"Sin fuerza alguna"

Por: Yoana Lawliet

Disclaimer: Bleach y todos sus personajes son propiedad de Tite Kubo y de todos quienes posean sus derechos.

Nota: Algo lindo —creo yo—, pues creo que este fic si me ha salido bien. Espero les guste. Dedicado a Aniki-sama y a Hessefan, pues me han tratado muy bien. Saludos.


Cada vez que se encontraba en esa situación, sin energía y con vendas cubriendo las heridas de todo su cuerpo, despertaba en la misma habitación. Impávido, con la mente atenta a todo y a la vez a nada. A lo largo de su estancia, cuando sus piernas y brazos seguían sin moverse, sus pulmones se llenaban con el aroma del incienso, que amablemente alguien colocaba ahí. Lo relajaba y hacía que, por un efímero momento, el dolor pasara a ser un delicioso y prohibido placer.

Extasiado. Agitado. Con las heridas emanando sangre, manchando la blancura de las vendas. Retorcidamente, se alimentaba esa extraña sensación de bienestar que tan sólo duraba unos segundos. Su respiración perturbada lo hacía inhalar y exhalar oxígeno frenéticamente, con gritos ahogados que sólo su alma podía oír.

Seguía sangrando, inmóvil, sin esperanza.

A veces sentía algo inexplicable, pero no siempre que caía convaleciente. Una sensación que lo hacía pensar en seguir aferrándose a una existencia vacía, sin sentido. No sabía la razón, por la cual se estremecía. Tal vez por estar cerca de la muerte. Sí, esa es la razón.

Se preguntaba si alguien esperaba por él. que se preocupara por su bienestar, alguien que realmente lo amara. Al fin y al cabo, nació solo, y moriría de la misma forma.

Y por eso se sentía un completo estúpido. Un cobarde, un idiota y cobarde por pensar en eso.

Apretaba los puños con las últimas fuerzas que le quedaban, enterrando las uñas en la piel. Indoloro, pues con un corazón roto se sufría más. ¿Por qué se dejaba llenar de fatales intrigas?

Unos ojos lo observaban, preocupado por él, pero, al mismo tiempo, fingían indiferencia. Por un segundo, algo fugaz, sonrió.

—¿Qué pasa, enano? ¿Estás preocupado por mí? —Pregunto, su voz se oía bajo, apenas audible.

El niño, idéntico a él cuando tenía su edad, dio un bufido sonoro. Rápidamente se cruzó de brazos, mostrando su enojo ante tal estupidez. Renji se identificaba con Jinta. Era como un fantasma del pasado. Sabía que el chico lo admiraba y respetaba, se preocupaba por él, pero el orgullo podía más.

—¡Ja! ¡Que tonterías dices, arrimado-san! No estoy preocupado por ti, Kisuke-san me ha obligado a estar aquí. Como si no tuviera mejores y más importantes cosas que hacer que cuidar al gorrón.

Renji Abarai, aún en su deplorable estado, sonrió. Ese niño que tanto lo odiaba, le devolvía algo de fuerza, una pequeña esperanza para vivir. Pero no se lo diría, primero muerto.

Una voz se oyó, detrás de la puerta e hizo rabiar al pelirrojo menor.

—Jinta-kun, Kisuke-san te agradece el que te hayas ofrecido a cuidar a Arrimado-san —fue la tímida voz de Ururu.

Jinta salió furioso de la habitación a jalarle el cabello a la niña de ojos dormilones, por chismosa. Suspiró, la escena lo remontaba al pasado, cuando é la hacía lo mismo a Rukia.

Oh, Rukia. Cada día pensaba menos en ella.

Cerró los ojos, no quería pensar en ella, ni en nadie. Pero siempre es difícil. Siempre, eternamente.