Disclaimer: Harry Potter pertenece a JK Rowling.

Este fic participa en el reto "Amor es amor" del foro "Hogwarts a través de los años" con Sirius/Remus, (WolfStar).


Alegrar un día

REMUS HA SOBREVIVIDO otra luna llena.

Cuando recupera la conciencia esa mañana, lo saluda el dulce resplandor del ambiente de la enfermería de Hogwarts, y se siente casi como saludar a un viejo amigo. No se han visto en un tiempo, pero ninguno de los dos realmente se ha extrañado. Una brisa tenue, casi escondida y temerosa, corre de lado a lado en el gran salón, como un niño jugando a La Mancha, fresco y alegre y vivaz y oh, tan embriagador.

Madame Pomfrey le ha cerrado las cortinas, para suerte suya. Palpando alrededor de las sábanas con dedos entumecidos, encuentra su varita, que afortunadamente no se ha roto en la conmoción. Es de color caoba, irregular y algo flexible, y le da una sensación de familiaridad. A pesar del ambiente hospitalario de la enfermería, no puede compararse a su propia habitación, ni a la Sala Común de Gryffindor, donde pasa la mayor parte de sus días.

Para su gran sorpresa, no se ha roto ninguna costilla o algo más importante, (a juzgar por su torso libre de venda alguna), pero su cuello le duele de manera insistente, como si un cuchillo punzara entre sus hombros cada cuantos minutos.

Con sus manos alcanza a rozar su rostro, que se ha vuelto irregular con todas esas cicatrices, y suelta un suspiro de alivio, su garganta devolviéndole una punzada. No se ha hecho otra herida visible esta vez, y eso lo hace sentir mejor a una escala colosal. ¿Cómo iba a hacer para mantener su secreto si cada cierto tiempo aparecía con una nueva cicatriz? Sus compañeros pensarían que lo abusaban en casa o algo parecido. Al menos ya no tenía que esconder nada de...

—Eh, Remus —la voz es tan familiar que Remus ni siquiera se sobresalta.

Hay un murmullo extendiéndose en sus oídos, como un pequeño insecto que lo molesta mientras intenta descansar. Pero no es dañino, a decir verdad. En lugar de eso, se mete entre sus entrañas y les da un apretón reconfortante que realmente no debería serlo.

—¿De qué es el helado? —dice Remus como reflejo, un rubor imperceptible aunque no invisible extendiéndose en sus espolvoreadas mejillas. Hay un sonido amortiguado y, súbitamente, la infantil cara de Sirius aparece entre la cortina, brazos extendidos.

—De limón —responde, como si no se tratara de nada importante.

Pero Remus conoce el verdadero significado. Se han inventado un código secreto sólo para ellos, por seguridad.

—Bueno, Remus —Sirius se acerca a su cama, cerrando las cortinas detrás de él sin mirar atrás, y arrastra una silla. Sirius es, Remus nota, una de esas personas que se sientan de una forma excesivamente lenta —, tal parece que no te has roto las plumas, así que su alteza podrá salir de la enfermería esta tarde —le dedica una sonrisa que Remus devuelve, aunque más débil, y con vago tinte de duda, estrecha su mano y no la remueve. Las manos de Sirius siempre están calientes, incluso en el invierno, y Remus encuentra que lo ayudan a eliminar la tensión con la que sus hombros se han cubierto.

—Te contaré un chiste, entonces —le dice Sirius cuando Remus permanece callado, distraído entre las facciones de Sirius, ciertamente angulosas.

—Adelante —lo invita Remus, apretando su mano sin pestañear.

—¿Cómo queda un mago después de comer? —Sirius se ha puesto a sonreír. Sus ojos se estrechan cuando sonríe, Remus se da cuenta.

Su mano libre viaja a su barbilla, y Remus piensa. Realmente piensa.

—No lo sé —admite, ruborizado, cuando Sirius se agacha para darle un beso en la mejilla —. ¿Cómo queda?

Sirius lo mira con ojos desafiantes.

—Magordito —responde.

Remus ríe descontroladamente; Sirius ha hecho su día.

Y Sirius ríe también.