Hola! Somos el dúo dinámico BA y BM Andrew.

Individualmente somos mejor conocidas como Chiquita Andrew y Candyfan 72 en el mundo de FF.

Nuestra colaboración literaria nació durante un reto en parejas para el grupo Candy Brujas Andrew, en el mes de Agosto 2014.

En el transcurso de completar este reto, nos dimos cuenta de lo bien que trabajamos juntas, brindando lo mejor de nuestros estilos individuales. Trabajando como pareja nuestras flaquezas se transformaron en fortalezas.

El nombre BA & BM Andrew proviene de una broma entre amigas, que con el tiempo se convirtió en la base de una amistad fuerte y sincera a través de un océano y varios países de por medio.

Individualmente somos personas con estilos muy diferentes, pero juntas, como una pareja de escritoras novatas, nuestra creatividad y estilos emergen bien.

Espero que disfruten el producto de nuestra colaboración y amistad por mucho tiempo.

Buscando a Anohito

By Candy Fann y Chiquita Andrew

Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, pertenecen a Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi, este Fic es de entretenimiento sin fines de lucro

-Capitulo 1-

El dragón de madera, vapor y metal serpenteaba por los valles y llanos, su mecánico arrullo suavemente meciendo a una joven rubia descansando agitadamente en su interior de cuero y madera pulida. Bocanadas de humo gris y blanco que emanaban de su ardiente vientre de metal se mezclaron perfectamente con las blancas nubes salpicando el cielo azul cobalto, complementando el paisaje de una perfecta armonía entre el azul, blanco y verde.

Las nubes, al igual que sus propios pensamientos, parecen cambiar de dirección flotando a la deriva, algunas desapareciendo por completo en la distancia, mientras que otras se sumaban a otras nubes más grandes, creando una formidable masa blanca que reclama prioridad en el firmamento.

Tal como las nubes ocupando más y más trozos del cielo azul, los pensamientos de la chica abrumaban su mente con cada silbido humeante de la locomotora en marcha. La pérdida había sido demasiado dolorosa, las razones escritas en aquella nota insuficiente en su brevedad. Su pequeño castillo ahora le parecía tan grande y silencioso como una basílica, el espacio que él ocupaba en su hogar y corazón más obvio con su ausencia.

Desde que recibió un paquete aportando un sello postal de Rockstown, Candy no había dejado de pensar en el significado de la misiva. Nunca había oído hablar de ese lugar antes, y sin duda alguna, al siguiente día a primera hora armada con una maleta y un bosquejo, caminó hacia la estación, comprando un boleto para el primer tren que se dirigía a ese pueblo.

Esta era la segunda vez que había dejado las comodidades de techo y comida para buscar a un hombre que significaba algo en su vida. Débilmente recordó como salió corriendo detrás de un joven inglés, gritando su nombre en el borde de los muelles una fría noche en Londres, su corazón despedazándose cuando el barco desapareció en la neblina del horizonte. En aquel entonces su amor emergente por aquel mocoso inglés la llevo a cruzar el Atlántico en busca de su futuro, con la esperanza de que los lazos invisibles del destino la llevaran a sus brazos cálidos y anhelantes. Mas el tiempo y el destino confabularon para crear una historia diferente, y en vez de un abrazo cariñoso Candy encontró dolor y decepción al lado de ese hombre; su amor muriendo dolorosamente apenas en la infancia.

Esta vez, ella corría tras un hombre diferente y por razones menos evidentes. Candy sabía que estaba buscando la persona con quien compartió su hogar, el hombre que salvo su vida más de una ocasión. Pero también buscaba la persona que enjuagaba sus lágrimas cada vez que su corazón colmado de pena lloraba sin cesar. Buscaba al joven que extinguía los fantasmas de su pasado con un solo beso en su frente. Candy añoraba encontrar al hombre que llenaba su existencia de alegría con una sola deslumbrante sonrisa de su hermosa boca...

"¿Qué?"

"¡Espera un momento, Candy…! ¿Desde cuándo piensas que la boca de Albert es hermosa?" la joven se reprendió a sí misma en silencio, sonrojándose furiosamente bajo su delicado sombrero rosado pálido. Candy sacudió ese pensamiento fuera de su cabeza, tratando de ignorar el latido a redoble de su corazón repicando en sus oídos.

"¿Desde cuándo pienso en Albert de esa manera?" se atrevió a contemplar silenciosamente, con el vaivén de la locomotora aun arrullando su cuerpo, "Él siempre ha sido especial para mí, pero ¿Desde cuándo ha sido esencial en mi vida?"

El sonido rítmico de la maquinaria hizo poco para apaciguar el desasosiego creciendo en su mente. Albert… su amigo. Albert… su salvador. Albert… Albert… Albert…

Recordó el terror que el accidente de Albert desato en su corazón, cuando pensó que la muerte lo había arrebatado de su lado. Corrió por las calles de Chicago, rogando a todos los santos de la corte celestial que Albert… su Albert estuviera sano y salvo. Una lágrima resbalo por la tersa mejilla de la joven, al recordar su alivio cuando vio al joven rubio en la Clínica Feliz, herido pero aún con vida. Al clavar su mirada sobre el pálido rostro de Albert, Candy sintió que el aire finalmente llegaba a sus pulmones, su corazón aun latiendo desbocado lentamente retornando a su ritmo usual.

Si… sutilmente, ese evento marco un momento definitivo en su vida. Por primera vez Candy tuvo una visión, aunque solo por unos minutos, de una vida ausente de Albert… y esa imagen, si bien breve y errónea, fue más dolorosa y aterradora que cualquier otro acontecimiento en su corta vida.

Estaba decidida a encontrar a Albert. Tenía que encontrarlo. Tantas preguntas permanecerían sin respuesta si no escuchaba la verdad de sus labios. ¿Que recordaba? ¿Por qué se marchó? Su corazón demandaba esa respuestas más su mente dictaba que debería proceder con cautela. Ella todavía no podía explicar por qué su corazón latía con más fuerza cuando él se acercaba a su lado, o por qué deseaba que sus labios perduraran en su frente. ¿En realidad se trataba nada más de un vínculo fuerte entre ellos? O ¿Existía algo más? ¿Qué más podría ser?

La locomotora finalmente dejo de serpentear en el terreno azul y verde, llegando a su último destino: un diminuto pueblo en medio de la nada llamado Rockstown.

Tomando su pequeña maleta, Candy desbordo el tren vacilante, su valor y porfía sus únicas guías en ese pequeño lugar que la civilización olvidó.

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"Rockstown me parece un lugar muy pequeño… Entonces fácilmente podre encontrarlo" musitó Candy con esperanza y más confianza al tomar sus primeros pasos en el pueblo. Armada con el bosquejo de Albert que llevaba en su mano, Candy ansiosamente casi podía creer que en cualquier momento se encontraría frente a la razón de su viaje a unos cuantos metros.

Caminando deliberadamente a través de las pocas calles cortas y estrechas del pueblo, sus piernas la llevaron a encontrase con una pequeña y remendada carpa en el centro de aquel lugar. Perpleja por un hallazgo tan inusual, la joven camino cautelosamente hacia su entrada, en la cual un rotulo enorme pregonaba como actor principal al ex famoso actor... Nada más y nada menos que Terry Grandchester. "Ese nombre…" el rostro de Candy escasamente oculto su sorpresa al saber que él se encontrara en ese pueblo tan insignificante en medio de la nada… y en un 'teatro' deplorable cuyas condiciones precarias no podían ser refutadas aun por el ojo novato de una jovencita.

Entrando al pequeño local, Candy recorrió aquel lugar con la mirada. El suelo estaba inundado de basura y el agrio olor a tabaco y alcohol impregnaba el ambiente con una fétida capa gruesa de hediondez. Todo el lugar le parecía tan repugnante, que la joven podía sentir las náuseas creciendo en su estómago, una inmensa sensación de asco inundando sus sentidos. Había mucha gente bebiendo alcohol y completamente embriagadas abucheando a gritos al actor principal en el escenario. Al escuchar la cacofonía de insultos, la vista de Candy se posó en el escenario, donde para su mayor tristeza vio una aberrante versión del Terry que ella conoció mucho tiempo atrás. El joven ingles se encontraba en condiciones deplorables, había adelgazado considerablemente y estaba tan borracho que apenas podía permanecer en pie: el antes 'gran nuevo talento de Broadway' se encontraba tan ebrio que escasamente podía pronunciar las líneas de la obra con dificultad.

Cuando Terry finalmente se cayó en el escenario, extendido en las tablas sin poderse levantar, Candy tomando su maleta, giro en sus talones buscando apresuradamente la salida del teatro. Cuando estaba prácticamente a la salida, con un gran pesar en su corazón, Candy volvió su cabeza para echar un último vistazo al deplorable hombre aun tumbado en medio del escenario, su discurso abruptamente ahogado por la cacofonía de insultos y risas.

"¿Terry tu caída llego hasta este punto? ¿Acaso este es el amor que me profesas?" susurro decepcionada, "Yo me esforcé por olvidarte, mientras… mientras que tú… Tú no has dejado de 'amarme'. Pero te has equivocado… esto…esto que estás haciendo no es una muestra de tu amor por mí."

"Terry no permanezcas en un lugar así, vuelve a Stratford… vuelve junto a Susana y sobre todo hazla feliz. Cumple la promesa que hicimos en New York, busca tu felicidad porque yo también la buscare" añadió la rubia, sus esmeraldas firmemente clavadas en el dibujo que todavía tenía en su mano. Y sin albergar duda alguna en su corazón, levantando su frente Candy salió del teatro sin mirar atrás.

Al salir al aire fresco de la tarde, la joven dio unos cuantos pasos, y respirando profundamente, volvió a fijar su atención en el retrato de Albert, llevándoselo al pecho para calmar los latidos de su corazón.

"Necesito encontrarte Albert" declaro con certeza y con su mente despejada de recuerdos dolorosos, "tú eres la única razón de mi viaje a Rockstown". Con paso nuevamente seguro, Candy se proponía reanudar su búsqueda cuando súbitamente escucho una voz melodiosa y femenina llamando su nombre detrás de ella.

"¿Candy? ¿Es usted es la señorita Candy?"

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En la sencilla cafetería del pueblo dos hermosas pero diferentes rubias se encontraban a punto de compartir una humeante taza de té. En la humilde opinión de Eleanor Baker, contra todo pronóstico los santos y arcángeles escucharon su desesperada oración de madre y había encontrado a Candy White justamente a la salida del teatro ambulante. Eleonor había llegado a Rockstown unos cuantos días atrás, tratando de encontrar la mejor manera de ayudar a su único hijo. Para su enorme pesar, nada la podría haber preparado para el choque que sintió al ver el talento de su hijo amado completamente desperdiciado en una neblina alcohólica, actuando en lo que ella sólo podía describir como una cloaca fétida.

"Siento haberla abordado tan repentinamente, señorita Candy. Jamás me imagine que realmente la encontraría en un sitio como este…" explicó Eleanor fijando su mirada azul zafiro en el semblante pálido de la joven sentada frente a ella.

Desde su asiento Candy vio como las lágrimas de la señorita Baker rodaban libremente por sus mejillas de alabastro, su corazón compungido al percibir el dolor tangible de esa pobre madre al encontrar a su único hijo sufriendo en esas condiciones.

"Hace cinco días atrás llegue a este pueblo, señorita Candy, pero aún no he tenido el valor de afrontarlo..." declaro con tristezas, enjuagando sus lágrimas con un delicado pañuelo de seda en su mano, "he asistido cada día a sus representaciones y eso…eso verdaderamente me parte el alma…verlo mascullando incoherencias y tropezándose en todo el escenario. Pero hoy… hoy fue diferente y se debe a su presencia. ¡Él ha vuelto a resurgir! Yo fui testigo de ese renacimiento en el escenario, lo vi con mis propios ojos. Por primera vez desde que comencé a ver cada función, Terry se irguió en el escenario después de su caída, y cuando lo hizo su voz fuerte y clara resonó por toda la carpa como alguna vez lo hizo en Broadway. Sé que la razón de ese cambio fue usted… Porque al fin ha venido a buscarlo. Al verla, mi Terry cambio y le estoy muy agradecida por ello."

"Señorita… realmente yo dudo que él me haya visto. Dentro de la carpa, todo era tan oscuro… no creo que habría podido distinguirme en las condiciones que se encontraba" refuto la joven sutilmente, buscando las palabras adecuadas para alentar a la dama sin darle falsas esperanzas, "es una pena que un actor tan bueno como él se encuentre en este lugar y espero vuelva a ser el mismo Terry de antes para que pueda recuperar el amor que siente por el teatro. Yo sé que él sinceramente ama el teatro… corre en su sangre… es su pasión así como la de su madre" recalco Candy, alzando la vista para encontrar el azul zafiro de los ojos de Eleonor antes de continuar. "Discúlpeme… Señorita Baker… Pero debo aclarar algo muy importante. Yo no vine a este pueblo buscando a Terry, ni siquiera sabía que él estaba actuando aquí… yo vine… a buscar a alguien más."

Con manos firmes, Candy extendió a Eleonor el dibujo magníficamente detallado de Albert como la prueba de su objetivo verdadero, inmediatamente notando un destello de frialdad en los ojos de la señora y el cambio repentino en toda su actitud.

"Yo pensé que venía a ver a mi hijo… que realmente lo amaba lo suficiente como para poder sacarlo de este infierno que está viviendo" alego Eleanor, llorando aun con más dolor por la confesión de la chica, pero ya con una pizca de cizaña sazonando sus palabras, "Terry fue siempre un caballero, señorita Candy, y ese sentido de honor lo llevo a cometer decisiones descabelladas. Sé que por salvar su 'honor' y el buen nombre de su familia, mi hijo abandono el colegio San Pablo para que no la expulsaran… me puedo imaginar qué clase de escándalo hubiera sido esa noticia para la buena sociedad de Chicago. Y él, tratando de evitar esa inconveniencia para usted, sacrifico su vida en Londres para venir aquí. Creo que ese hecho por lo menos es digno de algún tipo de reconocimiento de su parte y merece su profunda lealtad para mi hijo."

"Señorita Baker…" exclamo la chica perdiendo todo el color de su rostro. Candy trato de mantener presente en su pensamiento que ante ella estaba una madre preocupada y dolida, más la amargura de sus palabras no dejó de hacer mella en su tierno corazón.

"Y como si no fuera suficiente, abandono a mi hijo en el momento que más necesitaba su apoyo y ayuda…" espeto la dama, finalmente dando rienda suelta a la angustia que acechaba su alma desde el día del fatídico accidente que tan repentinamente transformo el destino de su hijo, "Susana... esa horrible criatura que se esconde bajo una máscara de mansedumbre y ternura, se ha aprovechado de la galantería de mi Terry. Ella sabía que si exigía que actuara con nobleza después de lo ocurrido, Terry se sentiría obligado a permanecer a su lado. Esa obligación lo uniría a ella para siempre o por el tiempo que ella así lo desee." Eleonor enjuago sus ojos con su empapado pañuelo de seda, clavando su mirada acerada sobre el pálido semblante de la chica sentada frente a ella.

"Si usted hubiera permanecido a su lado… si le hubiese dado una razón para rechazarse a cumplir con los deseos de esa maldita chica ¡Esta pesadilla se habría evitado!" declaro la dama con firmeza, el dolor abrumando su corazón consiguiendo que rechazara razón y lógica en esos instantes para desatar una letanía de culpas sobre el regazo de la pobre chica, "Usted lo abandonó, señorita Andrew, y mire hasta donde eso lo ha llevado. ¡Mi hijo se está revolcando en una cloaca mugrosa de desesperación! Y ahora usted, se sienta aquí frente a mí ¿Y con calma tiene el descaro de decirme que no hará nada? ¿Qué tipo de mujer es usted, señorita? Después de todo lo que Terry hizo por usted, ¡Ahora nuevamente le da la espalda!, ¿Acaso está embarazada de este hombre que tanto busca?"

"¡Basta ya, señorita Baker!" espeto Candy finalmente, el fuego en sus venas tiñendo sus mejillas con un brillo inquieto de cólera latente, "¡No consentí a venir a tomar una taza de té sólo para que usted pudiera desatar su rabia en alguien o para que me insultara a mí o mi integridad! Simplemente no voy a permitir que se tome esta libertad conmigo. Entiendo que todo lo que ha sucedido duele. A usted le duele ver como su propia carne se encuentra en un estado tan deplorable y aberrante. Pero señorita Baker... por favor, tiene que entender... Terry ELIGIÓ esta vida porque esa fue su decisión. Yo quise permanecer a su lado, soñé con tener sus hijos y ser su esposa... pero él dispuso estar al lado de Susana. No conozco si sus razones para quedarse con ella fueron correctas o incorrectas, porque no tuvo la cortesía de hablar conmigo acerca de su decisión." La ira de la dama se encogió como una gota de agua en un sartén caliente al encontrarse con la ardiente mirada de la joven frente a ella, su pequeño cuerpo erguido y preparado para luchar por sus convicciones.

"Todo lo que sé, es que lo amé profundamente…" añadió Candy con tristeza al recordar el final de ese inútil amor, "mi corazón se hizo añicos cuando Terry tomo esa decisión y no estaba a mi favor. Todo este tiempo he hecho exactamente lo que él me suplicó al marcharse: ser feliz. Yo creía que si trataba de encontrar mi felicidad, entonces quizás Terry también podría ser feliz pero hasta en eso me mintió. Aunque me parece que Susana en realidad lo ama mucho..."

"¡Esa imbécil no sabe lo que es amar!" refuto Eleonor con énfasis en sus palabras, "Todo lo que ha hecho, ha sido exclusivamente para su propio beneficio. No se preocupa por los sentimientos de Terry o sus deseos. Si hubiera sido algo más que la mujer egoísta y patética que es, habría sido capaz de ver que el amor de Terry le pertenecía a usted… y que aún lo sigue siendo. Susana intentó reclamar algo a lo cual no tenía derecho: su corazón. Y ahora que su plan ha fallado, mi Terry está sufriendo solo. Pero ahora que usted se encuentra aquí… yo sé que no tenía derecho a ultrajarla de esa manera unos momentos atrás y lo siento mucho. Sé que Terry aun la ama… y le haría muy feliz poderla ver nuevamente…"

"Disculpe, no deseo parecer imprudente más tengo que sacarla de su error. No quiero darle falsas impresiones señorita Baker" respondió Candy con seguridad y sin pestañear, señalando el dibujo desplegado en la mesa entre ellas, "pero mis prioridades en estos momentos siguen siendo otras. Yo vine a buscar a esta persona… se llama Albert y me envió un paquete desde este pueblo. Yo llegue esta mañana porque vine a buscarlo. Él es una persona muy importante en mi vida. Albert ha estado siempre conmigo a lo largo de mi existencia… es un buen hombre y con su ayuda logre superar muchas dificultades y penas, incluyendo la perdida de Terry."

Eleanor fijo su mirada en el retrato de Albert por unos momentos, meditando sobre la sinceridad y brillo en el tono de voz de la chica. Tenía que admitir que, si, el dibujo era preciso, se trataba de un joven muy apuesto con una mirada tierna y sincera. Sin embargo no podía disimular su decepción al escuchar las palabras de la chica. Por unos momentos su corazón rebasó de alegría al ver a Candy en Rockstown, creyendo que la joven vendría a rescatar a su Terry de la desgracia en este había caído. Mas al escuchar la manera de como Candy expreso sus sentimientos sobre la situación de Terry y de cómo hablaba acerca de Albert, la dama no pudo evitar notar el modo en que las esmeraldas en el rostro de la rubia cobraron ese brillo especial que solo una joven enamorada posee al relatar su búsqueda por el joven en el bosquejo. Ese brillo era idéntico al brillo que alguna vez adorno sus ojos años atrás… cuando perdió la cabeza y su virtud por un joven duque Ingles. En ese preciso instante Eleonor comprendió que su hijo había perdido a Candy para siempre meses atrás y que Terry no podía hacer nada más que resignarse a seguir el futuro que escogió al lado de Susana…

Ahora solo esperaba que su Terry fuera capaz de cambiar caminos y permanentemente abandonar ese sendero de destrucción para resurgir triunfante una vez más como lo había hecho minutos antes en el escenario.

"Es un joven muy apuesto..." reconoció Eleonor finalmente con un poco de pesar marcando su voz aterciopelada, "tiene una mirada muy sincera y cálida. Disculpe mi terrible comportamiento, por favor y créame que entiendo su situación, señorita Candy. Sinceramente espero que pueda encontrarlo. Dígame una cosa… ¿usted lo quiere, verdad?"

"Si, lo quiero mucho" declaro Candy sin titubear para su mayor sorpresa.

"Por Dios Candy White… ¿Qué estás diciendo?" se dijo a sí misma, mirando el cielo de la tarde a través de la ventana en la cafetería, "Estamos hablando de Albert… de… mi Albert… Dios Santo… ¿Será posible? Pero es la verdad... quiero mucho a Albert. Tengo que admitir que desde que se fue de mi lado no he hecho otra cosa más que buscarlo desesperadamente por todas partes. Es cierto que antes nos habíamos separado y nunca tuve esta necesidad tan intensa de buscarlo. Pero ahora… ahora ya no soporto la idea de tenerlo lejos de mí… Lo único que quiero es encontrarlo para volver juntos a nuestro departamento y vivir como lo hicimos por tanto tiempo… compartiendo todo... las alegrías y las tristezas…y tal vez algo más… ¡no sé qué estoy pensando!"

"Entonces ¿Quiere decir que verdaderamente se irá del pueblo sin ver a Terry, señorita Candy? Estoy segura que tal vez si usted logra hablar con él…" comenzó a decir Eleanor, sacando repentinamente a la pequeña rubia de sus reflexiones.

"Lo siento mucho, señorita Baker" interpuso la joven con firmeza, no deseando continuar con una conversación que ya no tendría relevancia en su vida, "pero tengo que insistir: lo que hubo entre Terry y yo se terminó hace mucho tiempo en las escaleras de un hospital. Para bien o para mal escogió a Susana mucho antes de que yo llegara a Nueva York, y ahora, creo que su camino sigue siendo al lado de ella. Yo no puedo interferir en esa relación: ella es su novia y no tengo ningún derecho de entrometerme… jamás podría traicionar a Susana de esa manera. Espero que Terry pueda salir del fango donde está metido, pero lo hará con el cariño de Susana y el apoyo de usted, su madre. Sé que ella lo ama y lo ayudara…yo les deseo a ustedes lo mejor de todo corazón. Espero que comprenda que mi destino ahora me lleva en otra dirección… yo ya no puedo vivir anhelando un pasado imposible que jamás volverá. Ahora, si me disculpa, tengo que seguir buscando a esta persona… necesito encontrar a Albert" declaro a medida que una tenue sonrisa adorno su rostro núbil. "Fue un gusto verla nuevamente señora Baker, y gracias por la taza de té" dijo Candy, poniéndose de pie y extendiendo su delicada mano para despedirse, a pesar de la consternación y decepción dibujada en el semblante de la rubia más madura.

"Comprendo… siento haberla molestado con mis problemas y los de Terry. A pesar de todo, también fue muy grato volverla a ver…" respondió Eleonor, tomando la pequeña mano entre las suyas y levantándose de su asiento, "buena suerte señorita Candy" agregando casi en susurro "Ve a buscar al hombre que… que amas, querida chiquilla… y se feliz."

"Gracias, señorita Baker..."contesto Candy, permitiendo que una sonrisa inequívoca de felicidad se extendiera en sus labios.

Candy salió de la pequeña cafetería satisfecha con su determinación y su esfuerzo para aclarar su posición a Eleonor. Finalmente sentía que había ahogado su pasado con Terry en esa sencilla taza de té y ahora estaba lista para continuar su búsqueda con una idea más clara acerca de sus verdaderos sentimientos. "¡Terry, confío en ti!" susurro suavemente, la fría briza del atardecer aguijonando sus mejillas, "Sé que volverás a Broadway… pero ya no con mi ayuda por que fuiste el que amé."

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"¡Es como buscar una aguja en un pajar!" murmuro Candy entre dientes después de recorrer todas las calles empedradas del pequeño pueblo sin éxito alguno. A pesar de haber preguntado sobre el paradero de Albert en la oficina postal, a niños que jugaban en las calles, a cada persona que vendía en el mercado, la pobre no había encontrado ninguna pista. Decepcionada con sus esfuerzos, la joven pego un par de copias del bosquejo de Albert en unos cuantos postes, con la esperanza que alguna persona reconociera los rasgos impresionantes del joven rubio.

Cansada de caminar y emocionalmente agotada, Candy se sentó encima de un pequeño barril, permitiendo que sus lágrimas resbalaran libremente sobre su rostro. Quería continuar su búsqueda, pero su cuerpo estaba llegando a la fatiga, finalmente el cansancio de noches sin conciliar el sueño, ese viaje y la caminata tuvieron efecto en su pequeño cuerpo. Mas en su corazón aun guardaba la esperanza de encontrarlo; el cariño que sentía creciendo por Albert cada día se volvía un poco más fuerte…cada día encontrar su mirada azul cobalto era más necesario, a tal grado que no le importaría si sus pies estuviesen cubiertos de ampollas, ¡aunque fuese de rodillas tenía que seguir con su búsqueda! Con ese último pensamiento fresco en su mente, Candy se puso de pie de un salto, y secando sus lágrimas con el dorso de su mano, continuo la interminable búsqueda por esa persona… la persona que residía en su corazón.

Horas después el anochecer llego con una ráfaga de viento glacial, y la joven decidió regresar al sencillo hotel del pueblo donde se hospedaría a pasar la noche. Entrando en la pequeña habitación, su aliento flaqueo al observar el austero dormitorio en el que se encontraba: su búsqueda fue en vano… Albert no estaba ahí…y si alguna vez estuvo en Rockstown nadie lo había visto. Sentada a la orilla de la cama, exhausta y triste, Candy tuvo que admitir que sería inútil seguir buscando en ese pueblo: su…Albert se había marchado como la brisa de primavera.

Mecánicamente tomo una ducha caliente que hizo poco para relajar su cuerpo y luego bebió una taza de leche tibia para calmar los crujidos de su estómago vacío.

Acostada en la sencilla cama de esa habitación, Candy paso mucho tiempo observando el retrato de Albert. Delineando el rostro que la miraba desde la hoja de papel, la joven noto cada detalle, cada línea….todo el bosquejo era perfecto. En su mente Candy aun no podría creer que el doctor Martin fuera capaz de tan buen trabajo como artista, pues había dibujado a Albert con precisión casi quirúrgica. El doctor no solo había hecho un dibujo técnicamente magnífico pero también logro captar perfectamente con lápiz y papel el espíritu de Albert en ese retrato: su calidez, su bondad, su decencia… era tan exacto que parecía que Albert la estuviera viendo directamente a los ojos.

"Albert… quiero sentir tus brazos, quiero ver tus hermosos ojos azules y perderme en tu sonrisa… Albert ¡Te extraño tanto!" susurro la chica antes de rendirse al cansancio de azogaba su cuerpo, abrazando el retrato contra su pecho como si fuese su máximo tesoro en la tierra.

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Solo…

Rodeado de libros, riqueza y poder, William Albert Andrew tenía que admitir que realmente se encontraba solo.

En su antigua vida de trotamundos, la visión de los paisajes que lo rodeaban en sus viajes, los animales y la naturaleza eran sus eternos compañeros. La luna su confidente… las estrellas siempre sus cómplices… aun el susurro de la brisa acarreaban sus pensamientos fuera de su mente cuando su destino le parecía abrumador.

Pero en el ambiente estéril de esa gloriosa caverna construida con cristal, ladrillos y cemento, ese monumento al nombre Andrew sólo servía para hacerle añorar el consuelo y la comodidad que la hierba suave le dio muchas veces cuando alzaba su vista al firmamento en las noches estrelladas.

Y aun así... si no la hubiese conocido, ¿Se sentiría de la misma manera? ¿Cómo un pájaro salvaje en una jaula de oro? ¿Todavía caería el peso de la expectativa fatigosamente sobre sus jóvenes hombros? No sabría cómo responder adecuadamente a esa pregunta… seria como volver a la oscuridad después de llegar a conocer la luz.

Ella siempre fue la personificación de todos sus anhelos: la libertad, la sinceridad, el cariño tierno e inocente. Los hilos del destino tejieron un tapiz en la primavera de su juventud con ella formando el hilo de oro que destacaba muchos aspectos de su vida. Con ella había explorado la ternura y la caridad, el dolor y la alegría… y, en tiempos más recientes, había conocido el amor y los celos.

Celos…

Sentando en su silla frente al inmenso ventanal del solárium esa madrugada, por fin podía admitir sus sentimientos: si… había conocido íntimamente los celos.

Su jaula dorada parecía crujir bajo el esfuerzo de contener su creciente desosiego, como las manecillas del gran reloj marcaban un minuto más, y luego pasarían a marcar una hora más sin ella a su lado… porque ella se encontraba al lado de otra persona.

Otros brazos rodeaban su cuerpo tan pequeño, otros dedos jugueteaban con sus rizos de oro. Sería otro el que enjuagara sus lágrimas, el que tomaría su mano antes depositar un tierno beso en sus labios color rosa. Otro despertaría a su lado cada mañana, conocería el amor en su cuerpo y se convertiría en el padre de sus hijos…

Su silla rechinó cuando su cuerpo se hundió más en el antiguo marco de madera y cuero, su mente abrumada con imágenes del encuentro entre ella y su destino.

El destino…

Maldito destino…

Irónico…

Toda su vida no hizo nada más que pensar en su destino, en su obligación. Desde que tomo su primera bocanada de aire al nacer, su destino fue sellado por la sangre que corría en sus venas. Crecería rodeado de riquezas, aprendería a manejar un imperio como sus ancestros lo habían hecho por generaciones, bailaría en fiestas de sociedad, tomaría lo mejor que la vida y el dinero podían ofrecer. Se casaría con alguien elegida para él de estirpe impecable familiar e inmensa fortuna. Producirían a un heredero, con un poco de suerte tal vez dos. Y luego el círculo de vida continuaría para otra generación. Esto es lo que le habían enseñado desde su nacimiento... y por primera vez en su vida, era un cáliz del cual no podía beber.

El destino lo había engañado con espejismos de felicidad una y otra vez, mas esta última vez esa pérdida era tan dolorosa… tan real… que su temple flaqueaba. ¿Sería capaz de someterse a su destino y aceptar la vida y el papel que su destino le había otorgado? O ¿Se convertiría en el mejor actor en la tierra, pretendiendo estar vivo, cuando por dentro estaría muerto? Su felicidad personal nunca había entrado en cuestión. Si hubiera sido libre de escoger su felicidad, se habría quedado al lado de ella, olvidando su familia... su ascendencia, en fin todo… porque con ella no necesitaba nada más.

Pero él no era libre para elegir su destino… así que haría todo en su poder para asegurarse de que ella lo sería.

Un fuerte puñetazo en el escritorio de ébano y nácar retumbo en las paredes del solárium, interrumpiendo el sonido del silencio que reinaba supremo a medida que el sol se asomaba perezosamente en el horizonte.

Poniéndose en pie, Albert dejo su silla y camino hacia el ventanal.

"¿Sabes que eres un tonto?" se reprochó a sí mismo con una mueca burlona, mirando su propio reflejo desaliñado y oscuro en las ventanas, "Haz enviado a la mujer que amas a los brazos de otro. ¿Por qué no luchaste por ganar su corazón? ¿Acaso no la amas sobre toda persona en el mundo entero? ¿No has lamentado su pérdida una y otra vez porque estarías dispuesto a renunciar a todo si ella estuviera a tu lado?"

Albert cruzo sus brazos sobre su pecho, observando la neblina aun cubriendo el paisaje desplegado ante sus ojos. Azul cobalto busco refugio en el emergente azul cobalto del firmamento, preguntándose si la tenue luz del sol estaría acariciando ya las tiernas mejillas de ella, y si una sonrisa estaría adornando sus labios esa mañana mientras planeaba la próxima etapa en su destino.

"Pude haberle dicho todo lo que sentía, confesar que me había enamorado de ella…" se dijo a si mismo mientras la oscuridad de la noche poco a poco daba paso a la luz de un nuevo día, "me enamore como un adolescente de ese ángel inocente que llego a darle paz a mi vida. Desde que la vi entrar en aquella obscura y fría habitación del hospital fue como ver un rayo de luz partiendo esa penumbra inescapable que abrumaba mi mente. Su sonrisa, su mirada, su voz… ella era la única persona que me dio la fuerza para continuar mi vida diariamente en esas condiciones."

Agotado por noches enteras sin poder conciliar el sueño, Albert pasó una mano sobre su cabellera dorada, tratando de mantener su compostura mientras su cuerpo y alma reclamaban desahogo a gritos.

"Me consolaba con sentirla entre mis brazos y enjuagar sus lágrimas… aun cuando esas lagrimas no eran para mí" suspiro a la soledad que lo acompañaba, temiendo que lo único que necesitaría sería derramar una sola lágrima para que la presa que había construido dentro de su corazón se destrozara, ahogando su cuerpo con llanto que no sería capaz de contener.

"Llore en silencio escuchando su sufrimiento por un amor perdido, sin ella saber que yo estaba viviendo el mismo dolor… ¿Cómo gritar a los cuatro vientos que la amo? Yo, ¡William Albert Andrew enamorado de mi pupila! ¡Es una abominación que me está desgarrando el alma!" declaro a los espíritus de sus ancestros, silenciosos consejeros de toda su vida.

"¿Por qué el destino tiene que jugar siempre conmigo?" pregunto a los fantasmas en silencio, dudando encontrar aliento en su respuesta, "Desde niño personas han elegido mi vida por mí y ahora que tuve la oportunidad de elegir mi felicidad y luchar por ella… preferí su libertad y su felicidad antes que la mía. En estos momentos… ella… estará entre sus brazos… en unos brazos que no son los míos. Él podrá disfrutar de su sonrisa mientras yo… yo sigo aquí… y ahora me encuentro despedazado de dolor por haberla perdido sin ni siquiera decirle te amo..."

Una lágrima solitaria se asomó en la orilla de aquellos pozos azul cobalto, y muchas más no tardarían en liberarse de la presa en las que habían sido cautivas.

"¿Y qué es lo que me queda ahora? ¿Qué es lo que realmente tengo?" continuo su amargo discurso solitario, las lágrimas que tanto había evitado, rodando ya libremente por sus mejillas, "solamente me queda esta soledad infernal en la que siempre he vivido… este es mi destino… mi castigo por haber nacido en una familia llena rigores arcaicos. Ahora solo puedo guardar todo este amor que siento en lo más profundo de mí ser. Enterrarlo para siempre y seguir mi destino… un destino sin ella. Pero en mi corazón y en mis sueños, no importa lo que pase porque cada noche en la oscuridad de mi mente ella siempre será mía…"

El joven rubio trato en vano de limpiar sus lágrimas con el dorso de una mano, recorriendo su otra mano entre su cabello desaliñado en un ademan que escasamente expresaba la tempestad interna azotando su alma.

"Candy, espero que encuentres tu felicidad junto a esa persona espero que seas muy feliz pequeña porque si tú lo eres, entonces yo también lo seré" susurro ante la luz del alba desde la oscuridad que aun presidía en el solárium.

Ella merecía ser libre para encontrar su propia felicidad…

Si Candy era feliz, entonces al menos una parte de él, la parte más pequeña donde todavía existía el vagabundo, sería feliz aunque el resto de su ser estaría marchito…maldito... condenado…

Parado aun frente los ventanales, Albert acepto que el precio por la felicidad de Candy sería someterse a una soledad opresora y eterna…

Porque al perderla a ella siempre permanecería solo… soñando con los labios de la joven rubia hasta el fin de sus días.

Siempre solo…