Desde aquella vez que se juntaron para estudiar juntos, Bakugo había querido volver al café, pero nunca se animaba ni se daba el tiempo para hacerlo.

Hasta ahora.

Después de clases, en lugar de irse directo a casa a dormir, optó por desviarse un poco del camino y pasar a beber un café. Y luego de todos los regaños que recibió de Aizawa ese día, lo necesitaba.

Por eso al entrar en el lugar ignoró por completo los ojos rojos que se posaron en el y lo siguieron con la vista hasta que se sentó, junto a la ventana, y se puso a mirar la carta.

Se sentía pensativo, a pesar de que su mente estaba en blanco. Sentía que no quería volver a su casa tan pronto, que necesitaba distraerse, y buscaba algo que sabía que no encontraría en aquel café, pero que tampoco sabía exactamente lo que era.

Suspiró, y dejó la carta sobre la mesa. Se puso a mirar por la ventana como el cielo lentamente se nublaba cada vez más y las personas comenzaban a ponerse gorros de lana y subir los cuellos de sus chaquetas.

Una silueta se sentó frente a él, y de reojo lo pudo reconocer antes de voltear a verlo.

Kirishima llevaba su cabello hacia abajo, e iba vestido de forma casual. Al menos la parte de arriba, que era una sudadera gris. Para abajo, el pantalón de la escuela, y su cabello lo hacía parecer recién duchado.

―Hola. ―saludó con una sonrisa cuando Bakugo volteó a verlo.

Bakugo sólo movió su cabeza a forma de saludo.

―Me llamo Eijirou, pero tu puedes llamarme cuando quieras.

Su sonrisa seguía igual de radiante, como si no acabara de decir la mayor payasada de la historia. Bakugo pudo difícilmente ocultar su risa.

―¿Qué demonios?

―¿Y tú eres?

Oh. Bien. Le había hecho reír, así que iba a seguirle el juego.

―Katsuki. Katsuki Bakugo. ¿Ese es el uniforme de tu escuela o sólo tienes mal gusto?

―Mal gusto. ―aclaró. Bakugo volvió a reír.

―¿Y esos dientes de tiburón?

―Son para comerte mejor.

No podía creer que se prestara para tal idiotez.

―De acuerdo. ¿Por qué sigues en mi mesa? ¿Te perdiste?

―¿Y tú? Tenías cara de estar perdido.

Por primera vez sonó a que era Kirishima hablando con él de forma casual, y no la extraña conversación que sostenían hace un momento.

―Tal vez. ―confesó.

―¿Puedo preguntar porqué? Si no te importa hablar con un completo desconocido en un café…

Oh. Era muy tierno. Ahora entendió lo que hacía.

―De acuerdo, Eijirou. ¿Qué quieres saber con exactitud?

Sus ojos parecieron brillar cuando dijo su nombre, y se acercó un poco más para responder, viéndolo fijo.

―Lo que sea que quieras hablar.

Miró la mesa por un momento al sonreír, sin creerse que estaba haciendo esto.

―Está bien. Tengo quince años, estudio en la mejor escuela y soy el número uno. Vivo a cinco calles, con mis padres, y mi quirk me hace sudar nitroglicerina. Y odio a los gatos, a los idiotas de mi clase y me gusta venir a este lugar desde que vine con otra persona.

Kirishima se sonrojó, sonrió, y mordió su labio inferior para ocultarlo. Finalmente habló.

―¿Eres soltero, Katsuki?

Maldición.

―Sí. ―Respondió.

Maldición.

¿Por qué respondió? ¿Por qué estaba nervioso? ¡Era Kirishima!

―¡Bien! Entonces no tienes ningún problema en darme tu número.

―Ya tienes mi-

―¡Katsuki! ―Sacó su teléfono de su bolsillo ―Por favor.

¿Por qué estaba haciendo esto? Anotó su número, el cual si estaba guardado, y le devolvió el teléfono.

Kirishima volvió a sonreír, esta vez de forma algo nerviosa. Ya era extraño que no estuviera incómodo también con el momento.

―De acuerdo. Te llamo, ¿si?

―Seguro.

Volvió a tomar la carta cuando Kirishima se puso de pie, y un hormigueo llenó su estómago cuando Kirishima recorrió su antebrazo suavemente con sus dedos al pasar por su lado, logrando que sus mejillas ardieran y una sensación cálida lo invadiera por completo.

Sonrió. Trató de evitarlo, pero no pudo contenerse, así que ocultó su rostro en la carta. Luego trató de respirar hondo y dejarlo pasar, pero la mueca seguía impresa en su rostro.

Su teléfono sonó en su bolsillo, y al sacarlo, tuvo que poner su mano sobre sus labios para cubrirse.

"Te ves mejor cuando sonríes así".

Lo buscó en el estacionamiento a través de la ventana, pero no lo vio.

En ese momento la mesera apareció junto a él, y Bakugo había olvidado por completo lo que estaba haciendo ahí.

.

El siguiente lunes, Kirishima ignoró el hecho por completo; ni siquiera lo mencionó.

Bakugo no entendía nada. ¿En serio fingiría que nada de eso pasó? Nada pasó, de todos modos, pero… ¡¿Qué clase de juego era ese?!

―Te ves pálido. ―dijo Kirishima, levantando una ceja y sonriendo frente a él.

―Piérdete. ―gruñó.

Kirishima se encogió de hombros, y al pasar a su lado, pasó su mano lentamente por encima de su brazo, provocando que volteara a verlo, esperando que le dijera otra cosa, pero simplemente pasó hasta su puesto y le sonrió desde allí.

Bakugo, atónito y con su corazón acelerado, volteó hacia adelante, mirando de reojo su brazo, y sintiendo aquel extraño hormigueo en el estómago.

¿Qué le estaba pasando?

.

La siguiente vez fue durante el almuerzo. Se sentó sólo porque fue el primero en salir de la sala, sin ganas de hablar con nadie. Había sido otro día de regaños para él.

Y Kirishima, otra vez, se sentó frente a él.

―Hola. ―cruzó sus brazos encima de la mesa y apoyó su mentón, mirándolo hacia arriba.

―¿Por qué haces esto?

―¿Qué cosa?

No era un buen actor; había que decirlo.

―Da igual. ―Se rindió.

―¿Eres de primero, no?

¡Ah! Maldita sea. ¿Acaso practicaba para hablar con alguien más?

―Apestas.

―Porque te vi hace un rato sólo y-

―Sí. ―Lo interrumpió. No quería caer en lo mismo del otro día. ―De primero.

―¿Y por qué estás sólo?

¿Por qué demonios no se lo preguntaba directamente? ¿Por qué alguien haría el ridículo por gusto? Bakugo no se lo explicaba.

―No estoy de humor para esto.

Kirishima lo miraba de una forma extraña. Como si quisiera seguir con esa estupidez y a la vez estuviera preocupado genuinamente por él.

―Sólo quería que supieras que puedes hablar conmigo, si quieres. No muerdo.

Bakugo levantó la vista de su plato, y los gentiles ojos rojos frente a él le devolvieron la mirada.

―Lo sé. ―Respondió. En realidad lo sabía. Tenía claro que podía estar con él en cualquier momento, aunque no tuviera ganas de hablar con nadie. Y a una parte de el le gustaba esa tontería que Kirishima hacía.

―Entonces… ¿Me darías tu número?

¿Era en serio?

―Maldición. Acabas de-

Suspiró. No. No lo diría. No podía decirle que arruinó el momento porque eso indicaría que lo que acababa de decir había significado algo. Y no era así. Claro que no.

Kirishima sonrió al escucharlo, y sacó su teléfono para entregárselo.

Bakugo volvió a suspirar, y lo recibió. Se resignó a anotar su número otra vez: no le costaba nada y le parecía que se lo había ganado.

Al poner los primeros números, aparecieron abajo dos contactos: uno con su apellido, y otro con su nombre.

El idiota había guardado su número cuando lo anotó en la cafetería.

Sonrió. Y esa sonrisa poco a poco se transformó en una risa. No podía creer lo absurdo que era ese chico.

Entonces recordó el mensaje que le había enviado aquella tarde, y se sonrojó. Y fue el turno de Kirishima de sonreír.

―¿Ya está? ―apuntó el móvil.

Bakugo asintió.

Kirishima le recibió el móvil y se levantó.

―Gracias. Voy a llamarte hoy.

―Espero que no.

―Claro que si. El nombre es Eijirou, de todos modos.

Se fue caminando casualmente, dejando a Bakugo con un lío enorme en la cabeza.

Y por la tarde, de espalda sobre la cama, aún con el uniforme, su teléfono sonó.

Le bastó voltear la pantalla un poco para darse cuenta de que era él.

Su corazón dio un salto, su sangre se heló y se maldijo por dejar que algo tan tonto lo afectara tanto.

Apagó el móvil y se cubrió el rostro con una almohada, preguntándose a si mismo porqué se sentía de esa manera.

.

Entonces lo hizo en el patio, en la sala, bajo la mirada de todos los demás, incluido Aizawa, que salió del salón y no volvió durante ese día.

En la calle, en la plaza, en la sesión de estudio donde el imbécil había ido al baño y había vuelto a sentarse con el fingiendo que no lo conocía.

Y de todas las veces que Bakugo quiso preguntarle por ello, Kirishima cambiaba el tema y fingía no saber de lo que hablaba.

La situación era lejos lo más estúpido que Bakugo había hecho en su vida.

Hasta que una tarde, después de una clase en la que a nadie le había ido realmente bien, Kirishima obtuvo el peor puntaje. En realidad, él y Sero, ya que el examen había sido en parejas.

No se podía decir que se había lastimado, porque Bakugo lo había visto mucho peor, pero Aizawa se había pasado. Bastaba con el peor puntaje y la mirada de toda la clase; el regaño fue regalado.

Y Bakugo sabía exactamente como se sentía eso.

Por eso le extrañó tanto encontrárselo en el café después de clases.

Se sentó a unas cuantas mesas de distancia, y el chico ni siquiera se fijó en él.

¿No iba a acercarse? ¿No pediría su número? Bakugo realmente esperaba dárselo.

Pero Kirishima estaba inmerso en la vista que aquella ventana le ofrecía, sus ojos rojos y sus labios presionados con fuerza. Bakugo apretó sus puños. Sintió una impotencia extraña de pronto, y una mezcla de emociones que iban desde la empatía hasta la rabia, pasando por el afecto ser una forma innegable.

De fondo sonaba Badlands, y Bakugo suspiró, siguiendo el ritmo con sus dedos sobre la mesa.

No podía creer que estaba apunto de hacer eso.

¿En serio iba a hacerlo?

Maldición.

Se sentó frente a Kirishima, y cuando este lo miró atónito, Bakugo sonrió. Porque algo en la boca de su estómago le provocaba euforia y porque acababa de darse cuenta de lo divertido que era hacer esa locura.

―Hola. ―empezó, y Kirishima seguía sin procesarlo por completo. ―Te invito algo. Tienes cara de que te gustaría un… ¿shake de arándanos, tal vez?

Sabía que era su favorito, aunque Kirishima seguía viéndolo con los ojos muy abiertos, sin decir nada.

Entonces Bakugo siguió:

―Me llamo Katsuki, de todos modos. ―sacó su teléfono de su bolsillo y lo puso frente a él en la mesa. ―Anota.

Sabía que había sonado a una orden, pero no se corrigió. No sería él si no pidiera de esa forma las cosas, y Kirishima no sería la excepción. Al menos, no en eso.

Entonces sus ojos se fijaron en el teléfono, y sonrió. Y lloró. Bakugo lo observó en silencio, sabiendo que estaba desahogándose por los resultados del examen y sin tener claro si estaba llorando o riendo a estas alturas.

―Tengo… ―comenzó, sin dejar de reír. O sollozar. Bakugo ya no sabía qué era eso. ―Tengo tu número guardado trece veces.

Fue el turno de Bakugo de reír.

―¡Trece veces!

Kirishima asintió, riendo y secando debajo de sus ojos de la forma más adorable que Bakugo había visto jamás.

―Sí. Eres genial, por cierto. No creí que me seguirías la primera vez.

―Tampoco yo. Pero lo merecías, ¿no?

―Claro. ―esta vez ya no lloraba, y la sonrisa que le ofrecía era radiante.

―¿Entonces?

―Oh. Claro. ―Kirishima tomó su celular y comenzó a anotar su número.

―Eso no, idiota. El shake.

―Ah. Sí, gracias.

Otra vez esa sonrisa. Otra vez el cosquilleo en el estómago. Bakugo no lo entendía, pero no quería hacerlo. Estaba bien. Estaban bien, en cuanto pudieran seguir con esa locura. En cuanto pudiera ver esa sonrisa.

―Y la próxima vez harás equipo conmigo.

Kirishima sólo asintió, y sus ojos brillaron cuando se levantó para cambiarse de lugar y sentarse junto a él.

Y cuando se apoyó contra su hombro, Bakugo supo con total certeza qué era lo que estaba buscando.


23/03/18

Mordor