En un inmenso y hermoso palacio, vivía la princesa de gran beldad nombrada Beth por su difunto Rey padre.

Beth, de ojos verdes claros y dorado cabello, tenía a su cuidado 5 panteras de color negro, y estas lamían los pies descalzos de su princesa cada noche antes de ir a la cama.

Teodoro, el príncipe, con ojos y corto cabello (Ambos castaños), uno de los hombre más agraciados del reino, de un amor secreto gozaba con su hermana Beth bajo el mismo techo; siempre llenos de caricias, besos y palabras que en brisa amable rozaba dulce sus almas.

Un día, Teodoro tocó en la habitación de la princesa, la cual se encontraba al lado de su propio cuarto (Donde también descansaban los 5 felinos), ella con gracia abrió y lo invitó a pasar, así él se acercó y expresó:

—Querida, aviso que salir del reino debo, y los días que mi regreso lleve, eso no lo sé.

Beth, inquieta, abrazó y habló al principe:
—Mi amado ¿Por qué debes partir? Sin tu amor aquí sola no quiero quedarme; en tu travesía si quieres puedo acompañarte.

Teodoro acarició tiernamente el rostro de Beth y respondió:
—No dejaría que tan bello narciso pudiera lastimarse en el camino, y aún con tu amabilidad, creo oportuno omitir las razones sobre mi salida del reino. Pero mi amor seguirá contigo, porque pensar en tí, algo es que dejar no puedo, y cuando regrese, nuestro amor florecerá en todo su esplendor.

Beth, se llenaba de miedo, y pesimista pensaba que su príncipe podría salir herido, o no volvería jamás. Entonces de sus ojos surgieron lágrimas; pues la angustia le ganó.

Las 5 bestias de color negro se alertaron, y al ver a su ama y princesa llorar entre los brazos del príncipe, en acto reflejo por defenderla, se lanzaron sobre Teodoro. El ataque fue tan brusco que Teodoro no pudo hacer nada para detenerlo, y uno de los felinos le clavó los colmillos en el cuello, provocando que su sangre salpicara por todos lados; las otras panteras desgarraron partes de sus brazos, abdomen y piernas. La princesa inmediatamente empalideció y su cuerpo comenzó a temblar desenfrenadamente mientras veía, cubierta de sangre, aquella horrorosa escena sucediendo frente a sus ojos; pero sus lágrimas cesaron en ese escalofriante momento.

16 días habían pasado ya, después de aquel sanguinario evento. La princesa, tan frágil, tan bella, seguía pensando en su amor, y siempre entraba curiosa en la habitación de Teodoro, como buscando sentir su presencia; ese día no fue la excepción. Cuando entró delicadamente en la habitación, se quedó viendo la gran colección de libros que Teodoro solía leer; y en una estantería bien acomodados yacían. Tomó un libro al azar, solo para observarlo y quizá leer las primeras 10 páginas; parecía ser un diario. Cuando lo abrió, una hoja suelta fue lo primero en destacar. En esta hoja, se encontraban dibujadas flechas y algunos garabatos que Beth no entendía, y que parecía un mapa del tesoro hecho por un niño; escrito en la hoja (A parte de algunos nombres) había algo más, con las propias palabras de Teodoro tejidas entre sí decía:

—El lugar, este es, y aquellos a quienes preguntar debo, están aquí anotados. Así podrá, nuestra vida y juventud ser eternas, pues he descubierto cómo llegar a la inmortalidad. Y en aquel lugar sublime, donde las flores emanan tiernas sus fragancias y las hadas en sus pistilos bailan, podremos vivir juntos mi hermana y yo. Por eso confirmarlo es prioridad, y así, para Beth, para mí, cumplir de esta manera nuestro único deseo, amarnos por siempre, siendo inmortales.