Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Tadatoshi Fujimaki. Yo solo los utilizo para...mi diversión.
- Dai-chan…esto está mal, por favor, volvamos.
- Ya llegamos hasta aquí. No jodas, Satsuki. No me hubieses seguido.
- Pero…
Pero si no le hubiese seguido, seguramente se habría aventurado mucho más en aquellos túneles angostos, húmedos y oscuros que le erizaban los vellos de los brazos y la espalda. Si no lo hubiese seguido, seguramente el tonto se hubiese perdido, y ya sabía ella que a los que se daba por perdidos en aquel lugar, simplemente se les dejaba en el olvido.
Suspiró, mirando hacia arriba una vez más. Ya le dolía el cuello de repetir lo mismo en la última media hora.
De mirar para arriba y para atrás, por donde habían venido, por si alguien los había seguido o había notado su ausencia.
- Dai-chan…
- ¡Ya cállate!
Se oyó un sonido chirriante sobre sus cabezas, como si algo oxidado y que hacía mucho tiempo no se movía se hubiese corrido de su lugar, siendo arrastrado pesadamente. La pelirosa no veía bien porque todo estaba demasiado oscuro, pero tuvo que agachar el rostro y sacudírselo cuando un poco de hollín le cayó encima, entrándole en los ojos.
Oyó a Aomine, su amigo de la infancia, quejándose por el esfuerzo que estaba haciendo al correr aquella compuerta que supuestamente debía de estar sellada. Claro que él había sido, cuándo no, el primero en descubrir que no era así, y había tenido la gran idea de probar a ver si la habían dejado así porque el óxido y el tiempo se había encargado de hacerlo por si mismo, o porque eran todos unos brutos.
Claramente la segunda opción era la que recorría la mente acalorada y ansiosa de la joven cuando oyó un chillido sosegado de júbilo en el otro. Suspiró, nerviosa.
Hacía más de 4 meses que estaban bajo tierra, y Satsuki – a diferencia de otros amigos allí abajo – tampoco creía que fuese a cambiar en algún futuro cercano. O para qué mentirse. Nunca.
Todo había comenzado como un brote en un pequeño pueblo; del pueblo, se había extendido a la ciudad más cercana, y de allí a otra, y otra. Y otra más. Pero como aquella enfermedad extraña que los médicos no podían tipificar – no sabían si era un virus, una bacteria, un parásito, un hongo o alguna especie de peste nueva jamás vista – se hallaba a tantos miles de kilómetros en otro país, tan lejano al de ellos, había pasado como un suceso más que simplemente inquietaba al otro hemisferio más que preocuparlos realmente.
Eso fue hasta que la epidemia se convirtió en pandemia al aparecer la primera infección en un país limítrofe al suyo, y los primeros muertos comenzaron a saberse públicamente.
Lo que sucedió después no lo recordaba muy bien; el gobierno había implementado medidas de seguridad extremas en un intento de evitar la propagación de la enfermedad que seguía sin descubrirse. Su expansión era tan rápida y sus efectos tan letales, que los muertos no demoraron en llegar allí también, y con ellos el pánico.
La gente parecía morir de hemorragias internas, de fiebre intensa y entre medio de delirios. Parecía una película de terror de las que miraban Aomine y sus amigotes, sólo que real y mucho más palpable.
Cuando quiso darse cuenta, se hallaba bajo tierra, en un búnker que las autoridades habían establecido aquel sector de la población usaría hasta…nuevo aviso.
De repente, Satsuki sintió que su vida daba un giro de 180°; en la histeria colectiva había perdido a sus padres y a la mayoría de sus amigos, salvo a Aomine, quien nunca había dejado de aferrar su mano cuando la gente comenzó a empujar desaforadamente entre gritos e insultos; se encontró de repente en un lugar asqueroso y lúgubre, y por qué no decirlo, gigantesco. No conocía a nadie salvo a su mejor amigo, y el "nuevo aviso" del gobierno se transformó en un silencio sepulcral que, conforme avanzaban los días y luego las semanas, se volvía tenebroso, quizás por el significado que ello tenía.
No existía un nuevo aviso, sencillamente porque no había alguien que pudiese darlo en lo que ellos habían denominado "la superficie".
El rumor de que estaban todos muertos culpa de la peste se esparció, primero como un eco lejano y luego ya como una verdad absoluta.
Estaban solos.
El único alivio ante todo aquello era que – dentro de la desgracia – el lugar contaba con más comida de la que podrían necesitar para un año entero, y eso comiendo bien todos los habitantes del lugar, que no serían más de 100. El bunker abarcaba claramente un espacio para más de 500 personas, pero había sido una desgracia con suerte – para ellos – que los autobuses y camiones que transportaban al resto de la población destinada a ese lugar hubiesen sido atacados por gente que había quedado afuera de la selección de aquellos refugios, o sencillamente habían sido asesinados salvajemente por la enfermedad desconocida.
Comenzaron a pasar los días, y entre medio de la desolación y desesperanza de saberse abandonados a un destino que ninguno de ellos podía predecir, Satsuki comenzó a conocer gente de su edad entre todo aquel gentío desconocido – pese a las recomendaciones del moreno de "no le hables a desconocidos" -. El primer muchacho que había conocido se llama Midorima Shintaro, y había llegado allí de casualidad junto a su amigo Takao Kazunari; el primero parecía un poco reacio a establecer relaciones públicas con cualquier ser humano que no fuese él mismo, pero el tal Takao hablaba hasta por los codos, y a la pelirosa no le había costado nada entablar cierta amistad con ambos gracias a ello.
Luego habían conocido a otro par que le recordaba de forma graciosa a la relación violenta que podían llegar a tener Aomine y ella cuando el chico dejaba sus labores de lado; Kise Ryouta era un chico risueño y feliz, y gracias al cielo, Satsuki se contagiaba de su alegría. A pesar de las condiciones deprimentes en las que se hallaban, el muchacho no parecía muy afectado por ello. Había logrado llegar allí junto a sus hermanas y un par de amigos más, de entre los que se contaba a Kasamatsu Yukio, un chico educado y amable que perdía rápidamente los estribos cuando el rubio se ponía a…desvariar, como le llamaba él.
Y entre los 6 habían terminado conformando un grupo demasiado bizarro, pero divertido.
En el que ella era la única mujer.
Y ahora…allí estaba ella.
Sosteniéndole la escalera a Aomine Daiki, el chico de preparatoria más terco y arriesgado que había conocido y creía iba a conocer, intentando espiar el exterior con ansiedad, a ver qué había allí.
No iba a negarlo. Luego de cuatro meses de enclaustramiento, de ver siempre las mismas caras y de realizar siempre la misma rutina de levantarse, comer, explorar los corredores que se les estaba permitido, comer, y volver a dormir, la idea de respirar un poco de "aire fresco" la ilusionaba enormemente…pero le daba pánico.
¿Y si aquella peste seguía allí fuera? ¿Y si al abrir aquella escotilla, Aomine la estaba dejando entrar, si había comenzado a propagarse por el aire, sino lo hacía ya antes? Porque nadie se había comunicado desde fuera y nadie de allí dentro había intentado hacer contacto con "la superficie". Aquel era, por cierto, la primera vez que se hacía.
A escondidas de todos, luego del descubrimiento de Aomine.
- Satsuki.
La voz de Aomine la alertó.
Elevó el rostro, notando que veía a Aomine colgado de la escalera…y veía estrellas sobre su cabeza.
Frunció los labios con fuerza, evitando llorar. Era de noche. Por fin sabía si era de día o de noche…habían perdido la cuenta luego del primer mes. Y el cielo seguía allí, impertérrito, inerte, saludándolos con sus estrellas brillantes…estaba despejado, y una corriente de aire frío le indicó a Satsuki que el invierno había comenzado.
- ¿Q-Qué sucede, Dai-chan?
- Aquí afuera hay personas.
- ¿Eh?
Le costó entender lo que le había dicho. ¿Personas? ¿Allí afuera, sin…infectarse…?
- ¡Dai-chan, cierra eso, ya!
- ¡¿Eh?! ¡¿Qué pasa?!
- ¡Hazlo!
Había chillado con tanta fuerza que a lo último había perdido la voz, y por el susto, Aomine había soltado la escotilla, que había terminado por caer y colisionado casi contra su cabeza, sellándose otra vez y generando un ruido ensordecedor que se expandió como un eco espantoso por todo el corredor desierto.
El muchacho no había podido mantener el equilibrio en la desesperación, y la precaria escalera que había utilizado – y que Satsuki había soltado, presa del pánico – se tambaleó y cayó. Con Aomine y todo.
Fue el segundo gran ruido que sobresaltó a la pelirosa en menos de 5 segundos. Solo que luego del segundo ruido sobrevinieron los insultos y el farfullar de Aomine, dolorido por el golpe.
- ¡¿Se puede saber qué mierda fue eso?! ¡Podría haberme matado!
- Sabía que esto había sido una mala idea, lo sabía, lo sabía, lo sabía…
- ¿Eh? ¿De qué hablas?
- Dai-chan, sabía que eras estúpido, pero no tanto.
- ¡Oye! Qué…
- ¿Acaso no has oído lo que contaron?
- ¿Lo que contaron…quiénes?.- la chica rodó los ojos, frotándose los brazos y agachándose, observando a Aomine aún en el suelo, sobándose la espalda.
- Eres un caso perdido. Lo que contaron las personas que vinieron en el último camión…sobre…
- ¿Sobre…?
- Sobre los…Otros.
- ¿Qué es…eso?
Bien, ¿Qué les ha parecido? Un poco alocado, ¿no?
Dejenme saber qué tal.
¡Hasta el próximo!
