Las Sombras del Silencio

Cap1: Plata y Negro

"Para sentir debes ser insensible,

para ganar, sé indefenso.

Para ser santo debes pecar

Y para terminar debes empezar"

De "Primero y Último" por Mary Moningard, bruja del Siglo XVIII.

El horizonte enrojeció con el amanecer mientras el sol se elevaba lentamente sobre Little Whinging, Surrey. Brilló en la ventana de la habitación más pequeña del número 4 de Privet Drive y esparció sobre la cama su décil luz, haciendo que el chico que yacía en ella parpadeara. Estaba tumbado de espaldas, con los ojos mirando sin ver el techo. Su camiseta esta cubierta de suciedad y sus vaqueros estaban rasgados y rotos, pero parecía no darse cuenta de su aspecto desaliñado. Su cabeza colgaba en el borde de la cama y sus zapatillas descansaban sobre el cabecero de la cama. El pelo negro despeinado caía desde su frente revelando una fina cicatriz zigzagueando a través de su piel. Sus gafas colgaban peligrosamente en frente de sus verdes y enrojecidos ojos y oscuras ojeras empañaban su pálida piel. No había dormido. Cada noche se quedaba mirando al cielo oscuro y al techo. Luchaba, hora tras hora, para evitar que sus pensamientos vagaran hacia ese momento y no obsesionarse con Sirius.

Tan pronto con el nombre se deslizó en su mente, una expresión de dolor contrajo su cara. Lo disipó inmediatamente, pero el espejo reflejó el breve espasmo de sus facciones. Miró un momento la suave superficie encontrándose con su propia mirada vacía y sosteniéndola antes de levantarse de la cama y ponerse en pie.

El reflejo de sí mismo era más delgado que antes. La ropa de Dudley siempre le había estado grande, pero parecía que había más espacio dentro de la sucia camiseta y los vaqueros que antes. No había tenido mucha hambre, no desde… entonces. Después de todo, era una extraña modalidad de crueldad el no poder atraer la atención de aquellos que vigilaban cada uno de sus movimientos.

Sus ojos volvieron a la ventana, buscando a aquellos vigilantes invisibles. Tonks, con su alegría desgarbada y su increíble talento. Casi podía oís su voz, feliz como siempre dándole vueltas en la cabeza. Pensó en Mundungus Fletcher y sus métodos poco ortodoxos, siempre corriendo a alguna parte para adquirir algunos bienes de origen incierto. Ojoloco Moody…

Algo pasó frente a sus ojos haciéndole encogerse. El cementerio, la brillante luz verde y la fantasmagórica figura de Cedric Diggory. No había podido mirar a Moody sin pensar en ello. Sin verlo de nuevo. "No es culpa tuya, Potter". Su voz era tranquila, un susurro resquebrajado en el silencio de la mañana temprana.

Se pasó una mano por los ojos y tembló cuando otra cara apareció en un mente. El pelo espolvoreado de canas y arrugas de preocupación en su rostro, demasiado joven para mostrar esas marcas de edad. Remus Lupin, el último Merodeador. O casi el último. Había otro. El traidor. Al que Harry había dejado vivir en aquel momento de elección. Aún pocía recodar la cara deSirius, su furia y finalmente, aquella frágil comprensión.

Sus dientes mordieron su labio cuando el sollozo brotó de su pecho. No podía pensar en ello. No debía. Recordaba el año pasado y su mente resbalaba y se precipitaba. Oclumancia. La había practicado con ahínco, tanto como podía a pesar de su odio a Snape, a pesar de su rechazo. Ahora temía dormirse, deseando haberla dominado sobre su propia mente. No eran sólo las pesadillas. Los malos sueños… no importaba que se tratasen de simples malos sueños. Lo que tenía era lo que podrían tener de reales, la penetración de los pensamientos insidiosos de Voldemort. Había intentado recordar cada palabra de Snape, su dura advertencia: "Limpie su mente de toda emoción, señor Potter." ¿Qué tipo de advertencia era esa? Sólo un hombre tan frío como Snape podría esperar que cualquiera pudiera borrar todos sus pensamientos con sólo un parpadeo. Suspiró. El dolor del recuerdo desapareciendo de él. Centrándose en el profesor de Pociones arrastró sus pensamientos a un territorio menos precario.

Se dejó caer sobre la silla frente a su escritorio y miró el pergamino que estaba esparcido sobre él. Había de todo. Algunos eran deberes y Harry casi podía oír el deleite de Hermione y la desesperación de Ron ante su preparación para el siguiente año. También había cartas. De hecho, parecía que todo el mundo le estaba escribiendo, investigándole de la manera más sutil.

Así era casi cada día desde que se había separado de Ron y Hermione. Las llamadas telefónicas de Hermione (los Weasley aún no se las arreglaban bien con los aparatos muggles) se repetían al menos una vez a la semana, y Harry tenía que confesar que era bueno escuchar su voz. También había cartas de Ginny, Fred, George e incluso Neville. Hedwig estaba fuera repartiendo la última tanda de respuestas. La había mandado a primera hora de la mañana y aún no había regresado. Jugueteando con su pluma miró su jaula vacía un momento antes de arrastras un pergamino hacia él y abrir el tintero.

La pluma cargada quedó suspendida sobre la página mientras Harry trataba de pensar. Tenía que hacer un trabajo para Historia de la Magia; podía empezar con aquello. Le llevaría todo el día e incluso Hermione había confesado que la había aburrido después de unas pocas horas, pero por lo menos tendría algo que hace para mantener su mente ocupada.

Una gota de tinta cayó en mitad del suave pergamino, brillando con el reflejo monocromo del amanecer. Harry lo miró y maldijo entre dientes. Otra hoja arruinada. Quitándose las gafas reposó la cabeza sobre la mesa de tal manera que sólo su ojo derecho mirara la gotita que lentamente se secaba. Nada mancillaba la esférica superficie. No había ni una onda o desfiguración, sólo la intensidad del negro y del impresionante blanco del sol reflejado. Lo miró sintiendo el ajuste y reajuste de su ojo. Era extraño, pero si miraba la negrura lo suficiente, parecía que le acababa rodeando. La ausencia de color inundó sus pensamientos conduciéndole al silencio. ¿Era esto lo que quería decir Snape con vaciar la mente? Él sólo quería ahogarlo todo, no sentir nada más.

Un atronador golpe en la puerta le hizo salir abruptamente de su extraño trance. Frunció el ceño cuando las bisagras crujieron por los golpes y la voz del Tío Vernon retumbó a través de la madera.

-¿Chico? ¡Levántate, chico! Debes estar hambriento. Ayuda a tu tía a preparar el desayuno.

-Sí, Tío Vernon.- Harry agarró sus gafas y abrió la puerta con rapidez conteniendo una sonrisa ante el aturdimiento de su tío por el movimiento inesperado. Sus ojos de cerdito le miraron y por un momento el bigote tembló con desprecio.

-Será mejor que te esfumes después de eso, chico. Tengo importantes invitados para la comida, gente muy importante.- un dedo gordo ondeo ante la cara de Harry.- No quiero problemas ni de ti ni de tu anormalidad.

Harry bajó las escaleras subiéndose los pantalones mientras lo hacía. En serio necesitaba un cinturón. Quizá encontrara una cuerda en alguna parte. El siseo de disgusto de la Tía Petunia le hizo mirar con sorpresa sus agudos ojos mirándole.

-¡Mírate, estás sucísimo! ¡Menuda desgracia de chico! ¿Por qué no puedes ser limpio y apuesto como mi Dudlecito querido? Por lo menos él tiene un tamaño saludable y no como tú.

Los ojos de Harry se precipitaron hacia el chico en cuestión. Dudley estaba sentado en la mesa de la cocina con el culo sobrepasando la silla por todas partes mientras se abría camino entre un inmenso desayuno de fritos. Sus ojos estaban pegados a la pantalla del televisor, pero al sonido del nombre de mascota que su madre tenía para él, se estrecharon y se giraron hacia Harry, retándole a que hiciera algún comentario al respecto.

-Ese no es un tamaño saludable…- murmuró Harry. Cuando Dudley se movió un poco, le llegó una bocanada de olor a tabaco.

-Coge la satén de feír.- espetó Petunia antes de que una siniestra sonrisa cruzara su cara y una mirada de mofa llegara a sus ojos.- Ah, y asegçurate de alimentarte bien. Por lo menos cuatro lonchas de beicon y dos huevos.

Él hizo lo que le decían, preguntándose cómo los Dursley podían ser tan estúpidos cuando se trataba del bienestar de su propio hijo, y tan ingeniosos a la hora de hacerle la vida miserable a él.

"Así que, Potter… danos una voz si nos necesitas. Si no tenemos noticias tuyas en tres días mandaremos a alguien por allí."

Harry sonrió al recordad la cara del Tío Vernon. La misma expresión cruzaba su fea cara cada pocos días cuando, cumpliendo su palabra, Lupin o Moody se pasaban por allí para ver cómo estaba. Los Dursley se habían comportado perfectamente. No había habido abusos físicos ni trabajos interminables ni encierros. En su lugar habían cambiado su táctica. Harry no sabía si la gente que le vigilaba podía también oír lo que ocurría, pero parecía que tanto la tía Petunia como el Tío Vernon pensaban que estaban a salvo de oídos entrometidos. Aprovechaban cada oportunidad que tenían para criticar a Harry e idealizar a Dudley, siempre comparándolos a los dos. Secretamete, Harry estaba empezando a pensar que estaban ciegos.

-¿Dónde has estado para ensuciarte tanto?- preguntó Tía Petunia cuando le miró, observando cada bocado que forzaba a pasar por su garganta.

-Fui a dar un paseo ayer por la tarde y se puso a llover. Eso es todo.

-¡Será mejor que no haya ni una pizca de toda esa suciedad en mis alfombras!

Harry puso su tenedor y su cuchillo en su plato vacío y se levantó llevando los platos al fregadero antes de marcharse.

-¿Y a dónde vas tú?- preguntó Tía Petunia sólo para ser acallada por la respuesta de su marido.

-No quiero que esté cuando lleguen los McKillens. Es un negocio importante, Petunia, y no le quiero por aquí. ¿Has oído, chico?- Harry rodó sus ojos y abrió la puerta principal dejando que su tío gritara tras él.- ¡Y a ver si con un poco de suerte no vuelves!

-Eso espero.- fueron las últimas palabras de Harry antes de salir al jardín. La última cosa que oyó fueron los jadeos alterados de su Tía antes de cerrara la puerta de la casa ordenada y suburbana.

Como siempre, los arriates eran una exuberancia de vívidos colores. Por algún capricho de la naturaleza los geranios habían salido con un brillante rosa y un rojo potente cuyo resultado hizo que el choque de tonalidades obligara a Harry a entrecerrar los ojos antes de desviar la mirada. Bajó por el caminito cuidando de no destrozar el césped perfectamente cortado (había pasado buena parte del día anterior cortándolo para la satisfacción de su Tía) antes de abrir la puerta y pisar el asfalto.

Pasó por Magnolia Crescent sin darse cuenta. No vio los gatos que tomaban el sol en las paredes y sobre los capós calientes de los recién aparcados coches. Se puso a pensar en las últimas palabras de sus amigos en la estación. Habían jurado que le sacarían de allí lo antes posible. Cierto era que sólo habían pasado dos semanas, pero anhelaba, cada vez con más fuerza, el confort y la vida fácil en la Madriguera.

Torció hacia la Calle Magnolia y se encaminó hacia las puertas del parque. El parque se había convertido en un lugar para sentarse y pensar. Incluso ahora, lleno de niños gritando y estresadas madres, parecía mucho mejor que Privet Drive.

A pesar de los mejores intentos de Dudle, el parque casi parecía intocado por el vandalismo. Harry recibió algunas miradas de desconfianza pero no le importó y se sentó en un banco al sol y sintió cómo sus músculos se relajaban con el calor. Sólo suponían un cambio de las miradas de asombro que había recibido en el Mundo Mágico. Además, pensó echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos, que si su tía y su tío habían extendido la mentira de que él era un "criminal incurable" tenía que esperar ese tipo de efectos.

-¿Qué paza, Haddy?

Harry levantó la cabeza y miró a una niña pequela que estaba de pie frente a él, comiéndose un helado con entusiasmo. Era muy joven, probablemente no tendría más de 10 años. Sus rizos eran de color rosa chicle y le faltaban los dos dientes delanteros. Mientras comía le hizo un guiño y se sentó junto a él en el banco.

-Sabes que las niñas no suelen tener el pelo rosa, ¿verdad Tonks?- dijo con una sonrisa.

-¿Y qué?

-Bueno, puede ser un poquito sospechoso.

Tonks torció su nariz y se encogió de hombros indicando que no le importaba lo más mínimo.

-El Viejo Tuedto no me didá nada pod ezto. Además, ez la pdimeda vez que te veo zondeíd desde hace una zemana.

Harry cerró los ojos otra vez y sintió como su sonrisa se evaporaba. No importaba lo que hiciera. Al final de todos sus pensamientos, sentimientos y recuerdos estaba Sirius Black. Probablemente había sido la muerte más extraña que había visto Harry. No había habido ninguna incomparable y brillante luz verde… Sirius había caído tras aquel velo. Había ido de la vida a la muerte en un segundo. No había cuerpo ni funeral. No había nada que se lo hiciera más fácil a Harry. Casi podía fingir que no había pasado. Que todo había salido bien, convenciéndose estúpidamente a sí mismo cada día que al final Sirius volvería.

-Zabez que eztán mintiendo, ¿no?

-¿Quiénes, Tonks?

-Ezoz eztúpidoz Dudzley. La oí ezta mañana diciéndote que Dudley eda maz guapo que tú. ¡Menuda choddada!

Acabó su dulce y saltó del banco antes de volverse hacia él con una severa mirada en sus ojos.

-Estás bien, ¿no?- sus palabras sonaron preocupadas, casi fraternales, su cara de niña estaba contraída en una expresión muy adulta, e incluso su ceceo había desaparecido.- Sé que es terrible para ti, Harry. Yo no puedo siquiera empezar a…- su voz se apagó en desesperanzada.- Escucha, sólo aguanta allí un poco más. Volverás a la Madriguera antes de lo que crees.

Harry pegó un respingo en el asiento.

-¿Puedo volver? Pero, ¿no es peligroso? Dumbledore dijo que…- pero Tonks ya se estaba marchando, fundiéndose en la multitud de niños hasta que dejo de ver sus brillantes rizos rosas.

Harry se incorporó y deambuló por el parque un rato más, lejos de la zona de juegos hacia una zona más resguardada y tranquila. Los altos robles ofrecían una densa sombra moteada, así que se tiró agradecido al polvoriento suelo y se tumbó.

No tenía ni idea de a qué hora podría volver a casa, pero no le importaba. Se había acostumbrado a quedarse allí sentado durante horas. Podía casi quedarse medio frito, sin dormirse del todo, lo suficiente como para no pensar demasiado en nada. Miró al mundo desde sus ojos entrecerrados preguntándose qué estarían haciendo sus mejores amigos en ese momento. Hermione había dicho en su última llamada que iría a la Madriguera cuando sus padres se fueran de vacaciones. Ron parecía entusiasmado por su llegada y Harry no podía evitar sentirse aislado. Los gemelos posiblemente estuvieran muy ocupados con su nueva tienda de bromas y el pobre señor Weasley, sin duda, ya tenía suficiente con su trabajo a tiempo completo tanto para el Ministerio como para la Orden. Harry se sentía estúpido estando sentado allí, viendo pasar las horas de su vida sin más.

Pero esas horas también eran preciosas. Dumbledore le había contado la profecía, una de las pocas predicciones verdaderas de la profesora Trelawney. En algún momento de su vida, Harry tendría que elegir. Matar o ser asesinado. Ninguna le gustaba.

Se quedó sentado allí mientras el sol se movía a su alrededor y manchas de luz y oscuridad serpenteaban lentamente por su piel. No prestó atención a los paseantes; sus ojos entreabiertos sólo enfocaban sus pensamientos, y no fue hasta que que oyó el batir de unas alas encima de él que volvió a la realidad. Hedwig se había posado en una de las ramas más altas del árbol bajo el que se había sentado Harry, haciéndose evidente contra la oscura corteza. Su plumaje níveo no le estaba siendo de ayuda y dirigió un ululato de reproche a Harry que miraba con precaución a su alrededor antes de hacerle una señal para que bajara. Ella le dirigió una mirada que le decía que debería hacer estado en su habitación para recibir su correo antes de planear hacia él y posarse en su brazo.

La lechuza levantó su patita arrebatando de los dedos del chico una chuchería apenas dándole tiempo para soltar la carta y huir rápidamente del brillante sol. Harry la observó irse, mordiéndose el labio inferior mientras se preguntada si había dejado o no la ventana de su cuarto abierta. Si no, sabía muy bien que su mascota se lo iba a recriminar durante buena parte de la semana. Odiaba quedarse fuera.

Una ligera brisa hizo que el papel se revolviera en su mano y miró hacía la caligrafía confusa y desordenada de Ron. El pergamino estaba doblado había una simple "H" mayúscula en un lado. Habían tratado de ser discretos, pero a veces, como con la lechuza, no tenían otra opción.

"H, haz el equipaje que te vienes a casa. Jengibre y Rojilla te irán a recoger mañana. No puedo esperar para verte. H2 no ha parado de preocuparse desde que llegó. R."

Harry bufó. "Jengibre" era la señora Weasley y "Rojilla" era Ginny. O por lo menos, eso pensaba. Él no había estado cuando el discutible código de nombres fue inventado y que había sido expuesto en una críptica carta de Ron. Se trataba de una serie de preguntas que sólo alguien muy cercano o fuera realmente un Weasley pudiera saber. Algunas eran obvias. Percy, por ejemplo, era "Cabezón", y Harry podía descartarlo. Por lo menos sabía que H2 sólo podía ser Hermione. Después de todo, nadie más tenía su misma inicial sin contar a Hedwig.

Una pequeña sonrisa surgió en sus labios, sintiéndose extraña en su cara. Iba a volver a la Madriguera y a lo más cercano que él podía llamar familia.

Dumbledore debía de haber tomado una decisión, porque después de lo que había dicho a final de curso, Harry estaba seguro de que estaba condenado a pasar otro verano en la "protectora" custodia de los Dursley. Quizá el director había encontrado una manera de hacer a la Madriguera tan segura como Privet Drive.

A su alrededor, la vida continuaba. Los niños corrían y jugaban bajo los observadores ojos de sus padres. La gente iba y venía a medida que el día avanzaba y empezaba a retirarse hacia el crepúsculo.

Fue cuando las primeras luces de las farolas se encendieron fuera del parque y los distintos jardineros y asistentes empezaron a mirarle de malas maneras cuando Harry se puso en pie y se quitó el polvo de la ropa. El hombre que había en la puerta sacudió las llaves antes de cerrar la verja contra el mundo exterior cuando Harry se fue tranquilamente de camino a casa.

Las calles residenciales de Little Whinging estaban tranquilas y semidesiertas mientras caminaba de un círculo de luz a otro. Las ventanas de las casas estaban abiertas a la húmeda noche, y el sonido de las televisiones creaba una extraña armonía con el lento gorjeo de los insectos en perfecto césped.

Cuando Harry giró en Privet Drive una figura pasó rápidamente delante de él chocando su hombro contra él con las prisas. Harry tuvo una visión momentánea de ropas negras y un reflejo de plata antes de que el extraño se marchara, dejando una tímida disculpa en el aire. El hombre paró en la bocacalle de la pequilla carretera y cuando Harry miró con un poco de interés, vislumbró de nuevo aquella plata. No era joyería, como había pensado en un principio, sino 5 dedos sobresaliendo del puño de una manga.

El corazón se le subió a la garganta mientras buscaba su varita, pero antes de que Harry pudiera decidir qué hacer, el hombre ya se había ido, no dejando nada excepto la calle vacía y el relativo silencio de la noche suburbana.

El número cuatro estaba intacto. La exquisita valla y el prístino césped estaban perfectamente y la fachada de la casa era igual a como la había dejado. No había Marca Tenebrosa así que no había masacre. Harry sintió un acceso de fastidio, pero lo reprimió con culpabilidad. No le gustaban los Dursley, pero tampoco deseaba su muerte.

Abrió la puerta y se paró, mirando al objeto que descansaba encima de un murete. Un lirio negro. Tenía cinco pétalos. Cuantro eran negros con una sola línea roja atravesando el pétalo desde la punta hasta el centro de la flor. El quito pétalo no tenía la marca y era completamente negra. A pesar de su siniestra apariencia, Harry acercó una temblorosa mano. Pegó un respingo cuando sus dedos la tocaron, pero la flor se limitó a quedarse ahí, inocente y muerta.

Sintiéndose estúpido la cogió y cerró la puerta detrás de él, apoyándose en el acero forjado mientras intentaba pensar.

Había sido Pettigrew, estaba bastante seguro de ello. El brillo de plata era la mano que Voldemort le había dado al manipulable hombre, e incluso la vos era familiar, pero ¿por qué estaba allí y por qué le había dejado una flor? Harry sacudió la cabeza y caminó a través del jardín, cruzando la puerta y cerrándola firmemente ante el mundo exterior.

Relámpagos brillaros en el horizonte a medida que la tormenta crecía, gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, rompiendo el calor del verano en pedazos.