Annie permanecía recostada en el asiento, con la cabeza apoyada sobre las piernas de Johanna, tenía los ojos cerrados, pero su cuerpo lucia tan rígido que nadie podría pensar que dormía, de vez en cuando abría los ojos y Johanna le dirigía una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora, o al menos así lo hizo durante la primera hora, pero sus propios temores inundaban a la ex tributo y lo más que alcanzaba hacer era una mueca nerviosa que provocaba que Annie cerrará los ojos de nuevo, con fuerza. Después de varios intentos, Johanna se rindió y cada vez que sentía la mirada de Annie clavada en ella, permanecía observando el paisaje que corría alrededor del tren, conformándose con darle a su mano un ligero apretón. Tal vez eso no le transmitía la calma que necesitaba, pero era su forma de decirle que estaban juntas en esto.
Ambas experimentaban en diferente grado la misma ansiedad, viajaban en un tren casi idéntico al que por tantos años habían usado para ir a los juegos, como tributos, como mentores, como bestias de circo. "Bastardos insensibles" pensó Johanna al ver la expresión de terror que provoco en Annie la visión del tren en el andén.
Habían estado viajando casi dieciocho horas y Johanna ya podía distinguir el cambio en el paisaje, lucia menos seco y los árboles eran cada vez más altos y espesos, incluso en el color de las piedras se distinguía un cambio, aunque posiblemente solo Johanna podría distinguir tan sutiles transformaciones. El Distrito 7 estaba a menos de dos horas de camino y ella casi prefería que el tren se dirigiera otros Juegos del Hambre.
"¿Cuándo te volviste una cobarde de mierda?, contrólate, eres una asesina, una vencedora" se gritaba mentalmente Johanna, con la esperanza de que la humillación la reforzará.
Pero de poco servía, su único impulso para seguir adelante y no saltar por la ventana del tren en movimiento, permanecía recostada en sus piernas, Annie, la última pieza de su familia, un retrato de lo que los Juegos del Hambre y posteriormente la guerra destruyeron, la personificación de la masacre a la inocencia y la bondad. La única preocupación de Finnick desde que la conoció había sido mantenerla viva, más tarde cuando se enamoró de ella tenía la inútil esperanza de que también fuera feliz. Se aseguró de cumplir al menos lo primero, aún sin saberlo, sembrando en ella la única cosa que podía mantenerla viva cuando él se fuera: sus vidas fusionadas en una nueva.
Cuando supo de la muerte de Finnick, su mente se retorció en un oscuro bucle, un conjunto de flashbacks que le recordaban a su familia y de su abrupta perdida, que solo le había enseñado una cosa "no abandones a tu familia, que nunca estén fuera de tu vista." Después de perder a los que amaba, su Distrito y su casa se convirtieron el infierno y los Juegos del Hambre el purgatorio, Mags, Finnick, Annie e incluso Haymitch fueron lo más cercano que tuvo a una familia desde entonces. Lo que nos llevaba a este momento, en un tren camino a revivir su más terrible pesadilla, todo para mantener a salvo a lo que quedaba de su familia, se lo debía a Finnick y a la misma Annie.
La mudanza fue más lenta de lo que esperaban, al ser ambas vencedoras, debían reportar al Capitolio el Distrito donde decidieran vivir y esperar la confirmación, una notificación cada vez que quisieran mudarse, no pudiendo exceder de un traslado por año.
—que se metan por el culo su confirmación— había dicho en primer lugar Johanna, habría querido mudarse al día siguiente, además de que odiaba ser controlada por el gobierno, pero Annie insistió en seguir el protocolo, necesitaban el dinero que aun recibían por ser vencedoras y sobrevivientes de la rebelión. "Una compensación por sus servicios" les había dicho un empleado del nuevo Capitolio, —ha sido un placer matar para ustedes— había contestado Johana irritada, pero debía admitir que el dinero les era bien empleado, ninguna de las dos estaba en condiciones de trabajar y aun estándolo "¿quien hubiera querido contratar a dos vencedoras, una mentalmente inestable y la otra con impulsos asesinos?"
Después del asesinato de Coin, preocupada por las crisis que el Capitolio provocaban a Annie Johanna propuso que se fueran juntas al Distrito 4, pero debieron esperar a que el juicio de la descerebrada terminara. Johana creía que estar en el Distrito ayudaría a sanar a Annie, pero una vez ahí la chica se convirtió en un fantasma, no había tenido otra crisis, pero daba la impresión de estar dormida, su rostro permanecía impasible y sin emoción salvo por las lágrimas que soltaba intermitentemente durante el día, casi no comía, se bañaba, se vestía cuando ella se lo pedía, pero todo sin hablar, ni hacer ningún movimiento que no fuera estrictamente necesario.
Lo cierto es que ella también se estaba volviendo loca al vivir en el Distrito 4, veía el reflejo de Finnick en los gestos, la forma de caminar y de hablar de las personas, en el mar y por supuesto en la misma Annie, "en cada maldito rincón" pensaba siempre y solo podía imaginar lo duro que debía ser para la pequeña ojiverde.
Pero fue dos semanas atrás que decidieron mudarse, luego una reveladora visita al doctor.
Regresaron del doctor sin decir una palabra, Annie había recibido la noticia sin mostrar signos de conmoción, miro atentamente al doctor durante toda la consulta, pero su mirada era vaga como si no escuchara nada de lo que decía. Johana hizo algunas preguntas sobre los cuidados que debían tener y fue todo. Se dirigieron a la aldea de los vencedores en silencio, de nuevo la pequeña vencedora parecía sonámbula, se sentó en el sillón y Johana decidió prepararle un té.
Se sentía mareada por las noticias, apoyó sus manos en la encimera de la cocina tratando de respirar profundamente, su cabeza daba vueltas y se sentía al borde de un ataque, en las circunstancias en que estaba Annie no estaba segura si un bebe era una buena noticia. Cuando la tetera silbo, sirvió el té en dos tazas, y se estiro para alcanzar la azucarera del estante superior cuando escucho un grito.
—¡Mierda! — la azucarera se estrelló y se hizo pedazos contra el suelo, era el grito más espeluznante que había escuchado.
-¡Finiiiiick!- Johana corrió a la sala, hincada sobre sus rodillas y jalándose el cabello hasta el punto de arrancarse unos mechones estaba Annie, con la cara roja y una fuente interminable de lágrimas, produciendo gritos cada vez más agudos y desgarradores, llamando a un esposo que nunca acudiría. Johana se hinco para que su cara quedara a la altura de la torturada chica
—Annie— la voz salió con más fuerza y seguridad de la que realmente sentía, pero la aludida no la veía, sus ojos vagaban descontrolados por la habitación -¡aaaaaarg! ¡Finniiiiick! ¡Fiiiniiick!- todo su cuerpo temblaba y uso una mano para arañar su rostro.
—¡Annie! — Johana forcejeo para sujetar sus manos, nerviosa por los cortes que se había hecho con sus uñas. La ojiverde empezó a retorcerse para liberarse de su agarre, su estado de catarsis la volvía fuerte y empujaba con los pies en un intento de deshacerse del peso de la otra vencedora.
—¡Maldita sea Annie!, tranquilízate no quiero lastimarte— gritó desesperada Johanna, tratando de hacerse escuchar sobre sus aullidos y combatiendo sus esfuerzos por quitársela de encima, perdió momentáneamente el aire por una patada que recibió en la boca del estómago, el golpe había sido tan fuerte que cualquiera que no fuera Johanna Mason habría perdido su agarre, no en vano era una vencedora.
Finalmente logró dominarla, la empujo boca arriba cuidadosa de no tocar su vientre, aseguró sus piernas por debajo de las suyas, apoyando su peso de modo que no pudiera moverse, Sujeto con una sola mano ambas muñecas y con la otra tomo su barbilla obligándola a que la viera directamente.
—¡Fiiiiiniiick por favooor! ¡Aaaaaaaaagh! — los ojos verdes de Annie parecían ver a través de Johanna, sin reconocerla, aterrada como si fuera atacada por un muto.
—Él no va a venir Annie, no puede— dijo con voz fuerte para que Annie lograra escucharla través de sus propios gritos y al parecer así fue pues cuando termino la frase la chica del Distrito 4 dejo de luchar de golpe —Annie, sé que es difícil, yo también lo extraño— dijo con voz temblorosa, sintiendo una punzada de dolor por cada palabra pronunciada —Tienes que ser fuerte, no puedes derrumbarte, ¡por el! ¡Por Finnick tienes que sobrevivir a esto! — termino en forma de súplica, no sabía que más hacer.
—Me abandono, me dejo—susurro Annie con voz rota, ya no gritaba, pero su voz reflejaba tanto dolor que Johana casi hubiera preferido que gritara.
—No, no es así. ¡¿Cómo puedes pensar eso?! El jamás te dejará. Nunca— respondió enfática la vencedora del 7, Annie se quejó débilmente y Johanna se dio cuenta que estaba apretando con demasiada fuerza sus muñecas, la soltó y se sentó a su lado, asustada de hacerle daño.
—¡Es el infierno! ¡Cada segundo desde que se fue es el infierno! — sollozo Annie formando un ovillo. —Lo intento, pero no puedo, cada respiración sin él duele, ya no tengo nada mas— decía las palabras casi de forma inconsciente y un sentimiento de culpa invadió a Johanna "se está rindiendo" pensó "Finnick jamás me perdonará si permito que se derrumbe" y reconoció que ella misma no podría perdonarse si la perdía, no lograría tener una vida sin Annie Cresta, su cabeza amenazaba con estallar mientras buscaba algo que decir, algo que pudiera salvarla.
—Annie, no puedes rendirte— suplico, —Finnick nunca te lo perdonaría— insegura y temblorosa se acercó para acariciarle el cabello. La pequeña levanto el rostro de inmediato y de sus labios salió una carcajada que le puso los pelos de punta, alejo su mano por acto reflejo ante el nuevo estado de catarsis.
— no va a venir a reprochármelo — le contesto entre jadeos y espasmos de risa la chica de ojos verdes, dejo de reír tan abruptamente como empezó y su mirada volvió a perderse. —Me abandono, ya no está— su cuerpo retomó la forma de un ovillo y se rompió en sollozos una vez más.
Johanna estaba desesperada, paso sus manos por su corta cabellera y puso la cabeza entre sus rodillas, tratando de ordenar sus pensamientos y hallar una forma de rescatar los pedazos de la chica que tenía delante. Después de unos minutos sin respuesta, alzó la vista y contempló frustrada el cuerpo retorcido y sollozante de Annie en el suelo, en ese momento se dio cuenta, su postura en forma de ovillo, inconscientemente protegía con brazos y piernas la última pieza de Finnick.
"¡Hijo de puta!, incluso muerto la sigues cuidado ¿no?", sus pensamientos estaban cargados de ironía y melancolía mientras se dirigía a un Finnick invisible.
—Annie— su voz era un susurro cuidando no alterarla, la jalo a su regazo, pero la chica no cambio ni relajo su postura. —Te daré solo este día Annie, solo hoy para que te derrumbes, pero mañana tienes que reponerte— le dijo con voz más firme esta vez, la chica no parecía escucharla, continuó llorando mojando la playera de Johana —No soy experta ni mucho menos, pero esto no puede hacerle ningún bien al bebé— hablo con voz suave y sintió a Annie sostener brevemente la respiración, se mantuvo sosteniéndola por quien sabe cuánto tiempo hasta que sus sollozos perdieron intensidad.
—Annie, es tu turno de cuidar de Finnick como el cuido de ti— ella le respondió con un gesto de extrañeza —él no te abandono nena— explicó Johana acariciando suavemente su cabeza, como si consolara a un animalito herido —Finnick sabía que siempre iba a estar contigo en tu corazón, pero no fue suficiente para él. Te dejo además una parte de él creciendo dentro de ti, una prueba de su amor incondicional— termino la vencedora, al tiempo que los sollozos de Annie se acallaban de golpe, sus ojos llorosos se abrieron y su cara roja e hinchada pasaba repetidamente del dolor a la perplejidad y de la perplejidad al miedo, incapaz de expresar con palabras las preguntas y el pánico que la inundaron.
—Te va a necesitar Annie, para que lo protejas y lo críes como el hombre honesto, valiente y fuerte que fue su padre— mientras decía esto la taladora entrelazó sus manos y las colocó juntas sobre el vientre de Annie, después de unos segundos trato de quitar su mano pero la madre la apretó con más fuerza sosteniéndola sobre su vientre. Era todo lo que necesitaba saber, sobrevivirán a esto, juntas.
Estuvieron así incluso después del crepúsculo, Annie había dejado de llorar y tenía su vista perdida, pero esta vez sus ojos no se veían del todo sin vida —Johanna, yo-yo, yo n-no podré ha-a-cerlo sola— balbuceo Annie, Johanna abrió la boca para replicar temiendo que empezara de nuevo acerca de que Finnick la abandono, —¿puedes que-quedarte conmigo? Hasta que nazca por lo menos— agrego rápidamente, nerviosa. Johanna puso los ojos en blanco, "esta mujer enserio no entiende nada" pensó.
—No me iría, ni aunque me echaras Annie, te guste o no, estamos juntas en esto— le contesto con voz firme. Annie la abrazo en respuesta y lloro un poco más en su regazo. —si tanto quieres que me vaya…— termino Johanna en broma devolviéndole el abrazo.
Cuando finalmente se levantaron del suelo, Johanna acostó y arropo a Annie como si se tratara de una niña pequeña, y justo cuando estaba por salir escucho que la llamaba
—Necesito irme de aquí Jo— su voz aunque baja denotaba cierta seguridad, —necesito reponerme y no podré hacerlo aquí. Todo está inundado de él, cada cosa, cada lugar. Si voy hacer esto, necesito hacerlo en otro lugar— termino la chica con sus ojos verdes suplicantes. Johanna entendía a la perfección a que se refería, este Distrito era un reflejo del chico que solía considerar su hermano y Annie necesitaba tomarse las cosas con calma, un lugar nuevo para sanar.
—Nos mudaremos— la decisión había sido tomada.
Johanna inspiro profundamente tratando de disipar sus pensamientos, se sentía estúpida, pero no podía evitar el pánico que se estaba apoderando de ella y que crecía a medida que se acercaban al Distrito que una vez fue su hogar. Ya no lo era, había dejado de serlo hace 7 años cuando murieron su padres y hermanos, ese fue el punto de no retorno, entonces su Distrito se convirtió ya no en su refugio si no el lugar donde lo perdió todo. Los Juegos del Hambre incluso se habían convertido en una especie de sosiego, una breve anestesia de la que regresaba por la sencilla razón de que no tenía otra opción. Había aprendido a controlar sus emociones o evitarlas, pasaba tan poco tiempo en su casa como le era posible y si tenía que estarlo se paseaba por ella con indiferencia, sin ver más que los objetos que necesitaba e ignorando el resto. Cuando se unió a la rebelión comprendió casi extasiada que, si vencían, podría finalmente huir del lugar que se había vuelto su prisión, podría por fin escapar de los fantasmas.
Sin duda había alguien en el cielo burlándose de ella, el destino se había torcido tanto que ahora regresaba por voluntad propia a su prisión. No había podido reconocer ante Annie la verdadera razón por la que no quería vivir en su Distrito, así que cuando esta se lo propuso se limitó a encogerse de hombros como si la cosa no fuera con ella. Annie quería vivir en un lugar que conocieran bien o en el que tuvieran conocidos, el Capitolio estaba vetado por obvias razones y no conocían realmente el resto de los Distritos más allá de las plazas centrales que visitaron alguna vez en sus giras de victoria, lo cual reducía las posibilidades a conocidos en otros Distritos. En el Distrito 2 vivían Gale y Beete, pero por su estructura aún era el Distinto encargado de la producción de armas y principal sede militar y para una mujer inestable como Annie ese definitivamente no era el lugar; en el Distrito 12 estaban Haymitch, Peeta y Katniss, pero Johanna creyó que con la descerebrada el Distrito cumplía con su límite de habitantes mentalmente inestables. Y de esta forma todo se redujo a su Distrito: no se dedicaban a la milicia, no había habitantes locos y Johanna lo conocía bien.
El sonido del silbato sobresalto a las vencedoras, interrumpiendo sus pensamientos de golpe. Se encaminaron hacia la salida y Johanna cargo con las maletas que tenían en su compartimento, aun no sabía muy bien cómo funcionaba esto del embarazo, pero no creía que Annie debiera cargar nada. Había varias personas descendiendo del tren o dirigiéndose a buscar su equipaje y en el andén había curiosos observando su llegada con interés. Después de la guerra quedaban tan pocos vencedores de los Juegos del Hambre que ahora más que nunca eran vistos como criaturas mitológicas, animales en exhibición, algunos las miraban con admiración, otros con miedo e incluso había desprecio en algunas caras.
Johanna les dirigió miradas cargadas de ira a todos los que podía, quienes rápido retiraban la mirada e incluso se alejaban, ella estaba segura de que su fama la precedía, no era seguro acercarte demasiado a ningún vencedor de los Juegos del Hambre, en especial si ese vencedor era Johana Mason.
—¿se te perdió algo? —. le pregunto Johana a un hombre mayor que ella y ciertamente más musculoso que las observaba apoyado en una columna del andén, el hombre pareció empequeñecerse ante la mirada iracunda de la vencedora y ello provoco un brillo malicioso en sus ojos, —ahora pequeño imbécil, saca tu trasero fisgón fuera de aquí o lo sacare yo misma— su voz repentinamente dulce solo la hizo sonar más amenazadora y el hombre desapareció de prisa.
La pequeña multitud que en primer momento se había acercado a ver su llegada se dispersó rápidamente cuando Johana Masón se giró cara de pocos amigos, algunos incluso caminaban con la vista hacia el suelo, evitando así cruzarse con la mirada de la irritada chica.
Un hombre se aclaró la garganta detrás de ellas, —Mi nombre es Henry Lawson, parte del batallón 46 que protege este Distrito— Dijo un hombre de tez oscura y unos treinta y pocos—he venido a escoltarlas a su casa y transportar su mudanza— añadió señalando una camioneta en la que ya estaban siendo guardadas sus cosas.
Johanna lo miro de arriba abajo sin disimulo, —supongo que su rango debe ser muy bajo para que su trabajo se reduzca a chofer y guarro— acompaño su burla con una mueca de desprecio, —pero como honestamente no me importa su fracasada vida militar…—o
—Jo, ya basta— interrumpió Annie con voz baja, dirigió al hombre un gesto de disculpa y camino hacia la camioneta. Johanna gruño un poco, no le gustaba que Annie le llamara así en público.
—Está bien dejemos al soldadito cumplir su "ardua" misión— le entregó con excesiva fuerza las maletas que llevaba en la mano y sonrió al ver la mueca que este hizo cuando le dejo caer una maleta en el pie. —Cuidado idiota, hay cosas más valiosas que tu ahí dentro— agrego hosca mientras caminaba tras Annie.
El camino a la aldea de los vencedores fue corto y silencioso, Johanna se dio cuenta que tanto Henry como el otro soldado que le acompañaba, se esforzaban por evitar su mirada aun por el espejo retrovisor y se mofo de ello, "pequeños cobardicas", se estacionaron enfrente de su antigua casa.
Annie hizo un gesto de dolor cuando preguntaron qué cajas pertenecían a la "Señora Oddair" señalando la casa que se le había asignado, pero su tristeza fue opacada por la sorpresa cuando Johana ordeno que cargaran todo a la nueva casa, no era como si fueran a vivir separadas pero había supuesto que vivirían en su antiguo hogar.
— bienvenidas al Distrito 7— dijo Henry antes de retirarse luego de terminada la mudanza —quedo a sus órdenes para cualquiera cosa que necesiten— y aunque su ofrecimiento fue pronunciado en plural no pasó desapercibido para Johana que su lenguaje corporal estaba dirigido únicamente hacia Annie.
Los dejo marchar sin decir nada, tal vez si hubiera tratado hablar tampoco lo habría logrado, sentía un enorme nudo en la garganta y su corazón resonaba con fuerza en su pecho. La palabra "bienvenidas" se reproducía en la mente de Johana como un eco interminable, como la sentencia dictada a un condenado a muerte. Sin duda el gran remate al chiste cruel que era su vida.
