Gui: Este fic participa en el reto #85 Tomaré otro Camino, del foro Alas Negras, Palabras Negras. ¿En qué consiste? Es un WhatIf, ¿Qué habría pasado si...? Y Agarraos porque me he metido en un buen berenjenal: ¿Qué habría pasado si Cersei y Rhaegar se hubiesen casado? Lo presentaré en dos partes. Primero el cómo: Cersei y Rhaegar se casan, os lo prometo, spoiler principal. Y después la respuesta verdadera. Lo que provocó tal cambio en la historia.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Espero no habérselos estropeado al guapo de George Grrr Martin.
Tu sueño se hará realidad
Primera
Príncipes y Princesas
Cersei amaba los torneos. Los caballeros en sus armaduras, las justas en las que ganaban los mejores. Simplemente le habría gustado poder participar en ellas. Lo único que ella podía hacer era dar vueltas por el campamento con otras niñas.
Jeyne Farman y Melara Hetherspoon estaban de guardia ese día en el papel de "otras niñas". Y juntas, irían a ver a esa bruja que acababa de llegar de más allá del mar Angosto, Maggy, la Rana. Jeyne tenía miedo, la muy idiota. Melara parecía querer ir delante de Cersei. Pero no, Cersei pasaría la primera. Nadie le quitaría esa gloria.
Delante de la tienda, las tres niñas se pararon. No hubo lugar para dudas. Cersei dio dos zancadas y atrapó la tela que hacía las veces de puerta. Pero entonces alguien la llamó. Una voz que posiblemente fuese la única capaz de frenar a Cersei. Jaime.
–¡Cersei! ¡Sabía que vendrías! –Quizás había hastío en su voz, cansancio. O quizás sólo satisfacción–. Nuestro padre quiere verte –, y alzó las cejas. Eso significaba mucho. Significaba que el tema no era nimio. Significaba que tenía posibilidades grandes de interesar a Cersei.
A punto de entrar en la tienda de Maggy la Rana, Cersei soltó la tela y siguió a Jaime, dejando a Jeyne y Melara hacer lo que quisiesen. Se permitió pensar, por unos instantes, cuál de las dos se impondría sobre la otra. ¿Sería Jeyne, frenando con su miedo a Melara, o Melara, obligando a Jeyne a entrar con ella?
Jaime llevó a Cersei hasta el castillo, y a la sala de audiencias pequeña. Allí estaba nada más y nada menos que el rey Aerys, con su hijo, el hermoso príncipe Rhaegar, de diecisiete años, que Cersei había visto esa mañana, y con quien su padre siempre le había prometido que se casaría. Aquello tenía buena pinta.
–¡Ah! Aquí están tus vástagos, Tywin. Buen chico –dijo a Jaime–, aunque quizás no tan eficaz como para ser escudero de un príncipe.
Jaime entendió el mensaje y se retiró. Cersei vio a su padre fruncir los labios un instante fugaz. Era experta en detectar esos signos de su incomodidad, ya que significaban cosas muy malas cuando estaban dirigidos a ella. Fue la cara que puso cuando una de las sirvientas descubrió a Jaime y Cersei juntos y se fue con el cuento a los señores del castillo. Pero el rey Aerys no sería víctima de la furia de Tywin, eso seguro.
–Es verdad que se parece a Joanna. Ese pelo rubio… Demasiado oscuro para mi gusto, pero su madre tenía el mismo defecto.
Cersei sintió la mirada que le dedicaba el rey Aerys. Incómoda sin saber explicar por qué, se refugió en la observación de Rhaegar. Era tan guapo como se había imaginado. Un príncipe de ensueño, que se convertiría en un rey magnífico. Y ella sería su reina. La aplaudirían tanto como le habían aplaudido el primer día del torneo. ¿Cómo no hacerlo, con unos monarcas tan bellos como serían ellos? Sin duda tendrían hermosos hijos que serían reyes a su vez. Cabezas rubias, de tonos de rubio armoniosos. Poco importaba lo que dijese el rey.
–Volverá con la corte a Desembarco del Rey –anunció el rey, con una sonrisa maligna en la boca.
Cersei miró a su padre con esperanza. Su expresión era incomprensible. ¿Era aquello lo que Cersei creía? ¿Quería decir que se casaría con Rhaegar? ¿Que sería su prometida, oficialmente?
–Hasta que la niña florezca. Y entonces los casaremos.
La sonrisa de Cersei se expandió sola por su cara, sin que ella le hubiese dejado hacerlo. Rhaegar parecía impasible. Tywin, molesto. Aerys, exultante. Cersei era feliz.
Corría el año 280 de la Conquista de Aegon y el rey Aerys preocupaba a la población, o por lo menos a los que habían asistido a sus paranoias. La preocupación se hizo oficial el día de la boda del príncipe heredero con su prometida, Cersei Lannister. La familia real no escatimó en gastos, aunque sí en presencias. Ni el rey ni el hermano del novio asistieron a la ceremonia. El Septo de Baelor estaba a rebosar aún así, pero el miedo de Aerys, al que empezaban a llamar Loco a sus espaldas, era contagioso.
Cersei estaba furiosa de aquella falta de respeto. Su boda debía ser perfecta, no la comidilla del pueblo. No la taberna del escándalo. Y mientras el septón la casaba con su adorado príncipe, Cersei no era capaz de dejar de fruncir el ceño. Le habría gustado llorar, pero no estaba el patio para emociones.
De la mano, los recién casado recorrieron la ciudad. Cersei se había imaginado pasillos blancos de flores frescas, gente feliz y honrada adorándola a su paso. Pero las calles no estaban lo suficientemente abarrotadas y al mirar un instante delante, Cersei vio estiércol. Estiércol.
Rhaegar cumplía su papel, como siempre. La única vez que lo había sentido real fue cuando le pilló tocando la lira en el bosque de dioses. ¿Que qué hacía ahí? Buscarle. O buscar refugio, que en su mente eran equivalentes. El rey la había mandado llamar, no se sabía muy bien a qué, y se había tirado diez minutos mirándola, como preguntándose si opondría resistencia. Por suerte, había sido de día, y había gente alrededor.
Y allí, en el bosque de dioses, Rhaegar y su lira. Cersei no se había atrevido a salir. Algo le decía que rompería el momento y no se sentía demasiado confiada como para recomponer el ambiente una vez roto, una vez que Rhaegar se supiese acompañado por su prometida. Le escuchó mucho tiempo, hasta que él se fue, y su enamoramiento se multiplicó.
Pero ahora hacía de príncipe. Cersei había aprendido a distinguirlo, durante los cuatro años en los que lo había estado espiando, de lejos, o de cerca, sin atreverse jamás a decirlo. Y aunque la primera imagen que tuvo de él fue aquella, y aquella fue la imagen que la enamoró, Cersei quería más. Quizás fuese estúpido. Quería que Rhaegar y ella fuesen íntimos, como con Jaime.
Hacía cuatro años que no veía a Jaime más que aquí y allá. Un torneo. Una visita. Pero iba a venir. Era escudero de Lord Sumner Crakehall, y todos sabían lo mucho que destacaba en las justas. Aquél era, probablemente, el único consuelo de Cersei, aunque tenía esperanzas en aquella noche.
La tensión la persiguió durante el banquete, pero probó un poco de vino y el encamamiento le terminó de hacer gracia. No hubo momentos de tensión. Rhaegar fue amable y complaciente. No sabía que Cersei había hecho muchas cosas con su hermano Jaime, y ella fingió inocencia, pero sin tener que experimentar el miedo. Se durmió contenta. Y embarazada.
Por la mañana las cosas no fueron tan agradables. Rhaegar la sacudió ligeramente:
–Nos vamos a Rocadragón.
Cersei aún no había salido del sueño. Preguntó que qué.
–Nos vamos a Rocadragón. Le he pedido a tu doncella que te llene un baúl de ropa. ¿Quieres que venga con nosotros?
¿Cómo? ¿De viaje ahora? ¿Por mar? ¿Y Jaime?
–¿Por qué tan de repente? –se atrevió a murmurar.
–No puedo tomar decisiones con antelación si quiero que mi padre me deje llevarlas a cabo. Es importante que consigamos salir.
Boquiabierta, Cersei acató lo que ordenaba su marido. Eligió a un par de doncellas y estaba lista. A la de más confianza la dejó en Desembarco del Rey, con un mensaje para Jaime.
Jaime recibió el mensaje. Me tengo que ir. Devoción a mi marido. Quiero que estemos juntos. Padre quiere casarte con Lysa Arryn. La Guardia Real. ¿La Guardia Real? Era una idea que le rondaba a Cersei por la cabeza. Si Jaime tuviese una capa blanca seguiría al príncipe, al rey, a cualquier lugar. Y a ella. Y no estaría pudriéndose en un castillo con Lysa Arryn en la cama. Además, Jaime estaba hecho para la batalla. El joven se lo tomó muy en serio. Cersei le daba, sin querer, un sueño que perseguir: ser el mejor caballero de Poniente. Como Ser Arthur Dayne, la Espada del Amanecer.
Lo lograría.
Las doncellas, los médicos, las mujeres, todos los que la rodeaban le inspiraban poca confianza, pero no iba a dar a luz sola. Tendría que ponerse entre sus manos. Y Rhaegar por ahí. Urdiendo planes para derrocar a su padre sin compartirlo con ella. ¿Por qué? ¿Por qué tiene quince años y es una niña? ¿No se creerá Rhaegar que es legitimista? Las primeras veces le decía las cosas con timidez. Y se le iba enfurruñando el estómago. Que ella quería ser reina. No madre. No esposa. Reina. Nada de un adorno bonito al brazo de un príncipe encantador. Le ardían las tripas de la rabia. O del embarazo.
Cersei gritó como la que más. Quería a Rhaegar, quería a Jaime, quería a alguien, a cualquiera. Si se hubiese atrevido se habría ligado a alguien de Rocadragón para que se preocupase por ella. La próxima vez se atrevería. A Jaime lo habían nombrado Caballero de la Guardia Real pero tenía que proteger a la reina Rhaella y al príncipe Viserys. Aunque tuviese que proteger a Rhaegar no estaría con Cersei porque Rhaegar y sus conjuras estaban probablemente en las Tierras de los Ríos.
Mientras gritaba y se debatía con el niño que le salía de las entrañas, Cersei se puso a pensar. Nunca más, este aislamiento horrendo. Tendría que apañárselas por si sola. Pero haría que la gente espiara por ella y le viniese con el cuento. Si Rhaegar no le quería contar las cosas, lo averiguaría.
Era un niño. Lo llamó Joffrey, porque era nombre de Targaryen, aunque ninguno había reinado, y estaba harta de las h y las vocale pegaditas. Rhaegar llegó (alguien le había mandado un cuervo) dos días después. Estaba tan contento que se acostó con Cersei otra vez. Entonaba cosas como que la profecía se cumplía. Cersei no tenía ni idea de lo que hablaba, pero disfrutó. No se habían acostado muchas veces.
Y luego al mar de nuevo. Cersei se rio en su cuarto. Hacer el amor y viajar en barco. Así iba a ser su vida. En ese orden. Presentarían al príncipe heredero al rey y luego a casa. No vaya a ser que lo quiera quemar vivo o algo.
Aerys no quiso quemarlo vivo. Despreció el nombre, y dijo que olía a gato quemado. El insulto le llegó a lo más hondo a Cersei que lloró desconsolada en el hombro de Jaime. Lo peor de todo aquello fue que no sirvió para nada.
El niño estaba enfermo en el viaje de vuelta. Tenía dos meses. Cersei le acariciaba la cabecita y le daba todo su calor corporal. Y cuando Joffrey se dormía, se encaraba con Rhaegar.
–¡Qué ideas! Viajar por el mar, por segunda vez en menos de nada, con un bebé recién nacido.
–Resistió a la ida, resistirá a la vuelta. Él es el príncipe prometido.
Y tenía el descaro de sonreír. Quizás creía que su sonrisa lo borraba todo. Pero el niño tosiendo y estornudando, se ahogaba por momentos.
–No sé quién te ha prometido un príncipe, mi señor, pero éste se está muriendo.
Rhaegar no quiso creerlo hasta que le pusieron el cadáver de su hijo en los brazos. Cersei no le dirigía la palabra. Tocaron tierra un día después y Rhaegar vino a decirle que se iba.
–¿Cómo? ¿Qué soy para ti? Me dejas meses con ese parásito en el estómago, lo coronas, me lo robas, y luego le matas, y ahora te vas a urdir planes otra vez, a derrocar a tu padre que sigue en el trono desde que nos casamos, quemando gente. ¿Y me dejas aquí? ¿Sin más? Total, cuando vuelvas, pam, de la nada, otro príncipe prometido. Como conejos, te los paro con los ojos cerrados.
Rhaegar no quiso saber cuántos reproches podía hacerle Cersei a parte de aquellos, y se fue.
Cuando a los dos meses estuvo claro que no sangraría, la princesa se rió con amargura.
Fin de la primera parte. 2003 palabras. La segunda se parecerá. De aquí a que acabe el plazo (11 de febrero) os la traigo.
Aprovecho para hacer publicidad: Si te gustan los dragones, la historia de Poniente, la gente que se pega, la gente que se besa, el sexo, las drogas, el rock'n'roll, la personalidad escondida de los hombres, los niños, los abuelos, la avaricia, el juego de tronos... Tengo un fic para ti. Se llama Dragones Bailando y habla de la Más Humana de las Tragedias, la guerra testaruda: la Danza de los Dragones.
Si no, me basta con un review por aquí abajo. Besiños.
Gui
SdlN
