Aproximadamente 23 personas se encontraban el día de hoy en el patio central del Museo de Bellas Artes.

Eso significa 46 ojos en total.

Hoy se presentaba una pequeña exhibición de aves delicadamente esculpidas en distintos materiales. Cada una de ellas colgaba de diferentes ramas de los árboles que habitaban el patio del museo, sostenidas por un fino hilo casi invisible a la vista. Es por eso que el lugar estaba más poblado de lo normal. 23 pares de ojos mirando en direcciones distintas.

46 ojos.

Lapislázuli frunció el ceño y centró su vista en el bloc de notas que sostenía fuertemente con ambas manos. Arrugó un poco las hojas para liberar algo de tensión. Se encontraba sentada en la banca más aislada del lugar, bajo la sombra del árbol más retorcido del patio. Sus ramas no tenían ninguna hoja y se cruzaban entre sí, creando nudos espesos y duros.

Admitía que ese rincón tenía en verdad un aspecto siniestro, pero a ella no le importaba. Arregló su vestido azul. Recordaba cómo era aquel viejo árbol en el tiempo que venía al museo cuando pequeña. Lleno de vida, lleno de flores. Había cambiado tanto en tan poco tiempo. Tal como ella misma. Suena tonto, pero sentía que si se sentaba en otro lugar, heriría sus sentimientos. Cada vez que acompañaba al solitario árbol, aparecía en las noches en sus sueños, devolviendo el favor. Y podía jurar que entre las cavidades de la corteza, había diminutos ojos brillantes que la observaban.

Sólo es un árbol. Idiota.

Basta.

Levantó la vista para mirar a la gente caminar entre los árboles, riendo, mirando las pequeñas esculturas de aves que se tambaleaban con la brisa. Alzó la vista aún más arriba. El techo era totalmente transparente, como el de un invernadero. El sol entraba cálidamente y caía con gracia en la gente dentro del pequeño jardín. Tal vez sus rayos no llegaban directamente en ella, pero con sólo verlos se sentía... segura.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz fuerte y profunda. Todas las personas presentes en el patio se habían reunido en una pequeña multitud, concentrados en un solo individuo que explicaba con fervor el significado y la historia detrás de la exhibición. A Lapis no podía importarle menos. Con observar le bastaba.

Pronto la pequeña multitud estalló en aplausos. Rodeaban a una figura alta y delgada, con cabello corto rosa y nariz puntiaguda. Probablemente la autora de la muestra artística. Agradecía cada uno de los comentarios y observaciones con un leve movimiento de cabeza y una sonrisa. Parecía una bailarina de porcelana que habitaba en una caja de música. Veía la relación entre autor y su obra, ambos tenían la misma gracia.

El tumulto de gente se volvió ruidoso de repente. Parecía que unos nuevos invitados habían llegado, junto con mucho alboroto. Vio a una chica bastante baja con cabello largo y plateado apretar en un abrazo exagerado a la chica con figura de bailarina. ¿Parecían estar discutiendo? Aquello no duró mucho, porque devolvió el abrazo y se concentró en charlar animadamente con los nuevos invitados.

Lapis sostuvo su frente con una de sus manos. Todo este ruido le provocaba dolor de cabeza. Había una razón de por qué siempre venía a este lugar. Siempre estaba vacío. Menos hoy. El único lugar donde podía permitirse relajarse y escribir sin sentir las miradas opresivas de la gente, ahora estaba llena de ellas. 46 ojos agrupados en 23 pares. No. No 23 pares. No había contado a las tres personas extras que acababan de llegar. Eso daba un total de 26 pares de ojos. Osea, 52 ojos deambulando por el patio central, sin contar los de ella misma, ni tampoco contando los brillantes ojos de la corteza del árb-

Respira.

Estaba temblando. Su respiración se volvió irregular y agitada. Cerró los ojos lentamente. Todo está bien.

No es que odiara a las personas… sólo se sentía agobiada por su presencia. ¿Cómo había gente que podía pasar horas en un autobús apretado, con personas prácticamente aplastadas en frente de su cara? Lo bueno es que le gustaba caminar, aunque fuera demoroso. No es como si tuviera horarios o alguna responsabilidad después de todo. Podía hacer lo que quisiera, sin nadie que la mantuviera atrapada. Sonrió aún con los ojos cerrados. Quería estar sola. Tranquilidad. Silencio. Paz.

Náuseas.

Respiró hondo para ahogar la sensación, pero no se iba. Sintió un líquido ácido subiendo por su esófago. A tientas, giró para abrir su pequeño bolso y sacó un diminuto espejo de mano, de color azul como su propio cabello. Con cuidado, lo puso frente a sus ojos y los abrió. Se encontró con su propio reflejo.

Más náuseas.

Rápidamente alejó el espejo de su visión y con la otra mano tapo firmemente su boca. Una sensación ácida paró justo antes de llegar a su boca. Estuvo cerca.

Se dio un tiempo para recuperar la compostura. Volvió a colocar el espejo frente a ella, pero esta vez mirando al reverso. Había sido tan descuidada. No podía soportar ver su reflexión. No podía soportar el peso de su propia mirada. ¿A nadie más le pasaba? ¿Nadie más tenía este problema? Había visto a muchas personas, especialmente chicas jóvenes como ella, disfrutar arreglarse y mirar a su clon en el vidrio. No lo entendía. No entendía cómo el hecho de que una proyección de uno mismo, juzgándote y mirándote fijamente no fuera terrorífico.

Abandonó esos pensamientos. No era hora de analizarse. Lapis no era idiota, sabía que no era igual a los demás. Y además sabía que antes si lo era, y que había cambiado. Pero no podía decir cuándo exactamente. Había tratado de recordar, pero todo en su memoria le decía que había vivido una vida bastante normal. Nada extraño. Siempre había estado en este museo sentada en esta banca. Desde pequeña. ¿Qué más se supone debería recordar?

Después de divagar, volvió a concentrarse en el espejo. Detrás de él había una fotografía pegada. Una chica de contextura delgada, bastante alta, con cabello corto de color azul. A su lado había un niño pequeño, con cabello negro rizado y una enorme sonrisa. Se veían felices. Abajo tenía escrito en marcador azul "¡Eres tú! Lapislázuli."

Sonrió y devolvió el espejo al bolso. Las náuseas desaparecieron tan rápido como llegaron. Bostezando con satisfacción, se estiró un poco y alcanzó un pequeño lápiz situado en su costado. Es hora de escribir.

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Fecha: 24/06/10/10/10/10/10

Día 401

A diferencia de ayer, hoy el m-

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"¿Lapis?"

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Lapis se estremeció y apretó el lápiz entre sus dedos. ¿Alguien acababa de decir su nombre? ¿Alguien? Que alguien la reconociera no era nada bueno. Para nada. El sonido de su nombre al ser pronunciado no le agradaba. No había escuchado nunca a nadie decirlo. O quizás si. Siempre lo había leído al reverso del espejo, o escrito en su bloc de notas. Había olvidado que su nombre tenía un sonido. Pero, ¿cómo esta persona lo sabía? ¿Había estado espiándola sin que se haya dado cuenta? De repente se sintió muy tensa. Alguien había estado observándola y no se había dado cuenta. Petrificada, sin levantar la vista de su bloc de notas, se dio cuenta que ese alguien estaba parada justo frente a ella.

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"… ¿Lapislázuli?"

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Sintió su estómago retorcerse al escuchar su nombre otra vez. Volvieron las náuseas. Juntando todas sus fuerzas, levantó su cabeza lentamente para mirar a quien la llamaba. Era una chica rubia con lentes, no muy alta; con peinado revuelto que le daba una forma triangular. Era bastante peculiar, ¿le gustará el cabello así o un peluquero decidió experimentar con ella? Lapis rió para sus adentros y eso permitió relajarse un poco. Parecía inofensiva. Juntó valor y la miró directamente a la cara. Tenía unos ojos verdes intensos, aunque se sintió algo intimidada por estos, ella era fuerte. No quebró la mirada. Después de unos segundos de silencio, cayó en cuenta que la chica la observaba con… ¿sorpresa?, ¿miedo?

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"… ¿Quién eres?" Fue lo único que pudo responder. Esas palabras le hicieron doler la garganta. Hace días que no hablaba.

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La chica rubia abrió los ojos con sorpresa y su boca colgó en shock. No respondió la pregunta, estaba congelada. Lapis comenzó a sentirse incómoda. ¿Quién era esta persona? Pero en serio, ¿cómo sabía su nombre? Trató de buscar su cara en sus recuerdos, pero nada se parecía a ella. ¿Por qué no se movía? La rubia seguía sin reaccionar. La incomodidad pasó al miedo. En un intento de amedrentarla, Lapis le dirigió la mirada más dura y fría que pudo hacer.

Esto pareció funcionar, ya que la otra chica retrocedió unos pasos, sin cambiar su expresión. Lapis parecía satisfecha, pero aún insegura. Decidió que aunque tenía curiosidad, prefería estar en calma. Se levantó de la banca para buscar un lugar tranquilo donde seguir escribiendo, ignorando completamente a la rubia petrificada delante de ella, con cara pálida, como si hubiera visto un fantasma salir de una tumba. La miró de reojo y frunció el ceño. Ya no creía que su cabello era divertido, era estúpido igual que su cara y sus lentes. Apenas iba a recoger su bolso cuando inesperadamente dos manos apretaron sus brazos, impidiendo que se moviera.

La chica más baja abrió su boca para decir algo, pero Lapis dio un grito que le heló la sangre. Un grito de terror puro, como si ese contacto haya sido lo suficientemente fuerte para quebrar sus huesos y aplastar sus órganos. Presa del pánico la soltó, y pudo ver por un milisegundo como sus ojos azul oscuro, casi negros, se volvían vidriosos y húmedos.

Sin perder tiempo, Lapislázuli tomó su bolso y corrió a través del patio, sin mirar a la chica detrás suyo que gritaba su nombre por tercera vez y cuarta vez. Su cabeza dolía como nunca en mucho tiempo y sentía el mundo tambalearse, pero aun así sus piernas no se detuvieron, ni cuando estuvo ya muy lejos del museo. ¿Quién era ella? ¿Quién? No tenía idea, pero una cosa tenía clara. No era nada bueno. Porque cuando sintió su contacto y su mirada tan cercana, algo en su memoria se partió. Y tuvo la sensación de que todo no encajaba tan bien como antes. Estaba tan feliz hace un rato. Tan calmada. El árbol. Las aves. Los ojos. Era todo tan simple. Pero tuvo que llegar ella y arruinarlo. ¿Qué ganaba con hacerla sufrir así? Oh, pero la chica sabía su nombre, y eso era algo que nadie sabía, porque ella era invisible para todo el mundo.

Pero no quería pensar en cómo sabía su nombre. Era mucho para ella. Sólo quería paz.

Lapislázuli suspiró.

"Tal vez tendría que dejar de visitar el museo."

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Peridot todavía no podía recomponerse de lo que acaba de ocurrir.

Lapislázuli.

En carne y hueso.

Viva.

Y se veía fatal.

Pésimo.

Saliendo del estupor, e ignorando las múltiples miradas de la gente atraída por la conmoción, Peridot volvió su mirada a la banca donde la chica peliazul había estado sentada previamente. Un fardo de hojas sucias había sido dejado atrás, había visto a Lapis escribiendo en ellas, antes de juntar valor y acercarse a hablarle.

¿Cómo podía ser posible? Lapislázuli. Desaparecida hace años. Se le había dado por muerta, se había dejado de buscarla. Cuando la miró sintió como un puño gigante hubiera estado apretándole las cuerdas vocales, impidiéndole hablar. Idiota.

No esperaba que ella hubiera estado muy feliz de verla, pero si la tomó por sorpresa que ni siquiera la reconoció. Sus ojos parecían distraídos, sombríos, no parecía poder concentrarse en sólo una cosa, vagaban de un lugar a otro, como escaneando el lugar buscando amenazas. Su cabello estaba sucio y despeinado, con manchas de azul irregulares. No parecía estar en óptimo estado de salud, su cuerpo era más delgado de lo normal, y tenía ojeras muy marcadas bajo sus ojos. Pronto surgieron más dudas. ¿Dónde viviría? ¿Estaba sola? ¿Por qué no retomó contacto con sus seres queridos?

Miró las hojas que Lapis olvidó. Ciertamente leer sus registros sería más fácil que intentar adivinar su vida.

Las tomó con cuidado. Eran un MONTÓN. Muchas, muchas hojas. Cada una tenía una fecha y día, junto con una gran cantidad de texto, algunas veces acompañados con un garabato o un pequeño dibujo. Ojeó varias páginas. Leyó algunas partes. Ninguno de los números tenía sentido. Los textos estaban redactados de una manera extraña, como si hubiera olvidado qué es lo que había escrito en los párrafos anteriores. Se le formó un nudo en la garganta.

Guardó las hojas en su mochila y suspiró. Una ola de culpa recorrió su espina y sintió escalofríos. Después de todo, parte del "incidente" hace años con Lapislázuli había sido su culpa. Sabía que estaba mal, pero en ese momento, el sufrimiento de una persona no era nada comparado con un bien mayor. Ella había sido útil, eso es lo que importaba. Pero ahora había cambiado. Había mejorado para bien, había encontrado gente que la hacía sentirse querida de otra manera. Levantó la vista para observar al trio que la observaba desde lejos, llenas de preocupación. Les sonrió y caminó en su dirección. No sabía en que condiciones se encontraba Lapis, pero todo apuntaba a que necesitaba ayuda. Y ella se la iba a dar. Después de todo, fue ella quien la rompió en primer lugar.

Es lo justo.


N/A:

Esto es un experimento. Si les agradó apreciaría su opinión. Gracias por leer.