Angels of Death/Satsuriku no Tenshi es un video juego con adaptación a un manga y anime escrito por Makoto Sanada e ilustrado por Kudan Nazuka. Nada me pertenece. La imagen tampoco es mía, la encontré en Google y desconozco el autor. Si alguien lo sabe favor de aclararmelo para incluir sus créditos respectivos. Esta historia esta una adaptación parcial del libro Existence de Abbi Glines, por lo que la base es la misma pero las escenas están modificadas para hacerlo acorde a los personajes de esta historia. Favor de no plagiar.
Será un TwoShot, ligero y fácil de leer. Cualquier error de ortografía favor de avisarme para corregirlo.
Predestinada.
Summary.
Ray es una chica solitaria de diecinueve años con un singular don. Ella puede ver almas. Eso nunca representó un trauma para ella, simplemente era una constante en su vida. Hasta que apareció él. Un chico muerto que no solo podía hablar, algo que ninguna otra había hecho, si no también tocarla. Y por más que ella se resistió al principio, esta alma no se iba. Aprender a quererla fue simplemente algo que sucedió sin que se diera cuenta. ¿Quién era el y que quería? Un accidente de auto que debió matarla, le dio la primera pista. El no era un alma. Era algo más. Cuidado, porque la muerte viene a buscarte y no puedes escapar.
Capitulo 1
No lo mires, y él se irá. Cantaba en mi cabeza, mientras caminaba por el patio con intención de entrar a la universidad. Me tomó una enorme cantidad de fuerza de voluntad no mirar sobre mi hombro. No sólo lo alertaría, podía ver que era inútil, también sería estúpido.
Aunque, si él me hubiese seguido dentro de la escuela, de todos modos lo habría visto con bastante facilidad a través de la multitud de personas. Permaneció apartado, justo como todos ellos lo hacían, sin moverse y observando. Me atreví a echar un vistazo por encima del hombro.
Este era el primer día de mi segundo año de universidad. Quería pasar desapercibida, como siempre. Dejar que los días pasaran y acabar con esto cuanto antes.
Un movimiento por el rabillo de mi ojo, hizo que los vellos de mi nuca se erizaran. Me volví para hacer frente a la misma alma, sentado en la mesa de fierro que los estudiantes utilizaban a la hora del almuerzo para estar en el patio. Tenía sus pies apoyados sobre el asiento, y los brazos cruzados casualmente sobre el pecho. ¿Cómo sabía que podía verlo? No le di ningún indicio.
Normalmente, los fantasmas necesitaban una pequeña pista para darse cuenta que no era tan ciega como el resto del mundo. Algo era diferente con éste.
Bajé la mirada y empecé a voltearme. Si actuaba como si no lo viera y caminaba de regreso al edificio, entonces él podría pensar que había cometido un error y flotar o caminar a través de una pared, o algo así.
—Deja de hacerte la idiota, sé que puede verme.
Una fría y dura voz rompió el silencio. Agarré la silla de plástico duro a mi lado tan fuerte que mis nudillos se pusieron blancos. Luché contra un sorpresivo y pequeño llanto—casi un grito—en la parte de atrás de mi garganta. ¿Debería ignorarlo? ¿Debería responderle? Dejarle saber que su presentimiento era cierto podría no terminar bien. Pero ignorar todo esto iba a ser imposible.
Él podía hablar. Las almas nunca antes me hablaron. Desde el momento en que me di cuenta que los extraños que con frecuencia me miraban o aparecían en mi casa vagando por los pasillos no eran visibles para nadie más que para mí, había comenzado a hacer caso omiso de ellos.
Ver gente muerta no era una cosa nueva en mi vida, pero escucharlos hablarme era definitivamente un nuevo giro.
—Te creía con más agallas. ¿Vas a decepcionarme también? —su tono se endureció.
—Puedes hablar —dije, mirándolo directamente con una expresión neutra, casi vacía.
Necesitaba que supiera que no me sentía asustada. Había lidiado antes con almas errantes, porque eso me ha gustado pensar que son, toda mi vida. Ellos no me asustaban pero prefería ignorarlos, de ese modo se marcharían. Si alguna vez pensaran que podía verlos, me perseguirían.
Él continuó observándome con una expresión divertida en su rostro. Ahora que me detenía a observarlo, era un poco aterrador. Pude notar que su sonrisa torcida era lo único que se dejaba ver de su rostro cubierto de vendas blancas, además de sus impresionantes ojos. Tenía una expresión arrogante en sus ojos de diferente color, uno negro y otro dorado ¿Heterocromía? Traía pantalones rojos, botas de combate y una sudadera oscura que también cubría su cabeza, pero vi algunos mechones rebeldes de cabello negro que caían por su frente.
Y lo más impactante, era una larga y, aparentemente bastante afilada, guadaña que sostenía en su mano derecha. Impresionante. Había almas tétricas: algunas con rostros accidentados. Otras con ropas manchadas de sangre. Pero ninguna había traído un objeto consigo antes. Menos una enorme arma punzo cortante.
Por mucho que su presencia y su aspecto fuera tétrico, para mí, tenía un aire que no podía dejar de admitir que ésta alma solo podía ser etiquetada como atractiva. Era raro, y retorcido. Pero había algo en su aura que me llamaba.
—Sí, hablo. ¿Esperabas que fuera mudo o qué mierda?
No era sólo el hecho en sí de que hablara, si no que además era un alma muy malhablada. Curioso.
—Sí, de hecho, eres el primero que ha hablado conmigo.
Frunció el ceño profundamente.
—¿El primero?
Parecía genuinamente sorprendido de no ser la primera persona muerta que podía ver. Él era, sin duda, el alma más singular que he visto nunca. Hacer caso omiso de un alma que podía hablar iba a ser duro. Sin embargo, tenía que superar su capacidad y deshacerme de él.
Hablar con amigos invisibles sin duda sería la guinda del pastel a mi nula vida social. Acabaría pareciendo una chica loca que hablaba sola. Yo solo quería pasar desapercibida en la escuela, no ser tachada de demente.
Volví la mirada hacia la entrada, algunos estudiantes llegando al campus. Eche un vistazo atrás, hacia el alma, para encontrar que ya no estaba. Una mezcla de alivio y decepción se apoderó de mí. Querer hacerle más preguntas no era exactamente una buena idea, pero no podía evitarlo.
Le preguntaría lo que a otras almas antes, como: "¿Por qué me estás siguiendo?" o "¿Por qué puedo verte?" y siempre permanecían mudas. Muchas veces desaparecían cuando comenzaba a hacerles preguntas.
Entre a la escuela. Los pasillos se encontraban llenos de gente normal, gente que vive. Hablaban, reían, y leían sus horarios. Todo era muy real. Ubiqué rápidamente mi casillero y guarde algunas cosas, luego fui directo a mi salón. Nadie me saludó al llegar, y yo ni siquiera hice el intento de entablar una conversación. Dejé caer mi bolso sobre la mesa y me senté, esperando a que comenzara la primera clase del día.
Podía escuchar algunos cuchicheos de mis compañeros en mi dirección, cosas como "Mira a Rachel Gardner en su primer día. Es tan rara y su expresión siempre parece la de un muerto", pero los ignoré. Estaba en la escuela para pasar de año, no para socializar.
Cuando me volví hacia el frente de la clase, mis ojos se volvieron a encontrar con el alma. Apoyado contra la pared directamente en diagonal a mi escritorio, estaba de pie, mirándome. Me fulminó con la mirada y pareció encontrar mi evidente aburrimiento entretenida.
Me tomó un gran esfuerzo apartar la mirada, lejos de él y enfocar mi atención en el pizarrón. Siempre había ignorado a esas fastidiosas almas antes y habían desaparecido. Tenía que superar el hecho de que esta podía hablar conmigo. Si no lo ignoraba estaría atrapada, con él acechándome.
Arrojé un pedazo de pizza en el plato delante de mí, dispuesta a comer. Di un bocado desinteresado, mirando la televisión frente a mí que pasaban las noticias de la tarde. Como predije, el primer día de clases había sido aburrido y poco conmemorativo. Ni siquiera me habían dejado tarea, así que me encontraba aburrida sin mucho qué hacer.
No esperaba a nadie en casa, tampoco. Mis padres estaban muertos desde hace dos años. La fortuna que me habían dejado en herencia me daba seguridad de poder vivir tranquilamente por un buen tiempo más. No tenía amigos. No tenía familiares. Solo a Abraham Gray, mi padrino. Es el sacerdote de la iglesia local y él pasaba a ver cómo estaba una vez al mes. Yo iba a misa cada domingo, y lo veía también.
—Es realmente bastante entretenida tu vida, ¿Eh, Ray? No sé cómo no te has suicidado del aburrimiento.
La pizza que llevaba a mi boca cayó de las manos a mi regazo. Me sorprendió, pero reconocí la profunda voz. El alma parlante se sentó en una de mis sillas. Simplemente genial. El chico muerto, un poco sexy y aún-escalofriante-porque-puedo-hablar-y-tengo-una-guadaña debió haberme seguido a casa. Y ahora me ponía apodos.
El cómo sabía mi nombre era bastante extraño en primer lugar. No se supone que supiera de mí. Quizá sólo lo había escuchado durante las clases, y no debía preocuparme por esto. Eso realmente quería pensar.
—¿Por qué estás aquí? —demandé en voz baja, deseando que me dejara en paz de una vez y se fuera a vagar por la tierra a otro lugar. La intensidad de su firme mirada hizo que mi pulso saltara de los nervios. O quizá de otra cosa. No estaba segura de qué exactamente.
—Todavía no es el momento que lo sepas, pequeña enana entrometida. Pero puedo asegurarte que, por lo pronto, no me voy a ningún lado.
—¿Por qué? Si no hago caso de los-asuntos-de-las-almas siempre se van.
Frunció el ceño, se inclinó hacia delante y me estudió con atención.
—¿Qué carajo quieres decir con—asuntos de las almas—?
No me sentía muy segura en el suelo mirándolo hacia arriba, empujé la pizza fuera de mi regazo y me puse de pie para poder estar a la altura de sus ojos.
—No eres especial. He estado viendo fantasmas, almas, espíritus o cualquier cosa que sean, toda mi vida. Están por todas partes. En mi casa, en la calle, en las tiendas, en las casas de otros, puedo verlos. Simplemente los ignoro y se van.
Poco a poco, se puso de pie y dio un paso hacia mí. Su altura era intimidante, pero su cercanía me hubiera hecho retroceder, incluso si hubiera sido de menor estatura. Era muchísimo más alto que yo. Vamos, que casi cualquier persona lo era. Yo me había quedado baja. A menudo la gente me creía de menor edad, y en realidad tenía diecinueve años. Supongo que el hecho de tener el pelo rubio platinado, los ojos azules y las facciones aniñadas me hacía ver mucho menor.
—¿Puedes ver almas?
—Puedo verte, ¿No?
Asintió lentamente, con el ceño profundamente fruncido. Se veía molesto.
—Sí, tonta, pero soy diferente. Se supone que debes verme. Es más fácil de esa manera. Pero a las otras… no se supone que las veas.
Tomé aire estabilizándome, miré al alma que había regresado a la misma silla de mimbre blanco de la cocina, y me miraba. El alma parecía estar esperando a que tomara una decisión. Había algo, en su tono de voz, en lo que dijo. La idea de estar a solas con él comenzaba a asustarme.
Puede que fuera sexy, pero era un muerto, tenía un arma, y me había seguido a casa. Escalofriante no era suficiente para empezar a describirlo. Puse un poco de distancia entre el alma y yo caminando hacia el sofá para sentarme. No volví a hablarle, o a mirarlo. Pero sabía que estaba aquí, conmigo.
Lo estuvo por un par de horas hasta que se fue, sabrá dios a dónde. No debería importarme el querer saberlo, pero lo hizo.
—Las chicas de tu edad, ¿No salen y hacen mierdas el fin de semana?
Esta vez no fui capaz de detener el grito de sobresalto que estalló de mi boca. Por suerte nunca había nadie en casa para oírme, además de mí. Me di la vuelta para encontrar al alma parlante sentada en mi cama, mirándome.
Me había estado rondando las últimas dos semanas. Invadiendo mi espacio personal, hablándome. Me había acostumbrado a ella. Acostumbrado a tener alguien con quien hablar. Su presencia era como un bálsamo diario. A veces, sentía que no hablar con él era una tortura física. No me entendía, pero tampoco quería hacerlo.
Esta alma, quien quiera que fuera, me agradaba. Me gustaba. Por primera vez en mi vida, estaba agradecida de este don que Dios me dio. Pero también era frustrante, pensar en el hecho de que él no era una persona. Nunca podría tocarlo, o hablar con él tranquilamente por la calle. Realmente no existía para el resto del mundo.
—¿Podrías dejar de aparecer de la nada? Y ¿Qué estás haciendo en mi habitación? Vete —irritada por mis pensamientos, le arrojé la camisa que había estado a punto de colgar en el armario como una buena medida.
Hizo un gesto a través de las vendas de su rostro, como si estuviera enarcando la ceja.
—Normalmente solo eres una tabla sin emociones. Que sorpresa —se mofó—. La niña esta irritable hoy. ¿Tu periodo, o algo así?
Gruñendo en voz alta, me acerqué a mi ventana, la abrí y luego me volví hacia él.
—Soy mayor de edad, no soy una niña. Y tú, vuela lejos por favor. Mantente fuera de mi habitación. Podría haber estado desnuda.
Una risa estrepitosa y casi maniaca de su parte causó un calor extraño a través de mi cuerpo. Debía ser ridículo, pero me gusto escucharlo.
—¿Quieres que vuele lejos? Eso es tierno. Y ridículamente estúpido.
No quería ser linda, o tierna. No quería ningún apelativo infantil de parte de él, pero parecía que ya no podía seguir estando enojada tampoco. Algún extraño letargo se había apoderado de mí. ¿Su risa había causado este calor relajante en mi cuerpo?
—No, no exactamente, pero tengo la capacidad de controlar la ansiedad o el pánico. Mi asombrosa risa no tuvo nada que ver con eso —¿Acaba de leer mis pensamientos o había dicho eso en voz alta? Parecía encontrarme divertida, si la sonrisa enorme casi psicótica de su cara era alguna indicación. Otra razón por la que debía estar furiosa con él. Volvió a hablar—. Si vale de algo, siento un poco haberte asustado. No era mi intención, pero, ¿Si hubiera aparecido en frente de ti, de pie en tu armario, hubiera sido eso menos terrorífico?
Pensé en él apareciendo en frente de mí y una pequeña risa escapó de mis labios. Apenas me duró un segundo. Mucho más de lo que cualquiera hubiera logrado en años.
Él tenía razón. Probablemente me hubiera desmayado. Pero podría haber tratado de golpear la puerta o algo así. Espera, ¿Podrían golpear puertas los fantasmas o sus puños simplemente la traspasarían?
—Tienes razón —respondí y comencé a cerrar la ventana, luego decidí no hacerlo. Me hacía sentir más segura si estaba abierta.
—¿Por qué estás aquí, en serio? eres joven. Incluso guapa a pesar de tu horrible expresión aburrida. Es el fin de semana. Sé que están afuera, todos pasándola bien así que, ¿Por qué mierdas estás aquí?
Genial, ahora el alma parlante quiere ser entrometida.
—No estoy de humor para salir.
—¿Cuándo lo estás? En serio, necesitas aprender a sonreír. Mirar tu cara de palo es desgastante.
¿Qué sabía él sobre mí? Me acerqué a la silla de felpa que mantenía en un rincón de mi habitación para la lectura. Al parecer, iba a tener que hablar con el chico para lograr que se fuera. Me senté con la espalda recta y metí los pies debajo de mí, tratando de lograr un poco de rabia por su entremetimiento, pero no pude.
—¿Has estado observándome? —le pregunté sin alterar mi expresión, estudiando su rostro en busca de cualquier señal de una mentira.
Él me dedicó una sonrisa maliciosa, puso las manos en su nuca y se inclinó hacia atrás.
—Durante meses, Ray, durante bastante tiempo —¿Meses? Abrí mi boca y luego la cerré sin saber qué decir. ¿Me había visto desnuda? ¿Realmente quiero saber si lo hizo?, ¿Cómo se había escondido de mí? ¿Permanecía en mi habitación cuando dormía? Sacudí la cabeza, tratando de aclarar las preguntas corriendo en mi mente. Iba a decir algo, a reprocharle quizá, cuando su voz inusualmente presurosa me interrumpió—. Te veré más tarde. El sacerdote está en casa de visita.
Levanté bruscamente la mirada de mis manos, que había estado retorciendo en mi regazo con nerviosismo, pero mi cama estaba vacía. Se había marchado sorprendentemente rápido.
—¿Rachel?
Abraham Gray llamó desde la parte inferior de las escaleras. Suspiré y me puse de pie. Mirando hacia atrás una vez más, comprobé mi cama vacía, antes de correr escaleras abajo para saludarlo.
"Rachel Gardner. ¿Por qué sigues viva y tus padres no? De todos modos, mírate. Tu cara de muerto ya hace el trabajo por sí sola. Deberían haberte enterrado con ellos."
Abrí la puerta principal de la escuela y salí. Normalmente no me ponía así por cualquier persona. Había sobrevivido bastante bien al primer mes de clases en la universidad, ignorando a todos y a todo, pero las letras pintadas en mi casillero me habían calado. Cometí el error de darle importancia a la opinión de una persona y me quemé. Sólo quería ir a casa. Podía tratar con mi orgullo herido sola. Podía fingir que no me habían hecho una broma pesada hoy.
—No te vayas. No vale la pena.
La voz profunda y familiar sonaba como si estuviera suplicando. Caminaba a mi lado con su rostro tenso. La sonrisa burlona a la que me acostumbre, no estaba.
—No me quiero quedar. Estoy enojada y sólo me quiero ir.
—Escúchame, en serio. No entres en tu maldito coche. Vuelve adentro. Olvídate del estúpido que pintó eso y disfruta el resto de tu día. No permitas que algo que ese imbécil hizo te ponga así.
Me detuve y lo miré.
—¿Por qué te importa si me voy? ¿Eres el nuevo monitor del pasillo y me perdí la nota de aviso?
Su ceño se profundizó; ojos de diferente color volviéndose fríos, como si un hielo abrasante se hubiese encendido detrás de ellos.
—Estoy ordenándote que vuelvas a la escuela. Hazlo.
—¿Por qué? —ignoré directamente su tono autoritario sobre mí.
Pasó su mano por su cabeza a través de la capucha y gruñó con frustración.
—¿¡Tienes que cuestionar todo, carajo!? ¿¡No puedes escuchar, por una puta vez!?
Eso fue todo. Había tenido más que suficiente para un día. En primer lugar, mis compañeros demuestran que son unos imbéciles de grado A, y luego, el alma que no me dejaba sola desde hace más de un mes decide enfadarse conmigo, gritarme y darme ordenes como si tuviera algún derecho sobre mí.
—Me voy de aquí. No puedes detenerme. No tengo que escucharte. Si no tienes una buena excusa, entonces no hay razón para que me quede.
Giré sobre la punta de mis pies y salí hacia mi coche. Las personas eran molestas, vivas o muertas, no parecía importar.
Rápidamente me subí al coche y me centré en salir del estacionamiento de la escuela a una velocidad que cualquier policía de tránsito me hubiera detenido. No me importó. No quería que nadie me viera y me reportara antes de que pudiera salir de aquí. No podía creer que en realidad hubiera derramado una lágrima por esto. El llanto no era lo mío. Ninguna emoción lo era. No entendía porque esto me afectaba de pronto.
Tenía que haber sido la humillación. No estoy acostumbrada a eso y obviamente, no sabía cómo tratar ante la situación.
Mientras conducía por la avenida rumbo a mi casa, ajusté el espejo retrovisor para ver si me veía tan mal como me temía. Si mi máscara se corrió, de igual modo nadie se daría cuenta. Porque sencillamente no convivía con nadie. Esta vez no pude ocultar la frustración. Las sonrisas falsas no son uno de mis talentos. Ni siquiera sonreía.
Suspirando, me volví a mirar la calle sin disminuir la velocidad. El intento de arreglar mi cara sin la ayuda de agua y jabón era una causa perdida. La señal de Pare donde me había parado un millón de veces me sorprendió. No había estado prestando atención, y me había olvidado de ir más despacio.
Era demasiado tarde para frenar. Miré por encima justo a tiempo para ver a un camión que venía directamente hacia mí y en una fracción de segundo, la razón me golpeó: No sería capaz de detenerme a tiempo.
Todo se volvió negro, las ruedas chirriando y la bocina se quedó en silencio. Una sensación de dar vueltas y un agudo dolor que atravesó mi cuerpo. Traté de gritar para pedir ayuda, pero no salió nada. Comencé a sofocarme. Algo pesado presionaba contra mi pecho y no podía respirar. Jadeé y estiré la mano en la oscuridad en busca de ayuda. Me asfixiaría si no conseguía quitar el peso de mi pecho.
Luché por abrir mis ojos, pero la oscuridad me mantuvo ahí. El calor se extendió en mí, mientras sorpresivamente agarraba algo en la oscuridad. Me quedé inmóvil, sin saber lo que había encontrado cuando me di cuenta de que podía respirar de nuevo. Las luces volvieron a encenderse repentinamente y el mundo se volvió brillante y cegador. No podía abrir los ojos por el dolor.
Alguien me llevó cargando a una corta distancia y luego sentí el suelo frío en mi espalda. Las manos, suaves y anormalmente cálidas acunándome, desaparecieron. Traté de protestar. No quería que mi salvador me dejara, pero no pude encontrar mi voz. Aun con los ojos cerrados, traté de incorporarme y un dolor intenso se apoderó de mi cuerpo. El mundo quedó en silencio.
Un sonido impresionantemente atrayente se reprodujo en la oscuridad. Una voz. Alguien llamándome. Volví la cabeza para encontrar la fuente. Mi cuello se sentía rígido y la cabeza empezó a latir tan fuerte que entorpeció el sonido que había estado tratando de encontrar. Dejé de moverme y mantuve los ojos cerrados, esperando que el dolor parase.
—Y el ángel de la muerte se despierta —dijo una voz en la oscuridad.
La reconocí de inmediato y en vez de temerle, el sonido me tranquilizó. Un zumbido se unió y me quedé quieta, escuchando en la oscuridad, contenta de que su voz llenara el vacío, asegurándome que no me encontraba sola. Necesitando verlo. Abrí los ojos y me di cuenta de que las luces estaban apagadas.
Permanecí inmóvil mientras mis ojos se acostumbraron a la oscuridad del lugar. No era mi habitación. La máquina a mi lado y la aguja en el brazo fueron las únicas pistas que necesité. Me encontraba en un cuarto de hospital. Temerosa de volver la cabeza otra vez, cuidadosamente moví mi cuerpo en su lugar, buscándolo.
El alma estaba parada en un rincón oscuro, mirándome. Quería preguntarle más, pero mi garganta dolía mucho. Se movió y vino hacia mí, y se sentó en una silla que alguien había colocado al lado de mi cama.
—No seas necia, no debes hablar. Estuviste en un accidente de tránsito y has sufrido una conmoción cerebral grave, junto con una costilla rota. Aparte de eso, solo tienes unos feos moretones.
Me acordé de la señal de Pare y el camión había venido a mí con demasiada rapidez. Supe que sería incapaz de frenar a tiempo. No entendía cómo es que estaba viva.
—¿C-como…?
—Llevabas el cinturón de seguridad, el estúpido camión golpeó la parte trasera de tu coche y diste un par de tumbos.
¿Cuánto tiempo había pasado? Y ¿Por qué era un alma la única persona conmigo? Eché un vistazo a la máquina, donde mis cables fueron conectados y si leía correctamente, entonces realmente estoy viva. El repentino miedo ante la perspectiva de que podría estar muerta cesó y devolví la mirada a esos intensos ojos fijos en mí.
Me sentía como una niña de nuevo, con miedo a la oscuridad. Las lágrimas se alojaban en mis ojos al mirar hacia la puerta, pero no las derramé. Una mujer con cabello castaño corto y rizado entró, sin usar la puerta. La estudié y me sonrió, pero miró justo más allá de la otra alma en la sala. Era un espíritu, uno de los tantos presentes en un hospital.
Una vez, cuando tenía trece años, estuve internada en el hospital por una neumonía y me di cuenta de que errantes almas perdidas, se encontraban en abundancia dentro de los hospitales. Esta en especial se detuvo en unas flores que no había notado antes, junto a la ventana. Parecía estar oliéndolas y dio un suave tirón al puñado de globos PONTE BIEN unidos a una docena de margaritas amarillas.
Eché un vistazo al alma especial que se sentaba a mi lado. Parecía que me estudiaba con atención.
—La ves ¿No? —preguntó y asentí. Miraba a la señora mientras ella miraba hacia mí una vez más, antes de regresar a través de la pared—. ¿Siempre las has visto?
Me las arreglé para sonreír a la forma en que se refería a las almas, como si él no fuera una de ellas. Levanté las cejas y lo miré con intención.
—Tú eres una de ellas —dije en un susurro ronco, esforzándome por hablar.
—Supongo que para ti se ve de esa manera. Sin embargo, hay una gran diferencia entre las almas comunes y corrientes y yo.
Fruncí el ceño.
—¿Qué?
Sabía que él podía hablar conmigo y las almas nunca me hablaban, pero seguía siendo un alma sin cuerpo. Negó con la cabeza.
—No puedo decirte lo que soy. Ya he roto suficientes reglas.
Estudió la máquina junto a mí en lugar de enfrentar mi mirada. Titubee.
—¿Puedo saber tu nombre? —pregunté con duda. Realmente quería saberlo—. Si es que tienes uno.
Se volteó a mirarme, un gesto dubitativo. Finalmente, suspiró con hastío.
—Puedes decirme Zack.
Zack. Saboree el nombre, repitiéndolo en mi mente. Me gustó como sonó. Iba a preguntarle algo más, pero la puerta de mi habitación se abrió y mi padrino entró. En ese mismo segundo Zack desapareció. Los ojos casi sin pupila de Gray se encontraron con los míos y se quedó sin aliento antes de ir hacia mí.
—Siento no haber estado aquí cuando despertaste. Sólo necesitaba un poco de café —
dijo, sosteniendo una bolsa de plástico verde—. Vamos a llamar la enfermera. Solo quédate quieta. Estás un poco reventada, pero estarás bien. Tienes mucha suerte, Rachel. Tu coche te habría aplastado por completo si no hubieses sido arrojada desde el asiento del conductor. Siempre te dije que usaras el cinturón de seguridad y el hecho de que no me has escuchado te ha salvado la vida —negó con la cabeza, sonrió levemente como disculpándose—. Estoy contento de que hayas abierto los ojos.
Le sonreí tratando de ocultar mi confusión.
—Está bien —le susurré.
—Vuelvo enseguida. Las enfermeras han estado esperando que despiertes.
Se dirigió a la puerta y miré a Zack nuevamente parado en la esquina. Me pareció extraño. Desaparecía cuando Gray llegaba, y reaparecía justo cuando se iba. ¿Por qué? ¿Mi padrino sería capaz de verlo y por eso se ocultaba?
—El cinturón de seguridad —le susurré a través de mis labios secos, recordando ese importante detalle que mencionó Gray.
Había estado usando mi cinturón de seguridad. Siempre lo hacía. Zack incluso había dicho que fue una buena cosa que lo llevara puesto. ¿Por qué Gray creía que no lo había hecho y que no hacerlo me había salvado la vida? Zack dio un paso adelante, mirándome de cerca.
La expresión en su rostro decía que no sabía cómo responderme. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo y él se retiró. Una enfermera entró bulliciosamente con mi padrino detrás. La respuesta a mi pregunta tendría que esperar. Zack se fue antes de que la enfermera terminara conmigo y no había regresado.
La siguiente vez que me desperté, rápidamente registré alrededor de la habitación, con la esperanza de que él hubiera regresado, pero no estaba ahí. No pude evitar entristecerme por eso.
El aire nocturno bajó varios grados mientras ajustaba el abrigo sobre mi cuerpo y me reacomodaba en el sillón de la sala. Me habían dado finalmente el alta en el hospital, luego de una semana de estar allí, y en ese momento me sentía más que capaz me irme a casa a disfrutar de mi absoluta soledad. Mi padrino me había acompañado a mi casa, y luego rápidamente se había ido porque tenía que oficiar un bautizo.
Zack también había estado ahí conmigo todos los días, acompañándome mientras yo me recuperaba. A veces se iba sorpresivamente, a veces podía quedarse más tiempo. Llenaba mi corazón de gratitud por su presencia. Calidez. Era un sentimiento raro, pero bienvenido. Alma o no, pero yo le importaba.
Sentí un escalofrío atravesando mi columna vertebral, y ahora estuve segura que no era por el clima. Me di la vuelta lentamente, sabiendo que alguien me miraba. Podía sentir su presencia. Era ese miedo helado ya conocido. Sin embargo, la constante presencia de Zack a mí alrededor todo este tiempo desde que me habló por primera vez, hacía que el peligro de la presencia de otra alma palideciese en comparación.
Me puse de pie y enfrenté a quien sea que estuviera en mi casa ahora, dándome cuenta que mi miedo había sido remplazado por el odio. Ya no me asustaba. Me enfadó. Algo acerca de su aparición en vez de la de Zack hizo que quisiera hacerle daño.
Era un niño. O eso parecía. Tenía un overol azul sobre su camisa blanca. El pelo rubio fresa revuelto y los ojos verdes, fijos en mí. Me sonreía, casi con devoción.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —dije de manera inerte.
Di un paso hacia él, apretando mis manos en puños. No quería que pensase que podía hacer que me acobardase. Su risa tintineante llenó la oscuridad que nos rodeaba.
—Está designado, Rachel Gardner —dijo, con una voz infantil que de haber escuchado más seguido habría llegado a aborrecer.
—¿Qué está designado? —di un paso más hacia él, queriendo golpearlo pero sabiendo que eso no haría ningún bien, o que probablemente ni siquiera podría tocarlo y mi mano solo lo traspasaría.
Su risa tintineante se volvió profundamente siniestra.
—Estaba designado y rompió las reglas —su risa murió abruptamente y miró hacia mí—. ¡Por ti! ¡Rompió las reglas por ti! ¿Por qué por ti? Una humana con un tiempo designado, era todo muy sencillo, pero él lo complicó tanto —curvó su dedo hacia mí—. Vamos, acércate y corregiré su error —tragué y el miedo que pensé que había superado comenzó a volver poco a poco.
—¿Qué error? —pregunté, esta vez dando un paso hacia atrás, lejos de él. Traté de no alterarme. Inclinó la cabeza como si me estudiase.
—Tú eres diferente a los demás, puedo verlo. Me gusta. Supongo que eres interesante para él. Su existencia es más bien monótona.
Luché contra la tentación de arremeter contra él. Quería que me acercase. Necesitaba mantener las distancias. Negué con la cabeza y di otro paso atrás. Mi respiración comenzó a hacerse más profunda. Traté de retroceder otro paso, pero una mano de hielo de pronto salió del piso y envolvió mi muñeca, y comenzó a tirar de mí hacia el niño, con una fuerza contra la que no podía luchar.
Esto era real. Ahogué un grito de desesperación. Esta vez me encontraba sola y nadie me escucharía. Empecé a dar patadas y a forcejear, pero algo continuó arrastrándome hacia él con poco esfuerzo. No tenía ninguna oportunidad de sobrevivir. Esta vez estaba sola y nadie me salvaría. Por extraño que parezca, no tenía ganas de gritar. No temía a la muerte por más tiempo, ni siquiera me importaba especialmente dejar de existir en esta tierra.
Pero ojalá hubiera sido capaz de despedirme de Zack. Eso realmente me entristecía.
Cerré los ojos mientras dejé que mi cuerpo se aflojase y acepté este destino, resignada. Escuché a alguien gritar mi nombre. ¿Alguien me había encontrado? Empecé a sacudirme fuera de su agarre y gritar, pero me di cuenta que probablemente solo le quitaría la vida a esa persona también. Él no estaba aquí para ellos. Tenía que irme en silencio.
El que había venido a por mí, no se merecía este destino. Un destello de luz brillante llenó la habitación y mi muñeca fue instantáneamente liberada de su apretón de hielo. Luché para llenar de aire mis ardientes pulmones.
—¡NO! —escuché la voz furiosa de Zack, y fue como si mi cuerpo reaccionara instantáneamente, regresando todo—. Yo hice la elección y rompí esta regla, pero tú, pedazo de mierda, no tenías que haberte entrometido. Esto termina ahora para ti.
Quería abrir los ojos y verle. Podía escucharle pero muy vagamente. Empecé a patalear frenéticamente contra algo invisible que me aprisionaba. Escuche un grito ensordecedor, y algo parecido al viento siendo cortado fácilmente. No era Zack quien había gritado, había sido el niño. ¿Qué estaba pasando? No podía abrir los ojos.
Cálidos brazos rodearon mi cintura y me aferré a ellos sintiendo de alguna manera que le pertenecían a Zack. Ahora me encontraba a salvo.
—Aquí estoy, tranquila.
Zack secó mis ojos con un pañuelo frío y el ardor desapareció al igual que mi tos. Era como si nunca hubiera sido atacada por una fuerza invisible. Finalmente pude recomponerme y ver su cara. Él me cargaba. ¿Podía tocarme? Nunca lo había intentado, y se suponía que las almas no tenían cuerpo sólido. ¿Porqué él sí?
Volví a cerrar los ojos cuando Zack me dejó acostada en mi sillón. Estaba repentinamente exhausta. Sentí el suave toque de un dedo en mi frente. Él respiró hondo.
—¿Pensaste que enfrentarlo era la respuesta? ¿En serio, Ray? No tienes ni una mierda del sentido de auto preservación —negué con la cabeza y abrí los ojos, mirándolo su rostro tan cercano al mío. Me detuve antes de decir algo. Una sonrisa de inusitada tristeza se formó en su boca—. Todo lo que Eddie podía hacer era tratar de matarte. En tanto que tú realmente te enfrentases a la muerte, La Muerte habría tenido que venir y llevarte con ella. Eso no va a suceder.
Se detuvo y respiró entrecortadamente antes de tocar mi cabeza con sus labios. Sus labios se movieron a mi mejilla antes de detenerse en mi boca.
—Por mucho que quiera besarte, no puedo —dejó salir una risa suave. Un sonido sarcástico y frustrado—. No eres como ninguna de las almas que he conocido —me aventuré y toqué su cara y me incliné para tocar sus labios con los míos, pero él se echó hacia atrás y negó con la cabeza—. No —susurró—. No lo hagas. No puedo. Eres demasiado especial. No puedo arriesgar eso de nuevo.
—No me dejes —supliqué.
Tocó mis labios con la yema de su dedo.
—No lo haré. Al menos, no esta noche. Alguien tiene que vigilar tu penoso culo para que no te metas en más problemas.
Quise reírme, pero ningún sonido salió de mi garganta. Sin embargo, esbocé lo más parecido a una sonrisa de agradecimiento que pude.
Algo sonaba. Me tomó un momento abrir los ojos y darme cuenta de que era Zack llamándome. Me senté derecha en la cama y dirigí mi mirada hacia la silla de mi habitación, para encontrarla vacía. Aun así, podía escuchar su voz. Me tomó unos minutos abrirme paso a través de la bruma del sueño y darme cuenta de que su voz no sonaba en mi habitación, ni siquiera en el pasillo. O dentro de la casa.
Su voz se filtraba a través de la ventana desde el exterior. Salté de la cama y me puse mis zapatos deportivos. Luego prácticamente corrí por las escaleras para ir hacia afuera. Me sorprendí lo llena de energía que estaba. El cómo nada me dolía. Era como si nunca hubiera tenido un accidente que casi me mató, hace casi dos semanas. O como si jamás un ente maligno hubiera intentando matarme en mi sala, hace tan sólo tres días.
Corrí para ver de dónde venía su voz. ¿Zack se encontraba ahí afuera? El patio trasero de mi casa se hallaba oscuro y brumoso. Su voz venía hacia mí desde algún lugar de la noche. Sonaba como si viniera desde el bosque. Caminé hacia el jardín, mis ojos adaptándose a la oscuridad solo iluminada por la luna y las luces dentro de la sala que dejé encendidas a propósito.
¿Por qué Zack estaría aquí afuera, en la oscuridad, llamándome? Seguí el camino que hacía cuando me daba tiempo para caminatas naturales por la mañana, desde el patio trasero de mi casa hasta el estanque comunitario, a través del bosque. Las hojas crujían a mí alrededor y contuve un chillido. Necesitaba encontrar a Zack antes de que alguna extraña criatura me encontrara.
Su voz me llevó aún más adentro del bosque. La espesa niebla hacía casi imposible la visibilidad. Me seguí repitiendo en mi cabeza que Zack andaba por aquí, en algún lugar, y él quería que yo lo encontrara. ¿Por qué otra razón él me llamaría para que yo lo pudiera oír, si no para sacarme de aquí? Una luz brilló en la oscuridad, asomándose a través de la niebla.
Caminé hacia ella, sabiendo que su voz venía de allí. Entre más me acercaba, la luz se hacía más brillante. Rompí a través de la niebla y llegué a un pequeño claro. Una brillante bola flotaba en el centro del círculo de árboles rodeando el brillo. Di un cuidadoso paso hacia la fuente de la luz. La voz de Zack venía de ésta.
Confundida, escaneé rápidamente el claro en busca de Zack. Permanecía vacío, aparte de mí y la luz. ¿Por qué se escuchaba como él? El miedo empezó lentamente a filtrarse a través de mí. Zack no se encontraba aquí. Él nunca me atraería a un claro, de noche, en medio del bosque, sola. Alguien más lo haría. Alguien que quería que dejara mi cama y me alejara de la seguridad de mi casa. Un terreno conocido en donde Zack me protegía.
—Thump thump, thump, el ritmo de tu corazón se está acelerando ¿No es así Rachel Gardner?
Me giré al oír la voz, y vi a una chica a unos pocos metros de mí. Ella se encontraba en la esquina más alejada del claro, observándome con unos burlones ojos verdes. Su corto cabello rubio con puntas rosadas volaba a su alrededor, en la brisa nocturna, y sus labios rojos parecían brillar como brillantina a la luz de la luna. Retrocedí un paso, poniendo distancia entre nosotras.
—¿Quién eres? —pregunté, tratando de mantener el pánico fuera de mi voz.
Ella frunció sus labios y movió la cabeza de un lado a otro. Vestía con un uniforme de secretaria bastante corto y escotado, y traía una fusta en su mano enguantada de rojo que movía en un gesto casi juguetón. Había algo en ella que se veía muy peligroso. Y psicópata. La sensación era familiar. Era como el niño que había intentado matarme. Eddie.
—Hmmm ¿La pequeña señorita no es tan lista después de todo? ¡HA! Fuiste la única lo suficientemente estúpida como para meterse en este tipo de problemas.
Busqué frenéticamente alrededor de mí, tratando de pensar un modo de escapar.
—No entiendo de qué hablas —repliqué, esperando distraerla mientras trataba de pensar en cómo podría alejarme de ella.
Empezó a reírse a carcajadas. Estridentes, frías, histéricas. Me puse en alerta máxima de inmediato. Ella empezó a acercarse a mí. Riéndose maniáticamente aun.
—He sido enviada para corregir los errores, así como lo intentó Eddie y fracasó. La primera noche después de que Eddie dejó de existir, yo iba a ir por ti. Dios lo había destinado así —gruñó—. Pero él ya se hallaba allí. Yo ni siquiera te había matado aún y ya se encontraba allí. Protegiéndote. A una tonta humana. A la simple alma viviendo dentro de ti. Él la protege.
Empezó a pasearse de aquí para allá en frente de mí, como si fuera un gran gato rondando su presa. Retrocedí otro paso y se rió perversamente, como si mi intento de escapar fuera tan loco como ella.
—¿Hablas de Zack? —me aventuré a preguntar, siempre tratando de mantener mi distancia.
No surtió el efecto deseado. Escuchar su nombre, la hizo enloquecer.
—Es su ¡TRABAJO! —gritó histérica, frunciendo el ceño profundamente—. ¡Fui enviada para arreglar su error! Rompió una regla contigo. ¡No puede romper las reglas! Si no corrige este error pagará por ello. Debe ser corregido —empezó a sacudir su cabeza para atrás y hacia adelante, estudiándome como si fuera una especie desconocida.
Me di cuenta de que sus ojos ya no se veían lunáticos. Se veían más como los de un gato. Sus rasgos habían tomado una especie de brillo. Estaba claro que no era humana, ¿Otra alma? No. Era… algo más.
—¿Qué eres? —pregunté.
—¿De verdad quieres saberlo? —dijo sonriendo. Dejó de rondarme y miró hacia el claro como si estuviera esperando a alguien más. ¿Habían otros más como ella aquí?—. Supongo que es hora de que lo sepas. Eres como un atrasado libro de historia. Tick tock, tick tock, me estás haciendo desperdiciar mi valioso tiempo. Este no es mi trabajo. Es SUYO —siseó, observando el claro otra vez.
Me di cuenta de que esperaba a Zack. Siempre supe que él no era un alma cualquiera, eso era obvio, pero nunca quise indagar más profundamente en exactamente qué era. Hoy, viendo a esta cosa, esta chica lunática, analizando sus palabras y la implicación de lo que quería decir, la realización era cada vez más evidente.
Zack tampoco era un alma. Era más poderoso que eso. Más peligroso. En todo este tiempo juntos, yo solo lo había querido ver como un chico aunque era evidente que no lo era. Que quizá nunca fue humano. Y yo trate incluso de normalizarlo, de verlo simplemente como una constante en mi vida. Quería que fuera parte de ella permanentemente y vi lo que quise ver.
—¿Quién es Zack? —pregunté de vuelta.
Ella se rió ante la pregunta y enarcó una de sus cejas.
—¿Qué crees que es Isaac, Rachel Gardner? —se empezó a carcajear con su risa aguda y estridente.
La modificación a mi pregunta, solo hizo más evidente el hecho de que algo aquí estaba seriamente mal. Estoy en graves problemas.
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¿Qué creen que sea Zack? Fui dejando pistas, así que sólo es necesario leer con atención y lo descubrirán. Me encantaría leer sus opiniones acerca de este primer capitulo, y si les gustó. Es mi primera historia en este fandom y realmente tengo la incertidumbre si las personalidades originales de los personajes se lograron mantener aunque fuera un poco. Por otra parte, si alguien por aquí me lee desde el fandom de MLB, tranquilos, que muy pronto habrá nuevo capítulo.
Besos, Higushi.
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