Prólogo: "Mudanza"

-Hey, Allen… - Zamarreó suavemente al muchacho que yacía sobre la improvisada cama de paja. – Será mejor que despiertes, o el idiota de Lavi te aventará unos tomates otra vez. Si ya sabes lo bruto que es…

-Por favor, sólo unos minutitos más. – Se removió un poco antes de agregar temeroso. – Y no llames al abuelo Zhu.

No hay quien se la pueda con él, pensó la muchacha de cabellos castaños abandonando la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

1

Mon chéri! –Gritó un hombre de ya avanzada edad haciendo presencia en el pequeño y polvoriento cuarto.

-¡Viejito, tanto tiempo! –Repitiendo la acción, Mary irrumpe en el lugar y corre donde el anciano a toda la velocidad que su pierna ortopédica le permitiese para abrazarlo, gesto que es respondido por una cálida sonrisa del mayor.

Se quedaron sentados en el mullido sillón, conversando ininterrumpidamente a pesar de los constantes gritos que se escuchaban del piso superior.

2

En el segundo nivel de –algo que definitivamente decae varias categorías de lo que puede ser catalogado como- un hostal, dos personas tenían una amena charla sobre "La importancia de madrugar".

-Entonces… - Comenzó impertérrito, dirigiéndose a paso elegante hacia la puerta.- ¿¡Te dignarías a levantar de una puñetera vez! ¡Joder, que ya es medio día, imbécil!

-"El que madruga Dios lo ayuda"… Si, claro… Maldito... Enseguida, Danuve. – Luego, la puerta se cerró.

Y es así, como Allen Walker vuelve a perder otra batalla con el siempre puntual dueño del -como el llama- Cirque Assommant.

3

-Vaya… ¿Estás seguro? – Murmuró un aturdido Dean, joven moreno de hermosos ojos verdes.

Allí estaban reunidos, todos los integrantes del Cirque Noir –o como Allen se esfuerza en llamar, Cirque Assommant-, en un bar de primera clase ubicado en la calle principal. Se titulaba "Blanche" e, irónicamente era de murallas negras y lúgubres muebles que le daban un ambiente sombrío, que contrastaba sin medida con la exuberante alegría de los mozos que entregaban sonrisas por cada esquina, quintando suspiros a jóvenes doncellas que no hacían más que reír de manera sosa.

En el centro de todo ese remolino de elegancia y voces apacibles, en una gran mesa redonda es donde se hallaban, entre botellas y carcajadas, nuestros protagonistas.

-Por supuesto, queridos. – Se alzó la voz de Vitto Walter, un hombre de ya avanzada edad, dueño de un sin número de propiedad en todo el territorio de Francia y un gran influente en la burguesía humana.- Por eso, propongo un brindis, por la vida que nos espera en la mansión Walter, que ahora se llamará Le Blanche et Noir, así que, ¡salud!

-¡Salud!

4

All my favorite friends

Vanish in the air.

Era una habitación oscura, siempre pensó que debía solucionar eso. Pero ahora, simplemente no podía. Allí, sentado sobre el sofá, frente a la chimenea con su fuego flameante, Walter meditaba. Ese rojo violente le traía tantos recuerdos.

Memorias, pensó. Aquello que esa horrible enfermedad le iba quitando poco a poco, pero certeramente.

Ya no recordaba el nombre de sus hijos, y estos seguramente lo olvidaron a él también. Lo mismo con su esposa, a la que sólo recordaba por fotografías, en las que se veía tan hermosa, con su cabello rubio y sus ojos rojizos, pero no como sangre, si no como la sangre, si no más bien como….un par de rubíes que brillan infantilmente en su opaca intensidad.

Pero esos tiempos quedaron atrás y su único recuerdo permanente era la importancia de esa chimenea, junto a llama ardiente.

El alzhéimer era algo espantoso, ¿no? Haciéndose perder a tus seres queridos, sin darte cuenta siquiera. La enfermedad no te permitía estar vivo, ya que, ¿cómo vivir sin memorias? ¿Sin alguien a quien amar? ¿Sin poder, como mucho, mantener una conversación fluida con un solo e insignificante minuto? El siempre fue un hombre del presente –o eso creía- y muchas veces le dijeron que sus actos irresponsables sin conciencia del futuro le jugarían una mala pasada. Pero nunca pensó que el destino se tomara su estilo de vida de forma tan literal.

Es cierto que Walter estaba en las primeras etapas de su padecimiento, y le tranquilizaba poder recordar su propia esencia y a su –como el llamaba- "gente del presente", pero le asustaba la idea de llegar a olvidarlos también. Le asustaba el no poder valerse por si mismo.

Le atemorizaba el mañana sin ayer.

5

-¡Wow, es gigantesco! – Gritaba un joven colorín observando atónito la mansión que se desplegaba ante su mirada. En eso, la imponente y etrusca puerta de caoba se abre y del interior de la estructura sale un caballero de melena negra hasta los hombros, vestido exquisitamente con su uniforme y lirios rojos en su mano derecha.

-Joven Lowe, no haga tanto escándalo, por favor. – Habló serenamente acercándose al grupo que se desplegaba en el jardín. – Ms. Eve, el Señor le manda esto.

Una niña morena de ojos risueños se acercó al mayordomo ofreciéndole una gran sonrisa cuando este le entregó el ramo. La chiquilla quedó fascinada ante el envolvente aroma que desprendían las flores. Halagada, intentó concretar alguna palabra de agradecimiento, algo que de ante mano sabía sería un fracaso. Así que se limitó a observan al hombre insistentemente, hasta que éste comprendió su mensaje.

-No se preocupe, estoy al tanto de su condición. – Pronunció entregándole una mirada conciliadora, que lejos estuvo de lograr su cometido. Después de ese vano intercambio de miradas, el mozo les adentró en el hogar.

Su "condición". Sonaba hasta gracioso si lo ponía así. A pesar de que todos los presentes –exceptuando al trabajador de la mansión-, poseían algo que los hacía "diferentes" al resto de la gente, pero a ninguno le importaba realmente, ellos habían aprendido a manejar cada situación de diversas formas. Por supuesto, lo único que querían era sentirse bien con ellos mismos.

Eve, por ejemplo. Tenía cinco años cuando se dio cuenta de la gran ventaja de ser muda.

-Buenos días, Charlotte.- Una mujer de cabello exageradamente largo entró a la casa, dando sus saludos con un tono burlón en su voz.- Necesito hablar con tu esposo.

-Elizabeth… ¡Tu no tienes nada que hacer aquí!- Su figura deteriorada apareció desde la cocina en cólera intolerable.- ¡Fuera de mi casa, te quiero fuera! –Gritó aterrada. En ese momento, la puerta se abrió.- Querido…

-Char, ¿porqué tanto es...?- La oración se vio cortada drásticamente cuando el hombre divisó a la intrusa y sus acompañantes. Su boca se abrió para dejar salir palabras de súplica, pero lo único que brotó fueron quejidos y sonidos indescifrables.

-¡Edward, ya era hora!-Dijo mientras se echaba en uno de los mullidos sillones. Les dirigió una mirada a un gesto a los individuos que trajo consigo, cada uno capaz de asesinar a un clan completo sin inmutarse.

Los cinco se miraron entre sí, tres de ellos se dirigieron a Edward y el resto sostuvo a su mujer que no dejaba de gritar, rogando por que algún vecino pudiese escucharla y venir a socorrerla.

Pero nadie llegaba.

El pasmado hombre –quien no ponía fuerza alguna- cayó estrepitosamente sobre una silla al ser empujado con severidad. Posteriormente, lo amarraron a esta con unas finas telas de seda negra que relucían sombríamente con la escaza luminiscencia de la aposento.

La mujer de larga y abundante cabellera, se arrimó a él a paso mundano, algo burlón, pronunciando:

-Buenas noches, Edward. ¿Cómo haz estado? He de suponer, excelente. con todo el dinero que te pagué por tu silencio.

-Ed… -Musitó su mujer, turbada.- ¿De que habla esa ramera? ¿Qué dinero?

-Charlotte…

-¡No le has dicho a la pobre Charlotte! – Vociferó la de alcurnia, riendo en suaves carcajadas, para luego cambiar su expresión súbitamente, siseando. – Dile.

El temor y el arrepentimiento bailaban triunfantes en los ojos del hombre, sin atreverse a mirar a nadie, imposibilitado de soltar palabra alguno por pura vergüenza. Charlotte le seguía viendo, como si eso pudiese aclarar sus interrogantes.

Finalmente Elizabeth habló:

-Oh, bien, bien. Si no hablas tú, habló yo. – Dijo sentándose otra vez en el arruinado sillón y mirando a la confundida esposa. – Mi adorada niña, tu queridísimo esposo descubrió algo sobre mí que no quiero que nadie se entere. Así que le pagué para que no hablara. – Hizo un leve quiebre, como meditando algo con incomodidad. – Por supuesto, fui una tonta, hubiera sido mucho más fácil simplemente matarlo, pero… - Rió. – Supongo que mi bondad me impidió hacer eso.

La aristócrata realizó un seña a sus hombres, que al instante soltaros a Edward. Vertiginosa y silenciosamente, Elizabeth se acercó al hombre, tomando su tembloroso rostro entre sus gráciles manos, susurrando a su oído.

-Pero ya no hay más de eso. – Sentenció girando bruscamente la cabeza del ambicioso, rompiéndole el cuello. El alarido de la esposa irrumpió en los oídos de la mujer, que no meditó para repetir el mismo proceso con ella.

Tras la puerta de la habitación se encontraba una pequeña niña de piel tostada, de no más de cuatro años, que miraba espantada la escena. Intentó gritar, pedir ayuda, lo que sea, pero no pudo. Sabía que sus esfuerzos eran inútiles, su voz no salía. Nunca lo había hecho.

Un milagro no la haría hablar, no en ese momento.

Desde entonces no le tenía cariño a las palabras, al menos no a las que salieran de sus finos labios. ¿De qué le servían, si la gente estaba cada vez más sorda?

6

-¡Maldición! – Gritó una joven castaña saliendo de una de las lóbregas alcobas del palacio. - ¡Lenalee!

-Diga señorita Constanza. – De algún desconocido rincón apareció la aludida, luciendo su hermoso cabello negro en melena.

-¿Dónde se metió el estúpido de Kanda? ¡Debería estar preparándose para la fiesta, ese bastardo!

-El joven mencionó que iría de paseo un momento, no especificó el lugar. – Habló parsimoniosamente, sin verse afectada por la iracunda mujer.

-Ese imbécil de mi hermano – Siseó entre dientes para sí misma, con rabia creciente. - ¿Y Natalie? – Preguntó deseando profundamente recibir buenas noticias esta vez, si no, juraba que mataría al primer pobre desdichado que se le atravesara.

-Marie ya se encargó de…

Y como si de un llamado se tratase, una chica de cabello negro amarrado en coletas apareció corriendo por el pasillo y se abalanzó sobre la castaña en un abrazo que logró desequilibrar a la mayor.

-¡Hola! – Gritó emocionada. - ¿Hablaban de mi?

Hubo un prologando silencio, en el cual la joven princesa no dejaba de sonreír un momento con la alegría y entusiasmo que le caracterizaba. Por otro lado, su hermana, sumergida en el mutismo, se limitaba a temblar de rabia. La paciencia no era lo suyo.

-¿Podrías… con un demonio…. ¡salir de encima! – EL alarido retumbó en todo el castillo, nadie dudó sobre su autora, así que prefirieron no exaltarse y siguieron con sus labores.

-Pero nee-chan…

-No me llames así, sabes que daría mi vida eterna para que no lo fueras. – Soltó como hielo poniéndose de pie.- Hasta Kanda es soportable. Aun que siga siendo un inmaduro irresponsable. Ahora, si ya estás lista, ayúdame a encontrar a ese imbécil.

-Está bien… - Murmuró con desgano y siguió a la mayor a un paso lento y cansino.

Lenalee siguió al margen. Estaba acostumbrada a la indiferencia por parte de la castaña, esto de ser guardias reales no era para ganarse el afecto de los príncipes. Aun que claro, Marie, Laura y ella misma si habían formado un lazo especial con los príncipes, por más que estos lo negaran.

Pero no podía llamarse amistad. Eso jamás.

7

En uno de los barrios más pobres de la ciudad, en una taberna putrefacta llena de bandidos, asesinos, estafadores e incluso piratas, un hombre de larga cabellera negra, finos ropajes del mismo color y rasgos orientales, se adentraba a paso firme, calmado y elegante.

La presencia del aristócrata causó conmoción, logrando inmediatamente un silencio sepulcral que era únicamente interrumpido por los jadeos y quejidos de una pobre alma que había estado siendo golpeada repetitivamente por otros.

Se acercó certeramente al único sujeto que no se molestaba en detener su rutina para mirarlo, un pelirrojo de abundante melena sentado en el bar a varios taburetes de distancia de otros clientes, y rodeado de un par de docenas de botellas de licor vacías y unos cuantos paquetes de habanos.

-Cross Marian. – Pronunció altanero, consiguiendo que el inmutable hombre se volteara cansinamente con una expresión de hastío y molestia en el masculino rostro medio cubierto por una blanquecina máscara.

Se levantó de su asiento retadoramente, encarándolo perfectamente erguido a una escaza distancia. Al parecer, tal cantidad de alcohol no había logrado alterarlo.

-Su majestad… - Pronunció con sorna.-… Yuu Kanda. – Escupió finalmente, llenando con hedor a licor las cavidades nasales del japonés, quien lo observó repugnado, pero sin alterar de ninguna manera su altiva mascarada.

-He venido a hablar… de negocios. – Articuló perfectamente conteniendo su respiración.

-¿Sobre Allen?

-Por supuesto.

Se oyó un suspiro mientras volvía a su taburete y el asiático se ubicaba a un lado de él. El momentáneo silenció motivó a los presentes a desviar su atención y retomar sus actividades y conversaciones. Pronto la música del viejo y gastado piano resonó nuevamente en desafinadas notas de lamento que nadie intentaba detener, y el molesto bullicio de la palabrería invadía la taberna. Por supuesto, ninguna dejó de mirar de vez en vez a sus lugares en la barra. Solo por si acaso.

-Allen cumplirá quince la próxima semana, es allí cuando te lo llevarás. No tienes que desesperarte tanto y venir aquí a cada rato, sabes. – Bebió un sorbo del amargo vino barato en su copa, para luego juguetear con ella, girándola sobre su mano, observando entretenido las venas que formaba en la cristalina estructura. – Él no sabe nada aún, piensa que el jueves será simplemente otro estúpido cumpleaños como los otros que ha tenido, ninguna puta novedad.

-Bien, me conviene que no sepa nada. – Le pidió una copa de Merlot al barman, quien se la entregó con las manos temblorosas y sin mirarle al rostro. Aún así, soltó un pequeño gritillo al sentir la mirada del vampiro sobre él.

-Contrólate, este no es un buen lugar para buscar alimento. – Susurró su acompañante, divertido por su expresión, pero sin dejar de lado el breve silencio que causó el japonés, y las no tan indiscretas miradas clavadas en ellos.

El otro simplemente le ignoró, bebiendo un poco del líquido con fastidio, y haciendo mohines ante el asqueroso sabor inundando sus paladares. Sabía perfectamente eso, no hacía falta que un tipejo como él se lo recordara o le diera órdenes, pero había captado el ambiente a su alrededor y no era prudente armar una pelea. No por que fuera peligroso, podía acabar con esos bastardos de un solo suspiro. Simplemente no quería que alguien fuera de bocón con las organizaciones mafiosas de los humanos. Tenían contactos con esa estúpida organización caza vampiros, Black Order, y no quería más problemas con esos tipos. Mierda, si su hermana supiera en lo que se mete.

Un silencio incómodo irrumpió la atmósfera entre los dos, mientras sus copas lentamente comenzaron a vaciarse. Tras unos momentos, fue Kanda quien finalmente susurró.

-Deseo verlo… - Volvió a llenar el vidrio, mirando pacientemente las ondulaciones del líquido en movimiento, sus ojos pasando a un negro oscuro cual noche sin luna. – Debe ir.- Ordenó.

-¿Para qué, para que lo maten antes que sea tuyo? – Se mofó, cerrando su ojo.

-Cierra el puto hocico. –Soltó lanzándole una mirada gélida cargada de recelo, una clara advertencia para que dejara de bromear con temas tan importantes para él. O no, importantes no. Tampoco es que se preocupara por ese mocoso. Mierda. – Si no van me encargaré personalmente de que no vuelvas a revolcarte con esas putas que tanto te gustan.

-Vale, vale, me ha quedado bastante claro, señorito. – Rió.

-Como sea…- Suspiró vencido, no había forma de controlar a ese hombre, a menos que seas una mujer bellísima con una buena delantera.- Los quiero allá, sin excusas.

Kanda vertió otro poco de vino y le bebió de un sorbo, contrayendo su rostro con asco. Luego se levantó y salió de ese antro de mala muerte, sin recaer en las miradas entre curiosas y molestas de los presentes.

Debía volver al palacio, recibiría un buen regaño de Constanza. Joder, que él era el hermano mayor.

8

-¡Estúpido aprendiz, ve acá! – Gritó el colorín entrando de golpe a la mansión. Fue un cambio muy brusco, pasar de vivir en un hostal cuyas paredes se rompían si te apoyabas en ellas, a una majestuosa mansión, demasiado grande, demasiado decorada y demasiado iluminada. No se acostumbraba, y dudaba hacerlo alguna vez. Prefería su antiguo hogar, le sentaba más a su estilo de vida. Y quedaba más cerca del bar, mierda, que era lo mejor.

En el piso de arriba se escuchó un adormilado 'Ya voy' y un golpe seco, como si algo pesado cayera al suelo. A esto le siguieron unos cuantos quejidos y unos pasos apresurados acercándose cada vez más. Así fue como apareció Allen a un costado del pasillo mientras caminaba a la hermosa escalera imperial al lado derecho del salón principal.

-¿Sí?- Preguntó un poco agitado. La próxima semana cumplía quince y el aún lo veía como un niñito. Estúpido Mana, esto fue tu culpa... No, perdóname.

-Dile a los demás que se vistan y arreglen con lo mejor que tengas, vamos a ir a esa estúpida fiesta de presentación en el castillo.- Sentenció el enmascarado.

-¿Qué…? Pe-pero si eso es sólo para nobles.- Dijo un poco temeroso. Luego como si recordara algo importante, completó.- ¡Para vampiros nobles, más bien!

-Si, pero a ese imbécil príncipe le gusta ponernos en peligro…- Susurró casi inaudiblemente para sí, pero Allen lo escuchó. Cross comenzó a caminar rumbo a su habitación, mientras el menor lo seguía a un distancia segura.- No me contradigas y haz lo que digo.

-¿Príncipe…?- llegando a la puerta de la alcoba, su dueño la abrió.- ¿Cómo conoces al príncipe?

-¿Qué haces aquí? Apúrate y ve a avisarles.- Ordenó en un intento de evadir la pregunta.

Resignado, Allen asintió. Si su maestro no quería responderle, no le diría por nada...

Dentro del cuarto, el mayor suspiró cansado. Ese pendejo era muy perspicaz y su audición estaba en perfecto estado, debía tener cuidado ahora que las piezas había empezado a moverse en este tablero, después de diez años en espera.

-Ya pronto todo se sabrá, Allen. Ten paciencia.

9

-Veamos, Mabel, ¿estás lista?- Preguntó entrando en la habitación de la chica.- Ah, te ves hermosa mi niña.

-Eh, gracias Komui-san…

Le respondió una morena con el pelo recogido y ataviada en un vestido rojo de talle en la cintura alta. Ella se acercó al espejo, contemplándose con un deje de desconcierto.

-¿Qué pasa?- La cuestionó el chino mirándola con preocupación. No podía evitarlo, la quería como a una hermana.

Una hermana. Lenalee-chan…

Es sólo que siento como que no fuera yo. Estoy acostumbrada al uniforme de la Orden, es todo.

-Oh, pero claro que eres tú, linda como siempre.- Le sonrió amablemente, y la chica se lo agradeció con la mirada.- aun que, falta algo.- Sacó de su bolsillo un cadena de oro blanco con un dije de la inicial del su nombre. Le hizo una seña para que se diera vuelta y se lo colocó con delicadez en el cuello. – Listo.

-Es muy linda, gracias. – Dijo observando a través del espejo la extraña manera en que se entrelazaban los eslabones de la cadena, como enredaderas, y en cada unión una pequeñísima flor de cerezo.- Estoy lista, aun que me va a costar pelear con estos tacones.

-Oh, pero te los puedes sacar en ese momento. Lo más importante es: ¿tienes clara tu misión?

-Por supuesto. Matar a la menor de los hermanos Kanda, la princesa Natalia.

10

-¡Apúrense, ya llegaron los carruajes! – Gritó el Señor Vitto desde la entrada de la mansión.

-¿¡Carruajes! – Apareció Lowe impactado mientras se arreglaba su corbata de lazo.

-Por supuesto, Cross y Allen ya están subiéndose, no se queden atrás y apresúrense.

Luego de un par de minutos todos estaban en la recepción. Entonces el anciano Vichy se acercó a la puerta de entrada y pronunció:

-Bien, cuando diga sus nombre entrarán al carruaje, no quiero que nadie se pierda.- Sacó de su bolsillo un inmaculado papel mientras se colocaba sus lentes.

El primero en ser nombrado fue el jefe y dueño del circo, Danuve Black. Llevaba un simple pero elegante traje negro con una nueva camisa de satín azul perla con los primeros botones abiertos. Nunca dejaba su informalidad.

Le siguió Mary, la joven bailarina con una pierna, que profesaba un gran amor platónico por el anterior hombre. Adolescencia.

Luego fue Dean, un joven moreno de cabellos medianamente largos. Abandonado de nacimiento, se convirtió en el payaso del circo.

Fue seguido por Lowe, su compañero, el bufón que no sabía cuando dejar de trabajar. Había llegado hace unos meses y nadie sabía nada de él. Pero a ninguno le importaba realmente el pasado, se conformaban con su simpatía.

La siguiente fue Gladys, de edad avanzada, apariencia tosca, pero blanda como un pastel. Era la costurera, creadora de un sinfín de maravillosos trajes. Ocupó un lugar importante en la vida de cada uno muy rápido. El espíritu materno que anhelaban.

Con ella salieron Eve y Mail, los dos más pequeños, trapecistas. Ya narramos la trágica historia de la niña. De él, no hay mucho que decir.

Quedando atrás salieron Edith y Aphesia, la cuentacuentos y la bailarina. Junto a ellas, Lavi, el tercer payaso y mejor amigo de Allen.

Cuando ya todos hubieran entrado a sus respectivos carruajes, con especial vigilancia de Vichy, partieron rumbo al abrumador palacio.

11

En medio del arboleado camino, las ruedas crujían con las piedras en el camino y, con la luz lunar que se filtraba, relucía aterrador el emblema de la familia Vahn sobre el vehículo. Dentro, Mabel Lowliet y otros cinco buscadores miraban –unos nerviosos y otra aburrida-, la gigantesca estructura gótica alzándose indefinidamente sobre el suelo.

-Esta será tu última noche, Natalie Kanda.- Pronunció en un susurro la mujer, colocándose una peluca rubia y depositando un su lengua una rojiza pastilla.