Aquí regreso yo a la carga con un nuevo proyecto, nuevamente de la mano de los personajes de CCS. Espero de corazón que lo disfruten, y de antemano agradezco su apoyo y comentarios. Realmente me interesa saber su opinión, pues es un nuevo terreno para mi y he decidido modificar en cierta forma mi estilo de escritura. Les agradezco otra vez e infinitos abrazos.


Sakura y todos su personajes son propiedad de CLAMP


BIORITE

Por:

Bel'sCorpse


-1-

"¿Tienes guardia esta noche? Kenji quiere ir al cine, pero dice que tienes que acompañarnos."

Soltó un pesado suspiro al tiempo que se quitaba las gafas de montura metálica. Se acarició el puente de la nariz en un vano intento de mantener a raya una punzante jaqueca.

—No lo sé, todavía no publican el boletín —repuso con voz cansina. Eran apenas las cinco de la tarde y ya estaba a punto de desmayarse del cansancio—. Lo más probable es que sí, con lo del accidente de la autopista la sala de emergencias está repleta, incluso tuvimos que trasladar pacientes a otros hospitales.

"Ya me lo suponía. Te llevo de algo de comer a eso de las ocho, que conociéndote no has desayunado todavía. Nos vemos, Xiao Lang"

Se despidió también y colgó. Ya iban tres días seguidos que pasaba encerrado en el hospital controlando el flujo de pacientes que habían abarrotado la sala de emergencias. Tres noches atrás se había producido un choque en cadena de casi sesenta autos en plena autopista. Un tráiler se había volcado en un tramo de la vía no iluminado y los autos se dieron unos contra otros. De los ciento veinte heridos, mas de la mitad estaba en cuidados intensivos, otros cuantos no habían salido del quirófano y el resto habían sido reubicado en clínicas pequeñas distribuidas por la ciudad. Y él, como jefe de emergencias, estaba encargado personalmente del bienestar de todas esas personas.

Volvió a acariciarse el puente de la nariz y una dolorosa punzada le atravesó el cráneo cuando llamaron a su puerta.

—Ya publicaron el boletín —le dijo el recién llegado—. Estamos de guardia otra vez.

Shaoran asintió vagamente y cerró los ojos.

—Kenji quiere ir al cine. Meiling me llamó —añadió—. No he visto a mi hijo en más de una semana.

Eriol le dedicó una mirada de compasión a su amigo y se sentó frente a él. Tenía varios folios entre los brazos, la mayoría historias clínicas de sus pacientes. Las dejó sobre el escritorio y escogió un folio de color azul.

—Tenemos un problema —soltó de repente. Shaoran se había enderezado en la silla y lo miraba con ojos de cansancio—. Hay una paciente sin nombre en la UCI y la policía necesita que se la identifique.

—¿Probaste registros dentales, exámenes de laboratorio, exámenes de sangre?

Eriol asintió.

—No hay nada, es como si no existiera. No hay rastro de ella en ninguna base de datos.

—¿Está consciente?

—Sí, o eso me confirmaron las enfermeras; pero lo que me extraña es que, a pesar de que la encontraron en el sitio del accidente, su cuerpo presenta heridas de otro tipo: golpes, cortes, e incluso una herida de bala. Tiene varias contusiones en el rostro y la nariz rota, aunque de eso se encargaron ya en el quirófano.

Shaoran gruñó.

—¿Cuánto tiempo tenemos para dar con su identidad?

—A lo sumo un par de semanas, pero la policía no puede acercársele mientras esté internada.

Shaoran guardó silencio unos minutos, su mente en varios lugares a la vez. Finalmente se puso de pie y le quitó a Eriol el folio de las manos.

—Vamos a verla.

Los pasillos del hospital eran un hervidero de gente. Doctores, enfermeras, familiares iban de un lado a otro. Algunos médicos se detenían a saludar a Shaoran y otros cuantos a reportar los avances de sus pacientes. Él les respondía sin ralentizar en lo más mínimo el paso, pues quería dejar zanjado el tema de la muchacha desconocida y encerrarse en su oficina a dormir un rato. Eriol lo llevó por varios pasillos hasta la UCI, dónde reinaba un silencio un tanto desconcertante. Se detuvieron frente a la última puerta del pasillo y entraron a una pequeña habitación de paredes blancas. La ventana tenía las cortinas corridas y en la mesa junto a los equipos que controlaban las constantes vitales de la chica reposaba un jarrón von flores.

—Hikaru las trajo, dijo que le parecía lo correcto —explicó Eriol, encogiéndose de hombros—. Ya sabes lo sentimental que es.

—Ayúdame a revisarla.

La mujer en la cama tenía el rostro morado de los golpes que había recibido, pero aun así se podía apreciar bajo la hinchazón un rostro de facciones delicadas. Tenía el cabello largo, de un castaño claro bastante desvaído, y un ojo egipcio tatuado en la muñeca. Sin inmutarse, el castaño levantó las sábanas dejando al descubierto un cuerpo curvilíneo, plagado de heridas. Tras un rápido vistazo localizo la herida de bala en el muslo y una puñalada en la parte baja del estómago.

—¿Tiene algún problema interno? —preguntó Shaoran sentándose junto a ella en la cama mientras presionaba delicadamente en la zona del torso.

—Dos costillas rotas, luxación del hombro derecho, los huesos de las manos fracturados, y el fémur astillado. Le pegaron una paliza inhumana, pero se defendió bastante bien. El hombro de lo lastimó disparando un arma de grueso calibre.

—¿Cómo lo sabes?

—Es exactamente lo mismo que me pasó en mi primera práctica de tiro, además encontraron residuos de pólvora en su piel y su ropa.

—Ya.

Shaoran pasó gran parte de una hora revisando concienzudamente hasta el último centímetro del cuerpo inerte de esa muchacha. Y sin poder evitarlo una terrible indignación se apoderó de él. Él no consentía el abuso de ningún tipo, mucho menos a una mujer. Pero a la par que lo enfurecía, también lo llenaba de curiosidad. ¿Por qué motivo le habían disparado y qué la había llevado a ella a disparar? ¿Por qué a pesar de verse tan delicada sus músculos ofrecían la apariencia de alguien que entrenaba constantemente? Y la pregunta más importante de todas: ¿Quién era esa mujer?

—Parece que las costillas están empezando a sanar, pero por si acaso quiero radiografías del tórax, las manos y el fémur; dependiendo del estado en el que estén sus huesos ordenaré una segunda operación. También quiero un hemograma completo y un examen toxicológico. Ah, y un encefalograma —volvió a cubrirla con las mantas y luego reguló el goteo del suero—. Asígnale a Hikaru cualquiera de mis pacientes, que de ella me encargo yo.

—Tendré los resultados lo más pronto posible —Eriol ya tenía un pie fuera de la habitación—. ¿Necesitas algo más?

—Eso es todo por ahora.

Eriol asintió y se fue.

Shaoran se quedó allí unos minutos más, contemplando a la muchacha y casi se le paraliza el corazón cuando ésta se incorporó de golpe. Abrió los ojos un momento, pero sabía que no podía verlo y luego volvió a caer sobre la almohada como si nada hubiese pasado. El castaño salió de allí rápidamente con la intención de llevársela al tomógrafo de inmediato. Algo no andaba bien en la mente de esa mujer.


—¡Papi!

Un niño de cinco años entró corriendo como tromba en la recepción, con una capa roja ondeando tras él. Shaoran lo atrapó a media carrera y lo levantó en brazos para plantarle un beso en la mejilla. Unos momentos después se les unió una mujer de largo cabello negro y sugerente figura. Meiling sonrió con cariño a su primo y le dio un breve abrazo.

—Te traje una hamburguesa —le mostró una bolsa de papel—. No tuve tiempo de cocinar.

—No pasa nada, gracias —se puso a Kenji sobre los hombros—. ¿Me acompañas a hacer las rondas, doctorcito? —le preguntó a su hijo con ese tono de voz tan dulce que solo usaba con él—. Rika quiere verte —añadió, dirigiéndose a su prima—. Dijo que vayas a la estación del segundo piso.

—Mientras sea para decirme que Terada por fin le propuso matrimonio, caso contrario no pienso prestarle atención —le entregó la comida a Shaoran—. No te demores mucho, mañana Kenji tiene un paseo al acuario y tengo que llevarlo más temprano a la escuela.

—Dame una hora.

Y con el niño sobre los hombros regresó a su oficina por unas cuantas cosas y su estetoscopio. Kenji se lo quitó ni bien tuvo oportunidad y comenzó a escuchar el latido de su propio corazón.

—¿Has pasado bien en casa de tía Meiling? —preguntó Shaoran, recorriendo nuevamente los pasillos.

—Mucho y siempre me compra dulces —repuso en voz baja. Su papa le había dicho que no se podía gritar en el hospital—. Y me lleva a la escuela, y al parque y a tomar helado.

Shaoran sonrió.

—Es que te quiere mucho.

—¿Cuándo irás a casa, papi?

—Pronto, doctorcito, te lo prometo.

Habían llegado ya a una de las habitaciones que Shaoran debía visitar. Dejó a Kenji en el piso, enderezó su capa y entró con él. Varios de los pacientes de Shaoran estaban familiarizados con Kenji y siempre agradecían su visita. Mientras Shaoran hacía su chequeo, él los distraía contándoles lo que había hecho ese día o relatándoles su último sueño, que casi siempre tenía que ver con superhéroes.

En espacio de media hora Shaoran ya había visitado a casi todos sus pacientes, solo le faltaba una última habitación de la UCI. Estaba considerando si debía llevar consigo a su hijo a ver a la muchacha desconocida, pero realmente no tuvo tiempo de decidirse, por que ya habían llegado allí y Kenji ya había abierto la puerta. Vaciló unos momentos en el pasillo y al entrar se llevó la genuina sorpresa de encontrarla despierta con un cuaderno de dibujo y un lápiz en las manos. Kenji estaba sentado junto a ella, para nada afectado por su aspecto, preguntándole por sus dibujos.

—Disculpa, mi hijo es muy curioso —dijo, repentinamente nervioso. La chica tenía los ojos verdes más hermosos que había visto nunca—. Mi nombre es Shaoran Li, soy tu médico. ¿Cómo te sientes?

—Molida —repuso ella con voz ronca—. ¿Cuánto tiempo tengo aquí?

—Tres días —se sentó el también en la cama—. Te encontramos en medio de un accidente de tránsito. ¿Recuerdas como llegaste allí?

La mirada de la muchacha se desenfocó un momento y luego, después de un minuto de silencio, negó levemente con la cabeza.

—No sé. No sé nada.

Shaoran contuvo la respiración un momento. Amnesia. Una de las cosas más impredecibles de la medicina, podía durar días, años y a veces toda la vida.

—¿Puedo ver? —le preguntó más por llenar el silencio que por genuino interés. Ella le entregó el cuaderno. En la mitad de la hoja estaba dibujado con impresionante fidelidad el Empire State—. Dibujas muy bien.

—Gracias. ¿Cuánto tiempo tendré que quedarme aquí?

—Hasta que te recuperes por completo, te lastimaron bastante.

La muchacha iba a responder, pero alguien se le adelantó llamando a la puerta. La cabeza de Meiling se asomó por la rendija.

—Disculpen la interrupción; Shaoran, tengo que llevármelo, ya es tarde.

El aludido asintió y se puso de pie.

—Kenji, ya escuchaste a tu tía, es hora de irse.

El niño asintió, pero no se movió. Sus ojos estaban pegados al cuaderno de dibujo y un aura de concentración parecía emanar de él. Entonces parpadeó varias veces seguidas y despertó de su trance. Sonrió a la muchacha y sin previo aviso la abrazó. Ella se quedó estática unos momentos antes de devolverle el gesto.

—Ya no tengas miedo, onee-chan, ese lugar está lejos de aquí —la abrazó un poco más fuerte—. Mi papi va a cuidarte, así como me cuida a mí.

Le plantó un beso en la mejilla, saltó de la cama, se despidió de su padre y se escabulló fuera de la habitación. Meiling, sin saber que decir, se despidió también. Una vez solos, Shaoran se cruzó de brazos, incapaz de comprender lo que acababa de suceder. Kenji era un niño amigable, pero jamás se acercaba de esa forma a un extraño.

—¿Es cierto? ¿Lo que dijo su hijo? —preguntó entonces la chica—. ¿Usted va a cuidarme?

La pregunta lo dejó fuera de combate.

—Por supuesto, ese el mi trabajo —repuso a la final.

La chica sonrió y paso a una página en blanco de su cuaderno.

—Mi nombre es Sakura.

—¿Cómo lo sabes?

—Es lo único que recuerdo.


BIOCORP, NEW YORK. USA.

OCHO MESES ATRÁS

[SALA DE SESIONES 21:00 HRS]

Se ha discutido ya varias veces el rendimiento de este proyecto. Ninguno de los sujetos puede resistir la droga, mucho menos el entrenamiento —la mujer se pasó una mano por el rubio cabello y suspiró. Su nombre era Irina Black y era la cabeza del departamento de Seguridad Nacional—. Hemos gastado millones de dólares en esto y se han sacrificado varias vidas. ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar para obtener resultados?

Jonathan Seagal, director de Biocorp, soltó un pesado suspiro. Por más de un año Irina y el presidente de los Estados Unidos le habían respirado en la nuca exigiendo respuestas. Su último proyecto había atraído la atención de varias organizaciones y países y para evitar una guerra innecesaria, Irina había comprado los derechos de propiedad del proyecto. Como ella decía, se había invertido bastante dinero y se habían sacrificado vidas, todo en nombre de la ciencia. Pero su proyecto, que funcionaba maravillosamente en prototipo, no tenía ninguna utilidad cuando se lo llevaba a escala real. Solo en las últimas doce horas seis sujetos habían muerto, incapaces de soportar la fase de preparación.

Te lo he explicado ya, Irina, necesito militares, marinos, policías, hombres y mujeres con gran capacidad física. Hasta solo me has conseguido convictos, drogadictos y amas de casa desesperadas. Sus cuerpos son demasiado débiles para resistir un químico tan fuerte. Si quieres resultados, dame buenas herramientas de trabajo. Si seguimos así no vamos a llegar a ningún lado.

Irina frunció el ceño. Jonathan la había jodido con ese tema más de un año, pero simplemente no podía cumplirle ese capricho. Las cobayas que él pedía eran la élite del país, uno de sus más importantes pilares y regalarlos así como así a un científico con complejo de dios era lo último que quería. Pero debía admitir también que necesitaba que el proyecto funcionara, muchas cosas dependían de aquello.

Y tú ya conoces la respuesta, Jonathan, no puedo darte lo que me pides.

Entonces no pudo continuar con el proyecto.

Una tercera persona observaba la escena en aburrido mutismo. Su nombre era Kishimoto Akio, un japonés-americano de cabello negro y rasgados ojos azules. Tenía entre las manos el reporte que Jonathan había redactado para la reunión. Lo había leído ya cuatro veces y debía admitir que lo había impresionado. Tenía buenos ideales y la forma en la que llevaba acabo sus experimentos era impecable y compartía con él la necesidad de cobayas más fuertes. Con un grupo de debiluchos no iba a llegar muy lejos.

Si me permiten opinar —se enderezó en la silla. Irina y Jonathan se callaron de inmediato—, aquí nuestro compañero científico tiene razón, querida, definitivamente se necesitan soldados resistentes. Y antes de que comiences con la misma cantaleta, yo tengo la solución que los complacerá a los dos. ¿Cuántos de nuestros laboratoristas no están preparándose para el examen de la CIA y del FBI? Ellos cumples con los requisitos que impones, Jonathan. Resistencia física, buena masa muscular, hábitos sanos, y por sobre todo, inteligencia superior. Si el objetivo es crear soldados y espías perfectos, quién mejor que ellos —cerró el folio y se puso de pie—. La matriz de tu laboratorio está llena de esas ratas blancas, ofréceles la oportunidad de tener una ventaja en el examen y se apuntarán voluntariamente a probar la droga y el resto de pruebas que quieras hacerles. Pero Jonathan, no te confíes, tú mejor que nadie sabes que sólo uno de ellos va a sobrevivir.

Se despidió del científico y salió de la sala. Irina también recogió sus cosas, dispuesta a marcharse.

Envíame una lista con los nombres de tus candidatos. Me encargaré de que el presidente la apruebe.

Y sin añadir nada más, salió rápidamente de allí.


La alarma lo despertó a las tres de la mañana, justo a tiempo para su siguiente ronda. Se desperezó en la silla y se levantó con toda la parsimonia del mundo. Se sentía mucho mejor que cuando se había acostado y eso que sólo había dormido una hora y algo más. Se puso la bata arrugada y salió del repostero en silencio para no despertar a Eriol. Los pasillos del hospital estaban desiertos a esa hora, salvo por la ocasional figura de una enfermera en la distancia. Conteniendo un bostezo, comenzó con su recorrido rutinario. Revisó monitores, equipos, heridas, reguló sueros y demás, todo con el sueño cerrándole los ojos. Pero como ya le iba sucediendo dos veces en el día, al llegar a la UCI todos sus sentidos se pusieron en alerta. En todos los años que llevaba trabajando en el hospital y lidiando con cosas capaces de quebrarle los nervios al más templado de los médicos, nunca había sentido ese desasosiego al enfrentarse con un paciente. No sabía que tenía esa mujer que lo alteraba tanto. Tal vez su resignación al aceptar que había perdido la memoria, porque él estaba acostumbrado a calmar pacientes histéricos. Todo en ella, desde su apariencia hasta su forma de comportarse era extraño. Por eso vaciló frente a la puerta de su habitación, pero finalmente se impuso y entró.

Era la segunda vez que la encontraba despierta y con el cuaderno de dibujo en las manos. Su rostro estaba contraído en una mueca de concentración y los moretones casi habían desaparecido. Aquello lo descolocó un poco. Se la quedó mirando un momento. Eso era imposible. Hacia apenas unas horas su cara estaba todavía hinchada y morada. No podía haberse recuperado tan rápido.

—¿Sakura? —La aludida automáticamente dejó de dibujas para mirarlo. Sus ojos verdes estaban nublados del cansancio—. Son casi las cuatro de la mañana, ¿Qué haces despierta? —que pregunta más estúpida, pensó.

—Dibujar —le dio la vuelta al cuaderno para mostrarle el bosquejo de una enorme ciudad cubierta por la lluvia. Le tomó un momento darse cuenta de que estaba viendo una imagen de la ciudad de Tokio—. A veces veo cosas y las dibujo, pero no entiendo lo que significan.

—¿Alguna vez has estado en Tokio?

Se encogió de hombros.

—No lo sé. ¿Soy japonesa?

Shaoran la miró con detenimiento.

—Tienes ciertos rasgos, pero hay algo de norteamericano en ti. El color de tu cabello, rus ojos, incluso tu estatura. Eres más alta que una japonesa promedio.

—¿De qué color son mis ojos?

—¿No sabes como te ves?

—No.

Shaoran no sabía que decir. La amnesia de esa chica era tan severa que hasta se había olvidado de su apariencia. Soltó un suspiro. En algún momento de esa conversación había decidido hacer hasta lo indecible para ayudarla e iba a empezar cuanto antes. Le quitó el cuaderno de las manos y lo dejó en la mesa luego corrió las sábanas y tuvo que contenerse para no gritar. La puñalada no era más que una cicatriz y la herida de bala iba por el mismo camino. Incluso de atrevía a afirmar que si le hacía una radiografía, vería que sus huesos estaban prácticamente sanos.

—Vamos al baño —dijo con voz temblorosa.

La ayudó a llegar hasta allí y le tapó los ojos para que no pudiera verse en el espejo de cuerpo entero.

—Tómalo con calma y no te asustes —la chica asintió con firmeza—. Pues ésta eres tú, Sakura.

Le quitó la mano del rostro y se hizo unos pasos hacia atrás. Sakura se contemplaba fijamente en el espejo de cuerpo entero, desde el larguísimo cabello castaño, pasando por la cara, hasta el resto de su cuerpo. Transcurrieron varios minutos así, Shaoran arrimado a la pared, Sakura mirando su reflejo. Al parecer no se reconocía. Iba a ser muy difícil ayudarla.

—¿Tengo un tatuaje? —Preguntó, señalándose la muñeca izquierda—. ¿Qué significa?

—Es el ojo que todo lo ve, un antiguo símbolo egipcio que protege a su portador de las malas energías.

Sakura asintió, pero no dijo nada. Se echó otro vistazo y salió del baño. Shaoran la siguió de inmediato.

—¿Cómo perdí la memoria?

—Eso es lo que trato de averiguar, hay muchas cosas extrañas a tu alrededor —se sentó en una silla mientras ella se repantigaba en la cama—. Dime que es lo que recuerdas.

—Lugares, más que todo —repuso de inmediato—. Pero son ciudades distintas, por eso dibujo. Reconozco ciertas calles, otras no, a veces ni siquiera sé dónde quedan.

—¿Recuerdas que hacías allí?

Sakura negó.

—Sólo veo una imagen, como una fotografía.

—¿Algo más?

—Voces, muchas voces. Alguien gritando mi nombre, otra persona dando instrucciones, y algo sobre una dosis de medicamentos.

Volvieron a quedarse en silencio. Sakura se bajó de la cama y se acercó a la mesa para tomar el cuaderno.

—Hice algo para ti —le entregó una de las cuartillas, perfectamente doblada.

Shaoran recibió la hoja, perplejo y la abrió. Era un retrato de ella misma, dibujando, con Kenji a su izquierda y él a su derecha, tal cual habían estado esa tarde. El detalle de los rostros, la ropa, incluso las sombras era exquisito. La expresión de su hijo era de puro embeleso, mientras que la suya reflejaba ansiedad y confusión. Cómo Sakura había notado todo aquello, se le escapaba.

—Muchas gracias, Sakura —se guardó la hoja en la bata.

Se puso de pie y se encaminó a la puerta. Había pasado allí más tiempo del debido.

—Bueno, yo tengo que irme. Si necesitas algo puedes llamar a una enfermera.

—Está bien, Shaoran. Nos vemos mañana.

—Claro.


Al abrir la puerta de su departamento esperó encontrarse con la radiante sonrisa de su hijo, pero entonces recordó que estaba en casa de Meiling y que no lo vería hasta la noche. Bueno, así aprovechaba la soledad para dormir un rato. Soltó sus cosas en el sofá de la sala y se metió en la cocina en busca de una cerveza. Se bebió media botella de un trago, intentando apagar sus pensamientos, pero sin importar cuanto lo intentaba, no podía sacar a Sakura o a ese maldito dibujo de su cabeza. Después de salir de la habitación de Sakura deambuló por los pasillos del hospital con el cerebro desconectado. Por eso se sorprendió al darse cuenta de que había regresado al repostero y que Eriol parecía tener un buen rato llamándolo. Desde ese punto de la madrugada todo se puso borroso hasta que hace una hora le permitieron marcharse a casa. Y debía celebrarlo, porque por primera vez en dos meses tenía el día libre.

Se terminó la cerveza y sacó otra botella antes de marcharse a su habitación. Los muebles e incluso la cama presentaban un aire de abandono. Únicamente el cuarto de Kenji y el de huéspedes, dónde Meiling se quedaba a dormir usualmente se veían habitados. Sin importarle mucho la ligera capa de polvo se lanzó en la cama y clavó la mirada en el techo. Estaba quedándose dormido cuando su móvil comenzó a berrear. Descolgó y se llevó el aparato a la oreja.

"¿Ya saliste? Espero que sí. Debo asistir a una reunión de diseño a las doce y la niñera de Kenji no vendrá hoy. Pensé en dejarlo con tu madre, pero no tengo tiempo de ir a la mansión y volver."

—Estoy en casa, tráelo —repuso, su voz desbordando cansancio—. Tal vez consiga que se duerma un rato. ¿Cómo le fue en el acuario?

"Bastante bien, le regalaron una tortuga y la lleva de un lado para el otro. Me tomé la libertad de comprarle una jaulita y demás cosas. Sé que no te gustan los animales, pero ya pues. Nos vemos."

La línea murió.

Dejó el móvil y la cerveza a un lado y se incorporó con dificultad. De un momento a otro se iba a desmayar y con Kenji en la casa podía pasar cualquier cosa. Era en momentos como ese en el que consideraba conseguirse una niñera puertas adentro o en el peor y más improbable de los casos, una esposa. Ser padre soltero era un asco. Y a pesar de que habían pasado cinco años aún se le hacía difícil superar que su prometida lo abandonó, y al año había regresado con un bebé en brazos. No había duda de que era su hijo y para que no se le olvide, dejó al niño en la sala y se marchó antes de que él se diera cuenta. Y Dios, había sido difícil. Dividirse entre el hospital y un recién nacido puso a prueba su paciencia y fuerza mental. Aprendió solo a cuidar a otro ser humano, aprendió a controlar aquel pánico que se apoderaba de él cuando su hijo estaba en peligro. Y aprendió a vivir para alguien más y no sólo para sí mismo.

Se pasó una mano por el rostro y se metió en el baño. No se demoró ni diez minutos en la ducha. Estaba terminando de vestirse cuando escuchó la puerta de entrada abrirse y el familiar eco de la risa de su hijo.

—Shaoran —era Meiling, sonaba algo agitada—. Aquí estás —entró a la habitación y le echó un rápido vistazo—. Mañana no puedo quedarme con Kenji, tenemos problemas en la oficina y el jefe nos necesita a todos ahí.

—¿Y Karin? ¿Ella no puede ayudarme?

—Tiene exámenes, no ha salido de su casa en dos semanas.

—Llamaré a mis hermanas a ver si pueden ayudarme, si no me lo llevó al hospital. Alguna de las enfermeras seguro que lo cuida.

Meiling asintió.

—Yo me voy o llegaré tarde —le plantó un beso en la mejilla—. Si me desocupo temprano paso por el monstruo y lo cuido hasta que salgas. Te quiero.

Meiling ya se había marchado para cuando él llegó a la sala. Se sentó al lado de Kenji, quién jugaba con su tortuga. Le besó en la coronilla.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Shaoran, reprimiendo un bostezo.

—No lo sé, veamos una película.

—¿Y que quieres comer?

—Pizza —soltó enseguida.

Shaoran soltó una risita y mientras llamaba a la pizzería desde su móvil se fue a la cocina por una tercera cerveza y una gaseosa en lata para Kenji.

—Ya está, llega en media hora. ¿Quieres algo más, doctorcito?

—No, papi —el pequeño seguía jugando con la tortuga. El animal iba de un lado al otro en su jaulita, metiendo la cabeza en el agua y luego ocultándola dentro del caparazón—. ¿Mañana tienes que ir al hospital?

Shaoran suspiró. Necesitaba una niñera urgente.

—Sí, pero adivina.

—¿Qué cosa?

—Vienes conmigo.

—¡Yupi!

Kenji dejó la tortuga y se puso a saltar por toda la sala. El móvil de Shaoran comenzó a berrear de repente. Tras obligar a Kenji a sentarse, contestó.

"Buenas tardes, Li-san. Disculpe que lo moleste en su día libre, pero ha pasado algo con uno de sus pacientes y pienso que debe saberlo."

—¿Qué pasa, Rika?

"Me entregaron los resultados de los exámenes que ordenó y así los revisé así como pidió, pero algo no está bien. Las fracturas desaparecieron por completo, no hay el más mínimo daño a su estructura ósea. Tampoco hay rastro de tóxicos en la sangre, no hay alergias ni infecciones."

—¿Estás segura de que esas pruebas están bien?

"Sí. Incluso fui a hacer una revisión en persona. Li-san, Sakura-san se ve perfecta. Los moretones se fueron, no quedaron cicatrices, la pequeña operación de nariz que se le hizo está alterada."

Shaoran guardó silencio unos minutos. Que mierda estaba pasando. Una recuperación así de rápida era imposible.

—Quema todo, no dejes que nadie la vea y encárgate tú de atenderla. Mañana iré a arreglar todo esto.

"¿Quiere una copia?"

—Sí, guárdala en la caja fuerte de mi consultorio.

"Entendido, Li-san."

Shaoran dejó el móvil sobre la mesa de la sala y enterró el rostro entre las manos. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿Cómo era posible que una fractura de costilla se arreglase en cuatro días o que un agujero de bala no dejase cicatriz? Esa clase de regeneración física no existía e iba en contra de toda ley natural. ¿Cómo?

—Papi, el timbre.

La voz de Kenji lo sacó de sus pensamientos. Soltó un suspiro. Tendría que esperar hasta el día siguiente para averiguar exactamente quién era Sakura.


Nos vemos en el siguiente capítulo.