Todo había terminado hace dos semanas y cuatro días. Siempre que lo recordaba se ponía a pensar que parecía un sueño. Aun no se explicaba cómo era posible que en ese día tan perfecto se hubiera dado la tragedia más inesperada.

Era un día cálido de otoño, el veintitrés de octubre, cerca de las cuatro de la tarde. El cielo se encontraba completamente despejado. El sol estaba en su máximo esplendor. Debían de haber unos treinta y dos grados de temperatura al menos.

Todo se encontraba tranquilo…muy tranquilo.

Quizá era la premisa de lo que acontecería en un futuro próximo.

Ya saben…la calma antes de la tormenta.

Pudiera haber sido un día como cualquier otro.

Si no fuera porque Loki se encontraba arrastrando una maleta dentro de…

¿Un camión de mudanza?

Recién habían regresado del viaje que su padre -Odín King- había planeado para hacerlos pasar un poco más de tiempo como familia en Australia. Ni bien entraron a la casa se enteraron de todos los eventos que sucedieron durante su ausencia -gracias a Sif-.

Entre ellos que los padres de Loki finalmente habían decidido separarse. Pero esa no fue la razón por la que Thor salió corriendo de su casa con destino a la casa de los Løkken.

Su corazón se acelero a mil por hora al oír el susurro que mencionaba algo de una mudanza…y antes de que Sif terminara de explicarles la situación; Thor ya estaba corriendo con dirección a casa de su mejor amigo, su hermano…Loki.

Corrió lo más rápido que sus piernas le permitían sin caerse; ayudado por un repentino golpe de adrenalina, hasta llegar al fondo de la cuadra. A esa casa de colores azul y negros con la que se había familiarizado a lo largo de 9 años de amistad con Loki.