Alegras las mañanas al atravesar las puertas hacia mí. Caminas despreocupada sin percatarte de aquellos que te admiran, y penetras en la sala como ya lo hiciste una vez en mi corazón, con la sombra de la elegancia guardando tu espalda. Quiero decírtelo, pero tengo miedo al qué dirán.
Sé que estás triste. Te busco donde sueles estar. No te encuentro pero no me rindo. En el último rincón te escondías, allí, bajo el viejo haya que tantas veces fue testigo de mi amor por ti.
El ocaso de cobre y canela baña las hebras de tu cabello castaño hasta teñirlas de oro líquido. Brillan tus ojos miel a causa de las lágrimas antes derramadas. El uniforme lo llevas suelto, descolocado, la corbata deshecha y la chaqueta a un lado.
Te veo como nunca antes lo había hecho, nunca habías sido tan descuidada. Te veo, frágil, sensible, pequeña… Pero adorable.
Me siento a tu lado y dejas que te abrace. No preciso saber del porqué de tu llanto. Ya conozco la respuesta y eso tú lo sabes.
No estés triste por cometer pequeños errores. Fue un pequeño error el que me llevó a tu lado.
Entonces me sonríes como sólo tú lo sabes hacer, con cariño y calidez. Y me miras, con esa mirada prístina en la que puedo leer, como sólo tú me sabes mirar.
Algo tósigo nació en mi cuerpo el día que cayó ese velo de mis ojos y te vi como eras. Ahora ese veneno acaba de matar definitivamente mi razón, tengo que confesártelo.
Una pequeña sombra tiñe tus ojos al escuchar tu nombre pronunciado tan seriamente. Sonrío levemente para evadir tu miedo. Y te lo cuento, me confieso ante ti con el corazón desnudo. Que te quiero, como nuca antes lo había hecho. Bajo la mirada esperando tu veredicto, pero este no llega. Busco tus ojos esperando tu rechazo, pero no lo encuentro. Has dibujado tu alegre y cálida sonrisa y tus ojos vuelven a brillar. Pero esta vez no es debido a las lágrimas, ahora parecen brillar de… ¿felicidad? Y lo siento. Por fin siento tus labios presionar los míos. Tus brazos sobre mí como cuando me consuelas. Sigues sin contestar nada, pero eso ya no me importa. Tus besos son suficiente respuesta.
La noche cubre con su manto ominoso la gran ciudad. La vela extinta envuelve en sombras nuestro dormitorio. Te observo. Los ruidos de fuera no perturban tu sueño. Duermes entre sábanas de seda, sábanas que la luna tiñe de plata. En cueros te encuentras. Mostrándote únicamente a la oscuridad, únicamente ante mí. Tu piel clara entre las mantas, tus rizos castaños sobre la almohada. Mi desnudez bajo la bata, semejante a la tuya propia, veneno eterno que refleja mis actos. Pero este veneno no mata, sólo incrementa mi adicción por ti, haciendo que mi locura sólo se compare a tus ojos.
Devuelvo mi mirada a la ventana. Observo una estrella fugaz atreverse a cortar el cielo nocturno. Me extraña el poder verla mas pido mi deseo. No te vayas nunca, amor mío. No desaparezcas de mi vida, pues sin ti a mi lado sería eterno mi ocaso.
