¡Hola gente!

Éste es un regalo -como siempre, atrasado- para mi hermanita mayor, bestsellerwriter, cuyo cumpleaños fue hace unos días. Espero que no hayas creído que lo olvide linda. Es sólo que quería darte una sorpresa más o menos tan linda como la que tú me diste en mi cumpleaños.

Es mi primer Dramione, y, aunque disfruté mucho jugando con los personajes, no sé si la historia quedo de mi agrado, sinceramente me hubiera gustado darle algo más de picante, pues estoy demasiado acostumbrada a escribir lemon.

Espero que a ti te agrade más que a mi, linda ¡Feliz cumpleaños!


De Libros, Café y un Robo

Draco x Hermione

Se deslizó con ligereza por los pasillos repletos de títulos y colores brillantes, escuchando vagamente el leve golpecito que daban sus zapatos sobre la alfombra amarillenta con ilustraciones verdosas. De vez en cuando, algún libro le llamaba la atención en las estanterías negras, obligándole a detenerse y ojearlo por unos momentos, antes de regresarlo a su lugar y continuar con su pequeña carrerilla hasta el final de la estancia, hacia las escaleras caracol estilo victoriano que recorrían los seis pisos de la librería.

Subió los escalones sin perder el ritmo hasta llegar al quinto piso, donde sabía que se hallarían los libros que ella deseaba leer.

No era la primera vez que venía al Hatchards, desde luego, era tan normal su presencia allí que algunos empleados ya la saludaban por su nombre. Desde hace tres años, venía cada semana sin falta, dispuesta a pasar una o dos horas de su día libre encerrada allí, con múltiples libros y uno que otro café exprés que hubiera comprado de un puesto en frente.

Cómo era costumbre, el penúltimo piso estaba mucho menos poblado que los demás. Por lo general, sus transeýntes variaban de tres a ninguno durante las horas en las que ella llegaba. Se deslizó silenciosamente hasta uno de los rincones oscuros del lugar, bordeando una mesa inundada de libros y un jarrón de cristal repleto de narcisos blancos en su centro, idéntico a uno sobre el alféizar de la ventana cuadrada de la pared izquierda.

Jugueteó con uno de los pétalos de las flores en la ventana, antes de desviarse hasta el final de la habitación, donde aguardaban los libros de ocultismo y hechicería, convenientemente cercanos a unas cuantas novelas históricas, poesía y la sección de novela romántica.

Se colocó de pie frente a las tres secciones de libros, junto a la mesita rectangular, para inspeccionar los diferentes títulos.

Sus ojos se detuvieron, por unos segundos, en un lomo violáceo que se veía bastante prometedor sobre uno de los estantes de ocultismo y no dudó en acercarse al libro y tomarlo entre sus manos.

Le dio una corta mirada a la portada, que mostraba una estatua de dos especies de entes entrelazados. Frunció el ceño, entre extrañada y desilusionada, al leer el título.

Amor y Sexo según el ocultismo

Enarcó una ceja ante lo inusual, en todos los años que llevaba yendo allí por las tardes, nunca había visto un solo libro sobre sexualidad en la sección de ocultismo.

No así en las novelas románticas, de cuyas escenas ardientes y pecaminosas se autoproclamaba fanática enviciada.

Estaba dispuesta a devolverlo a la estantería cuando, de la nada, una repentina curiosidad que no sentía desde niña le embargó, y pronto se halló sumergida en alguna página al azar.

A pesar de no ser de su interés el contenido del texto, se dispuso a prestar tanta atención cómo le fuera posible, sólo por la esperanza de encontrar algún material de calidad en el libro, algo que le mostrará hechos curiosos e interesantes que nadie se atreviera a enseñar en Hogwarts.

Tristemente luego de unos minutos se había terminado por convencer de que, como muchos de los libros muggles sobre ocultismo, la mayoría de la narración era material trillado, de poco interés y carente de verdadero sentido... pero claro, si el libro de un muggle fuera de material realmente interesante y verídico, entonces el mundo mágico estaría en un pequeño gran problema.

Unos pasos llegaron por la escalera, ligeros y casi silenciosos, pero no les prestó mayor atención, pues seguramente fuera algún lector que terminaría por retirarse apenas notará que los libros allí no eran de su interés. Al menos que le agradara la sección de Arte Británica del otro lado de la habitación.

En vez de fijarse en su acompañante, eligió alzar la vista hacía las nóvelas románticas. Repentinamente su rostro se iluminó, y una ilusión infantil fluyó por su interior al fijarse en uno de los tomos, de lomo negro con letras cursivas rosas, que parecía brillar frente a sus ojos, como una tentadora insinuación a que se sumergiera entre sus páginas y desapareciera del mundo tantas horas como le fuera posible.

En la cama con el Diablo, de Lorraine Heath,era un libro que llevaba un buen tiempo en su lista de obras por leer, y no podía considerar esto más que como una señal del cielo... eso o el hecho de que estaba en la sección de novela romántica.

Con una sonrisa que le atravesaba todo el rostro, se estiró sobre la punta de sus zapatos y extendió la mano hacia el tomo.

En el momento en que sus dedos hicieron contacto con la lisa superficie, una mano nívea y de largos dedos masculinos rozó la suya por un segundo, cayosa y cálida, causando que se escapara un jadeo de sorpresa y apartara su mano de inmediato, dando un paso atrás.

Otro jadeo sorprendido se escapó de sus labios cuando sus ojos, abiertos de par en par, se posaron sobre unos hermosamente claros e igual de sorprendidos que los de ella.

¿Qué demonios hacia Malfoy ahí?

Su mente perpleja tardó un segundo completo en reaccionar y, demasiado acostumbrada a desconfiar del ahora hombre frente a ella como lo estaba después de su turbia infancia, su cuerpo actuó por si solo al llevar una de sus manos hasta su cadera, donde oculta en el cinturón de su jean, estaba su varita recta, siempre atenta.

-¿Hermione?

Detuvo el trayecto de su mano, asaltada por una oleada de sorpresa mayor aún que la primera. La voz del hombre frente a ella, profunda, grave y encantadora, sonaba demasiado sorprendida y para nada amenazadora como para justificar un ataque. No había nada en el rostro sorprendido del Slytherin que le dijera que estaba allí con deseo de lastimarla, ni siquiera había un rastro de la hostilidad y prepotencia del niño mimado que hubiera conocido.

Frunció el ceño, extrañada, antes de enderezarse y apoyar su mano sobre la estantería a su lado, en busca de algún tipo de apoyo o soporte. A pesar de tomar una pose casual, estaba segura, por la mueca que atravesó su rostro por un segundo, que la tensión de su cuerpo era demasiado notable.

-¿Malfoy?- preguntó, sintiéndose extraordinariamente estúpida apenas la palabra abandonó sus labios ¿Quién, sino, iba a ser?- ¿Qué haces aquí?

La pregunta sonó más mordaz de lo que esperaba, pero es que su sorpresa y el impacto de su presencia allí era demasiado como para recordar alguna norma de educación.

Sin embargo, la sonrisa amable, aunque ligeramente afectada del rubio, le aseguró que no se sentía realmente molesto...

O estaba demasiado acostumbrado a no recibir buenos tratos de sus ex compañeros.

El sentimiento de profunda desolación que le recorrió al pensar en eso fue abrumador, y por demás fuera de lugar.

-El mismo- contestó, con un aire galante que se le antojó demasiado fluido para haber sido ensayado. Acto seguido, su expresión se volvió de juguetona culpa-. Lamento si te asuste, tiendo a ser demasiado distraído cuando me concentro en alguna cosa.

Ella frunció el ceño, molesta ¿Realmente la consideraba tan estúpida?

-Una característica un tanto extraña- comenzó, sin ser consciente de que las palabras estaban abandonando su boca en ese momento-, tomando en cuenta de que eres una de las mentes más calculadoras, atentas y controladoras de todo Hogwarts.

Le expresión de Malfoy no hubiera sido muy diferente si ella lo hubiera abofeteado, y estaba segura de que eso le hubiera dolido menos.

Su mirada bailaba entre la vergüenza y la ira, antes de cerrar los ojos e inhalar lentamente, para luego soltar un suspiro cansado, pesado.

Hermione quiso cortarse la lengua en ese momento, avergonzada por la saña de sus palabras, cuando el profundo dolor de Malfoy volvió a atravesarla. Ruborizada y enfurruñada consigo misma, alejó la vista. El Slytherin no había hecho nada, y aún con todo lo que habían vivido en su infancia, ahora eran adultos, y ella debería comportarse como tal.

-Lo siento- susurró, con un hilo de voz, rogando por un milagro que le quitara al aire a su alrededor el yunque que lo hacia tan pesado-. Estoy comportándome como una estúpida.

Él permaneció en silencio total por unos minutos, y ella comenzaba a pensar que no le contestaría. Por eso se sorprendió tanto al verle relajar su postura y dedicarle una sonrisa amable.

-No, está bien, yo también reaccionaría así en tu situación- le contestó, conciliador, antes de reclinar su brazo en la estantería junto a él con calma, una real, a diferencia de su propia postura-. Y no me he ofendido, créeme. He pasado los últimos... ¿Cuánto? ¿Cinco años?... tratando de que mis compañeros no escupan el suelo frente a mí cada vez que me ven.

Eso tenía que ser un milagro, y no precisamente se refería a la postura de tolerancia que estaba demostrando y que nunca se hubiera esperado de ningún Malfoy, ni a sus palabras, sino a lo hermosamente seductora que podía llegar a ser su sonrisa en ese rostro apenas asimétrico. La barba crecida de dos días le sentaba increíble, además de la elegancia de su siempre bien peinado cabello dorado. Su rostro se veía un tanto más anguloso y relleno, con mandíbulas marcadas y hoyuelos que aparecían por todos lados al rededor de su boca curvada, asaltando su vientre con su tierna presencia.

Se ruborizó. Por dios, si el chico se veía como un auténtico héroe griego.

Reprimió la necesidad de darse una bofetada al percatarse de sus pensamientos ¿En serio no podía controlar sus reacciones de adolescente hormonal frente a un hombre?

A pesar de toda su guerra interna entre sus hormonas y su cerebro, el horror de sus palabras no tardó nada en asaltarla.

-¿Qué dices?- preguntó, pasmada, antes de volver a ruborizarse, esta vez de rabia-. Esos idiotas, ninguno de ellos nunca ha hecho nada por sus vidas o por fingir dignidad siquiera. Muchos de ellos se regocijaban con la idea de salir beneficiados si Voldemort salía victorioso y ¿Se atreven a insultarte? ¿Pero quienes se creen?

La sorpresa en el rostro del hombre junto a ella no le pasó desapercibida, pero estaba demasiado ocupada rumeando su rabia y un poco de la ajena como para preocuparse por la idea que su antiguo ¿Compañero, enemigo? Se estuviera formando por su reacción.

Nuevamente, esa sonrisa calmada y arrebatadora que era capaz de quitarle la respiración a su frígida persona surcó sus labios.

-No es tan malo, tranquila, es fácil ignorar a los hombres, no logran molestarme- su gesto cambió levemente, antés de que un casi imperceptible escalofrío recorriera su cuerpo, aunque era difícl que se le escapará tal detalle estando a menos de dos metros de él-. Lo realmente difícil es ser indiferente a ustedes, damiselas. Por algún motivo, seguramente porque no sobrevivió al comprobarlo, Darwin se olvidó de escribir en sus libros que las mujeres desarrollarían tal habilidad para hacer sentir un ratoncito asustado a cualquier hombre con el sólo utilizar su lengua... de hecho, eso es apenas un poco peor que cuando mis compañeras me lanzan Expelliarmus en público y de repente... es muy difícil inventar una excusa para el hecho de salir volando de la nada en el Museo Británico lleno de muggles.

La frase, además de ser otro ítem para sumar a su lista de cosas para detestar de la situación del Slytherin, era una muestra de completa irresponsabilidad por parte de las brujas de Hogwarts. Si Malfoy no pudiera explicar la situación o alguna de ellas fuera descubierta al emplear el encantamiento, todo el Mundo Mágico se vería en peligro de ser descubierto.

Oh, por supuesto que el Ministerio se enteraría de esto.

Y, sin embargo, el humor y la calma con la que se había expresado, como si fuera una anécdota graciosa cualquiera, logro que una sonrisa estuviera a punto de atravesar su rostro, a pesar de sí misma.

Luego de un segundo, le miró e inclinó un poco el rostro, avergonzada.

-De repente siento la necesidad de disculparme por todo el género femenino- confesó, con voz suave y temblorosa por la risa que se escondía tras la frase. Se sorprendió de sí misma, aunque realmente no era como si pudiera prestarle demasiada atención a cualquier cosa que no fuera el rostro de su acompañante. Concentrarse en su comportamiento era una misión imposible.

Él, por otro lado, dejó que una risa baja y encantadora fluyera por el aire, relajado y natural.

-Oh, para nada. En ese caso, yo debería disculparme en nombre de todos los hombres sólo porque Goyle y Crabbe habiten la tierra.

No pudo evitar esta vez soltar una carcajada, demasiado sorprendida por la espontaneidad de Malfoy como para mantener la actitud distante que se suponía debía tener.

La sonrisa volvió a extenderse por el rostro relleno de hoyuelos del hechicero cuando la risa de la mujer inundó sus sentidos. Sonaban como miles de pequeñas campanitas brotando de sus labios. No creía que una alondra pudiera hacer algo mejor que esa risueña carcajada ni en el más primaveral de los días. Su estómago tembló en respuesta al brillo que llenó los tiernos ojos pardos de la castaña, o la forma en que sus rizos, ahora unas elegantes y femeninas ondulaciones rojizas, acompañaban sus risas con completa naturalidad.

Este era un cambio preferible a la pequeña Granger que disfrutaba molestar. La que siempre le miraba con recelo y cuyas sonrisas sólo podía ver a distancia, sintiendo un rencor absoluto hacía Potter y Weasley.

Curioso, que a estas alturas, me doy cuenta de que estaba celoso. Pensó, mientras una sonrisa se le escapaba por las comisuras en lo que Hermione se enderezaba y trataba de recuperar su aliento. Le sorprendió notar lo sencillo que era hacerla reír.

Y lo enternecedor que se veía un sencillo rubor sobre sus mejillas.

-Lo siento- dijo, por tercera o cuarta vez en los poco minutos que llevaban allí-. No me esperaba eso.

-Yo tampoco- respondió, y era verdad. No estaba acostumbrado a hacer chistes, y si los hacía, ciertamente no esperaba que alguien además de Pansy o Zabini riera de ellos. Ni siquiera Theo lo hacía.

Su mirada dio una rápida recorrida al cuerpo de su acompañante, reparando en la elegante chaqueta roja, tal vez un poco ceñida, y los jeans azules con dibujos de búhos en los botones. Trató de no detenerse demasiado tiempo en las curvas de sus pechos, que se adivinaban turgentes bajo la chaqueta, ni la estrecha cintura o curvilíneas caderas; más por educación que nada, pues si fuera por él, se pasaría horas descubriendo ese cuerpo con la mirada.

Estaba a punto de volver a mirarla a los ojos, antes de que ella notara su descortesía, cuando enfocó el ejemplar que tenía en la mano que reposaba sobre la estantería. Sintió la sorpresa recorrerlo en cuanto leyó el título y le hizo abrir los ojos de par en par por un segundo, aunque trató de disimularlo lo mejor posible.

Evidentemente, no fue lo suficientemente disimulado, ya que la mirada de la Gryffindor siguió la dirección de la suya. Al encontrarse con ese estúpido libro un jadeó de sorpresa brotó de sus labios, al tiempo que un fogonazo de vergüenza enrojecía su rostro cual tomate.

No quería imaginarse que sería lo que Draco estaba pensando de ella en ese momento.

-Yo... Yo...- se atoró con las palabras, boqueando y demasiado avergonzada como para hilar una frase coherente-. Esto no es...

Él alzó las manos, antes de volver a hacer ese gesto tranquilizador que ella comenzaba a identificar como algo natural ¿Habría sido así con sus amigos en Hogwarts? ¿O estaba frente a una mutación provocada por los años? Sea como fuera, empezaba a agradarle.

-Tranquila, Hermione- ¿Él estaría consciente de lo mucho que la estremecía por dentro la forma en que decía su nombre? Esa cadencia al hablar era un arma de destrucción masiva de cerebros-. No pienso venir aquí a juzgarte, cada quien puede hacer lo que quiera con su intimidad.

Aunque, por algún motivo en especial, el hecho de que estuviera revisando esa clase de libros, seguramente para ponerlos en práctica con algún maldito afortunado, no le gustaba en lo mas mínimo, aún con lo enfermo que sonará. Y, al mismo tiempo, le agradaba ver que estaba abierta a experimentar en esos terrenos...

No, agradar no era precisamente la palabra...

A él en verdad le excitaba ver que estaba abierta a experimentar en esos terrenos.

Se mordió la mejilla derecha para evitar que una sonrisa hambrienta se extendiera por sus labios. Por supuesto, algún demonio de su retorcida mente juvenil debía quedar en su yo adulto.

-A demás- continuó, sin ser consciente de la forma en que Hermione cerraba los ojos con fuerza y su rostro adquiría una tonalidad casi borgoña-. La sexualidad es un terreno muy diferente para cada uno, no tienes que preocuparte. En lo personal, los tabúes sexuales no existen para mi.

Oh, que buen momento sería para que la tierra se abriera en los cuatro pisos bajo ella y se la tragara por completo. Se conformaría con no ver rastro del sol por el resto de la eternidad.

-Y...

-¡Por dios, Malfoy, cállate!- exclamó, ocultando su rostro entre sus manos y gimiendo por lo bajo-. En este momento agradecería que me llamarás Sangre Sucia de nuevo con sólo saber que no hablaremos de esto.

El tono de desesperanza le resultó tan cómico como culposo. Sobre todo al tener el antiguo apodo despectivo que marcó el comienzo del fin de cualquier oportunidad que hubiera tenido para hablar normalmente con Hermione.

La miró confundido, hasta que pudo atar los cabos sueltos... Se mordió la lengua para no reír al notar en el aprieto en que acababa de meter a la antigua Gryffindor.

Oh, bueno, no iba a desaprovechar tal oportunidad de molestar nuevamente a su ex compañera.

-No te avergüences, Hermione, muchas personas creen que la sexualidad y el placer espiritual van de la mano...

-Cállate.

-De hecho, expertos en sexología afirman que...

-Cierra la boca, Malfoy- volvió a gemir entre sus manos.

-... el placer es mucho más intenso cuando el alma es satisfecha pri...

-¿Estás haciéndolo a propósito?- preguntó, molesta, mientras alzaba la vista para encararlo.

No necesitaba un espejo para saber que estaba tan roja como un autobús londinense, el ardor abrazador bajo sus pómulos le decía todo, y empeoró cuando notó la sonrisa, esta vez pícara, extendiéndose por el rostro del hombre. De verdad que Malfoy podía ser arrebatador cuando así lo quería. No le extrañaba su popularidad en la escuela.

-¿Qué crees?- preguntó, divertido, antes de cruzar sus brazos sobre el suéter de cuello en v gris que llevaba puesto y descansar todo su costado en la estantería junto a él.

La morena frunció el ceño, ligeramente molesta, antes de que un poco del buen humor de Draco se filtrara a través de ella y le arrancara una sonrisa divertida.

-Creo que quieres que te muestre otra vez mi derechazo ¿No?- preguntó, maliciosa, mientras volvía a colocar el libro en el espacio de donde lo había sacado.

El estremecimiento y la mirada de pánico de la serpiente le hizo reír entre dientes, regocijándose de no haber perdido su toque para torturar chicos.

-¿Sabes? Creo que es buen momento para que me comporte.

-Sí- concordó, antes de volver a girarse hacia él. Al ver su rostro aún dispuesto a divertirse como cuando niños, repentinamente perdió un toque de su valor-. Y, para que lo sepas, sólo tenía curiosidad por el lomo.

Él rio, pareciendo divertido por un segundo, antes de que una sombra atravesara su rostro y una mueca elevara su comisura izquierda. Ella frunció el ceño. Curiosa por la reacción.

-Bueno, él debe ser un maldito afortunado si sientes curiosidad por tales libros- gruño entre dientes, de forma tal que Hermione apenas puedo oírlo.

Tardó un minuto entero en comprender la frase y, apenas lo hizo, una risa sarcástica se escapó de ella nuevamente, casi tan encantadora como la primera, sólo que sonaba un poco enojada.

-Oh, claro, mi gato de verdad aprecia todo mi interés por el erotismo- soltó, sin ser realmente consciente de lo que decía-. Sobre todo cuando me cubro el cuerpo de atún y me acuesto desnuda en el suelo.

Los ojos abiertos de par en par de Draco la asaltaron juntó con la completa perplejidad de su rostro.

Ella boqueó, con la misma expresión, en el momento inmediato en que fue consciente de las palabras que acababan de escapar de sus labios.

Oh dios ¿Es que se estaba volviendo loca? ¿Dónde estaba su decoro?

Ella gimió al momento en que escondía su rostro ardiente en la estantería junto a ella. Él no pudo evitar soltar una carcajada ahogada una vez pasada su sorpresa, una que terminó por sacudir todo su cuerpo por los espasmos al tratar de reprimirla.

-Es una imagen muy interesante- comentó, con la voz temblorosa por las risas que querían escapar-. Aunque estoy completamente seguro de sería mejor con chocolate en vez de atún... o fresas y crema- añadió, reflexivo.

Hermione gimió de nuevo, antes de echarle una mirada de reojo, muerta de vergüenza

-Dios ¿No existe un hechizo para hacer que la tierra me trague?- preguntó, de verdad avergonzada.

Sonrió, enternecido por la vergüenza que brillaba en esos tiernos ojos pardos.

-Tú mejor que nadie lo sabes, señorita Conozco todos los hechizos- aseguró. Ella le envió una mirada asesina, y Draco se pasó una mano por el rostro, haciendo un esfuerzo admirable en borrar su sonrisa.

-Púdrete- gruño-. Estoy empezando a sentir la necesidad de hacerte un Expelliarmus directo en los pantalones, Malfoy.

Otra vez sorprendido por la actitud de la mujer, una nueva carcajada escapó de su boca antes de poder reprimirla.

-Creo que me empieza a caer bien esta Hermione semi-homicida ¿Sabes?- comentó en el mismo instante en que la vergüenza volvía a apoderarse de ella.

Sonrió de lado, apenada.

-Lo siento.

Él negó con la cabeza, divertido.

-Sigue así y romperás todos los records de pedir perdón.

-Lo siento.

-Dios ¿En realidad eras así en Hogwarts?

Rio, antes de encogerse de hombros.

-Con los acontecimientos que marcaron nuestras vidas, Malfoy, uno aprende que la vida es muy corta y los amigos muy valiosos como para ser altivo y orgulloso todo el tiempo... algo me dice que tú también aprendiste.

Él rio, y estuvo a punto de jurar que vió sus pómulos masculinos ligeramente rosas.

-El idiota de Potter es un maldito afortunado por tenerte junto a él. Y Weasley es un estúpido por dejarte escapar- dijo, sonriente, y la sinceridad de sus palabras la asombró al mismo tiempo que halagó.

Se separó de la estantería con una sonrisa, aunque aún ruborizada.

-Gracias, creo- murmuró, antes de volver la vista a los libros-. Pero Harry no es un idiota y Ron... bueno, Ron hace lo mejor que puede- agregó, de humor para las bromas.

-Te dejó marchar, en el final del último año. Eso, para mí, se traduce en ser un estúpido- repitió, con un aire de repentina seriedad que la sorprendió. Apenas pudo evitar estremecerse como una adolecente caliente ante la profundidad y deseo de sus ojos claros.

Dios, unos minutos más, y terminaría por gritar como una fanática en un concierto... Terrorífico.

-No, no es...- dudó en continuar, buscando las palabras correctas-. No era el momento, él había perdido a su hermano y estaba demasiado asustado por volver a perder a alguien. A demás, ambos sabíamos que no funcionaría, eramos más dos hermanos peleadores que pareja- explicó, tratando de hacerse entender ante la mirada atenta de Draco-. De hecho, desde el comienzo fue equivocado. No se puede ser amigos por tantos años y, de repente, comenzar a besarse. Era raro. Tierno, pero incómodo al final.

Draco se esforzó por aplastar bajo la suela de su zapato los celos que le embargaban, junto con la imagen de la hermosa Hermione siendo tocada por la comadreja pecosa. Era un sentimiento irracional, que por algún motivo se le hacía muy apropiado.

Tratando de disimular su malestar, decidió hacer otro tipo de movida.

Se inclinó sobre ella, dejando que el olor a flores silvestres y alguna fregancia desconocida, algo amarga, como café, inundara sus fosas nasales. Sintió que se le secaba la boca.

-Entonces, ¿Debería comenzar a comportarme como un cretino ahora?- preguntó, en un tono juguetón que le hizo hormiguear la piel. A pesar de que invadía su espacio personal en ese momento, no lo hacía lo suficiente como para llegar a incomodarla. Sin embargo sus hombros anchos y altura de casi un metro noventa eran suficiente como para hacerla sentir pequeñita, aunque no en el mal sentido- ¿O si te robo un beso bastará para que entiendas mis intenciones?

Bueno, si era por sentirse pequeñita, su voz grave y sus ojos de fuego celeste bastaban para amedrentarla muy bien.

Tragó saliva convulsivamente, mientras él lo hacía lento, deliberadamente, y con sus ojos fijos en sus labios.

Sabía que no podías haber dejado todo atrás, Malfoy. Pensó, ruborizándose Pero sigue, no tengo problema.

Reprimió nuevamente el impulso de agitar su cabeza para alejar los pensamientos.

-No bromees, Malfoy- murmuró, aún sabiendo que el ofrecimiento tenía poco de broma. Sonrió, una sonrisa algo temblorosa, tratando de restarle peso al ambiente-. Aunque, créeme, lo de cretino te va maravillosamente.

Él rio entre dientes, antes de, para su pena y alivio, alejarse de ella, irguiéndose.

-Gracias. Realmente es lo más halagador que me has dicho al respecto desde que te conozco- aseguró, con soltura.

-Cuando quieras- le guiño un ojo, juguetona, antes de cambiar de tema-. Por cierto, no respondiste antes- ante su mirada confundida, ella aclaró- ¿Qué haces aquí? Nunca antes te había visto en Hatchards.

Él se encogió de hombros, indiferente. Extendió su brazo derecho y lo colocó sobre la estantería.

-Vengo de vez en cuando, una visita cada mes por lo general- comentó, pasando su mirada despreocupadamente por los libros a su alrededor-. Tienen muy buen material, lugares cómodos y tranquilos, la recomendación de la Familia Real... y, lo mejor, no hay brujas justificadamente rencorosas por aquí.

Hermione rio. Su ceño se frunció ligeramente al percatarse de que había reído más en la última media hora de lo que lo hubiera hecho en los últimos cinco o seis años.

¿Quién, en su sano juicio, hubiera pensado que ella estaría riendo tan naturalmente de los comentarios al azar de la antigua serpiente? Su yo anterior habría viajado hasta el presente sólo para hacerla entrar en razón a bofetadas.

Hasta hace unas horas, el simple pensamiento de compartir el mismo aire que Malfoy la hubiera hecho sentir nauseas. Ahora mismo, estaba más que encantada con la idea.

De repente, una duda cruzó por su mente, y otra vez fue incapaz de refrenar sus palabras.

-Entonces ¿Te gusta leer nóvelas románticas?- soltó, sorprendiendo al hombre. Él se quedo mirándola por un momento en silencio, y Hermione notó que había utilizado un tono demasiado impulsivo una vez más. Se corrigió rápidamente-. No es que tenga nada de malo, claro, un hombre que lee novelas es sexy, pero...

Su voz fue perdiendo fuerza de la misma forma que la coherencia de sus palabras. El deseo de no ver nunca más la luz del sol reapareció en su mente, y estuvo a punto de hacer algo al respecto. Después de todo, las escaleras no estaban tan lejos.

Por algún motivo -llamado Ginny- había perdido la capacidad de recordar cuales eran las frases que debían o no debían decirse en una conversación normal con las personas. Normalmente, sus conocidos y colegas que habían sido testigos de la Hermione fría y un tanto petulante de antaño, estaban a favor del cambio, y muchos se tomaban sus comentarios inesperados con humor.

Pero había ocasiones, como ésta, en las que desearía tener a Ginny en frente para poder estrujarle el cuello con las dos manos. Era un milagro que el pobre Malfoy no hubiera salido corriendo hace ya rato.

En cambio, él se mostraba completamente amable y divertido, con una sonrisa ladina en el rostro que no reflejaba malas intenciones, solamente un verdadero disfrute de sus metidas de pata.

Dios, si ser un hazmerreír era tan magnífico como provocarle una sonrisa al rubio, debería haber intercambiado lugares con Ron hace mucho.

-Venía a buscar un libro para mi sobrina- dijo repentinamente, sacándola del hilo de sus pensamientos. Miró, ligeramente dolida, como tomaba entre sus manos el libro que había ocupado sus sueños en el último otoño y que era -la vida es cruel- el último tomo. Con la otra mano tomó otro libro, sin dudar, lo cual le llamó la atención. Se tomó unos segundos leyendo las sinopsis en la contraportada, y ella se permitió fantasear con la mano áspera y cálida que le había rozado y ahora sostenía el libro de la derecha.

Habiendo conocido la parte más oscura de Draco durante toda su vida, siempre se lo había imaginado como un chico mimado, con manos suaves y de niñas, las de alguien que no había hecho un esfuerzo por si mismo en su vida. En cambio, sus manos eran grandes y nudosas, sin dejar de ser atractivas; las manos de un hombre.

Alzó la mirada hacia ella, con una clara duda en ella.

-¿En la cama con el Diablo o Un bonsái en la Toscana?- preguntó, y tardó unos momentos en reaccionar. Draco Malfoy le estaba pidiendo, de cierta forma, que eligiera por él.

Que una Sangre Sucia le diera su opinión.

¿Es qué el Infierno se había congelado y no había sido informada?

-Yo...- le hubiera encantado decir que se llevara Un bonsái en la Toscana. Era una historia muy bella y divertida que le había hecho reír durante horas. A pesar de ello, En la Cama con el Diablo era su más reciente obsesión, y tenía el presentimiento de que haría palidecer a la asiática y su científico en muchos aspectos. Con un suspiro y todo el dolor de su alma, contestó francamente-. Las dos historias son increíbles, seguro disfrutaría mucho de ambas, pero En la Cama con el Diablo se me hace muy prometedora.

Él asintió y los apiló en sus manos.

-Llevaré los dos- dijo, decidido. Ella asintió, internamente desilusionada.

Duraron en un silencio incómodo por unos momentos, exprimiéndose los sesos para buscar un tema del que hablar.

-Entonces- comenzó Draco, dubitativo y sintiéndose considerablemente idiota- ¿Vienes aquí a menudo?

Ella asintió, antes de mirarlo con un suave rubor cubriendo sus mejillas. Draco no se imaginó el porque, pero le agradaba esa pincelada rosa en su rostro.

-Vengo una vez por semana- confesó, avergonzada-, y más si tengo que encontrar algún material para mis clases.

Draco la miro sorprendido, imaginándose lo extraño que sería para él estar allí todas las semanas... Aunque, era Hermione Granger de quien estábamos hablando, la chica que había leído cada libro de la biblioteca, incluyendo la sección oscura, en menos de cuatro años, y que también había ojeado cada libro de Dumbledore o Minerva que pudiera.

Un extraño sentimiento de orgullo lo embargó, y no pudo evitar que se reflejara en sus ojos y voz.

-Estoy seguro de que eres una profesora maravillosa.

La intensidad de sus ojos la quemó por dentro, y una sonrisa de oreja a oreja se extendió por su rostro, justo antes de que una carcajada leve se le escapara.

-Me odian- aseguró, aún sonriente-, así que debe haber algo que estoy haciendo malditamente bien.

Él sonrió con gentileza, encantado por su buen humor.

-No creo que te odien, Herms- susurró, haciéndola estremecer ante el tono bajo y seductor- ¿Cómo podrían hacerlo?

Ella sonrió, irónica, y él entendió el mensaje.

¿No había sido él, acaso, una de las primeras personas en odiarla en todo Hogwarts?

Apartando la idea y los malos recuerdos que pudiera traer, decidió por seguir con la charla anterior.

-Gracias- murmuró, él asintió con elegancia-. Cuéntame de ti ¿A que te has dedicado, chico malo?

Él sonrió con diversión y sorpresa brillando en su mirada, y Hermione nunca pensó que disfrutaría tanto de unos hoyuelos tan tiernos cubiertos por esa barba semi rojiza.

-¿Chico Malo?- soltó una leve carcajada, antes de rascarse la barbilla en un gesto despreocupado-. Me temo que perderé ese título tan admirable apenas sepas que estoy frente a un pizarra y unos cuanto mocosos durmiéndose en las sillas cinco días a la semana, Hermione, y ni siquiera hay unos pajarillos de papel volando allí, sólo bolas y borradores... ¡Y no son mágicos!

La castaña boqueó, completamente atónita, apenas entendió lo que el otro quería decirle.

-No- jadeó-. ¿Eres profesor de muggles?

Draco asintió como única respuesta. La sonrisa que se extendió por los pétalos de rosas que eran los labios de la mujer lo descolocó y encantó por un segundo.

-Déjame adivinar- comenzó-. Te graduaste un año antes de la carrera de Historia Antigua, aún cuando hiciste el doctorado, y con honores. Has sido solicitado por las mejores academias del país, de Europa, pero tú sólo deseas quedarte en Londres para no dejar sola a tu madre. No te gusta llamar mucho la atención, por eso vistes sin traje y casual casi siempre, y de vez en cuando haz tenido ataques de "epilepsia" en museos, restaurantes y bares ¿No?

Él no hubiera parecido menos sorprendido si ella le hubiera dicho que el Señor Tenebroso había vuelto. Y es que, increíblemente, cada palabra era un hecho "verídico"; salvo las tretas que había tendido a los muggles, explicando los ataques y su renuencia a viajar por lugares desconocidos donde no pudiera escapar de sus ex compañeros.

-¿Es que me perdí la única clase útil de Adivinación?- preguntó, aún sorprendido y mirándola con sus celestes orbes abiertos de par en par.

Hermione rio, divertida y casi tan sorprendida como él.

-No, tonto. Es sólo que el mundo es un pañuelo muy pequeño- comentó, sonriendo-, y que sólo una persona encajaba con la descripción del profesor nuevo de Historia Antigua en la Universidad de Oxford. El director habla de tí como si fueras un trofeo, colega.

Si antes había estado sorprendido, ahora estaba realmente pasmado.

¿Colega? Repitió, antes de caer en la cuenta de que, bendito fuera dios, Hermione también debía de dar clases allí ¡Por las barbas de Merlín!

-¿Das clases en Oxford?- preguntó, sólo para cerciorarse. Ella asintió rápidamente- ¿Y cómo supiste que era yo?

Ella sonrió, como si realmente fuera algo obvio.

-Eres uno en un millón, Malfoy. Sólo tú encajabas con la descripción: alto, pelo rubio casi blanco, serio y exigente, amable, un tanto gruñón, por lo menos hasta que empiezas a gastar bromas a tus alumnos, pero tan bueno que estás como un tren.

Alzó una ceja, inclinándose hacía ella nuevamente.

-¿Tan bueno que estás como un tren?- repitió, sonriendo con descaro arrebatador.

Hermione se ruborizó.

-Según las otras profesoras, amigo- respondió, tajante.

-Ya- concedió, dejándolo por la paz. Se enderezó- ¿Qué enseñas en Oxford?

-Literatura.

Qué sorpresa. Pensó, sonriendo con socarronería. No, no era una sorpresa, para nada.

Al igual que en él, había cosas en Hermione que nunca iban a cambiar.

De repente, una duda le asaltó. Los horarios de la pelirroja, según tenía entendido, eran completos tanto en Hogwarts como en Oxford ¿Cómo podía mantener todas sus clases sin faltar a ninguna?

Frunciendo el ceño, la miró con extrañez.

-Si estás en Oxford todo el día, y también en Hogwarts ¿Cómo haces para no faltar a ninguno de los dos lugares? Ni siquiera con una Nimbus puedes llegar a todas tus clases sin problema, y eres la profesora con asistencia perfecta de ambas escuelas desde hace dos años.

Ella sonrió, divertida ante su histeria por saber.

No le extrañaba que supiera tales datos; después de todo, le habían hecho una nota en el periódico hace poco con la misma duda.

Nunca les había contestado.

Pudo ver como su Manzana de Adán bailaba en su cuello cuando tragó nervioso y, por el simple hecho de pincharlo un poco, le dedicó la mirada más coquetamente inocente que su escasa experiencia en seducción le permitió.

Por la forma en que su cuerpo se tensó, no debía de haberle ido tan mal.

-Ser la mimada de una profesora tiene sus ventajas, ya sabes- comentó, llevando sus delicados dedos hasta su cuello y jalando de una fina cadena plateada, realmente larga, hasta que extrajo un dije circular de su escote.

La comprensión brilló en los ojos del Slytherin al ver el temporizador plateado. Una sonrisa volvió a brotar de sus labios; la Gryffindor siempre tuvo más ingenio que cualquiera.

-Debes terminar realmente agotada el día- comentó, sincero. Si un día en una escuela muggle era molesto, no quería imaginar lo que sería encargarse de los "retoños" mágicos también.

Ella se encogió de hombros, antes de abrir el primer botón de su abrigo y dejar caer el dije en el interior de su blusa blanca, entre sus suaves pechos. Por un segundo, sintió envidia por el temporizador.

-Una se acostumbra.

Él asintió, creyéndole lo suficientemente vigorosa como para que eso fuera una realidad.

Hermione bajó la mirada hacía su muñeca, mirando su reloj, aunque él no pudo reparar en nada que no fueran los destellos rojizos que su cabello lanzaba bajo la luz mortecina que entraba por la ventana, o el gracioso movimiento de sus rizos cuando inclinaba la cabeza.

Hizo una mueca de desagrado, antes de volver a alzar la mirada hacia él con, estaba segura, un brillo de desilusión en los ojos.

-Se está haciendo tarde- comentó, llevándose un mechón de cabello rojizo detrás de la oreja en un gesto inmensamente enternecedor-. Probablemente debería irme.

Él asintió, comprensivo. Hubiera deseado con todas sus fuerzas que aquel momento con la Gryffindor no terminara. Pero todo lo bueno tiene su final, y en su vida, lo bueno duraba excepcionalmente poco.

Hizo un mueca de molestia. Su destino de verdad era una mierda.

Sintió que su alma caía a sus pies al verla despegarse de la estantería y tratar, con cierta duda, de retirarse.

Ella se iba a ir.

El pensamiento sonaba un tanto dramático, considerando que a partir del próximo martes ambos serían nuevamente, por así decirlo, compañeros de escuela.

Pero nada le garantizaba que, para aquella fecha, la mente de la peliroja volviera a dibujarlo como el enano idiota y supuestamente calculador que había sido.

Eso nunca.

-Hey, Hermione- la llamó, ella se giró y él la alcanzó con tres zancadas en la mitad de la habitación-. ¿Te molesta si voy contigo? No tengo nada más que hacer aquí.

Ella le dedicó una sonrisa entusiasmada, y un brillo que hacía ver sus ojos especialmente hermosos adornó su rostro.

-Estaría encantada- aceptó-. Vamos.

Una sonrisa ladina pero amable curvó su labios, al mismo tiempo que comenzaban a bajar las escaleras en caracol lentamente, tratando de que la compañía del otro durara tanto como fuera posible.

Los primeros dos pisos estaban completamente vacios y los pasaron en un silencio que no era molesto, pero tampoco apacible. Estaba claro que ambos estaban esperando que el otro hablara y tuvieran una escusa para continuar juntos un rato más.

Luego de unos tres escalones más, Draco decidió que era de caballeros cortejar a la dama, así que habló:

-Eh, espero que no sea una pregunta incómoda, Hermione- comenzó, sintiéndose nervioso como no lo había estado desde su primera vez jugando Quidditch. Y la sonrisa divertida de la pelirroja, que seguramente adivinaba sus próximas palabras, no le ayudaba en nada-, pero, ¿Estas saliendo con alguien en este momento?

Ella negó suavemente con la cabeza. El hecho de que no hubiera sorpresa en sus gestos confirmaba sus sospechas.

-No, no hay mucho tiempo para conocer chicos entre dos vidas completamente diferentes en las escuelas y mi devoción a ver películas y leer la mayoría de las noches- confesó, sin sentir ese bochorno que experimentaba generalmente cada vez que confesaba aquello a alguien nuevo.

Aterrorizada, notó que hablar con Draco le resultaba mil veces más sencillo que hablar, al parecer, con Ginny o Luna

-Entonces- el aire exageradamente esperanzado en la voz de Malfoy le hizo reír, lo que seguramente él consideraba un triunfo-, hipotéticamente hablando, mi vida no correría más peligro de lo normal si quisiera invitarte a tomar algo ahora, ¿No?

Divertida, ella le siguió el juego, echándole una mirada juguetona.

-¿Hipotéticamente?- preguntó, él asintió-. No, creo que no. El único problema sería si Harry-complejo-de-hermano-mayor-Potter hipotéticamente se enterara por algún medio que escapa de nuestras manos y viniera a defender a su hermana con un Expelliarmus a tus bolas. Pero estoy hipotéticamente segura de que está demasiado ocupado engendrando copias de Ron con Ginny como para notarlo.

Perplejo por un momento, no pudo más que echarse a reír apenas las palabras de Hermione cabieron en su cerebro. No debería resultarle tan excitante el burlarse de Potter con su mejor amiga ¿No?

Si claro. Era una experiencia orgásmica.

-En ese caso- continuó apenas pudo controlar su respiración- ¿Te gustaría acompañarme en esta noche?- preguntó, en tono bajo y galante.

Ella sonrió, preguntándose si era normal sentirse halagada y atemorizada por algo tan simple como una cita con Draco Malfoy

-Malfoy, la única forma en que yo saliera con un chico sin, al menos, una semana antes de anticipación, es que me regale el libro que más deseo en ese preciso momento- comenzó, regodeándose en su expresión sorprendida y ligeramente decepcionada, antes de agregar, imitando su tono sensual y bajo, poniéndose en puntas de pie para susurrarle al oído-. Pero, tomando en cuenta que nunca me lo había pedido un sensual profesor de Historia Antigua que, además, pudiera ayudarme a desinhibirme de mis tabús sexuales, creo que puedo hacer una excepción- finalizó, mientras continuaba caminando.

La sonrisa coqueta que le dedicó le dejó helado en su escalón por unos momentos, antes de alcanzarla a la carrera, un piso más abajo.

-Bueno, si necesitas ayuda en eso, gustoso yo...

-Ni lo sueñes, Malfoy.

Caminaron a lo largo del pasillo principal, iluminado por lámparas modernas que imitaban unos candelabros en el techo, hasta llegar al escritorio donde una chica morena y de ojos claros estaba atendiendo a un hombre que llevaba un clásico de Sherlock en la mano.

La muchacha la saludó en cuanto ella y Draco tuvieron su turno.

-Hola, Hermione- su tono era ligeramente agudo, y su aire aniñado y ojos grandes le recordaron levemente a Luna-. Ya era hora de que trajeras a tu novio, linda. Empezaba a preguntarme si no debería presentarte a uno de mis primos.

Hermione miró sorprendida a la chica, sintiendo como su rostro se volvía de un rojo escarlata. Alzó la mirada hasta Draco, que esbozaba esa sonrisa maléfica y encantadora a la vez por la que era tan conocido.

En serio, iba a inventar ese hechizo para la tierra.

-Sue, no es...

-No es necesario- la voz grave de Draco la interrumpió, haciendo que casi saltara. Un brazo fuerte y masculino rodeó sus hombros, y se vió atraída a un cuerpo duro y con una exquisita fragancia a colonia y granos de café. Estuvo a punto de suspirar ante el calor reconfortante de su cuerpo, pero él destruyó el ambiente apenas abrió la boca-. No creo que me agradará mucho compartir a mi mujer con otros hombres ¿Entiendes?

El tono de Draco era amistoso, jovial, pero alguien que hubiera conocido a su antigua persona, hubiera reconocido la abrazadora amenaza en sus ojos celestes, tal como hizo ella al alzar la vista.

Sue no lo había notado, así que sólo le dio un guiño en camaradería.

-No hay problema. Hay otra chica que también se la pasa muy sola por aquí- comentó, para mayor vergüenza de la castaña.

Él le sonrió, y Hermione se sorprendió al notar que el brillo amenazante se desvaneció, siendo remplazado por algo que se asomaba mucho a la simpatía.

¿Draco sintiendo simpatía por una muggle desconocida? Oh, ¿Donde estaba la chismosa de Rita cuando en verdad necesitaba reportar un hecho completamente inútil?

Pagó los libros, intercambiando algunos comentarios joviales con Sue, antes de volver a envolver su brazo alrededor de sus hombros, mientras su otra mano la guardaba del frío londinense en los bolsillos de su pantalones, con la bolsa de papel y los libros en envoltorios de regalo colgando de su muñeca.

-¿Cómo me esta yendo en mi primer día de novio?- preguntó, jovial, mientras la acercaba más a su costado.

Ella bufón.

-Hipotéticamente, en este momento estaría llamando a Harry para que te patee el trasero- gruño.

-Es bueno saber que está haciendo mini copias de Weasley, entonces.

A pesar de sí misma, no pudo evitar reír ante el comentario. Sintió las cálidas puntas de sus dedos acariciando su cuello, erizándole la piel, y jugueteando con los rizos que descansaban sobre sus hombros, y una cálida sensación se extendió por su cuerpo, haciéndole sonreír, aún cuando todo dentro de ella le decía que, si no quería causar confuciones con Malfoy, debería alejarlo en ese momento.

No lo hizo...

Muy dentro de sí, ella quería causar confuciones con éste Malfoy.

-¿Tienes hambre?- preguntó el rubio, cortando el hilo de sus pensamientos.

Negó levemente con la cabeza. Había comido una merienda frugal justo antes de entrar a Hatchards, así que apenas tenía un poco de apetito.

-No mucho- confesó, pensando alguna cosa en la que ambos pudieran invertir su tiempo. De repente, el aroma a café de su suéter se le antojó irresistible- ¿No te gustaría tomar un café? Hay una café colombiano realmente bueno aquí cerca. Su pan de plátano hace que el de Kaffeine paresca budín de mandrágora.

Él rio.

-Supongo que eso quiere decir que es delicioso.

-Ambrosía pura.

Su sonrisa se ensanchó mientras caminaban bajo el cielo nublado de Londres, compartiendo su calor corporal ante la fría brisa invernal que recorría la calle atestada de personas apuradas y congeladas.

Luego de cinco minutos, Draco Malfoy estaba saboreando ambrosía pura.

-Oh dios- susurró, reverentemente.

Hermione rio bajo, tomando un pedazo del pan sobre la mesa, para luego llevárselo a la boca.

-Síp, fue exactamente lo que yo dije.

Draco la miró como si acabará de enseñarle el tesoro más valioso del mundo, con sus claros ojos brillando como dos turquesas emocionadas. No pudo evitar soltar una carcajada por su actitud infantil.

Que dios y todos los grandes magos la perdonarán, pero, Draco Malfoy se veía tan tierno que apenas podía rechazar el impulso de estirarse y abrazarlo contra su pecho.

Abriendo los ojos de par en par, se estremeció ante su pensamiento.

Oh, dios. Pensó horrorizada . Me estoy convirtiendo en mamá.

Aunque, la verdad, la idea no se le hacía tan mala por ningún lado. Debía admitir que le gustaría poder tener, de vez en cuando, el carácter tierno y amoroso de su madre, el que siempre mostraba cuando envolvía en sus brazos a su padre o a ella y los tenía presos de su cariño hasta que un cálido bienestar les llenaba el pecho.

Y, por el otro lado, la idea de mostrarle a Malfoy un poco de esa ternura infinita se volvía más tentadora a medida que, conservando su elegancia, se llevaba pedazos de pan de plátano a la boca o bebía leves sorbos de café.

Una sonrisa calma se extendió ladina por sus labios, al mismo tiempo que descansaba su mejilla sobre la palma de su mano derecha.

Aprovechando la oportunidad, se dedicó a recorrer con la mirada cada detalle de su rostro.

Los años le habían dado una mandíbula marcada y masculina, al mismo tiempo que sus pómulos altos pero no demasiado marcados parecían resaltar sus ojos claros, que estaban rodeados por un mar de pestañas negras, de una tonalidad más suave que la barba de dos días que cubría sus mejillas, mentón y un poco de su cuello.

Y su cuello verdaderamente era una de las cosas que más le gustaban del hombre frente a ella. Grueso y duro, con una Manzana de Adán que sólo la invitaba a fantasear con lo bien que se sentiría al recorrerla a besos, a mordidas.

-¿No debería ser yo el que te acose mientras comes?- preguntó, haciéndole saber que su observación no era pasada desapercibida.

Extrañamente, más que avergonzada, se sentía divertida.

-Siéntete halagado, Malfoy- comentó llevándose un pedacito de pan, esponjoso y dulce, a la boca-, eres el primero a quien lo hago.

Tomó un sorbo, con aparente indiferencia, aunque la mirada extrañada del rubio estaba jalando con fuerza de las comisuras de sus labios.

-Hipotéticamente, yo debería estar un poco incómodo ¿No?

-¿Lo estás?- preguntó, ligeramente preocupada. O por lo menos, hasta que una sonrisa ladina que le robó el aire atravesó su rostro.

-¿Cómo podría estarlo cuando me miras con esa sonrisita?- susurró, con voz baja y seductora, causando que un estremecimiento descendiera por su columna vertebral. Se ruborizó.

-Ahora yo debería esta incómoda ¿Verdad?

-¿Lo estás?- repitió su pregunta, llevándose la taza nuevamente a los labios, aunque en ningún momento su mirada profunda abandonó su rostro. Disfrutó del rubor que inundó sus mejillas, haciendo ver su rostro de joven mujer más inocente, más irresistible.

-Algo halagada de hecho- confesó, con cierta vergüenza en su voz y sus tiernos ojos pardos. Tomó un sorbo de café mientras fingía ignorar la mirada sorprendida del rubio, en vez de eso, miró por la ventana hacía la calle, ahora iluminada por faroles. No había un solo rincón a oscuras gracias a las luces públicas y las vidrieras de las tiendas, que ahora estaban en plena actividad por las parejas de jóvenes enamorados. Hizo una mueca al pensar en que ella, más allá de salir con Harry y Ron o Ginny y Luna, nunca había compartido esas citas romántica tan famosas, con helado y ferias, ni siquiera en el poco tiempo que estuvo con Ron.

Draco observó con curiosidad la mueca de disgusto que hizo la mujer al mirar por la ventana.

Debía admitir que Hermione se veía hermosa con el brillo de las luces amarillentas de las farolas bronceando su pálida tez. La luz volvía sus ojos de un enigmático dorado-cobrizo que le resultaba increíblemente hermoso.

Eventualmente, la expresión en su rostro se fue suavizando hasta que fue completamente apacible, salvo por el brillo curioso en sus ojos, la línea que atravesaba su entrecejo y la forma en que mordía suavemente su labio inferior.

No pudo evitar pensar en lo agradable que sería morder esos suaves labios de rosa, lamerlos y besarlos hasta volverlos rojos y brillantes, disfrutar de la timidez que, de seguro, mostraría, y una vez saciado, continuar por la curva pecadora de su cuello de cisne.

Y de allí a...

-¿Draco?

Su voz se abrió paso hasta su cerebro, y sólo en ese momento notó que ella le había estado hablando.

Le miraba divertida, pero no había rastro de burla en sus dulces ojos.

Se aclaró la garganta, aunque no estuviera avergonzado por ser descubierto, al menos debía fingir.

-¿Sí?- preguntó, y se maldijo al notar su voz algo ronca aún.

Ella sonrió, esta vez tranquilizadora.

-Quería saber por qué quisiste ser un profesor de Historia muggle- dijo, y él la miró un poco aturdido aún.

Le tomó unos segundos el comprender su pregunta y poder darle orden a las palabras en su mente. Hizo una mueca.

-Bueno, ya sabes, es agradable trabajar en lugares donde nadie sepa quien eres, nada sobre tu pasado ni que estás forrado o lo "respetable" que es tu apellido- respondió, apesadumbrado. Tomó otro sorbo de café antes de continuar bajo la atenta mirada de Hermione-. Sin mencionar, por supuesto, que los muggles son mucho más agradables que los magos y brujas... La ironía de la vida.

Hermione le dedicó una mirada comprensiva mientras comía un poco del pan de plátano.

Realmente era una ironía. Hace un año, lo menos que hubiera esperado era que el Draco Malfoy que tanto había aborrecido a los Sangre Sucia y a los muggles por igual, el mismo que había estado dispuesto a hacer lo que fuera bajo las órdenes de un tiránico padre que, a su vez, no era más que otro títere de Voldemort; hoy se presentara ante ella cómo un joven profesor de Historia Antigua, agradable, seductor y adorado -según había oído- por sus alumnos en cada escuela que había transitado.

Malfoy. Querido. Respetable. Adorado... Agradable.

¿El mundo se estaba volviendo loco o sólo era ella?

-¿Y por qué Historia Antigua?- consultó, sin molestarse en ocultar su curiosidad, mientras comía un poco del pan-. Me hubiera imaginado que ya estarías perfectamente arreglado con un traje gris, en una oficina gris, sobre un sillón gris, y chupándole el alma a un pobre diablo. Como los hombres forrados y de respetable apellido suelen hacer.

Él rio, repentinamente de buen humor ante su broma.

-¿Me crees abogado?- le siguió el juego, ganándose una risa encantadora de ella, que hizo que su vientre hormigueará, dejándolo obnubilado-. Bueno, ya sabes, cuando se es un hombre que pasará el resto de su vida aprendiendo de sus errores, lo mejor que se puede hacer es ayudar a los chicos a evitarlos. La historia está llena de errores, y si te ganas a los chicos, terminas volviéndote una especie de confidente-consejero las veinticuatro horas.

Ella parpadeó.

-¿Qué?- soltó en un jadeo sorprendido. Draco rio, divertido ante su asombro, y ella se ruborizó al notar lo inapropiada que era su reacción-. Lo siento.

Sintió su corazón saltarse un latido cuando sus ojitos pardos lo miraron entre sus curvas pestañas con un brillo de arrepentimiento. Sintió su mandíbula tensarse ante el repentino deseo de inclinarse y explorar esa boquita rellena hasta estar zaceado.

Alejando rápidamente esos pensamientos de su cabeza, se concentró en responder.

- Si hubiera tenido un solo profesor que me hubiera orientado cuando joven, nunca habría ayudado a mi padre con sus malditos planes- confesó, con cierto rencor en la voz y en la mirada. Hermione sintió que algo golpeaba con fuerza su estómago y el poderoso deseo de consolarlo la embargó. Draco volvió a tranquilizar sus facciones antes de que ella pudiera moverse-. Habría terminado por ayudarles a ti, Potter y Weasley, estoy seguro- suspiró, y pudo sentir la frustración en la tensión de sus hombros y mandíbula-. En fin, allí no hubo nadie que me aconsejará, o al menos, yo no lo noté, y nunca junté suficiente valor para pedir ayuda.

Él respiró hondo, para luego echarse hacia atrás en la silla.

-Y por eso quiero aconsejar a los chicos. No tendrán magos sicóticos en este mundo, pero hay drogas y abusivos, que pueden ser peores- finalizó, acercando la taza a sus labios, aunque no hubo ningún indicio de que bebiera.

Ella lo miró con los labios ligeramente separados, que lentamente se curvaron en una pequeña sonrisa asombrada. En los últimos años Draco, además de volverse un hombre increíblemente bello y seductor, se había vuelto una persona maravillosa. Un hombre que, además de querer expiar sus pecados, se molestaba por tratar de ayudar a los jóvenes a los cuales enseñaba, algo que la mayoría de los profesores consideraban una actividad insufrible.

En serio, no le molestaría pasar más tiempo con este Malfoy.

Mientras estaba distraída, una camarera que iba pasando junto a ellos con una bandeja plateada en su mano derecha tropezó con una de las patas de la mesa. Hermione se sobresaltó al ver que las tazas de café que llevaba bailaron sobre la bandeja y se inclinaron hacía ella, causando que gran parte de su contenido se precipitara en su dirección.

Se echó hacia atrás en la silla, esperando a ser rociada por el café caliente que, seguramente, dejaría una buena quemadura.

Sin embargo, un resplandor verde brilló debajo de la mesa, y de inmediato el café volvió a las tazas, que se mantuvieron firmes contra la bandeja.

La muchacha castaña la aferró entre la dos manos con firmeza y comenzó a disculparse con Hermione.

Luego de unos quince Lo siento de la ruborizada chica, ella tuvo oportunidad de calmarla, diciéndole que se hallaba bien.

La chica se disculpó nuevamente y continuó hasta la mesa donde la necesitaban.

Miró a Malfoy sorprendida, él sólo le dedicó una mirada divertida.

-Perece que te quitaron el Guinness de los Lo siento- murmuró, jocoso, y ella se ruborizó, aún sorprendida de su movimiento. Ni siquiera pudo ver cuando sacó su varita de donde fuera que estuviera.

-Eres rápido- dijo, sin poder evitar que el asombro se reflejará en sus palabras.

Él se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa, antes de mover su brazo derecho disimuladamente. Ella supo que estaba guardando su varita.

-Uno aprende a anular tantos hechizos como puede, sin llamar la atención, cuando estás rodeado de muggles y te atacan brujas con SPM- comentó, llevando la mano nuevamente hasta su café. Tampoco había visto cuando alejó la mano de allí.

Ella recordó vagamente las veces en que le había visto en clases de Defensa Contra las Artes Oscuras. Era rápido, ágil y casi tan prodigioso como Harry o ella. Hubiera sido un gran profesor.

Aún puede serlo. Pensó, sorprendiéndose remotamente al notar lo agradable que le resultaba la idea.

-¿No has pensado en dar clases en Hogwarts?- preguntó, lentamente, dejando que él asimilara la pregunta.

Aún así, la pregunta golpeó a Draco con fuerza en el estómago. La miró con los ojos abiertos de par en par, perplejo.

-¿Qué?- soltó el aire en forma de jadeo por sus labios.

Ella se mordió el interior de la mejilla, dudando al ver su sobresalto. Sin embargo, volvió a la carga luego de un segundo, convencida a, al menos, intentarlo.

-Ya sabes, eres rápido y ágil, eras el mejor en Defensa Contra las Artes Oscuras y, curiosamente el último profesor abandonó luego de... tres días- finalizó, con una mueca de compasión por el pobre hombre, que estuvo escupiendo babosas por todo un día.

Él tragó saliva ante en nudo que se le formó en la garganta.

-¿Qué le pasó?- preguntó, renuente.

Hermione apartó la vista.

-Hechizo de babosas equivocado- respondió, y Draco recordó la vez que Weasley se había auto hechizado.

Se estremeció. Pobre diablo.

Los profesores de Defensa nunca habían durado más de dos semanas por esos mismos motivos, a excepción de algunos casos especiales que, al final, también se marchaban. ¿Y Hermione quería ofrecerlo cómo carne fresca?

-Y yo que creía que empezaba a agradarte- pensó en voz alta, casi despechado, y Hermione sonrió entre enternecida y divertida.

-Vas por el camino correcto- confesó, aunque no se molesto en aclarar que había llegado a destino hace un buen rato. Entonces se inclinó levemente sobre la mesa hacía adelante, acercándose a él con sus ojos suplicantes, hermosos-. Vamos, Malfoy. Estoy segura de que serías un profesor increíble, mejor que cualquiera.

Él rio amargamente, repentinamente molesto.

-Me estás halagando, preciosa- dijo, sincero, recorriendo con su índice el borde de su taza distraídamente. Sus ojos siguieron fijos en ella, apesadumbrado-. Pero tiemblo de sólo imaginar la gran cantidad de innovadores hechizos que se dirigirán a mi trasero en cuanto ponga un solo pie en Hogwarts- sonrió de medio lado, notablemente molesto-. No sé si lo has notado, pero no soy precisamente alguien apreciado en nuestra generación mágica.

Ella hizo una mueca. Lo sabia a la perfección.

Malfoy nunca iba a las reuniones de ex alumnos, y sabía perfectamente que se debía a toda la mierda que, sin duda, muchos de sus compañeros le echarían encima en cuanto lo vieran. Pansy, Zabini, Theo -por obra de Luna- y Crabbe y Goyle habían sido perdonados muy fácilmente por el resto de los chicos de su generación y los magos de generaciones menores. Pero Draco no había tenido tal suerte. Por lo general, muchos miembros de su generación explotaban con la sola mención del apellido Malfoy, y los insultos y malas lenguas corrían como moneda corriente por un buen rato.

A pesar de su pasado, siempre había considerado una injusticia el hecho de que todos se la tomaran con tanta saña contra Draco cuando muchos de los presentes también habían tenido sus momentos de debilidad en la juventud. Hasta Ronald y Harry pensaban de esa forma.

Los magos no eran diferentes a los humanos con respecto a los prejuicios. Todos merecían segundas oportunidades.

Ahora mismo, se sentía asqueada por todas las veces que había insultado a Draco a lo largo de los últimos cinco años.

Frunció el ceño, molesta. El pobre Draco no era más que encantador y considerado ahora. Se merecía poder cambiar la idea que el Mundo Mágico tenía de él, y ella estaba dispuesta a ayudarlo.

-Pero puedes cambiar eso- le dijo, inclinándose sobre la mesa, con una determinación que no dejaba lugar a réplicas brillando intensamente en sus ojos pardos. Draco la miró, completamente sorprendido ante su reacción-. Yo puedo ayudarte a entrar a la escuela, McGonagall estaría más que dispuesta a aceptarte, estoy segura de que siempre te apreció... Además de que necesita desesperadamente un profesor para Defensa- finalizó, sonriendo entre divertida y segura.

Sonrió, encantado con su pasión. Varias veces había fantaseado con la mujer fogosa que habría detrás de la muchachita empollona que había conocido en la escuela, pensando en lo excitante que sería poder ver esa impetuosidad e irreverencia que solía mostrar en sus insultos, convertidas en besos y caricias.

Una leona de Gryffindor sobre la cama de una serpiente.

El pensamiento no lo había asaltado en un tiempo, y ahora se le antojaba aborrecible por los ideales dominantes que solían despertar su lujuria en esos tiempos... Sin embargo, ahora, bajo otro tipo de ideales, la idea volvía a antojársele exquisita.

Se relamió los labios, hambriento de repente, al ver como ella comenzaba a mordisquear su labio inferior, viéndose extrañamente apetitosa para él.

Frunció el ceño de repente, molesto consigo mismo. Ella le estaba ofreciendo la oportunidad de reivindicarse ante los magos de Hogwarts, y él sólo podía fantasear con hacerle cosas innombrables. En verdad, no merecía que nadie pensara algo bueno de él, nunca podría cambiar sus modos.

-Gracias, Hermione, pero además de soportar el odio de todos los magos y hechiceras, no quiero también soportar el odio de mis alumnos- confesó, antes de reclinarse sobre la mesa y descansar su mejilla sobre la palma de su mano-. De todas formas, y suponiendo que McGonagall no me odia como todos, ya me he encariñado demasiado con los chicos muggles, y no tengo un temporizador que me permita volver en el tiempo como tú.

Ella hizo una mueca, frustrada ante su negatividad... Bueno, si había algo de lo que todos aquellos quienes la conocían estaban seguros, era que sería más fácil escapar de un Dementor a hacerle desistir de una idea.

-Los chicos de Hogwarts, como el que tu fuiste, también necesitan un guía. No todos los chicos tienen un profesor que les infunda la confianza suficiente como para soltar sus problemas, y estoy segura que Slytherin se volvería un lugar mejor si tu estás allí- confesó, segura de sus palabras-. El tiempo sería lo de menos, al final del día volveríamos juntos al mundo muggle. Además, créeme, Minerva estaría dispuesta a darte otra oportunidad, siempre fue un alma cálida detrás de toda su frialdad.

Draco sonrió ante su firmeza. Una mujer decidida le encantaba, y una a la vez dulce, que comenzaba a confiar en él y ver el cambio en sus actitudes, como ella, le volvía loco.

Sin embargo, por más que ella viera la diferencia, no creía que nadie más lo hiciera.

Volvió a apesadumbrarse.

-Hermione, no creo que...

-Por favor-rogó, antes de suavizar su mirada y dedicarle una cálida sonrisa que le hizo tragar saliva-. Al menos inténtalo, Draco. Regálate a ti mismo la oportunidad.

¡Por Merlín! Exclamó en su fuero interno. Tuvo que reprimir la maldita necesidad de soltar un suspiro de idiota embelesado al escuchar su tono suave y dulce, que hizo saltar su corazón y le creó un retorcijón de nervios en la boca del estómago.

Un hormigueo delicioso se extendió por su piel, contrarrestando con la sensación dolorosa de su miembro al dar un tirón, al oír su nombre acariciado por su sedosa voz.

Sonrió ladino, encantado.

-Está bien, criatura testaruda y hermosa, voy a hacer el intento- empezó, alzando una mano para detenerla cuando ella abrió la boca para celebrar-, pero será sólo por un año.

Hermione frunció el ceño, y Draco comenzó a temer que su rostro se quedará trabada en esa expresión con el tiempo. Sin embargo, una sonrisa hermosa y tierna volvió a curvar sus labios rosáceos, al mismo tiempo que los ojos pardos brillaron con ternura y seguridad mezclados.

Se estremeció, en sólo unas horas, ya había aprendido a amar y temer esa mirada.

-Claro, y luego de ese año, cuando descubras lo increíble que es ver la mirada de asombro en los chicos cuando aprenden un hechizo nuevo o ven un poco más dentro del Bosque Prohibido, también descubrirás que nunca más querrás marcharte- aseguró, con una expresión que le decía cuanto disfrutaba de ello.

Esbozó una sonrisa casi imperceptible que llegó a su mirada con un leve brillo de esperanza. Por un segundo, se imaginó las escenas que ella describía, a él enseñándole a los jóvenes hechiceros de la misma forma que hacía con los chicos muggles, viendo sus sonrisas orgullosas cuando dominaran su primer Expelliarmus. O celebrar con sus alumnos cuando ganarán en el Quiddich. Oír sus dudas y aconsejarlos si se lo permitían. Ver afecto en sus ojos, el mismo que veía en los ojos de su sobrina cada vez que la visitaba.

Molestarlos de vez en cuando, como con los jóvenes muchachos en sus clases.

Regañarlos por correr en el pasillo, sólo para alentarlos a volver a hacerlo luego. Esos detalles que él hubiera adorado en su época estudiantil y que nunca tuvo.

Y luego tendría que encontrarse con todos sus colegas...

Ya se imaginaba las palabras de bienvenida.

Apesadumbrado nuevamente, dejó caer sus hombros y extendió una mano sobre la mesa para juguetear con el servilletero.

-Eso si no terminan odiándome como todo el mundo- murmuró, decaído, y sus dedos rasgaron un poco del papel color crema.

Hermione separó sus labios ligeramente, acto seguido frunció su frente con preocupación. No había rencor o ira en la voz o expresión del Slytherin, solamente una pena avasalladora que le atenazaba la respiración, como si adivinará la desesperación que embargaría a Draco en algunas ocasiones, luego de sufrir un Expelliarmus por las personas que crecieron junto con él.

Antes de poder refrenarse, estiró su mano sobre la mesa y cubrió la de él, apretándola suavemente.

Los ojos celestes se encontraron con los suyos, viéndose sorprendidos por el gesto, y ella se sonrojó levemente, antes de dedicarle una sonrisa tranquilizadora.

-Yo no te odio, Draco- le dijo, en voz suave y consoladora-, voy a ayudarte, pero tienes que dejar de pensar así. Si te muestras de la misma forma que ahora, conmigo, estoy segura de que no sólo las profesoras muggles dirán que eres irresistible.

La miro descolocado por unos segundos, antes de reír entre dientes, animado. Era impresionante la forma en que su sonrisa y sus frases podían sacarlo de su depresión como si nada.

Los dedos masculinos se entrelazaron con los de ella, causándole un cosquilleo agradable con su aspereza. Se sorprendió al sentir su calidez y un sonrojo potente se apoderó de sus mejillas cuando su pulgar comenzó a hacer suaves círculos sobre su piel.

No pudo evitar pensar, con algo de vergüenza, en lo bien que se sentirían unas manos así sobre su cuerpo.

-Bien- habló de repente, en un tono bajo y seductor que la hizo tragar saliva-, lo intentaré, pero sólo si me haces un favor.

Ella alzó una ceja con extrañeza ante la frase, algo renuente a aceptar debido a la costumbre.

Sin embargo, sus dudas desaparecieron cuando presionó suavemente su mano, delicada y cálidamente, afectuoso.

-Está bien.

Él ensanchó su sonrisa, y su mirada fue suplicante por un momento.

-Llámame Draco- murmuró con convicción-. Malfoy me suena mucho a ese Malfoy...- su mirada se volvió maliciosa, mientras él se inclinaba sobre la mesa, comiéndosela con la mirada-. Además, adoró la forma en que suena mi nombre en tus labios.

Hermione soltó un casi inaudible jadeó ante tal petición. Un calor asolador cubrió el puente de su nariz y pómulos mientras se echaba ligeramente hacia atrás. Ciertamente no estaba acostumbrada a que los hombres le hablaran de tal forma con tanta soltura como él. Los que le hablaban solían hacerlo con cierto temor por su seriedad. Ella sabia que era una mujer intimidante para su corta edad, pero si un hombre que pretendiera ser su amigo o algo más no podía soportar su carácter por unos minutos para descubrirla, tampoco le interesaba.

Esa mujer segura y fria estaba muy lejos en este momento, temblando de emoción y pánico ante la mirada seductora del rubio y su sonrisa hambrienta.

Sus ojos la quemaban. Y decidió que le gustaba verlo así, seguro y juguetón, por más que la atemorizara ligeramente.

-Lo haré, pero tu también haz algo por mi.

Él rio entre dientes, divertido.

-No empecemos una de esas cadenas de favores interminables- pidió, sólo para agregar de inmediato:-. Lo que quieras, linda.

Ella sintió jalar la comisura de sus labios.

-Por favor, no te pongas asi- él pareció confundido, así que aclaró-. Tal vez yo también odiara a ese Malfoy, pero preferiría que seas tan insufrible como él, antes de ver esa desolación en tu mirada- sonrió, amable-. Enséñame todas esas cosas buenas que tu antiguo yo escondía.

Él la miró con los ojos desorbitados por la sorpresa, antes de que su sonrisa volviera, encantada, a sus labios.

Un cosquilleo desconocido recorrió su espalda, y presionó un poco más esa mano pequeña y tierna.

-Es un trato- dijo, con una media sonrisa recorriendo su rostro masculino, seduciéndola.

Devolviéndole la sonrisa, y con todo el dolor de su alma, trató de alejar su mano. Más se sorprendió cuando él la jaló hasta su rostro y presionó sus labios cálidos contra sus nudillos, haciéndole cosquillas agradables.

Se estremeció cuando sus ojos se toparon con los de él, que refulgían como fuegos azules, fijos en los de ella. Había un brillo oscuro en sus ojos claros, uno malicioso y cálido a la vez, que le hacía estremecer como la adolecente inexperta que en el fondo aún era.

Un sonrojó se aferró en su rostro cuando él le dedicó una caída de párpados seductora, y su sonrisa juguetona apareció detrás de sus dedos entrelazados.

Sonrió, enternecido ante la expresión nerviosa en su mirada parda. Había algo en sus ojos que le hacia parecer inocente, como si nunca hubiera interactuado con más hombres que los idiotas de su grupo, y le volvía loco la idea de escavar en las capas de su timidez, de su ternura, hasta encontrar la leona que se escondía tras la mordacidad de sus respuestas y la fuerza de su carácter.

Por más que la idea se le hiciera encantadora, no debería pretender cosas como aquella, ya que lo único que podría lograr era alimentar ilusiones estúpidas que terminarían por molestarlo...

Bueno, no es como si Hermione pudiera desilusionarlo o molestarle de alguna forma.

Sólo por ver más de esas mejillas rojizas y la pena en sus ojos, se dedicó a morder suavemente los pequeños dedos de su mano, sintiendo su suavidad y notando que estaban un poco frias.

-Tienes manos hermosas- susurró contra su piel, y se sorprendió al verla fruncir el ceño y alejar la mirada.

-Si claro- respondió, molesta.

Draco se alejó un poco, para poder ver bien su rostro.

-¿Qué pasa?- preguntó, desconcertado, mientras colocaba la pequeña mano entre las suyas, dándole un poco de su calor-. En verdad son hermosas.

Ella bufó, antes de mirarlo de reojo con algo de pena.

-Tengo dedos cortos, y ni siquiera recuerdo pintar mis uñas por la mañana- murmuró, en voz baja y avergonzada, como si estuviese confesándole algún pecado mortal.

Él rio, dándole un nuevo beso.

-Son manos pequeñas y tiernas, me gusta como desaparecen entre las mías- dijo, y, para hacer énfasis en sus palabras, la envolvió casi por completo entre sus manos. Hermione pensó en lo femenina que se veía entre las grandes de él-. Y tus uñas están hermosas, y se ven bien al natural- alzó su mirada hasta su rostro, mirando intensamente sus labios sin brillo labial-... Como el resto de ti.

Rio sin mucha alegría, Draco era tan tierno y considerado. Pero no podía hacerla cambiar de idea sobre ciertas cosas, como el hecho de que no era para nada bonita cuando te fijabas en los detalles. Apenas y llevaba un poco de delineador, y sólo por que Ginny la había obligado a usarla en una ocasión y le había gustado el efecto.

-Claro, sobre todo el pelo seco o los labios gordos- gruño, ensañada con su cuerpo como si fuera el peor castigo.

Se sorprendió al escucharle soltar una especie de gruñido desde el fondo de su garganta. Al alzar la mirada, se encogió ante sus ojos casi furiosos fijos en ella.

-No digas esas cosas- ordenó, abrumándola con su firmeza, haciéndole estremecer-. Eres hermosa, tu cabello brilla como un río de cobre, es suave y elegante aun cuando se desordena sobre tus hombros- su mirada volvió a caer sobre su boca, y ella se mordió el labio, nerviosa-. Tus labios son rellenos y se ven como dos pétalos de rosas que cualquiera se moriría por morder y besar mientras te abrazan y te hacen el amor, aunque me encantaría ser yo quien lo haga nada más- Confesó, fijando sus ojos en los suyos, hambriento, apasionado y descarado-. Ahora ¿Me dejarías seducirte sin automenospreciarte por un minuto?

Ella separó sus labios por la sorpresa, mirándolo completamente asombrada, antes de que todo el pudor de su persona la asaltara y se ruborizara hasta la punta de los oídos. Estaba segura de que las personas al otro lado de la calle la verían claramente por el rojo iridiscente de su piel.

-Draco- jadeó, sorprendida, mientras alejaba la mirada. Realmente nunca un hombre había mostrado tal pasión en sus palabras por ella, ni siquiera Ron lo había hecho. Draco era sincero en sus palabras, y de sentía abrumada y feliz a la vez por ello.

El aludido observó con interés y extrañeza. Su nerviosismo era notorio a kilómetros de distancia, se veía avergonzada y un poco turbada. Era como si nunca le hubieran dedicado ese tipo de halagos...

Abrió los ojos de par en par. Nunca le habían dedicado ese tipo de halagos.

Era una mujer inocente que nunca había interactuado con más hombres que los idiotas de su grupo.

Reprimió una sonrisa, de repente todo el mal humor que pudiera quedarle desapareció de un plumazo. No podía creer que la apasionada leona de Gryffindor aún fuera pura y casta.

Ronald en verdad era un idiota.

-Lo siento- dijo, fingiendo la pena que no sentía-. Creía que Weasley y tú...

Ella negó suavemente.

-Nunca hicimos nada- confesó, ruborizada, mirándolo un poco avergonzada, pero él sospechaba que se debía más a lo extraño que le era hablar de su intimidad con alguien, más que el hecho de ser virgen-. No es como si tuviéramos mucho tiempo para nosotros entre batalla y batalla.

Un retorcijón molesto y culposo se hizo con su estómago ante ese comentario. Sus malas decisiones habían terminado por involucrar más aspectos de las vidas de sus compañeros de los que él había imaginado.

-Lo siento- repitió.

Se sorprendió al verla reír de buena gana.

-¿Ahora quién gastara los Lo siento de un mes es una hora?- dijo, sonriente-. No me molesta, al final no habría resultado de todas maneras. Y ahora que sé un poco más, prefiero guardarme para el hombre correcto- luego le miro con un brillo de convicción en la mirada-. No tuviste la culpa de nada, Draco. Eras un niño.

Volvió a sorprenderse de su habilidad para hacerle sentir mejor sólo con unas palabras, y no pudo evitar recordar a Clarissa.

-Eres como mi sobrina- confesó, y se explicó ante su mirada confundida-. No importa cuan mal me halle, o cuanto humor de perros tenga, ella lo desvanece todo con unas palabras y una sonrisita. La adoró por eso...

Y también a ti. Pensó.

Hermione ensanchó su sonrisa, enternecida ante la imagen mental que se hizo de él jugueteando con una muchachita rubia y de ojos celestes tan hermosos como los suyos.

-Debe ser una niña hermosa- dijo, y luego recordó que probablemente no lo fuera, ya que los libros que llevaba en la bolsa junto a él en el suelo, no eran libros para niñas- ¿Cuántos años tiene?

-Diez años- contestó, con calma, y ella casi escupe el pan que se había llevado a la boca.

Lo miró escandalizada.

-¿Diez años?- exclamó, ahogada, mirándolo como si fuera un monstruo- ¡¿Le regalas libros eróticos a una niña de diez años?!

Él rio, no era la primera vez que alguien tenía esa reacción ante la edad de la niña.

-Ella es madura para su edad, y le gustan las historias de amor con mucha pasión - se encogió de hombros, como si nada- ¿Quién soy yo para negarle esos gustos secretos?

-P-Pero...

-Oh, vamos- la interrumpió con un movimiento de mano que le quitaba importancia, aunque sus ojos mostraban una diversión más allá de los límites-. No actúes cómo si no leyeras los mismos libros sobre los árboles cercanos al Bosque Prohibido cuando eramos niños.

Hermione boqueó por unos momentos, avergonzada e indignada. Ese era su secreto oscuro.

-¿Me espiabas?- susurró, temerosa, y Draco le dio una sonrisa maliciosa con todos sus dientes como perlas asomando.

-Claro, siempre que pasaba por allí cuando quería estar solo me quedaba mirándote- confesó, sin rastro de vergüenza, dejándola aturdida. Luego de un segundo, un cierto orgullo la asaltó. Draco la miraba en secreto cuando eran niños, era tan tierno-. Tus braguitas se veían encantadoras desde abajo.

¿Tierno? ¡Era un maldito bastardo!

-¡Draco Malfoy!- exclamó, horrorizada, sintiendo como su rostro se encendía nuevamente.

Él se echó a reír, encantado con su reacción.

-Lo lamento- volvió a mentir-. Supongo que hablar de más es cosa del Malfoy actual.

Ella soltó un gemido bajo mientras lo miraba con reproche.

-Preferiría que me siguieras enseñando cosas buenas del antiguo Malfoy, entonces- murmuró, llevándose la mano libre al cabello para acomodar unos mechones rebeldes detrás del oído.

Él observó el gesto con atención, ignorando el fuerte deseo de extender su mano hacia ella y volver a desordenar esa suave cabellera, disfrutando del rostro tímido de la mujer y la forma en que su rubor enrojecía un poco sus labios, volviéndolos más apetitosos.

Draco sonrió con cierto aire depredador, y ella se asombró de que incluso con los tiernos hoyuelos en sus mejillas, la imagen le subiera unos cuantos grados a su termómetro hormonal.

-Hay muchas cosas buenas que puedo enseñarte del antiguo Draco, Hermione- susurró con voz grave y seductora, acercando sus labios a su pequeña mano para rozarla con sus dientes de forma sugestiva.

Ella se estremeció de emoción a pesar de sí misma. No había mucho que ella pudiera hacer contra esos ojos calientes y dulces a la vez, que parecían invitarla a levantarse y marcharse con él a algún lugar oscuro por el resto de la noche.

Repentinamente, el recuerdo de su acompañante cuando joven con las chicas, comportándose como un caballero galante por un día, un idiota que se acostaba con una muchacha diferente cada semana, sólo para ignorarlas completamente luego de haberlas utilizado.

Muchas chicas lloraban por los pasillos por haber dejado su virginidad en manos equivocadas, las mismas que sostenían ahora su mano.

Frunció el ceño, molesta.

-¿Eras así de tierno y seductor con cada muchachita de Hogwarts con la que te acostabas?- preguntó, sin poder evitar que el enojo se reflejará en su voz. Sabía que el hombre frente a ella estaba muy lejos de ser el mismo Malfoy del que ella estaba hablando, pero como lo había conocido antes, no podía terminar de dejarse llevar y ser confianzuda así como así.

Él la miro confundido por unos segundos, antes de que la comprensión brillara en sus ojos.

Una amarga desilusión se hizo con su persona, y terminó por hacer una mueca de disgusto.

Lo sabia. Hermione, por más que no lo odiara al mismo nivel que el resto de sus compañeros, no confiaba completamente en él.

No es cómo si pudiera culparla. Pensó, con un deje de tristeza. Al menos lo consolaba el hecho de que ella temiera por el lado romántico de su vida, y no por la seguridad de su persona.

Le sonrió tranquilizadoramente, suavizando el agarre de sus manos sobre ella. Separó una mano y dejó las de ellos unidas sobre la mesa.

Ella se vio tentada a alejar su mano, pero su mirada oscurecida por la pena y el presentimiento de que no estaba bajo ningún peligro le obligaron a dejarla allí.

-No de hecho- dijo él repentinamente, con voz calma que no dejaba entrever ninguna emoción. Sus ojos eran dos lagos turbios, pero tampoco podía adivinar sus pensamientos con precisión. Antes de poder abrir la boca, él continuó-. La mayoría de las muchachas con las que me acostaba se acercaban a mi sin ningún llamado, solamente llegaban repentinamente a donde yo estuviera en ese momento y se insinuaban. Lo único que yo hacía era no alejarlas, y jamás daba ilusiones, dejaba en claro que sería algo de una noche- hizo una mueca que no supo identificar-. Tampoco me acostaba con ninguna chica demasiado inocente o tierna, no quería lastimarlas más tarde o terminar tomando aquello sin consideración- bufó, mostrando su molestia-. El monstruo era Voldemort, no yo.

Ella le miró con los ojos abiertos de par en par, sólo para tragar saliva y comenzar a prepararse mentalmente para usar una bolsa en su cabeza por el resto de su vida.

Lo observó de reojo mientras el rubor volvía a apoderarse de sus mejillas.

-¿Y las chicas que lloraban en los pasillos?- preguntó, y se horrorizó al ver la pena y molestia en los ojos celestes.

-Las mujeres despechadas suelen ser implacables en sus venganzas, y el hacerme ver como un bastardo peor de lo que yo era era su venganza favorita, creo- explicó. Se inclinó hacia adelante en la mesa, dejando que ella viera la sinceridad en sus ojos fijos en ella-. Nunca me acosté con una virgen, Hermione, no soy tan maldito como para tomar la inocencia de una mujer y luego no hacerme responsable ¿Si?

Ella se estremeció. No había rastro de mentira en su mirada, pero sus ojos seguros y sinceros eran un arma aun mayor que su mirada seductora.

Era algo bueno que él no pareciera ser consciente de ello.

Suspirando, alejó la vista.

O sea que Draco era un maldito príncipe azul cuando de mujeres se trataba. Además de considerado con los que eran más jóvenes que él y mortalmente encantador.

No se sorprendería si al final del día terminaba pidiéndole que le diera un autógrafo.

-Te creo- dijo, mordiéndose el labio con vergüenza-. Lo s...

Él levantó un dedo de su mano libre, sonriéndole de la nada, divertido.

-Antes de que digas un Lo siento más, preferiría que me contestarás una pregunta ¿Si?

Ella sonrió, agradecida de que cambiara de tema, antes de asentir.

Él pareció dudar por un segundo, pero luego su mirada volvió a adquirir su aire pícaro.

-¿Estás en alguna relación?- preguntó-. No es que quiera ser un metido ni nada, pero no me gustaría robarle su chica a algún pobre diablo afortunado sin que él tenga oportunidad. No es de hombres hacerlo.

Ella parpadeó, sorprendida, antes de que una carcajada nerviosa pero divertida escapará de sus labios.

Draco la miró con una sonrisa, relajado por su reacción. Aunque debía admitir que su ego masculino estaba algo golpeado. Sus intenciones no eran cosa de risa para él.

Luego de un minuto, ella habló al fin, divertida.

-No puedo creer que me estés preguntando esto- dijo, entre jadeos por la risa, antes de mirarlo con un brillo divertido en los ojos- ¿Eso quiere decir que vas a robarme?

Él sonrió, ladino, antes de hablar.

-Quiere decir que voy a poner todo mi empeño en lograrlo- confesó, sin vergüenza alguna.

Riendo suavemente, se sorprendió de que la frase no la molestara en lo más mínimo.

-Estoy soltera y sin compromiso- dijo, tomando un sorbo de café, sólo para descubrir que su temperatura había descendido notablemente.

Ella frunció el ceño y verificó su reloj de muñeca. Maldijo por lo bajo al notar cuan tarde ya era.

-El tiempo pasó volando- gruño, antes de alzar la mirada hacia él, que la observaba confundido-. Lo siento, pero me tengo que ir.

Él asintió e hizo una seña a una camarera para que les trajera la cuenta.

-Te acompañaré- dijo, calmo, pero con un tono de voz que le decía que no tendría muchas posibilidades de discutir.

Aun así, lo intentó.

-Puedo cuidarme sola, Draco- murmuró, con molestia. Nunca había tolerado que un hombre se tomará ciertas libertades con ella que no le correspondían-. He hecho el camino a casa cientos de veces, completamente sola y a hora más altas, cuando no había un alma en la calle. Él fijó su mirada en ella, notando su obvia molestia. Ya sabia que el carácter de la leona aparecería tarde o temprano, pero no es como si le molestara.

De hecho, le encantaba la seguridad que tenía en sí misma tanto como el verla sonrojada y avergonzada.

Posó sus ojos en los de ella mientras acariciaba suavemente su mano, mostrándole que no tenía ninguna intención de ser un idiota sometedor con ella.

-Lo sé, pero me sentiría mucho más tranquilo si te veo entrar en tu casa con seguridad, Hermione... No todos los tipos en la calle son muggles, y lo sabes- susurró-. Déjame acompañarte ¿Si?

Ella lo miró anonadada por la sinceridad y la protección que sus ojos reflejaban. Draco en verdad estaba preocupado por lo que podría pasarle si se marchaba sola a esas horas.

A pesar de sí misma, debía admitir que le encantaba la idea de imaginarlo junto a ella, viéndola entrar a la casa desde el porche y con una sonrisa.

Suspiró, entre exasperada y halagada.

-Esta bien- gruñó, aunque al ver su sonrisa ladina y triunfal, no pudo evitar devolvérsela-. Pero sigo pensando que es innecesario. Un Expelliarmus puede mandar a volar muy fácilmente a cualquier idiota.

Él ensanchó una sonrisa.

-Le estás hablando a un experto, linda.

Hizo una mueca mientras subían por la casi desolada calle en dirección a su casa.

La calle estaba demasiado solitaria y silenciosa. Una lechuza chillaba en algún lugar lejano, seguramente atraída por los ratones en los callejones, y su grito estridente se mezclaba con algún auto que pasaba por allí cerca.

Había un par de hombres caminando y hablando entre ellos al otro lado de la calle, con jeans y suéteres similares a los de Draco. Eran el único vestigio de humanidad que habían visto en casi cinco minutos.

El cielo seguía tan encapotado como a la tarde, y por la temperatura helada del viento a su alrededor, se imaginó que por la noche nevaría.

Aquella noche las luces de las farolas se le hacían extrañamente débiles, mortecinas, y todo su barrio se veía extrañamente siniestro, como si algo los acechara entre las sombras.

Aunque claro, era lo suficientemente madura para no asustarse si un gatito saltaba de cualquier esquina ¿No?

Soltó un jadeo cuando un gato pasó corriendo junto a ellos, y maldijo por lo bajo al notar la sonrisa divertida en el rostro del rubio que caminaba junto a ella.

Le dedicó una mirada asesina con su corazón latiendo a mil y él rio entre dientes. Estaba a punto de soltar un comentario poco halagador cuando Draco alzó un musculoso brazo y rodeó sus hombros con delicadeza, estrechándola contra su costado.

Sorprendida por el gesto, y abrumada por la calidez de su cuerpo, terminó por pegarse aún más a él.

Se estremeció al sentir el contraste entre su piel congelada y el calor que desprendía su cuerpo.

-No suelo ser tan asustadiza- murmuró, avergonzada por haberse mostrado tan infantilmente ante él.

Draco le dedicó una sonrisa tranquilizadora y comenzó a juguetear con sus rizos, disfrutando de su suavidad.

-No tienes que convencerme, estoy completamente seguro de ello luego de haberte enfrentado a Voldy- a pesar de sus palabras, ella pudo ver su deseo de calmarla en su gesto al comenzar a acariciar su hombro y brazo lentamente, tranquilizándola.

Sonrió, encantada con su actitud. Nunca ningún chico se había tomado la molestia de calmarla o acompañarla a su casa. Ni siquiera Harry o Ron lo habían hecho, pues no era como si necesitara que la acompañaran hasta su habitación en el área de mujeres.

Se percató de la dureza del cuerpo contra ella, y, al colocar su mano tentativamente sobre la cintura de él -la cadera se le antojaba una zona muy íntima para tocar-, notó que sus dedos se topaban con la misma dureza.

Miró el cuello en v de su suéter y vio la remera blanca que asomaba por él. Casi se estremeció cuando una idea se formó en su mente.

-Dime que no traes solamente una remera bajo ese suéter, Draco.

Él la miró, confundido, antes de bajar la mirada hasta su pecho.

-¿Qué tiene de malo?- preguntó, frunciendo el ceño.

Ella soltó una risa que más pareció un jadeo.

-Oh, nada- comenzó, en un tono que le restaba importancia, antes de elevar su voz dos octavas - Sólo me estaba preguntando ¡Cómo es que no estás azul por el frio!

Él se echó a reír entre dientes. Era algo que muchas Chicos de su casa le preguntaban cuando iba al pueblo sólo con una camisa y un suéter.

Se encogió de hombros.

-Nunca me molesto el frio- comentó, indiferente-. Mi temperatura corporal es alta. Probablemente por eso es que adoró el invierno- hizo una mueca de molestia-. En verano soy una especie de masa amorfa y sudorosa que se arrastra por el suelo.

Ella soltó una carcajada perfectamente audible, imaginando la escena. No había forma de que su mente recreara a un Draco derretido pegado al suelo.

-Una masa amorfa que está como un tren- pensó en voz alta. Y, apenas fue consciente de que las palabras habían abandonado su boca, se cubrió los labios, sintiendo como su propia temperatura subía unos grados por el rubor que cubría todo su cuerpo.

Él la miró con los labios separados y curvados en una sonrisa sorprendida, antes de también soltar una audible carcajada.

-Espero que sigas pensando de esa forma cuando me veas arrastrándome por el suelo en verano, linda- comentó, divertido.

Ella suspiró, aliviada de que no hiciera ningún comentario por sus palabras.

-Por cierto, es agradable ver que no sólo las profesoras muggles piensan que estoy como un tren.

Soltó un gemido exasperado, antes de enviarle una mirada asesina.

-Por casualidad no recuerdas el hechizo que usó Cola de Gusano para convertirte en hurón ¿Verdad?

Ahora le tocó a él gruñir con enojo.

-Ni me lo recuerdes- refunfuñó, con enfurruñamiento casi infantil-. El desgraciado de Snape me tuvo casi tres horas en un sermón por mi ineptitud y falta de reflejos, antes de convertirme en humano de nuevo y tenerme otras cinco horas recibiendo hechizos. Fui un gato, una rana, una rata y me disloque el hombro con un Expelliarmus... Creo que mejore en Defensa sólo para no soportar sus "clases particulares" otra vez.

Al final de la frase, había recuperado cierto humor, pero ella no podía evitar estar horrorizada ante sus palabras. Era conocido por todos que Snape era más severo con los chicos de Slytherin que con las otras Casas. Pero si lo que Draco decía era cierto, y estaba segura de que lo era, estaba llevando la severidad del difunto profesor a un nivel completamente diferente.

-Draco...

-No importa, Herms- la interrumpió, mirándola con ternura en los ojos y una sonrisa sincera-. Lo que menos puedo hacer es molestarme con el pobre hombre... Al final del día, todos somos débiles idiotas de los que Voldemort se aprovechó.

Sintió sus ojos escocer, y se obligó a parpadear rápidamente para no llorar. Draco no era un débil idiota, era fuerte y un alma justa. Era tan fuerte como para haber perdonado a todos los que lo habían engañado cuando joven, los que lo habían orillado a cometer las peores bajezas sólo por interés y una idea déspota de dominación.

También, era lo suficientemente justo como para no juzgar a quienes lo juzgaban y pedían castigo por sus actos. Actos en los que él no había tenido elección.

Draco era mejor persona que ella y todo los justos del Mundo Mágico juntos, y se aseguraría de que lo supieran cada vez que quisieran lastimarlo u ofenderlo.

-Dumbledore estaría tan orgulloso de ti- susurró, convencida.

Su mirada perdió brillo de inmediato, mientras se detenía por un segundo y se llevaba la mano al cabello, pasando sus dedos por él en un gesto que pareció desesperado.

Y de hecho lo era.

-Ese pobre viejo- susurró con voz quebrada, y Hermione vio horrorizada como sus ojos se humedecían notablemente. Ese era sin duda un punto sin sanar en su alma-. Si tan sólo no hubiera sido un cobarde esa noche, si hubiera detenido a Snape o siquiera me hubiera interpuesto.

Hermione soltó un jadeo ahogado, horrorizada por la idea. Se aferró a él en un abrazo tan firme como sus brazos se lo permitieron. Hundió el rostro en la calidez con olor a café de su pecho, sintiendo el veloz golpetear de su torturado corazón contra su mejilla.

-No pienses eso- pidió, ahogada-. Si te hubieras interpuesto, Draco, no sólo Dumbledore hubiera muerto esa noche, tú también.

El soltó un gemido gutural que hizo temblar su pecho, antes de envolverla en sus brazos con fuerza y hundir su rostro en su cabello, buscando cálidez y consuelo. Pudo oír su azorada respiración en su oído. Se estremeció.

Pasaron unos momentos allí, en silencio. Nadie más paso por la calle y el viento se volvía mas gélido a cada segundo, sin embargo, no le importaba. Sólo quería tratar de ahuyentar el dolor en el alma de Draco.

-Fui un maldito, Hermione- gruño, al cabo de unos minutos, mas calmado-. Yo merecía haber muerto esa noche.

Ella sollozó, reprimiendo apenas las lagrimas que querían escapar de sus ojos. Enterró aun más su rostro en su pecho. No quería oír eso, no quería escuchar la resignación y vergüenza en su voz.

No quería oírlo hablar como si él estuviera convencido de eso.

-No- murmuró, alzando su mirada suplicante, encontrándose a pocos centímetros de su rostro fruncido en un gesto atormentado-. No vuelvas a decir eso, Draco. Tu no mereces morir por eso. Dudaste, te rehusaste a matarlo, Draco. Si por ti fuera, Dumbledore tal vez estaría vivo hasta hoy.

Él cerró los ojos, abrumado por el sentimiento en sus ojos pardos. Hermione en verdad estaba dándole la oportunidad de auto perdonarse.

Quería creerle, en serio, quería creer que él no había matado al viejo, que había sido una buena persona, sólo un niño confundido. Lo deseaba con todo su corazón.

Y no podía.

-Pero no hice nada para detener a Snape- su voz sonaba más calma, pero en el interior no había nada calmo y tranquilo, nada en su lugar, era todo una tormenta de auto destrucción que no sabía si algún día mermaría. Estaba destrozado por esos recuerdos que se forzaba a olvidar, pero cada día se colaban en algún hueco de su rutina para atormentarlo.

Se sorprendió cuando ella zafó un brazo de su abrazo y le dio un golpe bastante contundente en la parte posterior de la cabeza, antes de envolver su cuello con él y hacerlo descender lo suficiente para poder hundir el rostro en la curva de su hombro. Su respiración le hizo cosquillas al hablar.

-No lo hiciste porque no pudiste, Draco- susurró, reconfortante-. Otra vez, sólo eras un niño, ni siquiera estabas seguro de si Snape iba a atacar en realidad.

Le sintió negar contra la curva de su cuello.

-Tenía suficientes años como para saber que mis acciones no eran las correctas, Hermione- susurró, ahora tranquilo, mientras la estrechaba entre sus brazos y veía sin ver el espacio de calle detrás de ella.

Su cuerpo era cálido y suave, sus curvas eran abundantes debajo de la chaqueta roja y se le antojaban encantadoras sin ella. Hermione se había convertido, realmente, en la perdición de cualquier hombre que llegará a rozar un poco de su suave piel.

Aun así, lo que más adoraba en ese cuerpo, era la dulzura y consuelo que le regalaba. Era la primera, fuera de su familia, que no lo estaba juzgando, sino que trataba de reconfortarlo. Quería que las personas lo perdonarán, o al menos lo escucharan.

Más importante aún, quería que él se perdonara.

-No cuando toda tu infancia te enseñaron que si lo eran- la oyó susurrar juntó a su oído, con su voz de seda abrazándolo.

La sintió suspirar pesadamente, antes de que el suave contacto de sus labios sobre el pedazo de piel de su hombro que el suéter dejaba libre lo acariciara. Se estremeció, sorprendido por el gesto.

Nuca una mujer, a excepción de su madre, le había dado un beso tan dulce, tan libre de cualquier lujuria.

-Preferiría que me llamaras Sangre Sucia de nuevo, antes de verte así- confesó, moviendo los labios sobre su piel erizada. Suspiró de nuevo antes de alejarse-. Sigamos caminando, mi gato va a estar furioso cuando lleguemos.

Él sonrió suavemente, una sonrisa que apenas le llegó a los ojos, antes de, a regañadientes, soltarla. Siguió caminando junto a ella, con un brazo sobre sus hombros.

-Nunca más podría llamarte así, linda- susurró, aunque su tono, poco a poco, volvía a adquirir ese aire galante.

Ella rio suavemente.

-Eso es más agradable- confesó.

Caminaron unos minutos en silencio, mientras la temperatura de la noche descendía más y más. Doblaron a la derecha, en unas cuadras más estarían en su casa.

-Y ¿Qué es lo que haces cuándo no estás siendo una increíble profesora de Literatura o Transformaciones?-preguntó él de la nada.

Ella hizo una mueca, avergonzada. Su vida no era mucho más interesante fuera de las escuelas que en ellas. Se guiaba por una rutina asesina de espíritu.

-Bueno, no mucho la verdad. Luego de volver de mis dos días en uno, alimento a mi gato, me ducho, ceno y luego leo un libro hasta dormirme- frunció el ceño, sonaba peor de lo que pensaba-. A veces salgo a caminar por la noche o con Luna si está en Londres, pero sino solamente escribo... No le doy mucho que hablar a mis vecinos.

Rio, avergonzada y él alzó una ceja.

-Tienes una rutina muy similar a la mia, pero sólo tengo un día de trabajo- murmuró, antes de que un detalle llamará su atención- ¿Qué escribes?

Ella se ruborizó y apartó la mirada. Por lo general odiaba cuando la gente preguntaba eso, pero al preguntarle Draco, sólo la avergonzaba.

¿Qué pensaría de ella si supiera el contenido principal de sus obras?

-Nada muy interesante- mintió, con la vista fija en el suelo-. Algún cuento corto para que mis alumnos analicen en las clases más ligeras o tonterías dignas de una adolescente con las hormonas revueltas.

Él soltó una carcajada baja mientras la estrechaba un poco más cerca de él. Podía sentir la tensión en sus hombros y el rubor de su rostro era perceptible incluso en aquella escasa luz, eso le decía todo.

-Tonterías dignas de una adolescente ¿Eh?- murmuró, acercándose a su oído- Eso me suena a cosas sucias, Hermione.

Ella se estremeció, y Draco sonrió triunfal, aunque algo sorprendido. Nunca hubiera imaginado a Hermione escribiendo historias picantes en su tiempo libre.

La castaña estaba demostrando ser una chica completamente diferente a la parte fria y comedida que mostraba ante los desconocidos. Una chica que le encantaba, de hecho.

Nunca había sentido un horror semejante apoderándose de ella antes, y la sensación enloquecedora de su cálido aliento recorriendo la piel erizada de su cuello no ayudaba nada a su resolución. Cuando escribía la escena de alguien susurrando al cuello de la chica, nunca imaginaba el cosquilleo abrazador ni la humedad excitante que cubría apenas la piel, pegándose como el eco de un beso. Tampoco ese hormigueo desconocido entre sus muslos, ni el deseo cada vez más notorio en ella de lo increíble que se sentiría esa humedad pegada a otras partes de su vientre.

Su mente estaba reaccionando muy lento entre tanto deliberar.

-N-No esas co...- intentó mentir, pero no pudo acabar su frase.

-Ni lo intentes- la cortó, divertido por su nerviosismo-. Tengo una sobrinita que lee historias eróticas ¿Recuerdas? Ella tiene la misma reacción cuando bromeó con eso- Hermione alzó la mirada, aún avergonzada, y él le guiño, tranquilizándola-. En lo personal, no le veo lo malo a escribir ese tipo de historias. Todos son libres de hacer lo que quieran con su inspiración.

Ella le miró sorprendida, antes de dedicarle una sonrisa avergonzada, que él le devolvió con una ladina. Nunca hubiera esperado que Draco tuviera una mente tan abierta.

-Y claro- agregó al cabo que unos segundos, susurrando a su oído-, si alguna vez te falta inspiración, ya sabes a quien puedes llamar.

-¡Draco!

Se ruborizó hasta las orejas y se cubrió el rostro con una mano. En serio, se dedicaría a buscar el hechizo para que la tierra se la tragara con mayor intensidad que la de los alquimistas que buscaron la Piedra Filosofal.

La risa de él llenó la calle como un eco encantador y sensual.

Tragando saliva, se atrevió a alzar la mirada hacia él. Tenía una hermosa y calma sonrisa en el rostro y su mirada ausente era mas apacible de lo que hubiera esperado luego del sufrimiento que había mostrado minutos atrás.

Habló en voz baja, mortalmente avergonzada por las palabras que iban a salir de su boca.

-¿Hablas en serio con eso?- preguntó, e inmediatamente se arrepintió.

Draco la miró, desconcertado.

-¿A que te refieres?- preguntó a su vez. Ella le miró suplicante y creyó ver un poco de molestia en sus ojos.

En serio me harás decirlo, ¿Eh, Malfoy? Pensó, con molestia.

-Ya sabes- comenzó, queriendo morir con cada palabra que salía de sus labios. Maldita fuera su curiosidad-. Lo de ayudarme con mi... inspiración.

Inhaló profundamente, lista para escuchar nuevamente las carcajadas de Draco. Más lo único que oyó fue una fuerte inhalación y algo así como su dignidad lanzándose por un barranca.

La pregunta le había golpeado como una roca. Sinceramente se hubiera sorprendido menos si en ese momento Bellatrix hubiera ido pasado la calle bailando y vestida de Caperucita Roja.

Nunca se había puesto a pensar en comentarios como esos. No creía que muchos hombres se vieran en la obligación de reflexionar sobre las cosas que decían a una mujer cuando tenían intenciones poco caballerosas.

Lo cierto es que, claro, la idea de hacer el amor con Hermione -porqué no se le ocurría ninguna otra forma de llamarlo- se le hacia irresistible. Si en ese momento ella le pidiera que la acompañara en esa noche, posiblemente él accedería tan pronto como saliera de su estupor.

Pero su Hermione, la mujer inteligente junto a él, no era así, y ciertamente no le podría quererla de otra forma. Ella no se dejaría usar por nadie y tampoco era de las que se desasían de su virginidad con cualquiera, sólo por considerarla algo vergonzoso.

Ella esperaría al indicado y, aunque se le hiciera algo fantasioso, a él le encantaría ser ese indicado.

Con una sonrisa ladina ante la idea, se dedicó a contestar tan suavemente como le fue posible... Sin dejar de ser ligeramente un cretino:

-Hermione, si en este momento tu me invitaras a pasar a tu casa y ocurriera uno de esos "una cosa llevo a la otra", sinceramente no haría nada por evitarlo. Terminaría haciéndote el amor toda la noche- él la detuvo con un gesto de la mano, y sin perder su sonrisa, cuando abrió la boca para protestar, roja como un tomate-. Ya sé que no va a ocurrir, linda. Tú eres lo suficientemente precavida como para no hacer esto con alguien a quien apenas vuelves conocer...- rio ante su mirada apenada, era tan adorable-. Por otro lado, creo que, en tres horas, has logrado que te aprecie lo suficiente como para esperarte todo lo que quieras si decidieras que puedo tomarte...

Ella dio un respingo, antes de voltear a verlo completamente pasmada, abriendo y cerrando la boca un par de veces ante la cantidad de preguntas asombradas que se enmarañaban en su mente. Al final, terminó por soltar la primera que se le había ocurrido.

-¿Qué?- preguntó, con tono casi indignado- ¿Pretendes...?- dejo la frase en el aire, incapaz de poder continuar, avergonzada a más no poder.

-Ya te lo he dicho- habló cuando vio que no continuaría la frase-. Pretendo robarte, linda, y nunca bromeo con eso.

Tragando pesado, notó que ya habían llegado a su casa, y no supo si aliviarse o fingir un desmayo, sólo por si acaso.

Oyó la risa de Draco y, ruborizada, alzó la vista hacía él, sólo para encontrarse con su mirada sorprendida y divertida al ver su jardín lleno de pequeños árboles -algunos muy parecidos al Sauce Boxeador- y su buzón en forma de lechuza parda con las alas extendidas.

Casi muere al ver como sus ojos se fijaban en el tren en miniatura casi congelado que recorría en silencio pequeños rieles por el patio. Sus vecinos siempre le preguntaban si no consumía mucha electricidad.

Ella les contestaba sonriendo que era una especie de energía alternativa.

-No te atrevas a comentar- amenazó.

-Jamás me atrevería- aseguró en un pomposo e indignado gesto, como si le horrorizara que pensara tal cosa de él. Rio, abriendo la pequeña puertita blanca de madera y caminando el senderito de adoquines circulares hasta su porche lleno de enamoradas del muro y otras ,creo que al final si le das un poco de que hablar a tus vecinos.

Los tres escalones recibieron sus pasos y no se molesto al notar que él la había seguido hasta el porche.

Se giró hacía Draco, encontrándose con una mirada amable pero muy divertida. Había algo en el fondo, muy similar a la ternura, que le hizo sonrojar.

-¿Sucede algo?- preguntó, repentinamente nerviosa... Tal vez él quisiera entrar, y no es que le molestara, pero su casa era un desastre en esos momentos y su gato ya debía de haber roto algo...

Sus ojos se ensancharon con temor ante un pensamiento repentino.

Draco no esperaría que un "Una cosa llevó a la otra" pasara ahí ¿No? Él había dicho...

-Estaba pensando que eres la única mujer que me obligaría a analizar mis frases de idiota experto para seducir antes de que éstas hagan efecto ¿Sabes?- comentó, un poco más serio, casi somnoliento, y con los ojos fijos en sus labios. Su sonrisa ladina seguía allí-. Es casi injusto el no obtener una pequeña recompensa.

Se sobresaltó, y se alejó un paso.

-Draco, no va a pasar nada ¿Entendido?- preguntó, tratando de sonar firme. Supuso que el tartamudeo en su voz no ayudaría mucho.

Él rio entre dientes, no sonaba malicioso, pero aun así no se fiaba.

Mucho menos cuando avanzó otro paso, dejándola prácticamente atrapada entre su cuerpo y la puerta.

Apenas en ese momento fue consciente de verdad de cuanto había crecido Draco en el último tiempo. Le sacaba al menos una cabeza de alto, y sus hombros y torso podrían esconderla a la perfección si así lo deseaba, pues eran anchos y masculinos. Se imaginaba unos cuantos músculos debajo de ese suéter gris y esa remera.

-Claro que no- murmuró suavemente, colocando una mano sobre el espacio de la puerta detrás de su cabeza, mientras se acercaba hasta casi tocarla con su cuerpo. Hermione tuvo el repentino impulso de poner tanto espacio entre ellos como fuera posible, de pegarse a la puerta un poco más, aunque la distancia fuera inútil.

No lo hizo. No se acobardaría sólo por un avance de Draco.

Mucho menos cuando él tenía aquella sonrisa amistosa pero hambrienta en esos suaves y rellenos labios de hombre, insitándola a acercarse, a comprobar si era tan real la seguridad en esa sonrisa de dientes afilados.

Se golpeó mentalmente ante el pensamiento, aunque hizo todo lo posible para que su perturbación no se reflejara en su rostro.

-Pero una pequeña probadita no hace mal a nadie- susurró, acercándose cada vez más a su rostro. Hermine tragó saliva al sentir el cálido aliento del rubio rozar sus labios y mejillas, estremeciéndola. Le hubiera empujado o lanzado un hechizo sin dudar en otra ocasión y si se tratará de otra persona, pero el nerviosismo que la inundaba le impedía cualquier movimiento más que tragar saliva; al igual que dudaba seriamente en haber alejado a Draco de estar en capacidad hacerlo. Él suavizó su sonrisa y alzó una mano hasta su mejilla, haciéndole suspirar levemente al sentir su masculina áspereza recorriendo la curva de su mentón hasta su barbilla con la yemas de los dedos, de forma tan delicada, que hasta expresaba un poco de ternura. Apenas un destello de toda la que sus ojos de mercurio líquido mostraban; mezclada con un toque de diversión-. Además, deberíamos ser considerados, y proporcionar una buena charla mañana por la mañana a todas esas mujeres chismosas que nos miran por las ventanas.

No pudo evitar la risilla temblorosa que escapó ante el comentario, pero ésta murió tan rápido como llegó cuando los labios del rubio tomaron posesión de los suyos con cierta rudeza, moviéndose avidamente sobre su boca y cortándole la respiración de inmediato.

Jadeó de sorpresa y cerró los ojos instintivamente, aunque no movió los labios mientras la boca de Draco seguía jalando de su voluntad con cada movimiento rudo o suave. Era abrumador, cada sensación lo era, su aroma a colonia y café, su piel áspera y suave, junto con el cosquilleo excitante de su barba incipiente sobre su rostro, la mano gigante que ahora asía su cabeza con suave firmeza, hacercándola a él.

Soltó otro jadeo cuando la puerta se presionó con mayor intensidad contra su cuerpo, mientras el otro brazo se envolvía en su cintura, pegándola más contra su duro cuerpo.

Draco aprovechó esa reacción y, con una leve mordida, le obligó a recibir su lengua en su boca. Hermione gimió al sentir el sabor del café y el pan de plátano mezclados en su boca, extrañamente más deliciosos de esta forma que cuando era ella quien los consumía. Había cierta morbosidad en sus acciones, y le encantaba.

Con lentitud, casi con torpeza, comenzó a corresponder al beso con su propia boca olvidada de esas sensaciones. Aunque olvidada tal vez no fuera el término correcto. Para olvidarse, primero se debía haber experimentado algo.

Ella podía asegurar que nunca había sentido algo como eso en toda su vida.

Los dientes del rubio presionaron suavemente su labio inferior, antes de recorrer con su lengua ambos labios lentamente. No pudo reprimir un suspiro extaciado ante la sensación, menos aún con aquella mano haciendo movimientos circulares con sus dedos sobre su nuca, causando que sus rodillas temblaran y sus manos se aferraran al suéter de Draco para tener algún punto de apoyo.

Con un gutural gruñido que le erizó la piel de todo el cuerpo, Draco volvió a adentrar su lengua en la cálida y húmeda boca de Hermione, disfrutando del sabor dulzón del pan de plátano y de esa lengua titubeante rozándose con la suya. Era obvio que Weasley no se había destacado en besos apasionados, sólo con ver lo perdida que estaba ante cada uno de sus movimientos se daba cuenta de ello. Era un estúpido sin remedio, eso era claro.

Sin embargo, ese estúpido sin remedio se habia llevado el primer beso de la mujer entre sus brazos, y eso le enfadaba.

Celoso como nunca antes, se presionó firmemente contra ella, sintiéndola jadear cuando una de sus piernas se coló entre las suyas. Sin prestarle mucha atención a la falta de caballerosidad de su parte, llevó ambas manos hasta su cadera redondeada y la atrajo hacía él, presionando así sus intimidades sobre la ropa, pero sin llegar a frotarse.

La sentía deseosa, aferrándose a su pecho con ansías mientras correspondía el beso como podía, apasionada y demandante, pero tierna a la vez, demostrándole que su talento para aprender rápido no se limitaba a solamente Hogwarts ni mucho menos. Los sonidos húmedos de sus bocas y los gruñidos deseosos mezclados de ambos eran el estimulante perfecto, haciendo que sólo pudieran pensar en lo bien que se sentiría tocar un poco más de piel, tener un poco menos de ropa entre ellos.

Sus celos y todo rastro de agresividad desaparecieron cuando los brazos de la leona se envolvieron tiernamente en su cuello, acercándolo a la tibieza de su cuerpo con tal suavidad y cariño, que se sintió derretir.

Le hubiera encantado abrir esa puerta de un golpe de varita y arrastrarla hasta la habitación sólo para borrar a besos cada rastro de las manos de la comadreja Weasley de su cuerpo con la misma ternura con la que ella lo abrazaba. Pero su conciencia, además de indicarle que se estaba tomando ciertos atrevimientos que no le correspondían para nada, le decía que eso no agradaría mucho a la castaña por la mañana, cuando la bruma de deseo se hubiera disipado y él volviera a ser una vil serpiente para ella.

Frunciendo el ceño, decidió que lo mejor sería concentrarse en esa lengua prodigiosa que se rozaba con la suya.

La mordió juguetonamente en la punta, antes de alejarse apenas un centímetro de su boca rojiza e hinchada por los besos. Ella soltó un gemido suplicante que hizo temblar hasta el último rincón de su ser.

Sonriendo para sus adentros ante la reacción de la castaña, bajó por la curva de su cuello, dejando un reguero de suaves besos y pequeñas mordidas que no llegarían a dejarle una marca. Por más que quisiera llenar por completo su cuerpo de marcas de besos y mordidas que mantuvieran lejos a todos los otros hombres, sabía que no le causaría ninguna gracia a la bruja cuando tuviera que esconder cautelosamente las marcas en sus horas de clase... Ya se la imaginaba con Luna cureoseando a su alrededor con la indiscreción típica de su desmedida ingenuidad en ciertos temas.

Bajando lentamente por su suave piel, llegó a la unión de su cuello con su hombro, la cual mordió suavemente, antes de inhalar el delicioso aroma de su fragancia a flores y café mezclados. Era una mezcla tan extraña y deliciosa a la vez, tan apetitosa. No le molestaría pasarse todo el invierno, y también el verano, aspirando el perfume de su piel.

Tembló al sentirle inhalar sobre su piel y soltar un suave suspiro. Sus labios treparon nuevamente por su cuello, hasta llegar a la hondonada de su oreja. Gimoteó de placer cuando su lengua y labios comenzaron a jugar sobre esa zona sensible, de vez en cuando trepando hasta el lóbulo de su oído. Su piel se erizó en respuesta, sacudida por oleadas de nervios que le hacían sentir eléctrica, poseída por un ente extraño y agradable a la vez. Sentía sus pezones duros bajo su sostén, y el hormigueo en su bajo vientre y entre sus muslos la estaba enloqueciendo.

-Draco- jadeó roncamente, tratando de llamar su atención. Era demasiado, la fricción allí donde su pierna estaba entrometida, sus manos firmemente asidas a su cadera, la puerta a sus espaldas contra la dureza de su pecho al frente, la calidez de su aliento y la humedad que había regado por su cuello. Sus labios hormigueaban y los sentía hinchados, su piel aún sentía fuego líquido en aquellos lugares donde se había deslizados sus dedos en su rostro y su nuca. Era una sobrecarga sensorial demasiado intensa para ella. Nunca había experimentado algo así.

Con un gruñido gutural, alzó sus ojos hasta los avergonzados y anhelantes de ella. Un deseo animal se apoderó de su rostro cuando notó sus labios húmedos y brillantes entreabiertos en busca de jalar oxígeno hasta sus pulmones. El rubor en sus mejillas era intenso aún con la escasa luz que les llegaba de las farolas y el cielo encapotado. Su cabello lucía ligeramente desordenado, similar a cuando era una jovencita molesta y engreída.

Tragó saliva disimuladamente, inhalando con lentitud para calmar sus propios jadeos y su mente revuelta. Era díficil alejarse de Hermione cuando tenía esa expresión turbada y deseosa. Tal vez mentalmente no quisiera ninguna clase de contacto físico con nadie; pero su cuerpo tenía completamente otras necesidades que satisfacer, independientemente de la moral de la hechicera.

Por supuesto, él se aseguraría de estar allí cuando decidiera que era hora de dejarse llevar en brazos de un hombre.

-La próxima vez que comamos pan de plátano, recuérdame que debo comerlo de tus labios y de tu cuerpo, Hermione- murmuró, con su voz hecha un gutural y sensual gruñido, cargado de tal deseo, que la hizo temblar por completo.

Inhaló nuevamente, calmándose antes de separarse un poco de su cuerpo. Sintió como sus brazos se demoraban sobre sus hombros unos segundos más de la cuenta antes de alejarse y cruzarse sobre su pecho. No había señal de molestía en el rostro sonrojado de la leona, sólo vergüenza y, tal vez, algo de precaución hacía su persona.

Ante eso, se esforzó en esbozar la sonrisa más amable y tranquilizadora que pudiera. Se alejó un paso, sólo para darle espacio.

-Lo siento- murmuró, con voz algo ronca aún, rascándose la nuca en un gesto de nerviosismo que no efectuaba desde niño. La miró a los ojos, esperando que ella viera que no tenía malas intenciones ni se había formulado ideas erróneas-. No pretendía pasarme tanto, en serio.

Con la mente aún algo lenta, Hermione se limitó a asentir mientras veía, con el rostro al rojo vivo, la sinceridad en los ojos plateados del hombre frente a ella.

-Está- su voz sonaba ronca también, así que se aclaró la garganta vergonzosamente antes de volver a intentarlo-. Está bien, Draco.

Él también asintió, no muy seguro de que hacer a continuación. Por lo general, este era el momento en que, o entraba con una mujer a la casa, o se despedía sabiendo que no volvería a cruzar palabra con ella.

No había tenido problema con ninguna de las dos opciones hasta ahora, pero, tratándose de Hermione, no pensaba conformarse con ninguna de ellas.

Era la primera mujer en cinco años, además de su madre y Pansy, que sabía quien era, lo que había hecho y las consecuencias que sus acciones habían acarreado; y sin embargo, no se apartaba despavorida o le lanzaba un Expelliarmus lo suficientemente intenso por la rabia de su ejecutor, como para hacerle retroceder por los aires de forma demasiado notoria.

Tragando saliva nuevamente, bajo el rostro y la miró por entre las pestañas, no era común en él apenarse o cosa parecida, pero tampoco nunca se había expuesto ante una mujer como esta noche, y mucho menos a una mujer como Hermione.

-En serio, lo lamento- repitió-. No planeaba pasarme así, ni hacerte sentir incómoda.

Hermione esbozó una sonrisa de medio lado, enternecida, mientras veía la expresión de niño regañado del hombre frente a ella. Era casi imposible creer que era el mismo hombre que le había dado el beso más caliente de toda su vida hace apenas nos segundos, y, de la misma manera, era algo realmente obvio para ella.

Se acercó un paso, esbozando su sonrisa abiertamente e inclinándose para poder ver sus ojos de mercurio. Hace al menos unos quince minutos, la cercanía de sus cuerpos le hubiera resultado algo incómodo, pero entre los abrazos que habían compartido y el beso, no creía que fuera algo razonable el verse intimidada por su cercanía. O eso pensó hasta que volvió a verse pequeñita ante la cabeza que le sacaba de alto el rubio.

-E-Esta bien- se odió por tartamudear, aunque mantuvo su sonrisa con facilidad. Era imposible no sonreír ante los ojitos avergonzados del Slytherin-. No es necesario que gastes los Lo siento de un mes, tampoco estuviste tan mal- se mordió la mejilla al ver como él posaba sus ojos en ella, con un destello de humor en su mirada. Era increíble como podía pasar de ser un imbécil, a una dulzura, y a un seductor en menos de un parpadeo.

Una sonrisa ladina cruzó su rostro de repente, radiante como nunca antes le había visto. Casi le hizo dar un respingo.

-¿Eso quiere decir que puede haber un "Una cosa llevo a la otra" en algún momento?- preguntó, suavemente, con voz repentinamente seductora.

Ella parpadeó. Si, realmente era increíble su velocidad.

-Juro que estaba pensando en invitarte a ver una película o algo.

Él maldijo en voz baja, haciéndole reír de buena gana.

-¿En serio?- preguntó, ligeramente entristecido. Ella asintió, divertida-. Yo y mi gran bocota.

Ella se encogió de hombros, restándole importancia con un gesto de mano.

-Junto a todo el clan Weasley, eres tremendamente comedido- dijo, con una sonrisa conciliadora-. En serio.

Él sonrió, le encantaba que Hermione le tuviera suficiente confianza ya como para hacer burlas sobre sus amigos. Aunque claro, no le cabia la menor duda de que, si era él quien hacía las bromas, no le iría nada bien. Hermione apreciaba por completo a sus amigos, por ende, sólo ella podía bromear sobre ellos.

-Supongo que me siento halagado.

Ella sonrió tiernamente, mientras comenzaba a buscar en su bolsillo las llaves de su casa.

Vió, sorprendido, como cuatro estuches de guantes, cinco bufandas de distintos colores, ocho gorros y una caja de zapatos salían de sus bolsillos antes de que el pequeño y brillante objeto con un llavero del escudo de Gryffindor y otro de los Aurores hiciera aparición.

Hermione suspiró y, sacando su varita de su jean con un movimiento elegante de muñeca, señalo los objetos en el suelo.

-Capacious extremis- dijo, con voz suave y firme a la vez, antes de que todos los objetos volvieran al abrigo envueltos en un resplandor violáceo. Volteó hacia el rubio y sonrió apenada ante su mirada asombrada.

-Es más práctico que un bolso- confesó.

-Evidentemente- combinó, sonriendo en cuanto salió de su sorpresa.

Ella le devolvió la sonrisa, abriendo la puerta sin despegar su mirada de él. Sintió cierto desazón al verlo allí, con la fría noche a sus espaldas. Ahora que lo pensaba, no sabía su dirección ni si vivía siquiera en Londres ¿Estaría muy lejos de su casa? ¿Estaría bien de camino? Después de todo; no todas las personas en la calle eran muggles.

-¿No quieres que llame a un taxi?- ofreció.

Draco ensanchó su sonrisa. Le agradaba que alguien se preocupara por él de nuevo, sin duda, y especialmente le agradaba que ese alguien fuera Hermione.

-Estaré bien, hermosa, no vivo muy lejos- le tranquilizó, antes de poner sus manos en los bolsillos de sus pantalones-. Mejor entra de una vez, está empezando a hacer frío de verdad, hasta para mí.

Ella asintió, lo había notado desde hace unos minutos, pero seguramente hubiera estado helando toda la noche. Sólo que Draco había tenido ciertas influencias en su termómetro corporal durante ese tiempo.

Ruborizada y ya con la mitad del cuerpo dentro de su hogar, se volvió hacía él nuevamente, extrayendo una de las multiples bufandas de su saco. Se la ofreció con una sonrisa entre amable y divertida.

-Toma.

Los ojos del rubio cayeron sobre la bufanda, y ella no evitó soltar una carcajada al ver su mueca de horror.

-¿Esto es caridad o tortura, señorita Granger?- preguntó, aún sin tomar la bufanda roja y amarilla con un escudo en cada uno de sus extremos.

Ella volvió a reír.

-Tómalo como quieras, Malfoy, pero tómalo- le instó, agitando levemente la mano que la sostenía-. Lo que menos quiero es tener a una paleta de hielo rubia en un cajón en mi conciencia cuando pude haberle dado una bufanda para que se proteja.

Ahora fue él quien soltó una carcajada entre dientes, antes de tomar la dichosa prenda.

-Yo usando una bufanda de Gryffindor y de nadie más que de Hermione Granger- agitó la cabeza, con pesar, mientras la envolvía en su cuello dos veces-. Espero que Zabini no se entere de esto.

-Espero que si lo haga, y que Pansy también... por dios, quiero que Lucius se informe de esto.

Él sonrió, divertido ante su intento de pincharlo. Soltó una risa entre dientes, ciertamente, si su padre lo viera, sería un espectáculo muy interesante.

-Tienes gustos suicidas- comentó, pensando que había un poco de verdadero en la frase.

Ella se encogió de hombros, despreocupada.

-Nada raro viniendo de una chica que es besada por serpientes- soltó, como si nada, dejándolo pasmado, antes de obligarlo a soltar una carcajada perfectamente audible.

-No te veías tan temeraria hace unos minutos, Granger- le pinchó, divertido, antes de desear haberse comido la lengua. La miró, alerta a algún rastro de la tan bien conocida ira de Hermione, pero se sorprendió al verla con la misma expresión. El gesto de la mujer frente a él no cambio en lo más mínimo, en su sonrisa o mirada no había rastro de que el comentario la hubiera enfadado, tal vez avergonzado un poco, pero nada más.

-¿En serio?- preguntó, con aire juguetón, mientras entreabría un poco la puerta y le dejaba ver el interior de un bien arreglado e iluminado recibidor- ¿No quieres pasar a ver que tan temeraría soy?

Su sonrisa se esfumó de su rostro, dando paso a una expresión por completo sorprendida.

Tragó saliva antes de hablar, sintiendo como un hormigueo de excitación recorría su cuerpo.

-¿Lo dices en serio?- preguntó, esperanzado, mientras daba un paso en dirección hacia ella.

Hermione rio, mientras volvía a cerrar la puerta.

-Por supuesto que no- rio nuevamente al ver su cara de decepción mezclada con diversión. Él se estaba recriminando su credulidad-. Buenas noches, Draco- se despidió, sonriendo divertida.

Él asintió, dando media vuelta y dirigiéndose al jardín.

-Buenas noches, Hermione.

-Draco- iba pasando junto al pequeño tren cuando su llamado le obligó a voltearse. La encontró viéndole juguetonamente por la rendija de la puerta, como una niña pequeña espiando. La interrogó con la mirada y ella se mordió el labio, divertida-. Ya sabes, tal vez un día de estos necesite inspiración para algunas cosas ¿Cuento contigo?

Él rio, sorprendido y encantado a la vez. Adoraba esos cambios juguetones que le daban a la castaña de vez en cuando, y esperaba poder verlos más seguido a partir de entonces.

-Ya sabes, linda - contestó, guiñándole un ojo-. Una cosa llevo a la otra.

Se despertó con un escalofrío acariciándole la espalda, y entonces recordó que había dormido en ropa interior solamente.

Con le frío mordiéndole las plantas de los pies al pisar contra las baldosas blancas del suelo, dio saltitos largos hasta la ducha, donde rápidamente comenzó a llenar la bañera con agua caliente.

¿Dónde esta ese gato gordo cuando lo necesitas? Gruño en su fuero interno, pensando en que podría acostarse a dormir un poco más con el agradable calor de su gato contra el vientre. Era raro no verlo allí, ya que por lo general solía adueñarse de la cama de dos plazas mientras dormía, ingeniándoselas para dejarla contra un costado, casi cayendo de la cama.

Vendrá a buscarme cuando tenga hambre pensó, sintiéndose repentinamente una esclava. Cerró el grifo cuando la bañera estuvo suficientemente llena y se dedicó a buscar ropa de su placard en la habitación. Cuando pasó frente a la ventana, con el salto de cama ya puesto, pudo notar el porqué de tanto frío. Sonrió con una emoción casi infantil recorriendo su vientre, al ver la gruesa capa de nieve que cubría la calle, vereda y jardín frente a su casa.

La nieve era una de las cosas que más le gustaban, pues llenaba los mejores recuerdos de su vida. Desde los muñecos de nieve que hacia con sus padres, hasta las peleas de bolas de nieve con Harry y Ron o los ángeles de nieve que hacían con Ginny y Luna cuando nadie las veía.

Suspirando, se encaminó a la bañera y se sumergió casi por completo, disfrutando la agradable sensación del calor abrazando su piel y el agradable aroma de las sales con olor a rosas.

Comenzó a tallarse hombros y cuello con la esponja. Una sonrisa tonta se le escapó cuando a su mente llegó el recuerdo del día anterior, e instintivamente se llevó la mano a los labios, rozándolos con la yema de los dedos, y sintiendo el mismo cosquilleo de la noche recorrerlos.

Hizo una mueca ante un pensamiento repentino que azotó su cabeza y provocó que su humor disminuyera notablemente.

A pesar de ser terriblemente encantador como era ahora, Draco seguía siendo un hombre, y en su básica experiencia con ellos, había descubierto que era extraordinariamente aburrida para los hombres.

Aunque sus palabras habían sido sinceras anoche, seguramente luego de consultar con la almohada, estaba segura de que él desearía a una mujer menos mojigata y más explosiva que ella para ser su acompañante.

Seguramente terminaría, como todos, por pedirle que fuera sólo su amiga.

Con un gruñido molesto, y cubriéndose el rostro con las dos manos, se sumergió por completo en la antigua bañera extra grande que había comprado con la casa.

Si se mostrará como era en el fondo, divertida y fogosa, no le pasarían ese tipo de cosas con los hombres. Pero dudaba que su yo mojigata y frígida la dejara.

Sacó la cabeza del agua e inhalo profundamente, retirándose los cabellos rojizos del rostro. Terminó de tallarse y salió de la bañera.

-¿A quién demonios se le ocurre preguntarle si habla en serio con sus insinuaciones?- se preguntó, molesta, mientras se secaba. Enfundó su cabello en una especie de turbante rosa con su toalla antes de comenzar a vestirse.

Cuando terminó de jalar sus jeans azules por sus piernas aun algo húmedas -y maldiciendo en todo momento- y abotonó el último botón de su camisa blanca, bajó por las escaleras, dispuesta a desayunar y darle de comer a su amo y señor.

-¡Neptuno! ¡Gato inservible! ¿Dónde te metiste?- llamó al animal.

Instantáneamente recibió un maullido del gato, pero no era el típico "miau" agudo, sino que era grave, un bufido de amenaza que sólo hacía cuando un perro se acercaba a la cerca del jardín.

Se acercó rápidamente a la sala, de donde venía el sonido, preocupada por su mascota.

Lo encontró sentado en el alféizar de la ventana que daba a un jardín blanco en nieve, completamente erizado y siseando.

El gato era impresionantemente similar a la profesora McGonagall cuando se transformaba, pero contrario a ella, se movía en todo momento y era más bien cariñoso, aunque tan interesado que se había ganado un poco de su rencor.

Con cuidado, para no ser rasguñada, lo retiró y miró al porche, buscando el objeto de la ira de su gato.

Soltó un jadeó de sorpresa al ver la gran lechuza águila parda, algo atemorizante por las plumas erizadas de su frente que simulaban un ceño fruncido y sus ojos naranjas que parecían dos brasas del infierno.

A sus patas había un pequeño sobre rojo rectangular y abultado, atado con un elegante moño negro.

Algo desconfiada, y oyendo a su gato bufar detrás de ella, abrió la ventana.

Reprimió un gritito nervioso al verla volar dentro de la casa. Su gato siseo y salió corriendo a la cocina. Lo siguió y buscó un par de golosinas para la lechuza de un frasco que reservaba para la nueva lechuza de Harry o la pobre e histérica Pig.

Volvió a la sala, riendo al ver a Neptuno seguirla, con los ojos fijos en su mano llena de las golosinas.

Las dejó sobre un cuenco decorativo en la mesa de té de la sala y la lechuza voló a recoger su recompensa con el paquete en sus garras.

Tomó el paquete, ya más tranquila al verla comer como cualquier otra lechuza del mundo mágico. Era un animal realmente imponente, hermosa y respetable.

Sin duda, no era de nadie que pudiera haberle enviado nada antes.

Examinó el coqueto paquete, pero no había ningún nombre o dirección.

Con el ceño fruncido, jaló del moño, sintiéndose mal en algún lado por desarmar tal belleza en forma de flor.

Dio un respingo al encontrarse con la portada casi completamente rosa de "En la Cama con el Diablo" entre los pliegues rojos del paquete.

Con una mueca sorprendida lo alzó, observándolo en cada ángulo posible, aun incapaz de creer el tenerlo entre sus manos.

Bajó la mirada, encontrándose un sobre de carta con su nombre, también rojo, sobre los papeles del paquete más grande. Seguramente era uno de esos regalos inesperados de Ginny o Luna.

Sin embargo, lo mas inesperado era el emisor.

"Hermione:

Sé que enviarte esto por correo hubiera sido un tanto menos extravagante, pero supongo que hay ciertas cosas que un Malfoy no puede dejar de ser.

Antes de que creas que te doy este libro precisamente sólo porque te he estado espiando o algo así, te voy a decir que no eres demasiado buena para ocultar tus miradas anhelantes cuando de libros se trata. No dejes de hacerlo, por cierto, te ves hermosa con ese brillo en tus ojitos.

Lamento haber sido tan estúpido anoche y el haberme descargado contigo por toda esa mierda de Hogwarts (que, por cierto, a cada segundo me tienes más interesado en dar clases allí, sobretodo con una profesora de Transformaciones tan sexy) y también espero que, a pesar de eso, hayas pasado un momento agradable, tanto como el que yo pasé contigo.

No escribiré que lamento el beso, porque no me gustaría mentirte en mi primera carta romántica (no te rías, es lo más romántico que puedo hacer por ahora).

Y, como añadido, este libro es la forma de asegurarme un puesto en tu agenda del viernes, porque quiero llevarte a algún lugar donde vendan mucho pan de plátano y robarte tantos pedazos a besos como pueda... O estoy abierto a sugerencias, gran escritora de historias eróticas.

Nos vemos, señorita Granger.

Posdata: No te preocupes por Athan, se puede ver peligroso, pero es un pobre diablo.

No le digas que te dije, pero le teme a los gatos.

Con sincero afecto, Draco Malfoy; recibidor experto de Expelliarmus.

Rio, sorprendida y divertida, mientras releía una vez más la inesperada carta escrita con a letra cursiva y elegante de Draco. Jamás se hubiera esperado que alguien como él escribiera tales cartas, pero bueno, a estas alturas nada debería sorprenderla ya.

Saltó del asiento con un gritillo de niña que sólo se le escapaba cuando un libro que adoraba salía a las librerías.

No podía creer que draco quisiera salir con ella nuevamente. Era algo prácticamente sin precedentes.

La lechuza junto a ella chilló, y Hermione tragó saliva para calmarse a sí misma antes de voltearse a él. Sonrió al animal antes de acercarse y alejar a Neptuno, que lo miraba demasiado intensamente sobre el sofá.

-Está bien, Athan. Él no te hará nada- le susurró, y extrañamente el animal pareció entenderle, ya que sus plumas dejaron de estar erizadas de inmediato.

Subiendo las escaleras con un Neptuno quejumbroso en brazos, entró en la habitación lanzando al gato sobre la cama, donde refunfuño por un segundo, antes de acostarse y quedar completamente dormido. Suspiró, y dio una rápida pasada por la habitación antes de comenzar a encaminarse hacia la puerta.

Más se detuvo cuando, con un resplandor plateado, una carpeta sobre su mesa de luz le llamó la atención. Era una de las esquinas metalizadas del cuaderno que Luna le había regalado para escribir hace un mes. Sonrió, entusiasmada, ante la idea de darle una pequeña sorpresa al hombre.

Aún no había tenido la oportunidad de escribir en él, pero sería una buena oportunidad para darle uso, y sin duda a Luna no podría ponerla más feliz el uso que la iba a dar. Era una de las pocas que creía en los cambios de Draco, hasta el momento, más fehacientemente que ella por su contacto con él gracias a Theo. Y era, también, una de las muchas que la molestaban para conseguir un acompañante.

Por dios, ni siquiera estaba tan mayor como para que la menopausia o algo así tuviera que apurar sus decisiones.

Tomó otro cuaderno, uno mucho menos bonito y mil veces más destartalado que estaba lleno de borradores de sus historias.

Bajó nuevamente junto a Athan y colocó ambos libros sobre la mesa.

Al ver al ave, que parecía verla con curiosidad en sus ya no tan siniestros ojos, su entusiasmo mermo un poco. Con una mueca, maldijo la voz de su conciencia, que le repetía una y otra vez que no era una buena idea.

Tragando saliva, decidiendo que no tenía nada de malo molestar al rubio por una vez, buscó entre las hojas del cuaderno más viejo, una de las historias menos picantes, que aún así le hacían ruborizar al reléerla.

Suspiró, antes de decir unas palabras en latín a las que no presto atención, haciendo el hechizo de memoria de tan acostumbrada que estaba a utilizarlo. De inmediato, una pluma pomposa de color rojo apareció sobre el cuaderno de Luna al mismo tiempo que éste se abría. Dejó las hojas amarillentas de la historia junto a la pluma y el cuaderno. De inmediato la pluma comenzó a escribir en una clara imitación de su letra en color negro.

Fue leyendo la historia a medida que la escribía, era una que había escrito hace años, en cuarto año en Hogwarts. Había estado aburrida durante todo el día, pues Harry y Ron habían estado en prácticas de Quidditch, y ella indispuesta en aquella época. Sin nada más que hacer, ya que había leído tres libros en toda la mañana, había decidido comenzar a practicar su caligrafía cuando la asalto el recuerdo de un intercambio desagradable con cierto rubio insufrible en el pasillo de camino hasta su habitación. Con sus jóvenes hormonas revolucionadas, había terminado por lanzarle un Calvario. Se había reído por horas al recordar la cara aterrorizada de un pequeño Malfoy completamente calvo corriendo y gritando "Me la pagarás Sangre Sucia". Claro que ninguno de los dos había hablado del encuentro. Ella por temor a una reprimenda, y él por la humillación que le conllevaría.

Sonriendo tontamente ante las palabras que se iban escribiendo en el cuaderno nuevo, recordó como, mientras decribía como atacaba a Malfoy con múltiples Flipendos, Glacius, Levicorpus y otros hechizos más para gastar bromas, Hermione había descubierto las propiedades terapeúticas de la escritura. En ningún momento de la historia deja de molestar al rubio, y él también había logrado darle con algún que otro hechizo, sólo para no faltar a la realidad.

Se echó a reír al leer la última parte de la historia, cuando Ginny la había ido a buscar para hablar un poco de cosas de chicas, y ella había acabado de forma atropellada el relato.

"Y entonces el estúpido duende rubio y asqueroso, que engañaba a todos con su carita de niño bueno, terminó por enamorarse de la hechicera; pero ella no quería verlo ni dibujado en un libro de abominaciones, así que con un Avis, invocó a miles de pequeñas lechuzas para que se lo llevaran muy lejos y dejará de molestar al reino.

Fin.

Hermione Granger."

Se echó a reír ante el final y, antes de querer cambiar algo de su inocente primer relato, en el que, acababa de notar, se vislumbraban algunos deseos no tan inocentes ocultos en aquella edad -o que ella se esforzaba en ocultar-, hizo aparecer un papel verde esmeralda para envolver el libro con un hechizo.

Con una sonrisa y tomando ahora la pluma roja en su mano, arrancó una hoja que sobraba del libro, encargándose de ocultar la marca de haberla rasgado, comenzó a escribir rápidamente, antes de que las palabras se le escaparan:

"Draco:

No te preocupes por lo de anoche. Sinceramente, me alegra ver que trates de abrirte a las personas, es una buena forma de empezar a curar, liberar junto a alguien todo lo que te daña en tu interior... ahora te odio por hacerme sonar como un psicóloga barata.

Respecto a lo de Hogwarts, espero que no cambies de opinión, porque te aseguro que no te arrepentirás; aunque me gustaban más tus otras intenciones, las de ayudar a los chicos; eran mucho más nobles que el ir a acosar a una pobre profesora indefensa que ni siquiera recuerda arreglarse las uñas en algún momento de sus dos días.

Trataré de no exacerbar tu ego con esta carta, así que simplemente dire que tu compañía fue mejor que estar cocinando en ropa interior frente a mi gato como todas las noches... y eso fue en serio.

Tu intento de romance no está mal. Deberías ver las cartas que Harry le envía a Ginny. Tal vez estaba borracho cuando escribió Eres como un hermoso Dementor que se apodera de mi alma con cada beso.

Y, hablando de besos, no tengo ningún comentario al respecto... salvo éste: Púdrete, Malfoy.

Acepto el libro, pero puedes estar seguro de que no lo leeré frente a tí. Lo que menos necesito es a un acosador a mi alrededor mientras leo escenas calientes.

Obviamente, también acepto salir el viernes, pero no hay posibilidad de que me robes el pan de plátano. Eso significaría que serías más rápido que yo al robarte a ti.

No te preocupes por Athan, está bien, y no pienso ofenderlo diciéndole lo fácil que es para su dueño revelar sus más oscuros secretos.Y, por cierto, creo que enviaré una carta al Ministerio para comunicarles del maltrato a este ave, ya que recuerdo haber dicho muchas veces anoche, señor Draco, que yo tengo un gato.

Escucha, antes de que te ofendas o deprimas por el cuaderno que te envío, déjame decirte que, aunque, aunque en aquel momento quería hacerte muchas cosas con tu estúpida personita, a demás de un calvio y todo lo escrito aquí -y aún lo hago-, anoche me demostraste que has cambiado lo suficiente como para volverte un hombre encantador y considerado. Por eso, te regalo mis recuerdos de tí en estas hojas, dispuesta a olvidarlos y esperando que tu también lo hagas. Juro solemnemente que escribiré una buenas que ahora veo en tí.

Y no, Malfoy, no será erótica.

Encantada, Hermione Granger. Lanzadora experta de Expelliarmus."

Una mueca cruzó su rostro por unos minutos, no era una de sus cartas más brillantes, claro está, pero tampoco tenía la intención de tener la pomposidad y rebuscamiento de una vieja aristócrata al escribir una carta a Draco.

Le dio una última ojeada a la carta, antes de meterla en un sobre esmeralda que había hecho aparecer y colocarla sobre el cuaderno. Atrajo hacia ella un pequeño hilo y ató el paquete antes de entregárselo a Athan.

-Llévatelo antes de que me arrepienta, amiguito- le dijo y, con un agudo chillido, el animal tomó el paquete entre sus garras y salió disparada de la habitación.

Hermione se puso de pie y se acercó a la ventana por donde la lechuza había salido. La siguió con la mirada hasta que no fue más que una mota oscura en el cielo de alabastro, y luego desapareció.

Tragó saliva, ahora dudando de sus acciones ¿Habría sido una buena idea el enviar aquel texto? Era algo demasiado íntimo y vergonsozo como para dárselo a nadie, y ella se lo había entregado al principal antagonista de la historia.

Soltó un gemido y se cubrió el rostro con ambas manos cuando cayeron sobre ella sus acciones, avergonzada. ¡Le había enviado la única cosa en la que ella demostraba su atracción por él desde niña! ¿Es que se había vuelto loca?

-Trágame tierra- gruño ¿No había forma de llamar de regreso a una lechuza mensajera?

Nunca se había visto tan apetitosa la idea de meter su cabeza en un horno encendido como ahora, o mirar a los ojos a un basilisco. Maldición, ¡Qué conveniente sería ahora que alguien le lanzará un Avada!

Inhalando hondamente, se acercó a la ventana y cerró los postigos, sintiéndose estremecer ante la gran cantidad de viento gélido que se colaba por ésta.

Hizo una mueca, seguramente sólo estaría exagerando, como siempre ocurría cuando las cosas no salían como ella quería. No podía realmente sentirse avergonzada por algo que había escrito hacia tantos años ¿No? Después de todo, ella sólo era una niña en esa época, una niña que sólo había escrito una pequeña historia para bajar su rabia y no terminar metiéndose en problemas en la escuela.

Suspiró, antes de dirigirse a la cocina. Neptuno estaba sentado sobre una de las tres sillas al rededor de su mesa de madera circular y miraba fijamente una de las puertas de la alacena.

Con una pequeña risa, se acercó a la puerta, también de madera, y la abrió, sacando de ella el pote de comida para gatos. Vació un poco del contenido sobre el plato de comida azul junto a la heladera y el gato salió disparado hacia él.

Devolvió el tarrito a la alacena y cerró la puerta, lugo abrió la contigua, rebuscando entre sus cosas hasta que sacó un frasco de café en polvo y azúcar. Puso el agua a calentar mientras ella revolvía la mezcla oscura en una taza. Nunca le había gustado hacer café en una cafetera, ni con magia; el sonido de la cuchara al golpear contra la taza, y el aroma amargo y dulce que salía de aquella taza era uno de los recuerdos más amados de su vida, trayéndole a la mente los recuerdos de su madre preparándolo en las vacaciones de Navidad que pasaba en su casa.

Sonrió al recordar a su padre, siempre pidiendo más azúcar, y a su madre rezongando de ello por horas, diciendo que sería perjudicial para su salud, sólo para terminar endulzando más la bebida.

Se preguntó como serían las Navidades de Draco en su infancia. Seguramente ni la mitad de cálidas que las de ella o cualquiera de sus amigos, dudaba seriamente que sus padres se sentarán con él frente al fuego por horas, recordando viajes, anécdotas o viendo álbunes vergonzosos. O vieran El Grinch todo el día, ni los maratones de Navidad en la televisión.

Seguramente ni siquiera armaban el Árbol de Navidad juntos, sino que lo hacían los elfos.

Frunció el ceño, Navidades sin amor familiar ni El Grinch. Inviernos sin el café recién hecho ni el olor a dulces horneados o jengibre inundando el aire.

Era horrible de imaginar. Y por eso, decidió hacer dos cosas muy importantes para ella ese mes; visitar a sus padres, y prepararle ella misma un café a Draco.

Desvió la vista hacia Neptuno, que comía a toda velocidad su comida. Hace mucho había perdido el temor a que su gato se ahogara comiendo de tal forma, aunque aún tenía la duda de si respiraba mientras comía o solamente se preocupaba por llevar más y más comida a su boca.

El agua comenzó a hervir en la caldera, y ella se acercó a apagarla. Tomó la manija con su mano envuelta en un trapo -pues ya estaba harta de quemarse- y comenzó a vertirla en la taza. De inmediato el vapor se alzó del líquido en columnas perezosas y Hermione no pudo evitar inhalar con placer el amargo aroma, que ahora traía consigo no sólo recuerdo de su juventud, sino también de un suave cabello rubio y un cálido cuerpo capaz de protegerla y quedar indefenso sólo con un abrazo.

Una chispa de curiosidad la asalató mientras tomaba la taza entre sus manos y se dirigía hasta la sala de estar, donde aquel libro casi por completo rosa la esperaba. ¿Qué haría Draco en las mañanas de invierno? ¿Corregiría exámenes? ¿Saldría a correr por las calles? ¿Se dedicaría a tomar un café y a leer cartas de amenaza hacia su persona?

Rio, sorprendida por aquel pensamiento. Trató de reprenderse, pero no podía evitar sonreír ante la imagen mental que se había formado de esa escena. Con un Draco tomando café calmadamente y con una bolsa de correo gigante que rezaba Cartas de Asesinos Histéricos junto a él.

Su risa terminó por esfumarse en cuanto recordó que, si ése era el caso, ella le había enviado un material de lectura completamente nuevo para explorar, que mezclaba las mismas cartas de amenaza con los anhelos de una niñita boba.

Se ruborizó, con unas tremendas ganas de darse un zape ella misma por tarada impulsiva ¡Ginny era exclusivamente la culpable de esas acciones! Con esa carita de niña que no rompe un plato, ella era peor de lo que Fred y George juntos habían sido.

Tragó saliva al imaginarse la expresión de perplejidad al comenzar a leer la historia, con todas esos hechizos tontos e imaginación escasa. Ya podía oír sus burlas sobre el amor prohibido entre una princesita y el malvado duende.

Repentinamente, una risa escapó de sus labios. No podía ser tan malo si con eso alegraba un poco la mañana de Draco. Tal vez, y con mucha suerte, ni siquiera le comentaría nada sobre la historia cuando se encontraran nuevamente...

Si, claro. Pensó, mientras tomaba el libro de en sima de la mesita de té y lo abría sobre su regazo. Lo más probable es que termine por obligarme a lanzarle un Expelliarmus.

Trato de leer aunque sea el prológo, pero su mente siempre terminaba por desviarse hacia el rubio y su cercana cita. Aún faltaban tres días, claro, no había por que apurarse a nada. No iba a estar como una jovencita inexperta, corriendo de aquí para allá, desesperada por ver que ponerse y llamando a sus amigas para que le dieran consejos.

Jamás me rebajaría a tanto.

Asintiendo ante el pensamiento, tomó el libro y la taza con ambas manos y comenzó a subir las escaleras lentamente, cuidando de no tropezarse.

Entró a su habitación nuevamente y colocó el libro y la taza obre el tóale, no sin antes darle un sorbo a ésta última.

Respiró hondo, con una sonrisa jalando de sus comisuras, antes de acercarse a la cama y comenzar a tenderla. Era una parte de su rutina que nunca faltaba, nunca había soportado ver su cama desarreglada, y solía ser ella quien obligara a su madre o su padre a tender la suya.

Una vez terminó de esponjar las almohadas y las colocó sobre el cubre cama perfectamente estirado, se dedicó a darle una rápida ojeada a su habitación, sólo para cerciorarse de que Neptuno no hubiera decidido romper alguna cosa en su ausencia de la noche anterior.

Sus ojos se detuvieron en el leve destello que provenía de su cajita de alhajas sobre la cómoda. Se acercó al mueble, que contaba con un espejo ovalado con delicados grabados de jazmines en su marco de madera caoba. Era un regalo de sus padres, de cuando se graduó en Hogwarts. Ellos sabían muy bien que no apreciaría tanto unas joyas o un auto como un mueble donde pudiera guardar la ropa y libros que ya no tenían lugar en su habitación abarrotada.

Cuando se trataba de libros, no podía negar que tenía un pequeño problemita de acumulación.

Alejando el pensamiento de su mente, volvió a enfocarse en el objeto brillante sobre la cajita en su cómoda. Se trataba de otro regalo, de Ginny y Luna; un collar y un par de aretes conformados por lagrimas color topacio que colgaban de cadenitas de plata. Por ser el regalo que sus amigas habían financiado en común, era claro que se trataba de una fantasía increíblemente bien labrada, que centellaba delicadamente con cada mínimo destello. No le importaba en lo más mínimo su autenticidad, con su escaso conocimiento sobre joyería, solamente podía reconocer que era hermoso, y era valioso por ser una muestra material del afecto de sus compañeras, no por el valor que su etiqueta hubiera mostrado.

Se colocó los aretes y el collar, sólo para apreciarlos, y recordó que los había usado en contadas ocasiones, muy especiales. Miró anonadada la forma en que el delicado dije estilizaba aún más su fino cuello y como los aretes le daban cierto brillo a su rostro, combinando con sus ojos cuando la luz caía sobre ellos.

Recordó una ocasión en que había pedido la opinión de su madre sobre que ponerse para ir a una salida con los chicos a comienzos de ese año. Ella le había dicho que esas mismas joyas se verían muy bonitas y discretas a la vez si las usaba con un jean de mezclilla y una de las blusas negras que ella siempre le regalaba, las cuales solían tener escandalosos escotes en v y se adherían demasiado a su figura, resaltando cada curva. No tenía nada en contra de su cuerpo; había tenido suerte de heredar el cuerpo voluptuoso pero no demasiado relleno de su madre. No era una modelo, pero tampoco lo deseaba.

Se acercó al guardarropa y lo abrió. De inmediato sus ojos cayeron sobre las bolsas de plástico transparente que envolvía la docena de blusas negras que su madre le había regalado y que, claro, nunca había usado. Había terminado yendo a la salida con un suéter beige, un jean negro, unas joyas comunes de diamantes de fantasía y apenas lápiz labial y delineador por maquillaje. Claro, no muchos notaron su atuendo, ya que esa misma noche Luna había decidido informarles de su relación con Theodore Nott... llevando a Theo con ella.

Todavía se reía entre dientes al recordar a Neville casi desmayándose. Por suerte, Romilda había alcanzado a sentar en una silla a su novio.

Dejó varias bolsas sobre su cama, antes de sacar la primera. Se sacó su camisa blanca a jalones e inmediatamente se enfundó en la negra. Por una vez no le importó que su ropa yaciera en el suelo, completamente arrugada.

Se acercó al espejo, y casi le da un infarto al ver su reflejo. No se veía mal, pero el escote era demasiado pronunciado, tanto que se veía el moño que adornaba en centro de su brasear blanco, obviamente sin ocultar en casi nada sus pechos, demasiado notorios debido al paso de los años. Eran firmes y pulposos, reconocía su valor a la hora de seducir, pero solía ocultarlos con ropa holgada, no le agradaba que las personas se fijaran en ellos cuando mantenía una conversación.

Notó, horrorizada, como una abertura en forma de rombo dejaba descubierto su ombligo y, al girarse, pudo ver toda su espalda desnuda gracias al escote de su espalda, que finalizaba en pico al empezar su cadera.

¿En que estaba pensando su madre cuando le compró esto?

La retiró de un jalón y la dejó junto a la camisa blanca en el suelo. Tragando saliva, tomó otra al azar y se la colocó.

Volvió a mirarse en el espejo, dudosa, y un enorme alivio la inundo al comprobar que esta blusa era mucho más decente que la anterior, y sin dudas más bella.

El torso y el comiezo de las mangas largas estaba cubierto por suave terciopelo negro, brillante, que finalizaba en un recatado escote en forma de corazón que, aún así, se veía un poco incitante. Los hombros y clavículas estaban cubiertas por un delicado encaje negro que se unía con el terciopelo en el escote y los brazos.

Esto era muy bonito y discreto, perfecto.

Alzó la mano para tratar de recogerse el cabello, siempre desastroso, de alguna manera, y entonces sus ojos se posaron sobre sus manos. Hizo una mueca, mientras las alzaba frente a sus ojos. Podían verse arregladas y de un largo cuidado, pero a ella no se le escapaban las cutículas descuidadas ni los cortes irregulares en el borde, donde solía mordisquearlas inconscientemente. También fue consciente de la piel reseca y algo áspera. Se horrorizó al pensar en que habría pensado Draco al sentirlas entre sus manos.

Gimiendo, repentinamente exasperada, comenzó a dar vueltas por todo su dormitorio, mientras las preguntas traicioneras que siempre asaltaban a las mujeres en el último instante se agolpaban en su mente, obligándola a dudar en esas cosas en las que ella no tenía mucha experiencia, tales como para arreglarse para una cita con un chico.

Tal vez debería llamar a Luna para que le ayudara a arreglarse, ella era un as en eso de maquillaje y peinados; y por qué no pedirle algún consejo a Ginny sobre la ropa, es decir, la blusa y las joyas se veían bonitas, pero ¿Y si el negro era muy lúgubre? ¿O si las joyas, por más discretas que fueran, se veían ridículas? ¿Qué tal si terminaba por usar los peores zapatos o el bolso equivocado? ¿Había siquiera que llevar un bolso?

En el fondo, se odiaba por comportarse como una chiquilla superficial, pero es que, simplemente, estaba demasiado nerviosa como para ser racional. Sus citas con Ron apenas podían considerarse algo más que una salida entre dos amigos a tomar algo; nunca había tenido que arreglarse ni nada por el estilo porque, en el fondo, nunca había querido impresionar al pelirrojo.

Ahora mismo, con suerte podía hilar dos pensamientos coherentes mientras recorría la habitación buscando su celular, completamente nerviosa y en brasear para no sudar la blusa, que estaba extendida perfectamente sobre la cama.

De reojo, pudo ver la silueta de Neptuno jugueteando con su camisa blanca, pero estaba demasiado ocupada como para prestarle atención al gato o levantar la camisa. Aún le faltaba mucho de su físico que preparar.

¡Y sólo le quedaban tres días!


Esa última escena está completamente inspirada en una amiga antes de salir a algún lado, incluso si ese antes es una semana antes. Es gracioso de ver, por lo menos las primeras dos horas.

No estoy muy convencida de como me quedó. Quería probar con ver a un Draco un poco más, no sé, humano, y menos prepotente, y me gustó mucho el jugar con el personaje... si, ya sé que destrocé al maldito cretino que todas amamos, lo lamento.

Hermione me fue más díficil, pero, como terminé por hacer con Draco, también siento que cambie demasiado del personaje... aunque bueno, ellos crecieron, se supone que con la madurez la gente tiende a cambiar.

Lamento haber tardado tanto linda, algún día lograré darte tu regalo a tiempo, y espero que no hayas creído que me olvidé de tu cumpleaños.

Besos y Abrazos.

Mangetsu Youkai.

P.D: Creo que quiero hacer un lemon de esta historia después de todo ¿Qué dices?*

**adre