Muchos años después todavía recordaba aquel día, y estaba seguro, de que todos los allí presentes serían incapaces de olvidarlos en mucho tiempo.
Ese día, empezó la perdición para muchos, para otros, llegó la gloria.
Aún en ese maldito sitio donde se encontraba, era capaz de rememorar la escena con todo lujo de detalle como, seguramente, harían sus compañeros.
1 de Septiembre de 1977
El gran Salón estaba expectante y en silencio, cosa extraña.
Nada más terminar la selección con el sombrero, cuando ya todos estaban dispuestos a empezar a comer, la puerta de entraba se había abierto descaradamente, llenando la sala con un aire frío y húmedo, de la lluvia exterior, a la vez que un suave aroma a jazmín.
Y, en el centro, entre los relámpagos de la tormenta, una alta y delgada figura esperaba en pie, con toda una abismal oscuridad, apenas iluminaba por los rayos eléctricos, a contraluz, espeluznante.
El director se levantó, y los que hasta entonces habían estado mirando esa figura extraña, se voltearon hacia el viejo hombre, que sonreía complacido.
La figura empezó a andar, cubierta con una larga y mojada túnica negra, pegada a su cuerpo y chorreante de agua helada, al son de los golpecitos de unos zapatos. Todas las miradas volvían a estar fijas en esa figura de nuevo y, ya más de cerca, pudieron reconocer la esbelta figura de una muchacha.
Ella se dirigió hacia la mesa de los profesores, hasta quedar delante del director, allí se sacó la capucha.
Una larga cabellera dorada, casi platinada, con asilvestrados rizos, cayó contrastando con el negro de la capa. Los alumnos no podían verle el rostro, pero los profesores la observaban sorprendidos.
-Io sono Alysa Cecilia Medici - anunció en un perfecto italiano, con una reverencia.
Luego se volteó hacia los alumnos.
Todos, tanto chicos como chicas, tanto los de primero como los de séptimo, o los de Gryffindor o Slytherin, cogieron aire por culpa de la impresión.
Un rostro luminoso, pulcro, aterciopelado, con los pómulos marcados, las mejillas sonrosadas, y unos contrastantes labios rojizos, carnosos y curvados. Lo que más destacaba, eran unos brillantes ojos de un extraño tono no gris, sino parecido a la plata líquida.
El director la presentó como una nueva alumna, que venía desde Italia a hacer un trabajo durante todo el curso. McGonagall, sacó de nuevo el Sombrero Seleccionador. La muchacha se sentó, no sin antes quitarse la mojada capa y quedar vestida con una ceñida túnica blanca, mojada y semitranslúcida, que le daba un aire angelical.
Apenas rozó su cabello platinado, que el sombrero gritó.
-¡Gryffindor!
La muchacha se dirigió hacia allí, con una pequeña sonrisa de cordialidad, mientras sus compañeros la observaban embelesados, incapaces de aplaudir, preguntándose si sería descendente de una veela, o usaba muchos productos mágicos para tener semejante belleza irreal.
Se sentó junto a un grupo de cuatro chicos.
Uno de ellos, pequeño y rubio, la observaba con la boca abierta; el otro, de rostro enfermizo, parecía estar viendo una aparición divina; el tercero, tremendamente atractivo, la miraba con lujuria y deseo; y, él último, con anteojos, estaba absorto, sentado delante de ella, olvidándose de todo.
Al otro lado, una muchacha pelirroja, celosa de la reacción del último chico, empezaba a odiar a esa recién llegada.
Pocos se dieron cuenta de que significaba la llegada de esa joven al colegio, pero muchos se percataron de que su llegada no era simplemente por un trabajo de su colegio.
Solo los cuatro que la observaban más de cerca, notaron como su corazón daba un vuelco, el mismo que daría en breve su vida.
Ahora, aquí sentado, observando este trozo de periodico, solo sé que puedo escapar. Ahora que sé que el traidor vive, y que ella, nuestra dulce donna angelicata no murió, tengo dos motivos para arriesgar mi insignificante vida.
