la policía y las acusaré de secuestro sobre la persona de mi hija. Gracias – contesté con la voz fría, directa y controlada, pero sin ceder. Si alguna vez utilizará el poder de mi familia y el papel de tutor de Candy que todavía tenía, era ahora – Espere noticias mías hoy mismo…
Salí del Convento con calma calculada aunque demasiado contrariado para poder ocultarlo del todo en mi semblante.
- A la Comisaría por favor – le dije al chófer del auto de alquiler que me esperaba a las afueras del Convento.
- ¡Señor Andrew! ¡Espere!
La voz de la Hermana que recién rechazara mi solicitud de entrevista, sonó de pronto desde la puerta abierta del Convento. Yo volteé con seriedad hacia ella, esperando sin acercarme. Estaba tan molesto.
- La Madre Superiora lo recibirá ahora. - Tomé el ala de mi sombrero y asentí fríamente – Por aquí por favor – dijo señalando con un mohín el camino frente a ella.
Después de una serie de pasillos extremadamente limpios y parcamente adornados, terminé frente a una puerta austera de pino que en nada se diferenciaba de las demás. La Hermana tocó la puerta apenas y una voz grave surgió desde el interior.
- Adelante
La Hermana abrió la puerta, se hizo a un lado para que yo pasara y luego se retiró cerrando la puerta tras de sí. La Madre Superiora era una mujer mayor, como era de esperarse, y su mirada seria y dura bien podía amedrentar a cualquiera. Recordé mis tiempos a la tía Elroy y el Colegio San Pablo de forma automática. No me amedrantaron entonces y ahora tampoco lo harían.
- Dígame por favor Señor Andrew de qué se trata todo este escándalo. No es posible que una persona de su nivel demuestre una educación tan deplorable.
- Madre, no estoy en posición de disculparme por mi actitud porque no me arrepiento de ella, aunque si es justo que le explique cuál es la razón de este desmán y por qué no puedo esperar que las formalidades y protocoles tomen su curso.
- Eso espero, de lo contrario quién acudirá a la Comisaría a demandar a alguien, seré yo por su grosera intromisión en nuestras instalaciones.
- Señora, tengo más de dos años buscando a mi hija adoptiva, Candice White Andrew. La angustia se convirtió en mi motor, mi dolor, mi ira, mi sentido, mi esperanza. He movido todos mis recursos para encontrarla desde entonces pero todo parecía infructuoso. Pese a ello, siempre me resistí a pensar lo peor, siempre he creído que ella estaba viva y que había alguna razón realmente poderosa para que su paradero no dejara huella, que fuera tan difícil de rastrear. El día de ayer uno de los investigadores finalmente la encontró. Y ella está aquí.
- ¿Aquí? ¿En este convento?
- Así es.
- Señor Andrew, trataré de entender su proceder ante estos antecedentes fatídicos, aunque realmente creo que se extralimitó y eso lo platicaremos después. Pero en concreto, aquí no hay ninguna novicia ni Hermana con el nombre que usted refiere.
- Entonces tendrá otro nombre, pero ella está aquí.
- ¿Y qué pretende? ¿Qué pase a todas las novicias frente a usted, rompiendo su voto de enclaustramiento y de silencio para que usted pueda cerciorarse de que su hija efectivamente no está aquí?
- Exacto.
La Madre apretó los labios con fuerza mientras intentaba controlar su enojo. Pero yo no cedería ni un ápice.
- ¿Cómo es ella? Quizás así podría reducir su búsqueda
- Es una joven de estatura mediana, en realidad pequeña, complexión delgada, blanca, ojos verdes claros, cabello rubio, pecas en el rostro, muy imperiosa, extremadamente rebelde y…
- Monique… - dijo la Madre con total certeza, dejando escapar su nombre con un suspiro retenido
- ¿Monique? – contesté yo totalmente extrañado
- Señor Andrew, Monique tiene con nosotros más o menos el tiempo que usted refiere, que ha estado buscando a su hija. Y responde a todas esas características referidas, a excepción del nombre, aunque… ese nombre lo elegí yo, quizás sea por eso.
- Explíqueme, se lo ruego
- Siéntese – me ordenó señalando una silla tosca pero maciza que ya había visto días mejores. Yo obedecí lentamente sin perder atención en ella.
- Monique, llegó aquí de casualidad. Hubo un bombardeo en la ciudad, por ese tiempo. Ella traía casi a cuestas a un par de niños mal heridos. Su estado era lamentable. Se veía que tenía hambre y que le faltaban fuerzas, y no sabemos cómo hizo para atravesar el pueblo y luego la campiña y llegar hasta acá. Los hospitales en el pueblo estaban saturados, trabajando a duras penas entre derrumbes y muerte. Las bombas, un par de ellas habían destrozados varias áreas de enfermería del lugar. Literalmente salvó la vida de esos niños, que ahora están en el orfanato de Lumtoc, no lejos de aquí. Ellos se recuperaron pero Monique, no. Monique despertó sumida en un hermetismo total, con una tristeza infinita en su mirada. No nos atrevimos a enviarla al pabellón psiquiátrico del hospital general, primero porque ya no existía, y segundo porque cada vez eran más frecuentes sus atisbos de cordura y se fue metiendo sin querer en nuestros corazones. Ayudaba en todo, siempre estaba al pendiente de todo. Hablaba muy rara vez. Podían pasar días sin que lo hiciera, hasta que un día, en primavera, empezó a sonreír. Su risa se empezó a escuchar un poco más frecuente cada vez, y aun cuando seguía sin hablar del todo, era claro que cada vez estaba más a gusto con nosotras. Nunca intentó comunicarse con nadie de su familia, no sabíamos de dónde venía, jamás renegó del nombre que le dimos, y un día, vino a mí con una carta pidiendo se le considerara para el noviciado. Y aquí estamos ahora.
- Pero entonces ¿no recuerda nada?
- No sé. No sé si no puede o no quiere recordar. Solo sé que es una excelente persona, que se da de sí a los demás. Que hace las cosas a su modo pero con la mejor intención. Que su vocación de servicio es enorme, y que sería una excelente Hermana de la orden.
- Usted tiene que entenderme Madre. No puedo permitir tal cosa. Necesito hablar con ella, ponerla al tanto de quién es, de la vida que dejó atrás. No puedo permitir que ella tome esta decisión sin estar totalmente consciente de quién es.
- Lo entiendo y lo lamento mucho señor Andrew, porque según nuestro reglamento ella ya ha renunciado a todo lo que conocía, y no puede volver atrás…
- ¿Cómo puede haber renunciado a lo que conocía si no lo recuerda?
- No lo sabemos. Quizás no quiera recordar ¿entiende? ¿Qué tal si esta es su voluntad y en realidad no quiere saber nada de su vida pasada?
- Esas respuestas solo las admitiré de su voz, y fuera de estas paredes.
- ¿Pretende llevársela? Tenga en cuenta que ella ya es mayor de edad, y tiene libertad para decidir por su cuenta.
- No Madre, se equivoca. Candice apenas va a cumplir los 18 años en un mes. Todavía está bajo mi tutoría, y yo no autorizo nada de lo que está ocurriendo.
- Supusimos que era mayor, - dijo tomando asiento y perdiendo la actitud autoritaria que había mostrado - Es tan madura
- Lo sé, lo sé de cierto, pero no es así y tengo en mis manos cualquier documento de identidad que usted requiera.
- De ser así, no me puedo negar a su petición señor Andrew – terminó diciendo la Madre con un dejo de tristeza en su voz – Llamaré a Monique. Solo permítame hablar con ella primero y tratar de explicarle lo que pasa.
- No Madre – le dije con más tranquilidad pero igual de terminante – le ruego que me entienda. Necesito estar presente. Ya valoraré yo si es conveniente que hable o no. Quiero ver su reacción ante mí. Por favor, le suplico, confíe. No intentaré nada arrebatado porque no la quiero dañar. Sin embargo es un hecho que ella se va conmigo. Solo espero que todo ocurra de la mejor manera posible.
- Señor Andrew, usted me pone contra la pared. No debería permitirlo pero lo haré, porque esta situación es de por sí complicada. No deseo hacerla más difícil. Sin embargo, quiero que entienda algo y le ordeno que siga mis instrucciones al punto. Usted estará ahí – dijo señalando una silla en un rincón – y estará presente en silencio mientras me entrevisto con ella. Veremos que pasa, pero estoy en total posición de mandarlo a la cárcel mientras se realizan las averiguaciones, que con lo eficiente de nuestra Comisaría, bien le llevaría dos días o tres si bien le va... No se extralimite ¿entiende? Aquí mando yo.
- Conforme Madre. – contesté aceptando la advertencia y el plan
- Bien… - la Madre se acercó a la puerta y abriéndola apenas susurró – traiga a la novicia Monique inmediatamente...
- Si Madre – se escuchó la voz tímida de la Hermana que me había corrido recién
Minutos después, otra eternidad de espera, un par de golpes acariciaron la puerta y ella entró. Las piernas me temblaron y agradecí la idea de la Madre de esperar sentado en ese rincón. Algunos rizos escapaban de su atuendo, y las lágrimas rodaron irremediablemente por mi rostro. Era ella. Mi corazón latía alocadamente e hice un esfuerzo tremendo para no gritar su nombre y correr a abrazarla contra mi pecho con más fuerza que ninguna otra vez en nuestra historia. ¡Era ella!
- Madre Superiora – dijo en un susurro apenas inteligible
- Monique, querida…. Siéntate
Candy se sentó frente a ella con la espalda recta y su mirada intrigada. Entonces antes de que la Madre Superiora empezara a hablar, volteó lentamente hacia donde yo estaba. Juro que no había hecho ningún ruido que me delatara. Estuve lo más tranquilo posible, pero ella había sentido mi presencia de algún modo. Sus ojos se fijaron en los míos, que todavía estaban húmedos. Entonces ella se levantó como un resorte y corrió hacia mí. Yo me levanté del asiento y la recibí en un abrazo que había anhelado desde hacía demasiado tiempo ¡dos mil eternidades por un abrazo! Las lágrimas corrían por mi rostro sin control pero estaba feliz, enormemente feliz, y entonces ella dijo contra mi pecho:
- ¡Anthony!
La Madre estaba de pie observando la escena y me miró con extrañeza. Yo también estaba sorprendido con Candy colgando de mi abrazo. Tenía que descubrir lo que sucedía, pero a final de cuentas lo importante era que estaba conmigo aun pensando que yo era mi sobrino.
Candy se volvió a la Madre sin soltar mi mano con fuerza.
- Madre ¡Es Anthony!... – estaba que no cabía en sí - ¡Me dijeron que había muerto pero no fue así!… ¡Madre! ¡Es Anthony! – siguió gritando al tiempo que saltaba nuevamente a mi abrazo.
- Hija, Monique ¿estás segura?
- Me llamo Candy Madre, no soy Monique. Pensé que no era importante quién era yo, si después de todo ya no estaba él. Pero soy Candy y él, - dijo señalándome – el está vivo.
- Candy – dije yo con la voz quebrada – Querida, ¿sabes qué año es este?
- Claro Anthony... - y nombró el año fatídico... El año en que murió Anthony, precisamente….
- Monique… quiero decir, Candy ¿qué quieres hacer? – dijo la Madre Superiora tratando de controlarse
- Madre … - Candy se acercó a ella tomando sus manos y abrazándola con cariño – no sabe cuánto ha revivido mi alma en este tiempo, dentro de estas amorosas cuatro paredes. Encontré paz de mi espíritu. Pero Madre, me iré… me iré con mi familia porque está viva, y yo creí que ya no tenía a nadie, pero él está aquí... está aquí - terminó mirándome con mucho cariño
- Candy – le dije despacio – Vamos a casa
- Vamos – me contestó ella radiante tras las lágrimas que aún humedecían sus ojos tan expresivos. – Vamos.
Candy subió al auto con un vestido sencillo y su cabello otrora abundante, corto y peinado discretamente. Antes de subir tras ella, regresé sobre mis pasos hasta donde la Madre nos veía con preocupación.
- Madre. Le agradezco sobre manera todo el tiempo que la cuidaron. No sé qué hubiera sido de ella sin ustedes. Anthony, era mi sobrino. Ambos éramos muy parecidos, como usted podrá imaginar. El, efectivamente murió en un accidente de cacería hace cinco años. Justo antes de que Candy viniera a Inglaterra a estudiar.
- Entiendo – dijo la Madre aunque evidentemente no entendía nada
- Ella está en las manos correctas Madre. No la desampararemos. Está con su familia ahora – terminé tratando de tranquilizarla
- Eso espero señor Andrew – dijo ella preocupada – De cualquier modo, estas puertas siempre estarán abiertas para ella.
Yo asentí agradecido y luego escuché la voz de Candy desde el auto
- ¡Anthony! ¡Vamos a casa!
Mientras caminaba hacia su mano que salía de la ventanilla del auto, y me acomodaba junto a ella, sentí que la vida me había vuelto al cuerpo en todos los sentidos. Hacía tiempo que no me sentía tan contento. Ella creía que era mi sobrino, sí, pero Candy estaba con nosotros una vez más. No sabía que pasaría ahora, cuando ella se enterara de la verdad, pero de eso me preocuparía después…
Continúa
Nota del autor
Este fic, nació de un reto en Albertfans para el cumpleaños de Albert de 2016. Fran hizo un fanart muy bello relacionado con la historia de "Quién lo diría" (que ya está incluida por aquí) y yo haría un fic a partir de un fanart que ella crearía. En Fanfiction no puedo subir el fanart de Fran, que es una hermosura, pero se puede ver a una Candy con los ojos vendados por un lado de Albert, caracterizado como el vagabundo sin barba que tanto queremos. Pues bien de este reto ha surgido este relato, que ahora resulta será una historia de algunos capítulos. Aquí a su consideración.
Resulta ser el relato número 26 dentro de las historias que ubico en Historias Alternativas, basándome en la misma historia y personajes de Mizuqui e Igarashi. A ver qué sale de esto y a darle ¡gracias!
