Disclaimer: La gran mayoría de personajes y lugares le pertenecen a Akira Toriyama, creador de este increíble anime. Los nuevos personajes que aparecen son de mi autoría. Las frases en cursiva representan el pensamiento de los personajes.


PRIMOGÉNITO

Daiko

Llevaba muchas horas luchando, pero no le importaba. De naturaleza recia y sanguinaria, Vegeta se elevó a gran altura: la suficiente para visualizar gran parte de la ciudad que se había propuesto destruir. Pudo ver la huida de aquellos extraterrestres sometidos, oía los gritos de desesperación. Un espectáculo psicópata que, lejos de estremecerlo, aceleró sus latidos: ¡lo hacía sentir tan vivo!

Concentró energía en sus manos, expulsándola a gran velocidad sobre la urbe. Se quedó cegado un momento y estalló en la risa más estruendosa que podía emitir. El coro desgarrador desapareció instantáneamente, dando paso a un lúgubre silencio. La huella indeleble de un ataque saiyajin.

—¡Nada mal, Vegeta! Nos quedan dos planetas, podríamos terminar todo hoy —pronunció su compañero más allegado.

—No seas estúpido, Iruga —dijo, entre risas—. ¿Desperdiciar mi energía con esta basura? Démosle un respiro por hoy: de todas formas, morirán.

—¡Qué aburrido eres! Estaba divirtiéndome —se quejó otro saiyajin.

—¿Ya olvidaste a quién obedeces? —Vegeta lo miró de reojo.

Una sola frase, impregnada de severidad y malicia, bastó para callar al entusiasmado guerrero y todo su contingente. Así era Vegeta: uno de los guerreros más poderosos de su mundo. De todos, el líder más frío y visceral. Un digno ejemplo para cualquier saiyajin.

Obviando las charlas inútiles, como era costumbre en seres tan lacónicos, los seis invasores dieron vuelta hacia el sureste de la ciudad asolada, en busca de sus naves. Ya habían cumplido con su misión. Era tiempo de regresar.

[…]

Planeta Plant. Cuna de los Tsufur y Saiyajin: dos pueblos convivientes por largos siglos, cuya ligazón se sostenía en una fina brecha de tolerancia. Su fama se había extendido a gran parte de la galaxia, especialmente a los planetas vecinos que aprovechaban su tecnología. No obstante, bajo su extraña atmósfera y la gravedad aumentada que regía aquella roca, la vida en Plant podía ser muy difícil.

Contaban con dos estrellas que los iluminaban, aunque sus jornadas no eran de las más templadas. Las oleadas de calor y el intenso frío de madrugada golpeaban el planeta, creando un ambiente desértico y medianamente despoblado, sumado a una luna que tardaba ocho años en brillar para ciertas regiones: condiciones que, para asombro de los foráneos, forjó seres de enorme resistencia.

No era una sorpresa que los Tsufur destacaran gracias a sus singulares creaciones, empujados por la necesidad de sobrevivir. Sin embargo, su existencia pacífica dio un giro radical con la llegada de seres extraños provistos de cola y una fuerza descomunal. Salvajes, a ojos civilizados: fue la primera impresión que causaron los Saiyajin. Pero contrario a lo que se pensaba, ambas razas dispares mantuvieron tratos, al punto de intercambiar cultura. Los nativos de Plant se beneficiaron con su protección y los rudos extranjeros emplearon su tecnología, sin que esto significara una total comunión.

Las tensiones aumentaban con el paso del tiempo. La armonía parecía volverse una palabra sin sentido, en algunos de sus encuentros. Temían y ansiaban a la vez un detonante que decidiera su futuro. Ésa era la situación de Plant. Una suerte de paz vigilante, sin cambios significativos… hasta ese momento.

Corría el año 709, según la cuenta de la Galaxia. Y tras una semana de su violenta tarea, las naves del contingente de Vegeta llegaron a Plant, aterrizando en una explanada cercana a la ciudad. El líder saiyajin sostuvo un breve intercambio de palabras con su gente, acordando la próxima misión que duraría dos meses, para luego caminar por la rústica metrópoli. Veía a los adultos y niños entrenarse. Oía algunas peleas. Contemplaba la pobre iluminación de las casas, a pesar de la tecnología de sus vecinos. Y conforme a su plan, subió a una colina; donde pudo visualizar el lejano espectáculo de luces multicolores, varios cientos de kilómetros al sur.

Apretó sus puños. Tsufur y Saiyajin jamás compartían territorio, y aquel contraste lo enfermaba: le parecía injusto que una raza débil tuviera el control de un planeta tan simple. Porque, pese a haber nacido en Plant, no sentía ni un ápice de identidad con dicho astro. Desconocía de qué otra región provenían sus antepasados, pero estaba seguro que cualquier lugar más allá del Universo podía ser mejor que la escoria en la que habitaban.

Un leve rugido en su estómago condujo sus siguientes pasos a un edificio gigante, que servía de abastecimiento. ¡No por nada, los saiyajin eran buenos guerreros! Su ánimo bélico se comparaba a su natural obsesión por el alimento. Vegeta no tenía amigos. No los necesitaba; y a menudo, comía solo en alguna esquina.

—Pensamos que tardarías, Vegeta —una saiyajin apareció de repente, alcanzándole una bandeja de carne y un recipiente con agua.

—Sólo deja la comida y ya —contestó, indiferente.

—Como quieras…

—¿Qué haces? —la interrogó, al verla sentarse frente a él.

—Es mi propiedad, puedo estar donde quiera.

—Ahora no, Kendo. Estoy cansado.

—¿La misión resultó un fracaso? —preguntó la aludida, ignorando su advertencia.

—Parece que no me conocieras —contestó, mordaz—. Obviamente salió bien.

—Debiste avisar que vendrías. Te esperaba.

—Eso no te importa —tragó un pedazo de carne—. Pero ya que lo mencionas: ¿dónde está?

—Se fue a las montañas. No ha vuelto desde el ocaso.

—Tonta… —cerró los ojos, con molestia contenida.

—¿Qué esperabas? Es tan terca como tú, ni siquiera le interesa su estado.

—Exageras —tomó agua de un sorbo—. Shida está bien.

—Ha tenido falsas alarmas, en estos días. Me preocupa…

—Ya entendí, no tienes que repetirlo —se levantó, interrumpiéndola—. ¿Dices que está en las montañas?

—Al este.

Vegeta dio media vuelta y salió del establecimiento, sin agradecer. No recordaba una noche tan pesada, pero aquella mujer no se detendría en su pedido. Jamás había visto una madre tan pendiente como Kendo; pero al mismo tiempo, consideró que valía la pena. Shida era una saiyajin única en su especie: una hembra fuerte y valerosa, además de atractiva. Había tenido suerte en conseguirla, aunque el desliz de su embarazo le resultaba un dolor de cabeza.

Con aquel pensamiento, encendió su rastreador y captó su energía, emprendiendo vuelo en dirección a las montañas. Si los rumores eran reales, deseaba que aquella cosa en su vientre la dejara lo más pronto posible. Extrañaba saciarse de ella, después de largos meses de abstinencia.

[…]

Un fuerte alarido rompió el silencio de la noche. En una cabaña al pie de las montañas, Shida sufría las contracciones del parto. Aquella vivienda le había pertenecido a su difunto padre, antes de mudarse a la ciudad. Fue por su pareja que había decidido reutilizarla para sus ocasionales encuentros. Y quiso el caprichoso destino que, en el mismo lugar donde lo había concebido, Shida pariría a su hijo. El producto de un error deseado.

—Trata de resistir. Ya viene… —solicitó Nira, la partera de la aldea, que conocía a su familia.

—Como si fuera sencillo… ¡ahhh! —volvió a echar la cabeza hacia atrás, reprimiendo algunas lágrimas de dolor.

—Eso debiste pensar antes de venir. Cuando menos lo imagines, ya estará afuera.

—Debería estar aquí… —susurró la saiyajin de largos cabellos negros.

Nira prestó atención a los delirios de la futura madre. Sabía de qué hablaba, pero no se permitiría ninguna debilidad. No era su naturaleza.

—Falsas esperanzas, muchacha. A ningún macho le preocupa.

—¡No! —exclamó entre contracciones— No es así… lo sé…

Una ligera risa agotada desconcertó el ánimo pesimista de Nira, hasta que el beep de un rastreador la hizo voltear, según la indicación de la máquina. De brazos cruzados, una silueta oscura e imponente se apoyaba en el exterior de la cabaña, atestiguando el extraño acontecimiento. Nira trató de disimular su sorpresa, aduciendo para sí una coincidencia, mientras dejaba a la parturienta con un pedazo de tela en la frente.

—Ella no mentía —la partera inició la charla, mirándolo de pies a cabeza—. Sí parece un comandante.

—¿Tardará? —frunció el ceño, algo molesto por su comentario

—Estas cosas toman su tiempo. Además, es primeriza.

—Sólo haga lo que tenga que hacer.

—Quiere que la acompañe.

—Olvídelo. Con usted le bastará —le respondió, dándole la espalda.

—No es tan simple —Nira observó ligeramente a Shida y bajó la voz, para luego continuar—. Llegó muy débil hace horas, puede morir con la criatura.

Una mueca fugaz se dibujó en el rostro de Vegeta. Aunque jamás iba a aceptarlo, el mal estado de Shida removía su ser de forma inexplicable. Forzó la postura de sus brazos y tomó aire.

—Le advertí que no continuara con esto. Preñarse es una maldición…

—Entonces váyase. Su indiferencia no le hará falta —concluyó la partera.

Vegeta la miró de reojo, tras escuchar su última frase. ¿Y qué si la mujer decía la verdad? Recordó a Kendo: jamás lo dejaría en paz, si le pasaba algo a la muchacha. ¿Qué podía hacer? Nuevos quejidos interrumpieron la charla, alertando a Nira. Por su parte, el guerrero volvió a mirar el interior de la cabaña, con los brazos relajados.

—¿Qué debo hacer? —se resignó, muy incómodo.

—Permanezca a su lado, es todo —entró a ayudarla.

Largos minutos pasaban para los tres. La noche avanzaba con lentitud y los gritos aumentaban en potencia. Las manos de Shida se aferraban a las de Vegeta, mientras éste observaba cada gesto de dolor. Nira concentraba toda su labor entre las piernas de la saiyajin, exigiéndole más resistencia.

A diferencia de su nula expresión facial, el corazón del guerrero se agitaba. Cada vaivén de energía no pasaba inadvertido. Sentía las caídas de Shida. Trató de disimular el sudor de su frente: le parecía sufrir internamente por ella. No se explicaba tal reacción. Se recriminaba el haberse enredado con una mujer. Deseaba volver a la batalla. Temía la posible muerte de la saiyajin.

Y cuando su mente armaba mil conjeturas desesperantes, el grito de Shida y un nuevo llanto lo hicieron reaccionar. Con toda la rapidez que le demandaba su oficio, Nira recibió a un bebé recubierto de sangre y restos de placenta, cortándole el cordón que lo unía con su madre. Tenía el cabello negro y revuelto en varios mechones sobre la frente y su cola era pequeña, casi a la misma proporción de su cuerpo.

Vegeta quedó en blanco por un instante. Se había convertido en padre a sus veintidós años. Era la primera vez que veía algo así.

—El bebé… —susurró Shida, tratando de ver al pequeño.

—Silencio —exigió el guerrero, al mismo tiempo que se acercaba y encendía su rastreador.

Tardó unos segundos, hasta visualizar algunos números en la pantalla roja de su rastreador: ¡1500 unidades de poder!

—Es un varón, comandante —Nira sostuvo a la criatura en sus brazos.

No tenía palabras. Era un macho y había nacido fuerte. En aquel momento, la ridícula atención a su mujer ya no le molestaba. Al parecer, valía la pena tanta estupidez.

—Daiko… —Shida se incorporó ligeramente.

—¿Qué? —Vegeta la miró.

—Nuestro hijo… —respiró hondo— se llamará Daiko…

—Hmm… si tú quieres —concilió Vegeta, retirándose al mismo tiempo que la madre recibía a su pequeño.

Shida no pudo contener otra risa, para extrañeza de Nira. Le parecía una locura que una mujer libre y despreocupada como ella alcanzara la maternidad. Recordó los días que conoció a Vegeta en una de sus misiones, las innumerables batallas verbales que sostenía con él, sus intensas noches pasionales. La noticia de su embarazo…

Le resultaba obvio que, por su carácter, fuera a demostrar un cariño extremo por la criatura; pero ya reconocía el vínculo indestructible que los unía y se juró en silencio protegerlo de cualquier mal. Con una delicadeza inusual para una guerrera de su clase, acarició el cabello del pequeño.

Daiko. Hijo suyo y del comandante Vegeta. El bebé… que cambiaría el destino de su raza para siempre.


N.A.:

¡Qué tal! Traigo un nuevo fic para ustedes: de hecho, mi primer what if… un proyecto planeado desde hace mucho, gracias a una larga ruta en el bus (sí, a veces tardo demasiado para regresar de la universidad a mi casa XD). Pero no entraré en detalles: ¡más bien, acompáñenme a ver las razones de esta locura! :3

Es una curiosidad en la serie, que los segundos hijos de un saiyajin salgan idénticos a uno de los padres, a menos que Akira haya querido jugar con nuestras mentes para que pensáramos así XD. En fin, centré mi atención en este detalle trivial, y tomando en cuenta que Tarble (segundo hijo de la familia real de Vejita) no sigue el mismo patrón de Gokú, Goten y Bura, quise alucinar si el Rey Vegeta pudo tener un hijo antes de Vegeta, porque él es el que tiene un parecido casi perfecto con su padre (ok, ya estoy perdiendo la razón :v).

Así que la pregunta en cuestión es: ¿Qué hubiera pasado si el Rey Vegeta tuviese un primer hijo anterior a Vegeta, y qué impacto tendría este personaje para el pueblo saiyajin?

Con una hora de viaje en bus, bosquejé todo un drama ambientado en las últimas décadas del pueblo saiyajin. Vegeta no es rey, los tsufur aún existen, así que tendremos mucha guerra, amistades, conspiraciones, romances prohibidos… y la entrada de mi primer OC protagonista en este fandom: Daiko. Ojalá me vaya bien con este personaje y espero retratarlo como un verdadero saiyajin *-*

¡Necesito todas sus vibras para comenzar este proyecto! ¡Gracias por seguir esta historia y díganme qué tal les parece! ¡Cuídense mucho!