Bajé del coche y me alejé un poco de allí. Ella seguía dentro, colocando algo que mi vista no alcanzaba a ver, por lo que aproveché para observarla de nuevo.

Se percató de ello y me devolvió la mirada. Esta vez sus ojos no me transmitían tristeza, melancolía o culpabilidad, sólo me transmitían agradecimiento. Si por ella hubiera sido, habría vuelto a darme las gracias por quinta vez en el día pero sabía que no me gustaba, sabía que le contestaría de manera despectiva, así que simplemente me miró mientras bajaba y cerraba el coche.

La tenue luz del garaje hacía que su sobrio vestido reluciera, como si estuviera tallado con azabaches... sencillamente perfecto. En ese preciso momento, aún alejada de mí y como si hubiera leído mi mente, me preguntó:

- ¿A que nunca pensaste que me verías vestida así?

- La verdad es que no, pero tampoco me defrauda.

- ¿No?

- El negro es un color triste y sencillo, a la par que fino y elegante. Por muy sobrio que sea el vestido sigue siendo bonito, y no hay nada mejor que ver a una mujer sencilla y a la vez elegante.

- Gracias - dijo mientras cogía las puntas de su vestido y se inclinaba hacia adelante.

- Es un placer - dije llevándome una mano al pecho y reverenciándome ante ella.

Ella sonrió y se acercó a mí, mirándome con aquellos ojos grandes y violetas. La abracé por la cintura y volví a perderme en aquella mirada, la mirada de la que me enamoré y de la que aún sigo enamorado.