¡Muy buenas a todos!

Esta historia está pensada para no ser muy larga pero, conociéndome, tiendo a extenderme así que me lo tomaré con calma [Además, mi historia principal, Alineación, Anclaje y Tiro: Guarda, es prioridad]. Esto quiere decir que las actualizaciones serán esporádicas pero mi intención es terminarlo en algún punto. ¡Aj! Tenía ganas de escribir sobre Lavellan, Solas, Abelas… y Cullen, claro está.

La historia es post-Inquisition y pre-Intruso, llegando a este DLC y, posiblemente, desarrollándolo.

Como siempre, lo que aquí sucede está sujeto a mis interpretaciones y a mis caprichos, así que no será 100% fiel al juego.

¡Mil gracias por parar aquí! Espero que os guste un poquito, al menos.

Un abrazo.

P.D: La gran mayoría de personajes, así como el mundo en el que está ambientada esta historia, son creaciones originales de BioWare. Sin embargo, varios sucesos y personas que aquí aparecen, son obra propia. Esta historia puede contener spoilers de los libros, cómics, vídeos y juegos.


- Otro Día Más -


Enallin abrió los ojos lentamente, dejando que la claridad rozase poco a poco sus pupilas y así lograr despejar su nublada visión.

Las noches de sollozos y las turbulentas pesadillas le pasaban siempre factura después. A medida que avanzaban los días, le costaba más y más comenzar la jornada.

Se estiró sobre la cama, buscando desentumecer los músculos de sus brazos y piernas, evitando no pensar en la pesada y glacial soledad que la acompañaba.

Dormía más de la cuenta últimamente pues se había hecho habitual que el mundo onírico la reclamase más que nunca desde que la brecha, y Solas, hubieron desaparecido.

Recordó la figura que la había visitado en sueños esta noche y se estremeció – El gran lobo blanco la vigilaba desde lo alto de una ladera. Su triste mirada escarlata se fijaba sobre ella, mientras Enallin luchaba por escalar, desesperadamente, la escarpada que le llevaba hasta él. Sentía que debía acudir a su presencia, tan atraída por él como una polilla hacia la ambarina y ardiente hoguera que, aun a sabiendas de su peligrosidad, acudía presta para fundirse por fin en un baile de desesperanza. Sin embargo, el denso barro y las afiladas piedras le impedían avanzar, hiriéndole sin misericordia las rodillas y hundiéndola cada vez más en el oscuro y gélido lodo. Después, tal como había aparecido, aquel espectro lupino se desvanecía, dejando el eco de un profundo y agónico aullido. – No sabía por qué pero, de alguna forma, sentía que aquello era una representación de sus más profundos sentimientos sobre los recientes acontecimientos.

No recordaba exactamente desde cuándo soñaba con aquella pálida bestia, pero estaba casi segura de que todo había comenzado con el áncora y Corifeus, antes del primer intento por sellar la grieta original, incluso antes de conocerle…

Nada le era ya simple, ni agradable, ni nada valía ya realmente la pena para ella pues el vacío en su pecho crecía cada vez más con la insoportable ausencia de Solas.

Y es que todo se complicó cuando él desapareció sin dejar rastro alguno de su paradero. Había roto su corazón en más de mil y desgarradoras formas, y no lograba recoger los pedazos de aquel cruel abandono que la mantenía arrastrándose por el suelo como una alimaña sin apenas vida ni propósito de existencia.

—¡Por Elgar'nan! así es imposible descansar. —gruñó mientras apartaba las sábanas de su cuerpo y se levantaba del enorme y frío lecho.

Desvió un instante su mirada hacia el otro lado de la cama y no pudo evitar sumirse, nuevamente, en la más absoluta y profunda tristeza.

Desde que Solas y ella comenzaron una relación más allá de la amistad, el elfo la acompañaba cada noche en sus aposentos, compartiendo largas e interesantes charlas, así como algunas caricias y numerosos viajes al Velo en sueños donde, curiosamente, él parecía estar más apacible y complacido.

En algunas ocasiones, aquellas intensas noches se tornaban en largas madrugadas repletas de inolvidables momentos, pues el tiempo transcurría mucho más rápido cuando él estaba cerca. La aurora les sorprendió más de una vez juntos en el mullido lecho, del que el elfo partiría después, en silencio, no sin antes dejar un cálido beso sobre su, entonces, tatuada frente.

A pesar de lo que pudiera parecer a ojos de los demás, Solas nunca intentó nada más íntimo con ella, ni siquiera cuando Enallin se lo pidió vehementemente en una vergonzosa ocasión o cuando los besos se tornaban más urgentes y necesitados.

—Vhenan, no… por favor —le suplicaba inmediatamente, siempre con ese tono tan formal y experimentado que usaba al hablar, pero con un trasfondo de tristeza que jamás llegó a entender.

—Lethallin, lo deseo. Deseo que seas el primero… y el último. —contestaba ella, sus dedos moviéndose inquietos sobre el collar del elfo, detallando el frío hueso que yacía reposando sobre su caliente y agitado pecho, mientras sus labios buscaban los de él con el único propósito de doblegar su férrea determinación.

Ante aquella súplica, la mirada del elfo siempre era oscura, triste. Puede que él sólo la viera como una niña, al fin y al cabo, pues nunca sus manos rozaron más allá, su boca nunca se posó en otra piel que no fuera la de sus labios y rostro, y ella se quemaba por dentro cada vez que él la rechazaba, cada vez que él se alejaba de ella con esa terrible mirada de dolor y vergüenza que no llegaba –ni llegaría ya- a comprender.

Solas tuvo que quebrarla para que, finalmente, ella lo entendiese: él jamás la amó.

Así de simple, así de cruel.

Se frotó los ojos, buscando apartar el sueño y alguna lágrima traicionera que amenazaba con derramarse. Si se perdía un poco más en tales pensamientos, no tendría posibilidad alguna de encontrar la fuerza necesaria para salir de aquella cueva de soledad.

Se levantó pesadamente de la cama y se acercó a su ropero para cambiar su atuendo de dormir, por uno más presentable aunque informal. No estaba de humor para cuidar los detalles.

Sabía que le esperaba un día especialmente duro y no podía permitirse divagar sobre acontecimientos que ya no podía cambiar. Hoy debían poner rumbo hacia las Tumbas Esmeralda para supervisar el enclave de refugiados de Fairbanks.

Aunque las grietas estaban ya cerradas, el caos de la rebelión de magos y templarios, los demonios, Samson, Corifeus, y demás incidencias, habían afectado notablemente a las gentes de la zona, muchos de ellos encontrándose al borde de la muerte, y ella, como responsable aún de la Inquisición, deseaba conocer de primera mano el estado de aquellas personas y familias. Había pensado que, en función de la gravedad de la situación, valoraría la posibilidad de realojamiento de algunos refugiados en Feudo Celestial. Después de todo, esta fortaleza también era un refugio para todos aquellos que lo necesitasen, indistintamente de la razón que fuera. Debía buscar la forma de seguir ayudando… la forma de seguir adelante, fuese como fuese.

—Inquisidora, ¿os encontráis bien?— la suave voz de Cullen la sobresaltó, sacándola de sus pensamientos.

—Sí, sí… ehm… ¿por dónde…? ¡Ah, sí! —dijo finalmente recordando la razón por la cual se encontraba ya reunida delante de la mesa de guerra junto a sus consejeros–. Fairbanks… Comandante, ¿nuestros hombres están preparados? —preguntó distraída mientras miraba el mapa, intentando disimular el cansancio y la pena que llevaba a rastras.

Cullen ladeó un poco la cabeza y la observó con gesto preocupado, pero no insistió, fiel seguidor habitual de la prudencia antes que del impulso –Sí, Heraldo. Todo listo para cuando vos ordenéis —dijo en tono solemne, con el gran porte de un hombre que lleva sobre su espalda una pesada carga.

Ella le correspondió la mirada y sonrió –No esperaba menos, comandante. Marcharemos enseguida.

Él le obsequió una disimulada media sonrisa y asintió, agachando la cabeza en una semi reverencia mientras se apartaba de la mesa y salía de la sala del consejo dando firmes pasos metálicos.

—Inquisidora, os noto… distraída…

La atenta Leliana, siempre tan ladina, la observaba desde una prudente distancia que acortó cuando ella se detuvo un instante a sopesar su respuesta.

—No te preocupes. Sólo… sólo estoy cansada —ofreció finalmente obsequiando una débil sonrisa cómplice.

La maestra espía la observó con la mirada entornada e hizo una mueca de desaprobación pero comprendió, al instante, lo que sucedía. Por un momento, pareció dudar, sin embargo no continuó con su interrogatorio, dando por terminada la conversación al salir por la gran puerta de madera tallada de la sala.

—Inquisidora, quizá deberíais descansar un rato. Fairbanks puede esperar un poco más si así lo precisáis —intervino Josephine con suavidad mientras depositaba una delicada y comprensiva mano sobre su hombro.

Aunque aquella cautelosa diplomática no era del todo consciente de su profunda pena, sabía de sobra lo mucho que Solas había significado para Enallin y, cada gesto que le dedicaba desde la partida del elfo, hablaba a voces de la preocupación que sentía por ella. Por contrapartida, Leliana siempre optaba por el mutismo, aunque era más certera con sus palabras cuando se hallaban a solas. Ella agradecía la comprensión y apoyo de ambas, pero sabía que nada podía calmar el pesar de una pérdida así.

—No, Josie. Cuanto antes vayamos, antes regresaremos. Esto es importante. Debemos ayudarles. Si nos demoramos más, puede que, para algunos, sea demasiado tarde —aunque su angustia por los refugiados era genuina, su distraída mente acudía, una y otra vez sin descanso, hacia aquella mirada de tristes ojos grises.

Recordaba la breve y enmascarada despedida que el elfo le obsequió, sin ella ser consciente, como última y definitiva frase –No importa lo que pase. Quiero que sepas que lo que tuvimos fue verdadero.

Sí, fue real, al menos para ella, como también lo era la inesperada agonía de perderle. La amargura la dominaba cada vez que aquel injusto recuerdo asaltaba su mente.

Josephine suspiró y apretó brevemente el hombro de la Inquisidora —Como deseéis, Inquisidora.

—Por favor, llámame Enallin… creo que el título de inquisidora ya no tiene mucho sentido… pocas cosas ya lo tienen —ofreció en tono cansado, mientras levantaba una mano y se apartaba un oscuro mechón de cabello de su frente, sus dedos rozando levemente donde otrora finas figuras adornaban su pálida piel.

—De acuerdo… Enallin —concedió comprensivamente la mujer. —Pero cuando termines con esta misión, prométeme que descansarás.

Enallin levantó la mirada y sonrió –Prometido, pero prométeme tú otra cosa —respondió mientras arqueaba una ceja hacia la joven.

—Por supuesto, ¿Qué necesitas?

—No soy yo quien precisa de algo, sino Blackwall —sonrió al ver la mirada agitada de la antívana, mientras ésta carraspeaba nerviosa.

—¿Qué os proponéis? — contestó Josephine, ligeramente azorada.

—Dale una segunda oportunidad, Josie. Es un buen hombre. Al menos, él ha decidido quedarse a tu lado… —Era inevitable pensar en lo que había perdido y en lo arrepentida que estaba de no haber luchado más por él.

Suspiró profundamente sintiendo un fuerte nudo en su garganta que casi le impidió continuar; se sentía exhausta, muy débil.

La embajadora abrió los ojos en sorpresa antes de devolverle una comprensiva y triste mirada —Pero… él…

—Pero él, nada, Josie. Él te ama… y eso es lo único que importa.

Enallin apenas pudo evitar el torrente de desconsuelo y desesperanza que amenazaba con quebrar su voz para convertirla en una sierva de aquel sentimiento de abandono que tanto le costaba asimilar. Sabía que podía haber insistido más, haberse acercado más a él, a pesar de su rechazo, pero su propio orgullo le impidió rendirse a la súplica. Ahora, sin embargo, se hallaba de rodillas sin poder levantarse, agonizando por la terrible pérdida de lo único que alguna vez llegó a amar con todo su ser.

Una oleada de recuerdos acudió a su mente y tuvo que dar por concluida aquella conversación antes de derrumbarse por completo.

—He… de irme. —Antes de abandonar la sala, se acercó a Josephine y le dedicó un tierno beso en la mejilla, para luego partir hacia su misión.

No se sentía con suficientes fuerzas como para ahondar en los detalles de su aflicción. Desde que Solas la abandonó – y de eso ya varios meses atrás – no lograba cerrar aquel enorme agujero que el elfo había dejado en su corazón, en su vida, por siempre.

No identificaba el momento exacto en el que él se había convertido en su todo, su razón para seguir, para respirar y soñar de nuevo, pero ahora aquello carecía de importancia pues Solas ya no se encontraba junto a ella y jamás lo estaría, de eso estaba segura.

Sentía que ya no quedaba casi nada por lo que luchar, por lo que levantarse cada mañana y esperar ser feliz. Él se había marchado arrancando de ella toda posibilidad de dicha y esperanza. Atrás sólo quedaba la cáscara vacía de una joven e incompleta elfa que sólo ansiaba la repentina muerte a manos de cualquier amenaza que diera sentido a su corta existencia. Si tan sólo tuviera a su clan... pero hasta eso le había sido arrebatado y la única culpable de todo aquello era ella; las malditas decisiones que tomó que habían convertido su vida en un infierno.

A pesar de ese dolor y culpa que plagaban su corazón, y desde que aquel fatídico día dio a lugar, Enallin se forzó a sí misma a centrarse en buscar diversas formas, cada cual más desesperada, de distraer su mente para no sumirse en la locura.

Solía ir a visitar a Blackwall a las cuadras. Ambos se enzarzaban en largas conversaciones mientras el shemlen relataba sus aventuras junto a los orlesianos, al tiempo que tallaba pequeñas figurillas de madera para los niños de Feudo Celestial.

Era un buen hombre, a pesar de su engaño y errores previos. Disfrutaba mucho en su compañía y podía ver claramente por qué Josephine se había enamorado de aquel humano. Sin embargo, sabía que bajo toda esa máscara de afabilidad y jovialidad varonil, se ocultaba la culpa marcada a fuego; una culpa que ella reconocía bien.

En ocasiones, y por influencia directa de ella, aprovechaban para comentar sobre los integrantes de la Inquisición, Enallin haciendo especial hincapié en la joven antívana que se había ganado el corazón de aquel soldado. Blackwall siempre se aclaraba la voz y entretenía sus manos con algún trozo de madera, quizá pensando en qué convertirlo, mientras buscaba la forma de evitar el tema de conversación.

Enallin sonreía ante aquella inesperada timidez y se preguntaba si, Solas, en algún momento llegó a sentir por ella algo similar a lo que tanto el Guarda como la embajadora parecían sentir mutuamente.

Su rumbo le llevaba, casi cada noche, hacia el Descanso del Heraldo a por un poco de vino especiado y buena música, mientras se mezclaba en diferentes conversaciones con los Batalladores y Toro de Hierro. Siempre salía de ahí con las esperanzas renovadas, para luego perderlas de camino a sus fríos y solitarios aposentos. En alguna ocasión, el segundo de Toro, Krem, se ofreció a acompañarla a sus dependencias pero, a pesar de su notable estado de embriaguez, jamás cedió a tal oferta.

Sabía que aquel shemlen la miraba con más interés del habitual y no podía evitar sentirse incómoda, aunque extrañamente excitada por lo inesperado de aquella novedad. Una de esas noches estuvo tentada a aceptar, pero al sentir las suaves caricias de aquellos desconocidos dedos que el joven obsequiaba sobre su rostro, algo en sus entrañas se revolvió y apenas pudo controlar las ganas de salir corriendo. No obstante, su buen amigo Toro de Hierro pareció darse cuenta de aquello desde donde se hallaba sentado y la llamó a su lado con cualquier excusa inventada, antes de que ella, aterrada, huyera del lugar. Su entrenamiento como Ben-Hassrath resultaba, en ocasiones, más útil de lo previsto, y ella agradeció el gesto aceptando de buen grado la fuerte bebida que le ofreció a continuación, como justo pago por acudir en su auxilio. Aquella noche no terminó muy bien, pero ello era mejor que sumirse en sus pensamientos, en el dolor.

Otras noches, cuando la soledad la abrumaba y no se sentía con fuerzas para interpretar el papel de inquisidora delante de los habituales de la taberna, Cole se aparecía en su balcón para comentar alguno de los indescifrables pensamientos que corrían por su mente en ese instante, para luego desaparecer en mitad de la noche dejando algún trozo de pan con miel o bollo relleno de crema. Ella sabía que el joven lo hacía para consolarla, para ayudar, pero todo lo que hicieran los demás o ella misma, era escaso para el enorme dolor que tenía que asumir.

A pesar de aquellos desesperados intentos por distraerse, en los momentos de profunda soledad y pesadumbre, las voces del Vir'abelasan se escuchaban más nítidas y altas que nunca. Se agitaban dentro de su mente y espíritu, gritando al unísono, como si quisieran decirle algo que ella nunca llegaba a entender. Para acallar aquellos alaridos, en ocasiones Enallin acudía en busca de su querido amigo tevinterano, con el que pasaba las horas muertas conversando sobre numerosas y excéntricas historias que ambos habían vivido, mientras él relataba con especial y mordaz ingenio alguna inapropiada ocurrencia que finalmente lograba sacarle una inesperada sonrisa, que ambos compartían con entusiasmo. Se sentía sumamente cómoda junto a él y había llegado a crear fuertes lazos con el mago, pese a sus más que evidentes diferencias.

Sin embargo, Dorian también la abandonaría. Su tierra le reclamaba así como el deseo de hacer de su nación un lugar más justo. No obstante, Enallin no podía reprocharle aquello pues, si ella tuviese algún lugar al que llamar hogar, hacía tiempo que se hubiera marchado. Pero no era así. Sólo quedaba la Inquisición para ella. Ese era su único hogar ahora, por muy triste que eso pudiera ser.

Su amigo pronto partiría y, aunque su intención era volver en algún momento, sabía que su verdadero hogar se encontraba lejos de allí, no junto a ella, no en la Inquisición. Toro de Hierro pareció no mostrar tristeza ante aquella noticia, pero las miradas que el kossith solía dirigirle al tevinterano, mostraban más de lo que su sagaz boca expresaba. Hissrad -mentiroso- nunca lo olvidaría. Incluso en aquel momento, y ya siendo un odiado Tal-Vashoth, no dejaba a un lado su orgullo y sus muy convenientes costumbres.

Y es que, en definitiva, la realidad era que, al final del día, ella se encontraba terriblemente sola. Sola como nunca antes.

Su clan ya no existía, todos habían fenecido o desaparecido y su corazón se hallaba hecho añicos desde entonces. El repentino abandono de Solas terminó de destrozar su alma, convirtiéndola en un despojo de la elfa que había sido cuando, por azares del destino y capricho de los dioses, acudió a aquel maldito Cónclave.

Su vida ya no le pertenecía y su corazón le había sido arrebatado de golpe en aquella idílica cañada cuando el elfo decidió terminar con ella para siempre sin motivo explícito ni mayor justificación, no sin antes despojarla de las supuestas marcas de esclavitud que ella, tan inocentemente, llevó con orgullo todos esos años.

Perder una parte de su Pueblo y saber lo equivocados que estaban fue un gran desengaño. Pero perderle a él, fue el golpe de gracia que acabaría por herirla de muerte si ella no levantaba cabeza de una vez por todas.

—¡Inquisidora! Qué bien encontraros aquí —la vocecilla de Harding la extrajo al instante de sus pensamientos y se detuvo de repente, ligeramente conmocionada por no saber dónde la habían llevado sus pasos.

—Os estaba buscando. El Comandante Cullen quiere veros en su estudio —continuó la enana en tono jovial, totalmente ajena a lo inoportuno del momento.

—¿Os ha dicho para qué, exactamente? —carraspeó incómoda. No se encontraba lo suficientemente concentrada para discutir interminables estrategias; prefería –necesitaba- entrar en acción antes de que terminase por derrumbarse del todo y enclaustrarse en la oscuridad de sus aposentos. Además, su magia se hallaba inestable y sumamente reactiva, y precisaba liberar esa energía que se almacenaba en su mano y en su pecho como una gran almenara alimentada de furia y dolor.

—No. Pero desea veros antes de que partáis a las Tumbas Esmeralda junto a vuestros hombres.

Casi por invocación, una repentina nube de sombras se manifestó a su alrededor y la juvenil voz de Cole irrumpió en la conversación –Dudas, de antes y ahora. Se preocupa pero no lo dice. Te busca, pero te vas, y no insiste. Él no lo sabe, pero está perdido. Perdido por ti, por tu luz.

Enallin abrió los ojos en sorpresa –Cole, qué demonios...

—Demonio no, ya no. Espíritu. Yo ayudo, no soy como el oscuro. —la miraba con esos ojos intensos y expresión distraída, como si no estuviera hablando con ella, sino con alguien que moraba en su interior.

—No me refería a… ¡Aj, déjalo! –levantó una mano y se frotó la sien mostrando así su evidente incomodidad –No vuelvas a asustarme así, por favor Cole, ya he tenido suficientes sorpresas para tres o cuatro vidas.

—La oscuridad te habla, te grita, pero tú no la escuchas, aunque quieres y vacilas. Dudas como él duda. Pero él es más cuando está contigo. Eso lo sabe y por eso te busca, te espera ahora y antes, siempre, incluso antes que el Orgullo, que el Rebelde —el muchacho se rascó la cabeza y movió los dedos entre sí, inquieto, mientras miraba de reojo a Enallin con ese gesto infantil que la escasa humanidad no había podido arrebatarle aún.

—¿Sabes, Cole? No sé si lo que dices tiene sentido, pero a veces creo que eres el más cuerdo de todos nosotros —Enallin sonrió y posó una mano sobre su hombro con ternura. Pese a sus excentricidades y su forma peculiar de hablar, sentía que el muchacho miraba más dentro de ella que nadie, cosa que le intrigaba y asustaba a partes iguales.

—Otro dolor sin sentido. El lobo mira a través del espejo y los sueños. Lo sabe, siente que sufres, pero tiene que hacerlo. 'Mi pueblo' repite 'me necesita' y se va. Y se lleva algo, algo importante para ti, que te duele; fuerte, frío, furiosa y sola. Soledad y oscuridad —continuó sin apartar su mirada de ella. –Pero no estás sola. Tienes esto. —el muchacho se rascó la cabeza de nuevo a través del sombrero y sonrió con esa media sonrisa inocente, al tiempo que sus claros ojos azules se enfocaban, por primera vez, en ella, sin mirar más allá, sin ahondar en su ser.

Se estremeció. Enallin le observó confundida durante un rato, intentando comprender las palabras. Sentía que eran más que simples delirios; siempre lo eran. No lograba entenderlas del todo pero sonaban extraña e inquietantemente reales. De alguna forma, aquel último comentario, hablaba de Solas y de ella, podía sentirlo en lo más profundo de sus entrañas; más que un pálpito, una certeza.

—Lace, comunica al comandante que acudiré en breve, por favor —intervino en tono cansado mientras desviaba su mirada hacia la muchacha.

La joven asintió y se marchó sin intercambiar palabra alguna más.

—Cole, por favor, no quiero que hagas eso. Lo sabes… —suplicó. Sabía que, en ocasiones, era imposible que el joven no viera dentro de ella, a pesar de la iridiscencia que parecía poseer a sus extraños ojos, pero no podía permitirse más dolor ni más incertidumbre del que era capaz de soportar en una vida. Debía centrarse en el viaje, en su misión, y no podía distraerse más con la agonía del recuerdo.

—¡Pero quiero ayudar! Lloras, y caes, y gritas. Intentas subir pero… no puedes. Te hundes en el barro, frío, húmedo, oscuro…

—¡Basta! —gritó, alzando notablemente la voz. Varias cabezas a su alrededor se giraron para observarla mientras susurraban en voz baja cualquier exclamación de sorpresa seguido de alguna equivocada conjetura sobre lo sucedido.

—Por favor, Cole… —continuó, arrepentida por la desmesurada reacción acercándose después al muchacho.

Cole la miró durante unos segundos sin decir nada y asintió –Puedo ayudar, pero no me dejas. Lo recuerdas y lo entiendo. Pero no hay soledad, sólo no sabes ver… —y repentinamente, tal como había aparecido a su vera, se esfumó como el ser etéreo que era en momentos.

Enallin suspiró cansada. Cole siempre hablaba de muchas cosas y de ninguna en especial y, en ocasiones, le costaba seguirle el paso. Pero hoy, especialmente, no se encontraba con la energía ni ganas suficientes para darle vueltas a aquellas palabras. Levantarse de la cama había sido todo un reto y estaba siendo aún más complicado seguir adelante con la jornada.

Si todo iba bien, al final del día se encontraría en la espesura de las Tumbas Esmeralda, junto al fuego de alguna amigable hoguera mientras cumplía con su deber como Inquisidora. Después de todo, aún quedaban almas a su cargo y debía cumplir con el juramento que hizo por un bien mayor.

Esta vez, no fallaría. Esta vez, ella tomaría la decisión correcta.


Vhenan: Corazón. Término de cariño hacia un ser querido.

Vir'Abelasan: el pozo de las penas, en el templo de Mythal.

Lethallin: término élfico de cariño usado hacia los hombres.