El mediodía había llegado a su punto más alto. El calor era insoportable, sobre todo por el gran esfuerzo que se llevaba al aire libre. Sin embargo, eso no calló los gritos, las fanfarrias y los cánticos. El Santuario estaba celebrando.

Lejos de la renovada entrada del mismo, y pasando por los pabellones de los nuevos guardianes del mismo estaba el gran coliseo, una construcción que solo las doce casas lo opacaban. Dentro de él se había entregado las armaduras que poco a poco comenzaban a tener nuevos dueños. Las guerras habían cesado, y la paz comenzaba a ordenar el caos del final de la misma.

Ese día era especial; era el día en que se entregaba una armadura muy singular, por lo que todo el Santuario había llenado el coliseo desde antes de que inicie la batalla. Se gritó, se emocionaron, y sin ninguna duda, los favoritos triunfaron.

El Patriarca, sentado en su parte reservada, en todo el centro del coliseo, habló desde allí a los triunfadores.

-¡Felicidades guerreros! Hoy ha culminado su entrenamiento. Los doce arduos años de trabajo han rendido su fruto, y su maestro debe estar orgulloso por sus logros.

Los dos ganadores miraron al público emocionado, y luego hacia la voz del Patriarca en la cima del coliseo. Al verlo, se arrodillaron inmediatamente.

-Hoy conocen el poder del cosmos, cómo se domina, y cómo se lo utiliza para pelear. Hoy es el día en que su trabajo como guardianes del Santuario comienza guerreros. Hoy los dos son caballeros de Athena.

El público gritó de emoción. El maestro de ambos los vio desde su puesto con gran orgullo.

-¡Digan sus nombres guerreros! ¡Que todo el Santuario los oiga!- gritó el Patriarca.

Todos callaron, y aquellos que ya los conocían solo estaban esperando escuchar una voz llena de dicha, y los que no, estaban ansiosos por conocer el nombre de aquellos guerreros. Al unísono, dos voces gritaron dos nombres: Toguro y Alfeo.

-¡Toguro! ¡Alfeo! Hoy los declaro, en honor a la tradición que nos concedió nuestra diosa desde la era del mito, las armaduras de Unicornio y Pegaso. ¡Toguro de Unicornio! ¡Alfeo de Pegaso! ¡Que su vida en el Santuario esté llena de logros!

Desde lo alto de las doce casas, un amigo iba a visitar a otro. El Santo del Escorpión veía como uno de sus compañeros subía hacia su casa.

- ¿Bonita vista no? Desde aquí se puede ver casi todo el Santuario.- dijo el caballero de libra.

- Si, es verdad. Es un buen lugar para ver la fanfarria que se produce allí abajo.- contestó el escorpión.

-¿Y por qué no fuiste abajo? Puede que sea un buen lugar, pero apenas si se ven a Alfeo y a Toguro.

-No me gusta estar rodeado de tanta gente.

-El solitario Antares, el triste y solitario Antares.

Antares miró a su compañero con incredulidad.

-Yo no soy el que sale a cada momento al monte de los cinco picos a estar en soledad Shiryu.- dijo irónicamente.

El caballero de libra soltó una pequeña pero intensa risa.

-No estoy tan solo allá compañero.- contestó Shiryu.

-Por cierto ¿Cómo así estas por aquí? Hace semana y media te fuiste, y normalmente no regresas hasta pasando un mes.

-Vine para ver a los dos alumnos de mi amigo conseguir sus armaduras, nada más.

-Ah, ya veo.

Antares miró el horizonte, pensativo. Centró su vista en el coliseo, escuchando apenas las voces de todos los que estaban allí, y sonrió. Él ya llevaba años en el Santuario siendo el caballero de Escorpio, y sin embargo no había podido ver ni tener un vínculo tan grande como los tres dorados que estuvieron desde el principio en el Santuario. Sus maestros y leyendas vivientes: tres de los cinco caballeros de bronce que derrotaron a Hades hacía ya varios años. Entendió la decisión de Shiryu, y solo esbozó una sonrisa.

-Él debe estar orgulloso. Nunca se sintió un buen maestro.- dijo Antares.

-Si, pero ahí tienes el resultado. Dos favoritos, y el heredero de la armadura de Pegaso. Además de todos los caballeros dorados que defienden el Santuario.

-Hey, ese logro es tuyo también.

Ambos rieron, y vieron hacia el coliseo de nuevo. Pensaron en la constante calma que se respiraba en todo el lugar, y en todos los entrenamientos y reconstrucciones. Shiryu recordó su época como caballero de bronce, y todo el pánico y estrés que sentía a cada momento. El viaje a Asgard, al templo de Poseidón, y al mismo infierno en sus aventuras con sus amigos, y sintió absoluta calma.

En el coliseo, una figura miraba orgullosa desde el puesto de privilegio del Patriarca. Todo su esfuerzo se vio realizado en aquellos dos jóvenes que encontró en una misión. Ahora portaban sus propias armaduras, y Alfeo portaba la que alguna vez fue también la suya.

Seiya miraba a sus dos alumnos con gran satisfacción, y aplaudió sin parar.