Hey! He vuelto lo sé no he terminado ninguna de mis historias y comienzo otra, pero hoy es una ocasión especial, redoble de tambores por favor *tan-tan-tan* hoy cumplo un año en fanfiction...
Tal vez no actualizo tan seguido como me gustaría pero ahora el colegio me satura, pero tratare de actualizar las historias, las terminare a como dé lugar de hecho hoy actualice todas mis historias, un momento especial, requiere un esfuerzo del mismo tamaño... Algunos no me conocen mucho, otros me conocen por sus historias en las cuales dejo review, pero ese es otro cuento.
Demasiado Bla...Bla... Esta historia es con los personajes PV o sea Félix, Bridgette...
Espero sea de su agrado ya que quería experimentar con estos personajes que la verdad me gustan mucho...
Sin más LUZ, CÁMARA Y ACCIÓN...
Capítulo 1.
La maldición.
Como todos los cuentos de hadas esta historia comienza con una formula sencilla: había una vez... Pero es aquí donde nuestra historia un cuento de hadas fuera de lo común, da un giro, porque no es sólo el cuento de una hermosa doncella y un apuesto príncipe... Aunque de hecho la doncella si es hermosa y en efecto el príncipe resulta encantador. Esta es la historia de una belleza mucho más profunda. Es la historia de dos personas unidas por circunstancias muy peculiares, dos personas que aprenden realmente a apreciar lo que importa solo después de comprenderse, después de que su leyenda —una leyenda tan vieja como el tiempo y tan fresca como una rosa— nace.
Entonces, nuestra historia empieza: había una vez, en lo más profundo de Francia...
El príncipe gruñó. Estaba frente a dos enormes puertas recubiertas de oro que permanecían cerradas. Podía oír la música y las risas del otro lado. La fiesta, su fiesta, ya había comenzado. Se escuchaba el tintineo del cristal mientras los invitados brindaban por la noche y se paseaban por el suntuoso salón de baile con los ojos cada vez más abiertos ante los cientos de objetos invaluables que decoraban las paredes. Hermosas vasijas, cuadros minuciosos de lugares lejanos, deliciosos tapices y platos de oro puro eran solo algunos de los muchos artículos, pero todos quedaban opacados en comparación con la belleza de los propios invitados. Porque el príncipe Félix no invitaba a cualquiera a sus fiestas, sino solo a quienes consideraba lo suficientemente hermosos para estar en su presencia. Así que los invitados que llegaban de todas partes, se exhibían tanto como los objetos inanimados del salón.
De pie ante las puertas cerradas, el príncipe apenas si notaba a loa sirvientes que se movían ajetreados a su alrededor para, nerviosos, darle los últimos toques a su disfraz. Su mayordomo se paseaba cerca, sujetando su reloj de bolsillo. El aburrido hombre odiaba la descarada falta de consideración que el príncipe tenia por el tiempo. Y, a su vez, el príncipe disfrutaba mucho desperdiciar el tiempo del mayordomo. Junto a su majestad estaba una criada con un pincel de plumas en la mano; cautelosamente, pintó una línea negra en el rostro del joven. La pintura se deslizó sobre la piel tersa y perfecta sin dificultad. Cuando termino, la criada alejó la mano y ladeó la cabeza para apreciar su trabajo.
Pintar la máscara había tomado horas, y se notaba. Era exquisita. El rostro del príncipe se había transformado en el de un exótico animal salvaje. No faltaba ningún detalle, ni siquiera los rasgos más sutiles de los bigotes felinos. Estos se elevaban desde la boca caída. Los pómulos de su Majestad, que de por si eran llamativos por su finura, habían sido convertidos en algo más suave, aunque más cruel al mismo tiempo. Su nariz, la cual en varias ocasiones había sido descrita como noble, ahora se parecía al hocico de un tigre. Solo los ojos azules-grisáceo del príncipe permanecían iguales. No obstante, estos ya parecían fríos y mordaces, como al animal que él deseaba representar.
Luego de hacerse a un lado, la criada espero que el jefe de sirvientes acomodara una larga capa con incrustaciones de joyas sobre los hombros del príncipe y la inspeccionara cuidadosamente para asegurarse de que ninguna joya estuviera fuera de su lugar. Satisfecho, el jefe de sirvientes hizo un gesto con la cabeza a la criada, quien procedió a polvear la peluca de su Majestad. Después, ambos realizaron una reverencia y esperaron, sin soltar el aliento, a que el príncipe hiciera algo.
Con una mano enguantada, el príncipe hizo un ligero movimiento arrogante. Al instante, un lacayo apareció.
—Más luz— ordeño el príncipe.
— Sí, su Majestad— dijo el lacayo, dándose la vuelta para tomar un candelabro que descansaba ahí cerca. Lo levantó, haciendo que iluminara el rostro del príncipe.
Su Majestad agarró un pequeño espejo. Era plateado y tenia florituras sobre la parte trasera y en el delicado mango. Entre las grandes manos, el espejo se veía diminuto e increíblemente frágil. Alzándolo para poder mirar su rostro, el príncipe se acicaló. Volteó hacia la izquierda, luego a la derecha y enseguida a la izquierda de nuevo, antes de mirar de frente su reflejo. Asintió una vez y luego como si se tratara de tan solo un trapo, el príncipe soltó el espejo.
La criada, quien casi se había desmayado de alivio al ver el gesto aprobatorio de su Majestad, soltó un grito ahogado cuando el espejo comenzó a caer. Sin siquiera tomarse la molestia de voltear al escuchar ese ruido, el príncipe ordeno que el mayordomo abriera las puertas del salón de baile. Mientras su majestad entraba, un lacayo se lanzó hacia delante y atrapo el espejo antes de que golpeara el suelo. Los sirvientes dejaron escapar un suspiro unánime a la vez que las puertas se cerraban detrás del príncipe; durante las siguientes horas podrían relajarse, lejos de la presencia de su cruel, mimado y desagradable amo.
Sin percatarse de los pensamientos de sus sirvientes o tal vez consciente de ellos, pero sin darles importancia, el príncipe se abrió paso a través del salón del baile. Era como cruzar un mar blanco; así lo habían indicado las invitaciones. Muchos de los invitados se distinguían solo por sus máscaras. Resultaba encantador. La boca de su majestad, sin embargo seguía caída, y su expresión solemne no indicaba ningún indicio de placer por contemplar tal belleza en su castillo. Nunca permitía que otros vieran si sentía alegría o dolor, lo cual le daba un cierto aire de misterio que el disfrutaba de sobremanera. Mientras caminaba, escuchó los susurros de las jóvenes, que se preguntaban emocionadas si esta sería la noche en que eligiera a una de ellas para bailar. Una sonrisa engreída quiso torcer los labios del príncipe, pero él la reprimió y siguió su camino.
Abriéndose paso entre un círculo de doncellas elegibles y sus chaperones, el príncipe llegó a su trono. Estaba elevado sobre el resto del salón, lo que le proporcionaba el mejor lugar para contemplar la fiesta. Como el resto del recinto, el trono era de diseño decadentista. Un enorme y majestuoso escudo de armas coronaba el asiento, dejando claro, por si no lo era ya, a quien pertenecía. De pie junto a este, su majestad giró y clavó la mirada en el salón de baile. Sus ojos se encontraron con los de un hombre pequeño, quien le respondió con una sonrisa, dejando ver unos horribles dientes podridos. El príncipe hizo una mueca pero asintió. El hombre era, después de todo, el principal músico italiano. Él y su esposa, la redonda diva operística que estaba a su lado, eran conocidos en todo el mundo por su sonido. Eran, para ponerlo más claro, los mejores. Por eso, el príncipe había considerado necesario tenerlos en su baile.
Tras la señal de su majestad, el maestro empezó a tocar y la diva a cantar, llenando con su voz el salón de baile. El príncipe caminó con decisión hacia la pista y comenzó a bailar. Sus movimientos eran suaves y expertos, pulidos por años de entrenamiento.
Alrededor, las damas se movían en sentido opuesto; su baile era igual de experto y suave, aunque de alguna manera quedaban opacadas frente al príncipe.
La presencia de su majestad era mucho más imponente que el salón; su apariencia, más bella; su frialdad, mas estremecedora que el viento y la lluvia que gritaban en el exterior.
La voz de la diva había alcanzado una nota casi dolorosa cuando, de repente, por encima de la música y el viento, el príncipe escuchó el inconfundible sonido de alguien tocando la puerta que conducía a loa jardines. Su majestad levanto la mano, entonces la música se detuvo de manera abrupta.
El toquido se escuchó de nuevo. Durante un momento, nadie se movió. Luego, todas las ventanas se abrieron de golpe, seguidas por la puerta. La lluvia comenzó a precipitarse hacia el salón, y un viento feroz hizo que los arbotantes ubicados sobre las paredes se estremecieran y apagaran. El salón de baile quedó casi sumido en la oscuridad. Su majestad escucho que los invitados comenzaron a balbucear, nerviosos. Bajo la única luz que quedaba, la del candelabro, el príncipe observo con una mezcla de furia y curiosidad cómo una figura encapuchada entraba por la puerta abierta. El desconocido estaba encorvado y sujetaba un bastón nudoso con su mano temblorosa; salía del frío, internándose en la calidez del recinto. Cuando la puerta se cerró, la figura encapuchada suspiró con fuerza, claramente contenta de estar en un lugar que parecía seguro y acogedor.
No podría haber estado más equivocada.
Después de su conmoción inicial comenzó a desvanecerse, el príncipe sintió que la ira se acumulaba en su interior. Tras tomar la candela de una mesa cercana, caminó con violencia entre la multitud, quitando a la gente de su camino a empujones. Al llegar a la puerta, su rostro estaba rojo, pese a las capas de pintura facial. Entonces, se dio cuenta de que el huésped indeseado era una vieja pordiosera. Debido a lo encorvada que estaba, el príncipe sobresalía muy por encima de ella.
¿qué se supone que es esto? — preguntó gruñendo.
La vieja levanto la mirada hacia él con los ojos llenos de esperanza. Presentándole una rosa roja, habló con un susurro apenas audible.
— busco refugio de la implacable tormenta de afuera.
Como a propósito, el viento rugió con toda su intensidad, gimiendo cual bestia cabreada.
Su majestad seguía sin conmoverse.
No le importo si la mujer tenía frío o si estaba mojada. Se veía demacrada y vieja; parecía una vagabunda. Pero lo peor era que estaba arruinando su baile. Otra ola de furia incandescente lo consumió al ver esa fealdad en medio de toda belleza que él había construido cuidadosa y meticulosamente.
¡Largo!— dijo con desprecio, y la empujó con una mano—. Vete ahora mismo. Este lugar no te corresponde— El príncipe señalo alrededor, al salón y los invitados vestidos con elegancia.
—Por favor...— suplicó la vieja pordiosera—. Solo estoy pidiendo refugio por una noche. Ni siquiera me quedare en el salón.
El ceño de su majestad se hundió más.
¿Que no te das cuenta, vieja? Este es un lugar de belleza—insistió con voz helada—. Eres demasiado fea para mi castillo. Para mi mundo. Para mí. — la mujer pareció encogerse mientras las palabras del príncipe la golpeaban, y por un momento el se pregunto to si había ido demasiado lejos. Pero el momento fue fugaz. Con una señal al mayordomo y al jefe se sirvientes, ordenó que escoltaran a la vieja hacia el exterior.
— No deberías dejarte engañar por las apariencias, Félix- repuso la mujer, mientras los sirvientes se acercaban—. La belleza esta en el interior...
El príncipe lanzó la cabeza hacia atrás y río con crueldad.
—Di lo que querías, bruja, pero todos sabemos reconocer la belleza... Y en ti no la hay. ¡Ahora vete!
Dando la espalda, su majestad comenzaba a retirarse. Pero el grito ahogado de sus invitados lo hizo detenerse. Al voltear sobre su hombro, los ojos se le llenaron de sorpresa. Algo le estaba pasando a la vieja. Formando una especie de capullo. Su sucia capa y su capucha parecieron engullirla hasta que desapareció por completo. Súbitamente, un destello de luz hizo erupción, cegando al príncipe.
Cuando recobró la vista, la vieja pordiosera ya no estaba. En su lugar, se encontraba la mujer más hermosa que su majestad hubiera contemplado. De inmediato, entendió exactamente lo que era, pues había leído sobre tales cosas. Era una hechicera: una mujer mágica que lo había puesto una prueba.
Y él había fallado.
Tras tirarse sobre sus rodillas, el príncipe levantó los brazos.
— por favor...— dijo ahora él suplicando—. Lo siento, hechicera. Es usted bienvenida en mi castillo tanto tiempo como le plazca.
La hechicera negó con la cabeza. Ya había visto suficiente para saber que esta era una disculpa vacía. Su majestad no albergaba bondad ni amor en su corazón. Con un crujido del bastón, que ahora parecía una varita, la magia envolvió al príncipe.
La transformación comenzó al instante. El príncipe se retorció de dolor; gemía mientras su cuerpo comenzaba a crecer. Su espalda se arqueó. Su joyería se desprendió. Su ropa se rasgo. Los invitados alrededor gritaron ante tal visión del anfitrión y escaparon. El príncipe estiro un brazo tratando de agarrar la mano de un hombre que estaba cerca, pero descubrió con terror que su propia mano parecía la de un monstruo. El hombre se alejó de un salto y corrió lejos, con los demás.
En medio de todo, la hechicera observaba con calma cómo su castigo hacia efecto. Al poco tiempo, el salón del baile quedó vacío, excepto por el personal, los animadores y un perro solitario que pertenecía a la diva de ópera. Frente a los ojos impactados, la transformación del príncipe finalizó. Donde antes se había elevado un hombre guapo, ahora agazapaba una bestia espantosa. Pero él no era el único que se había transformado; el resto del castillo y sus habitantes ya no se veían igual. Ellos también habían cambiado...
Los días se convirtieron en años, y el príncipe y sus sirvientes fueron olvidados por el mundo, hasta que finalmente el castillo encantado quedo aislado y atrapado en un invierno perpetuo. En la mente de la gente que los quería, la hechicera borró todo recuerdo del castillo y de quienes habitaban en él.
Sin embargo, quedó una última esperanza: la rosa que la hechicera había ofrecido al príncipe era, en realidad, una rosa encantada. Si el príncipe lograba aprender a amar a alguien más y se ganaba el amor de esa persona antes de que el último pétalo cayera, el hechizo se rompería. Si no, estaría condenado a ser una bestia para siempre.
Y que tal les ha gustado el comienzo de la historia, espero que si, además que es una adaptación del libro de la bella y la bestia. ¿Algún review? Todos sus comentarios son aceptados. Nos vemos en el próximo capítulo. Saludos y abrazos queridos lectores.
Bicho fuera.
