Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, ya que estos únicamente son de su creador (Masami Kuramada), así como las personas y entidades que posean algún derecho sobre ellos. No hay intención de lucro alguno en la publicación de esta historia.
Advertencias: Es un fic yaoi (relaciones homosexuales) por tanto algo alejado del canon. Si por algún motivo consideras que este fic puede herir tus sentimientos, por favor no continúes. Muchas gracias.
Capítulo I.
Sé que el estar aquí es un error, no debería estar aquí. Puede que sea un buen momento para marcharme y regresar al Santuario, mi misión ya ha concluido, y con éxito, no me resta hacer nada en este lugar. Lo mejor sería olvidar todo y seguir viviendo como hasta ahora. Eso es lo que me dice mi razón, eso es lo que debo hacer, lo que me han enseñado, pero no quiero. No, quiero hacer algo, deseo hacerlo y por eso estoy en esta azotea, dudando e intentando decidirme entre mi deber y mi deseo. Normalmente gana el deber, casi nunca el deseo, pero hoy el deseo es más fuerte que nunca. La venganza es algo a lo que no me puedo resistir, pues está ligada a mi naturaleza.
No puedo evitar pensar en los hechos que me han llevado a donde me encuentro ahora.
Todo empezó hace unos días, una noche igual a la de hoy. Estaba con Deathmask en la taberna a la que habitualmente vamos, tomando un vinito, bueno en realidad unos cuantos. No es que el custodio de cáncer y yo seamos muy amigos, de hecho ni siquiera eso, dejémoslo en que somos compañeros y que entre nosotros existe cierto entendimiento, lo mismo me sucede respecto a Aphrodita, quien normalmente nos acompaña, pero aquella noche no estaba con nosotros. Los tres somos un conjunto dispar y contradictorio, pero nos sentimos cómodos cuando estamos juntos. Con el tiempo he llegado a la conclusión, de que todo ello se debe a que los tres tenemos un denominador común, el elemento del agua rige nuestros signos. Bueno, y tal vez el hecho de que nos entrenaron para ser los que aplicásemos las leyes del Santuario, también ha influído en esta extraña camarería que hay entre nosotros.
- Esto de la paz será muy bonito y fantástico para la humanidad, pero es aburrido – dijo con voz pastosa mi compañero de armas -. Extremadamente aburrido. Deberíamos hacer algo para divertirnos.
- Él que se aburre eres tú, no yo – le dije acomodándome mejor en mi asiento de madera.
- Claro. Se me olvidaba que tú te diviertes mucho por las noches – dijo Deathmask con una mirada lujuriosa -. Tal vez deberías dejarme participar también, así no me aburriría tanto.
Sí, eso era una proposición, no era la primera y seguro que tampoco la última. Le miré fijamente, me incliné un poco más hacia él, acortando la distancia, y le sonreí.
- No.
- Lástima – dijo fingiendo tristeza y volvió a pedir otro vaso de vino al mesero. El sexto o ya era el séptimo.
- ¿Qué pasa? Atenea te ha subido la asignación – sabía que venía por aquí cada vez que podía, es decir, a diario, y también que le daban lo mismo que a mí para gastos propios, poco. Así que hay que limitarse un poco, porque cuando se acaba, no te dan más hasta la siguiente asignación. Lástima que no esté permitido trabajar fuera del Santuario.
- No, tuve suerte con las cartas anoche – dijo riéndose de esa forma tan característica suya, estridente, escandalosa y algo siniestra.
El juego era el vicio de Deathmask, el póquer para ser más exactos. Por lo que sabía por propia experiencia es que era un excelente jugador, en el Santuario tenía fama de implacable, un crupier maestro y un habilidoso observador en el momento de saber quien se estaba echando un farol y quien no. Siempre sabía cuando le estabas mintiendo, tanto en el juego como en la vida. Esta habilidad siempre le ha resultado increíblemente útil para obtener la información que quería, habilidad que fue muy bien aprovechada por Saga durante su época de traidor-usupardor para saber con certeza que ocurría en el Santuario.
- ¿Quiénes fueron los desafortunados? – pregunté curioso.
- Aldebarán y Shura. No les ha quedado ni un euro – sonrió triunfal -. Deben estar llorando todavía. Así que te voy a invitar para celebrarlo.
En ese momento, fue cuando todas mis alarmas sonaron altas y claras. El custodio de la cuarta casa jamás me había invitado a algo en toda su vida, lo cual sólo podía significar una cosa.
- ¿Qué quieres? – pregunté un poco enojado.
- ¡Vamos Milo! No seas tan desconfiado, no puedo ser amable contigo – respondió divertido.
- No, te lo vuelvo a preguntar; ¿qué diablos quieres de mí? – insistí de nuevo y mi voz sonó más amenazante de lo que quería. Parece que el alcohol también me estaba afectando un poco.
- Tranquilo. No hace falta que te pongas así – sacó una baraja de cartas y empezó a barajarla -. Necesito un favor, uno que requiere tus habilidades de asesino.
Inmediatamente me tensé al oír sus palabras, así como también mi curiosidad fue despertada por ellas. ¿Acaso quería que matase a alguien?. Ambos somos caballeros, no asesinos, aunque en más de una ocasión lo dudé, especialmente durante los tiempos oscuros. Además estábamos en tiempos de paz, no había amenaza de una nueva guerra y la Orden nunca había marchado tan bien en toda su historia, todos los caballeros con su diosa al frente, guiándolos hacia un fututo de esperanza.
En aquel instante llegó el mesero con el pedido de mi compañero, por lo que me abstuve de preguntarle para qué necesitaba de mis servicios. Él me miraba con esa expresión arrogante y autosuficiente que ponía cuando sabía que había obtenido lo que quería. Mi total atención, algo que le encantaba.
- Tengo una hermana y un sobrino en Nápoles – dijo cuando se marchó el mesero.
Eso era toda una novedad, desconocía su pasado, incluso si tenía uno. Cuando llegamos al Santuario, nuestro pasado desaparece como si nunca hubiera existido, sólo la Orden existe.
- Sé que tienen problemas y necesitan una ayuda un poco especial. No me preguntes como lo sé.
- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? – pregunté sin comprender a dónde quería llegar.
- Necesitó que les ayudes, matando a mi nuevo cuñado – me dijo con expresión seria y sus ojos brillaban.
- Cáncer creo que has bebido demasiado – dije riendo.
La situación me parece totalmente surrealista. Él también se ríe. La gente a nuestro alrededor debe creer que debemos estar contando chistes o que estamos tan ebrios que nos reímos de nosotros mismos.
- Dentro de dos días el Patriarca va a enviarte a una misión en Nápoles para que recuperes algo relacionado con Atenea. Será el momento perfecto para que le mates – sacó un sobre y lo dejó encima de la mesa, enfrente de mí -. Aquí está toda la información que necesitas, también hay una foto de él para que no haya confusiones.
Todas las ganas de reír que tenía desaparecieron. Me lo quedé mirando atentamente, su expresión era de calma y confianza en sí mismo, no dudaba que yo aceptaría hacerle ese "favor". Matar a un desconocido, a un hombre al que no conocía de nada y que no sabía por qué. Ni quería saberlo, eso era asunto de él, no mío. Además, cómo sabía que iba a tener una misión, cuando ni siquiera yo estaba informado de ello. ¡Por todos los dioses! Desde que había resucitado no había tenido ninguna, estaba encerrado en el Santuario.
- No pienso coger ese sobre. No voy a matar a nadie – le dije seriamente.
- Claro que lo vas hacer, además lo harás con gusto – lo dijo tan seguro, antes de que me diera cuenta había sacado del sobre una foto y me la había puesto enfrente de los ojos. La sorpresa me invadió al reconocer al hombre retratado -. Este es mi cuñado.
- No puede ser – murmuré. Tomé la fotografía de sus manos, las cuales temblaban de rabia, eso me decía a mí mismo, pero en realidad era miedo. Esa cara me traía recuerdos dolorosos, recuerdos que no debían existir.
- En realidad, nos haremos un favor mutuo – dijo sonriendo con esa sonrisa ladeada y sádica.
Antes de que pueda reaccionar, le agarré del cuello de su camisa y lo estampé contra la pared. No controlé mi fuerza y el golpe provocó que la pared se resquebrajara y las lámparas en el techo se movieran. Sabía que no le había hecho apenas daño, somos caballeros de oro, esto no era nada en comparación a lo que podíamos soportar y su sonrisa seguía en su rostro como si no hubiera pasado nada. En cambio algunos clientes, los más sobrios, se habían puesto de pie enseguida alarmados por lo sucedido y estaban saliendo de la taberna tan rápido como podían. No era de extrañar, saben que somos, caballeros del Santuario, y por tanto muy fuertes y que hacemos cosas extraordinarias, nos respetan y admiran, pero al mismo tiempo nos temen y procuran apartarse, en especial, en situaciones como estas. Pero en esto momentos poco me importaba, lo único que le interesaba era saber cómo consiguió esta foto el Caballero de Cáncer y qué era lo que sabía de mi pasado.
- A mí también me produce emoción cuando veo alguien del pasado – dijo Deathmask, que para mi sorpresa no hizo nada para que yo me separara de él -. Ahora se hace llamar Luca Ettari, aunque me parece que antes se llamaba...
- Ni se te ocurra decir su nombre en mi presencia – le interrumpí. Odiaba a ese hombre más que cualquier enemigo, por su causa yo acabé siendo lo que soy.
- Siempre has sido él más interesante de todos, escondida tras esa indiferencia y altanería se encuentra un niño pequeño que todavía llora porque papá y mamá ya no están... – no soporté más sus palabras, no estaba muy paciente en esos momentos y le golpeé, asestándole un rodillazo en el estómago. No iba a partirle la cara y arriesgarme a que no pudiera hablar claramente.
- ¡Joder! No hace falta ser tan bestia – se quejó por el dolor. Y yo me alegré.
- Cáncer, cáncer dejémonos de jueguecitos y vayamos a lo que me interesa, ¿qué sabes de mi pasado? – le pregunté amenazante, mi rostro estaba a pocos centímetros del suyo, sus ojos brillaban con malicia y esa estúpida sonrisa parecía que se la habían grabado en la cara de forma permanente.
- Todo. En especial a lo referente a esta significativa cicatriz – entonces sentí su mano en mi nuca y uno de sus dedos acariciaba suavemente un punto en concreto de mi piel -. Por esto te dejas el cabello tan largo, Andrassy.
Enseguida que me recuperé de la impresión de oír mi verdadero nombre, había apartado su mano de mí, alejándome de él y convocando la aguja escarlata, dispuesto a lanzarle mi ataque. Aquello hizo que el caballero de cáncer reaccionara y se pusiera en posición defensiva, pero se río al hacerlo.
- ¡Quieres calmarte! No querrás que esto llegue a los oídos del Santuario. No creo que Shion le haga tanta gracia como a mí – me gritó mi compañero.
Estaba tan furioso, de acuerdo que me enojo más de lo que me gustaba reconocer, pero no había sentido tanta furia desde hacía años, desde que llegué al Santuario y me dijeron que este iba a ser mi hogar.
Además, el muy cabrón tenía razón, debía serenarme cuanto antes, mi cosmos encendido en el pueblo era un indicador de alarma para el Santuario, no tenía ganas que vinieran para ver que sucedía. Antes tenía que saber cuanto sabía Cáncer sobre mí.
- Verdaderamente debes estar muy aburrido – dije un poco más tranquilo, mi cosmos se estaba calmando.
- Ni te lo imaginas – me confirmó y él también dejó de adoptar una posición defensiva -. Mira lo que has hecho, has tirado todo el vino, ahora tendremos que pedir más.
- Da igual tú invitas – le dije sentándome de nuevo en la silla de madera. Cáncer se carcajeó y murmuró algo en italiano, conociéndole, seguro que era un insulto.
No pasó ni un minuto y el mesero estaba de nuevo ante nosotros trayéndonos más vino, una jarra en esta ocasión. Le prometimos que arreglaríamos los desperfectos nosotros mismo, no hacía falta que diera parte al Santuario.
- No diré nunca nada a nadie – me dijo Deathmask, parecía que estaba buscando las palabras exactas -. Lo que sucedió con tus padres y tus hermanos, es algo difícil de olvidar por cualquiera. Fue algo...
- Mi pasado no es asunto tuyo – le dije -. ¿Alguien más lo sabe?
- Por supuesto que no, de hecho destruí todo lo que te relacionara con ellos y aquellos hechos.
- ¿Por qué? – pregunté confundido.
- Las normas del Santuario son claras. No tenemos pasado antes de entrar en la Orden, y cuando estamos dentro ya no formamos parte del mundo como las demás personas. Cualquier prueba de nuestra existencia anterior debe ser destruida, ni siquiera Atenea puede romperla – recitaba algo que yo mismo sabía muy bien, una de las leyes del Santuario, las leyes que dictó Atenea hace miles de años -. Bueno, al menos eso era en nuestros tiempos, porque en los últimos años parece que ya no se cumple.
Esta última frase la había dicho con resquemor. No me cabía duda que se refería a la propia diosa que seguía su vida como Saori Kido, como también los caballeros de bronce. Pero eso a mí no me interesaba en absoluto.
- ¿Milo no quieres venganza? Te estoy ofreciendo una oportunidad increíble.
- Por qué quieres que yo lo mate y no tú. Es tu hermana después de todo – le pregunté curioso, tal vez todo esto fuera una encerrona.
- Crees que no lo quiero hacer. Deseo abrirle en canal para que pueda ver sus entrañas podridas – dijo enfurecido -. Pero no puedo hacerlo. Estoy bajo vigilancia y no se me permite salir. Enseguida que ponga un pie fuera del Santuario me detendrán, en el mejor de los casos si consiguiera darles esquinazo, sería perseguido por algunos de vosotros y traído de vuelta.
Ahora recordaba que otra vez se le había ido un poco la mano en su última misión, varios heridos y cuantiosos destrozos materiales, no solamente se había enfurecido el Patriarca, sino que la propia Atenea había venido desde Japón para reprimirle por su conducta peligrosa. Pero supongo que Cáncer es un hombre de costumbres y hay cosas que son difíciles de cambiar, antes no le hubieran dicho nada.
- ¡Ese cabrón va a matarlos a golpes algún día! – exclamó furioso y frustrado, sus puños estaban crispados. Entendía su impotencia querer proteger a los tuyos y no poder hacer nada.
Cogí el vaso para beber, lo estaba apretando demasiado fuerte, tanto que se rompería en cualquier momento. Pero mis pensamientos estaban en aquel fatídico día que todo cambió para siempre. Ese hombre destruyó mi vida, no es que mi vida actual fuera horrible. En el fondo me gustaba, tenía cosas que me hacían feliz, era amado y correspondido. Pero a lo largo de todos estos años, me he preguntado si todo aquello no hubiese sucedido, cómo hubiera sido mi vida.
Claro no podía olvidar una factor importante en esta cuestión, la venganza era algo que deseaba, conseguirla no me haría olvidar aquello no me devolvería a mi familia, pero si haría que me sintiese un poco mejor.
- Milo necesito saber si puedo contar con que lo hagas – me pidió mi camarada.
- Es curiosa la vida. Jamás pensé que podría haber alguien que te importara, a parte de ti mismo – dije divertido, al tiempo que cogía el sobre y me levantaba para regresar a la Casa de Escorpio.
- ¡Ya nos veremos! – me dijo cuando salía de la taberna.
Al salir, decidí que lo mejor era dar una vuelta por los alrededores, necesitaba aclarar mis ideas y mis emociones, las cuales no estaban muy controladas. El aire fresco del otoño me vendría bien.
Cuando llegué a mi templo, por el camino secundario, nada más entrar olí el humo de los puros. Alguien había estado fumando y seguía haciéndolo. Sólo había una persona que se atreviera a hacerlo, me encaminé hacia mis aposentos privados. Y allí estaba él,, sentado en uno de los sillones de la sala anterior a mi dormitorio, leyendo uno de esos gruesos libros de filosofía, historia o cualquier otra cosa que le hubiera llamado la atención y en una de las mesitas estaba lo que causaba este olor tan desagradable a mi querido templo.
- No puedes fumar en tu templo. Por qué tienes que hacerlo en el mío, todo el mundo cree que me gustan los puros y siempre me están regalando. Cuando ni siquiera fumó – le dije molestó.
- No te preocupes ya me los fumo yo. Por cierto, excelentes habanos, estos que te regaló Saga – me dice sin dejar de leer su libro.
- Este no es el caso ¿Qué te parecería que yo fuera a tu templo a tocar el saxofón?
- Supongo que no me molestaría, se te da bien. Aunque prefiero que toques mi flauta – dice mirándome por primera vez desde que he llegado.
- Eres un pervertido – dije con mal fingida molestia y caminé hacia él -. Todo el mundo cree que eres el más elegante, refinado y educado de todos nosotros.
- Se pueden ser otras cosas también, otras que no son tan caballerosas – dijo con una sonrisa traviesa, esa que solamente la había visto yo, porque ser su amante conllevaba ciertos privilegios y el ver esa sonrisa era uno de ellos -. Tú tienes parte de culpa en estos aspectos de mi carácter.
Me agaché un poco para besarle con suavidad. Acción que aprovechó él para estirarme y caer sobre él, quedé sentado a horcajadas sobre sus muslo. Con sus manos recorría mi cuerpo sin ningún pudor, colándose debajo de mi ropa, conocía mi cuerpo mucho mejor que yo, sabía donde tenía que tocar para que me excitaba. Al mismo tiempo, el beso se volvió más apasionado, más demandante, su lengua estaba ávida de recorrer mi boca y dominar la mía. Cuando sus labios abandonaron los míos, tiró mi pelo hacia atrás con algo de rudeza, despejando mi cuello y así tener mejor acceso a el, para poder besarlo, lamerlo y finalmente morderlo con suavidad. Sabía que era uno de mis puntos erógenos.
- Camus – murmuré extasiado por todas las maravillosas sensaciones que me provocaban sus caricias.
- ¿Por qué has llegado tan tarde? – preguntó mientras me ayudaba a quitarme el jersey, quedando mi torso al descubierto.
- Se me hizo tarde, no sabía que vendrías esta noche – le digo simplemente. No tiene porque saber que había pasado con Cáncer y mucho menos acerca del sobre que disimuladamente había escondido entre las baldosas de la entrada, nada más notar que había alguien en mi templo.
- Ahora tengo que avisarte cuando vengo. Esperaba que hoy me visitaras tú – dijo Camus mordiendo levemente mis pezones para luego succionarlos con desesperación y sus manos recorren mi espalda de arriba abajo intentando colarse en mis vaqueros. Mis gemidos no se hicieron esperar más.
- Vamos a la cama – me dijo con voz ronca y cargada de deseo.
Yo simplemente asentí y fuimos a mi dormitorio. Hicimos el amor de forma salvaje y desesperada, en más de una ocasión, casi era el amanecer cuando caí exhausto sobre la cama con mi amante aún dentro de mí.
- ¿Qué te pasa? – preguntó Camus recuperando el ritmo de su respiración y saliendo de mí.
- Nada – le respondí cansado.
- Mentiroso. Normalmente no me permites abusar tanto de tu cuerpo, no me permites que te posea tantas veces sin que pidas que te deje ser el activo – dijo besando mi cuello.
- Estoy cansado – cerré los ojos.
- Vaya, no quieres hablar – me rodeó con sus brazos atrayéndome hacia él, me removí un poco con intención de acomodarme mejor.
Cuando volví a abrir los ojos al cabo de unas horas, el sol estaba alto. No había rastro de él, no estaba en mi cama y su lado estaba frío, debía haberse ido hacía rato. Seguramente fue cuando me quedé dormido, como siempre hacía.
Esa misma tarde fui llamado ante la presencia de su Santidad, me dio una misión sencilla de custodia de un objeto antiguo que pertenecía a la Orden y estuvo perdido durante años, dicho objeto debía recogerlo mañana en Nápoles. Tenía que partir en un barco de mercancías aquella misma noche y regresar al anochecer, una vez cumplida mi misión.
Tal y como había dicho Deathmask, tenía una misión en Nápoles. Cómo se había enterado de ello. Bueno, es un hombre que tiene sus propios recursos y siempre consigue la información.
Antes de irme, recogí el sobre que había dejado la noche anterior. Cuando me encontraba cerca de los límites del Santuario me encontré con el guardián de la cuarta casa, no nos dijimos nada, simplemente nos miramos y nos entendimos. Haría un trabajo extra en Nápoles.
No tuve problemas en recoger el objeto. Se trataba de un bonito brazalete de oro con inscripciones en griego antiguo, podía leerlas aunque eran palabras que no conocía su significado, debían ser muy antiguas. Cerré el maletín y me marché del lugar en dirección a mi otra misión.
Y aquí estoy ahora en la azotea de su casa, en el techo de su casa, debatiéndome en si lo que voy hacer es lo correcto o no. Voy a solucionar algo de mi pasado, una cuenta pendiente. Nuestro pasado no existe, no hay vida antes de la orden, la orden es nuestro mundo y sólo existe esta. Pero por mucho que se quiera olvidar el pasado, por mucho que se quiera creer que todo aquello fue una pesadilla y jamás sucedió, no se puede. Porque jamás puedes olvidar los gritos de tu padre cuando le estaban torturando y verlo después cubierto por la sangre, miembros cercenados y con los ojos abiertos pero sin vida. Como tampoco olvidas los gritos de tu madre cuando suplicaba que no matasen a sus hijos y los ve morir de una forma cruel, uno tras otro, hasta que sólo le queda su pequeño de cinco años que no entiende nada y que lo único que puede hacer aferrarse a su madre y llorar. Un niño que rezaba a Dios para que enviase a sus ángeles para que les salven de los demonios porque esa crueldad no podía ser de un humano, pero nadie atiende su llamada. Un pequeño que como su madre se enfrenta a esos hombres y le grita que huya, pero antes de que lo haga mamá cae al suelo y se forma un charco de sangre que mancha la alfombra donde jugaba esa tarde con sus hermanos. Entonces el jefe de esos demonios lo coge del cuello estampándolo contra la pared, siente como algo caliente le chorrea por el cuello, aquel demonio le habla en la lengua de su mamá, pero él está tan asustado que no escucha nada y mucho menos entiendo lo que dice. Luego el demonio jefe le sonríe y lo esconde debajo de la mesa, los otros demonios están asustados porque hay muchas luces rojas afuera y ruidos fuertes. Los cristales se rompen y los demonios caen, salvo el jefe que desaparece y nadie sabe como. Y todo esto no se puede olvidar ni decir que no ha ocurrido, porque es simplemente imposible.
No me he dado cuenta que al recordar mi pasado, me he puesto a llorar, rápidamente me secó las lágrimas con la manga del jersey. Me recrimino a mí mismo mi debilidad, ya no soy un niño pequeño, soy un adulto y no cualquier adulto, soy Milo, Caballero de Oro del signo del Escorpión, me he enfrentado a los dioses y he salido victorioso, he enfrentado pruebas que ningún humano ha podido superar. Estoy orgulloso de lo que me he convertido y no debo tener ningún miedo de enfrentarme a mi pasado.
Ya lo he decidido, no hay vuelta atrás en mi decisión.
Siendo un niño no puede hacer nada por los míos y durante mucho tiempo he intentado condenar mis recuerdos al olvido. Apenas queda algo de lo que fui una vez antes de ser reclutado por la Orden. Así que esta noche voy a hacer lo único que puedo y es vengar a mi familia dieciocho años después de sus muertes. Se lo debo a ellos, me lo debo a mí mismo.
Entrar en el piso por la ventana es tan sencillo, así como caminar por el sin que se percate de mi presencia. Está viendo la tele a oscuras y bebiendo una cerveza, su aspecto es un poco desgalichado, el tiempo ha hecho mella en él, para él también han pasado dieciocho años.
- Caristeas – le llamó por el nombre que conozco para hacerle saber que estoy aquí.
Enseguida se levanta de su asiento, sobresaltado, y mira en dirección a la posición donde me encuentro. En mis recuerdos era tan grande y alto, pero ahora veo que es más bajo que yo y su constitución física es muchísimo pero que la mía.
- ¿Quién coño eres? – me pregunta.
- Soy Andrassy Tsergas – digo saliendo entre las sombras.
Me dice algo en húngaro, pero no le entiendo. Hace años que no había vuelto a escuchar la lengua de mi madre, nunca quise aprenderla después de que ella muriera y lo poco que sabía me obligué a olvidarlo.
- Sí, no me cabe duda – me dice en griego. Sonríe como si alegrara de verme -. Lo hubiera sabido aunque no me lo hubieras dicho. Yo no olvidó una cara nunca, sobretodo la de un niño tan bonito como tú. Te has convertido es un joven muy atractivo y guapo, pequeño Andrassy.
Sus palabras me enfurecen. No lo soportó más y le lanzó una de mis agujas. Aúlla de dolor, cayendo al suelo y apretándose la rodilla con ambas manos. Lo único que hago es caminar hacia la televisión y subir el volumen, eso confundirá a los vecinos y no llamarán a la policía. Aunque si lo hicieran no creo que vengan aquí, es uno de los peores barrios de Nápoles, la mafia los controla completamente. De todas formas debo darme prisa, porque siempre cabe la posibilidad de que pueda regresar su mujer con el niño y no tengo ganas de conocer a la hermana de Deathmask, especialmente si estoy matando a su marido.
- Tu eres especial – murmura todo sudoroso. Es algo impresionante ya que mi ataque no ha sido mortal pero si muy doloroso, sobretodo para un humano. Bueno lo que tengo ante mí no es humano, es un demonio disfrazado de hombre.
- Sabes que vas a sufrir por todo lo que le hiciste a mi familia – le dije habiendo recuperado un poco el control sobre la furia que siento, mi tono de voz era despectivo.
- Así que quieres vengar a los Tsergas – se ríe y lo más sorprendente es que intenté ponerse de pie, cuando tiene una rotula destrozada y se está desangrando. Cualquier persona no podría moverse después de mi ataque.
No me lo pienso más y lanzó un segunda aguja con menos intensidad a su rodilla sana, de esta forma no se moverá. No pienso permitir que se muera tan rápido, quiero que sufra un poco, quiero ver como el veneno destruye su organismo. Vuelve a gritar y la sangre emana también de esta nueva herida, pero no de forma tan copiosa como la anterior. La verdad es que me produce cierta satisfacción el hecho de verle sufrir, dentro de mi existe aún un niño que grita que no me detenga que le haga tanto daño como le ha hecho a él.
Sé que esto no hará desaparecer el dolor que aún sigo sintiendo por esa perdida, sin embargo me reafirmó que si lo mitigara un poco, que dormiré mejor al saber que ese demonio ya no existe, y por fin, podré poner punto y final a una historia que parecía que no podía cerrarse, sino era únicamente con la muerte del causante de todo.
Durante cinco minutos lo contempló, disfruto de su agonía y su sufrimiento. Su dolor es un cosquilleo agradable. Pero todo tiene un límite de tiempo, debo regresar al puerto antes de que parta mi transporte, no puedo permitirme quedar en tierra, tendría que regresar andando y el Santuario enviaría a alguien a buscarme y yo tendría que dar explicaciones, las cuales serían una gran mentira.
Cuando estoy apunto de lanzar el último ataque, ya que por muy débil que sea el cuerpo de este hombre ya no soportara más veneno. De hecho pienso que lo mejor sería dejarle morir así, ver los últimos estragos que causa mi aguja en aquel cuerpo, el hombre ríe como un desquiciado.
- Estoy orgulloso de ti, pequeño Andrassy – murmura de forma entrecortada, le cuesta muchísimo respirar, el veneno ya ha afectado su sistema respiratorio es cuestión de segundos que deje de respirar.
Siento repugnancia al escuchar sus palabras. Pero también despierta mi curiosidad, por saber por qué.
- Eres como tus hermanos, sin piedad, sin remordimientos pero más hermoso – su voz es más débil y su respiración más entrecortada.
Mi sorpresa es inmediata, antes de que se lo haya preguntado he obtenido una respuesta que me ha desconcertado más. La única explicación es que esté delirando, por qué va a decir algo como esto si él fue quien los mato.
- Me alegra que hayas sido tú el que me mate, Andrassy. Deseaba tanto verte de nuevo y... – ha expirado con una sonrisa en el rostro.
Me lo quedo mirando por unos instantes, todavía confundido por sus últimas palabras. Definitivamente estaba loco, la muerte de mi familia fue una locura, víctimas de unos lunáticos. Ahora hay un demonio menos en este mundo. No me arrepiento de lo que he hecho, ni de haber utilizado los poderes de Escorpio para llevar a cabo mi venganza, poco me importa si he deshonrado con mi acción a la diosa Atenea, como tampoco me interesa saber si he cometido blasfemia contra ella. Me siento liberado de un peso que no sabía que cargaba con el hasta el momento que ha desaparecido.
Decido irme por donde he entrado, nadie sabrá nunca que he estado allí. Salto por encima de las azoteas, debo coger el barco que me llevará de regreso a casa, todo volverá a la normalidad, volveré a ser Milo, caballero de Atenea, simplemente. Andrassy Tsergas y su familia ya están vengados, ahora pueden descansar en paz. Al menos eso es lo que creo.
