Estaba esperando, una vez más, como siempre, a que el chico llegara. Sorbió de su taza y arrugó la nariz al sentir las virutas del té rozar sus labios. Nuevamente, apoyó la taza con una suave firmeza y suspiró. Al levantar la cabeza pudo observar que un hombre la miraba con preocupación, tal vez fuera por su suspiro. Ella sonrió dando las gracias pero pretendiendo simbolizar que no le ocurría nada grave. Después volvió la cabeza hacia otro lado y de repente lo vio, ¿o habría sido una imaginación suya? Una pequeña espada había estado apoyada sobre el regazo de aquel hombre… ¿o no? No importaba, claramente era producto de su subconsciente. Se levantó y se marchó con paso decidido hacia su casa.

No volvería a quedar con ningún chico, jamás, siempre hacían lo mismo. Ellos prometían muchas cosas, le decían cosas bonitas al oído, querían que se pusiera guapa para ellos, le hacían toda clase de proposiciones que ella debía rechazar y luego, cuando ya estaban cansados del tonteo, quedaban con ella para dejarla plantada y no volver a verla más. Era tan fácil cuando era más joven… Siempre fue guapa, simpática, inteligente, buena, era esa clase de chicas que tenían que encontrar un marido guapo y respetable rápidamente, porque si no lo conseguían ellas… ¿entonces quién? Pues resulta que todo eran teorías, porque no sucedió así. Dejó todo atrás, cambió de vida, todo por los chicos, por encontrar a la persona de sus sueños, por tenerlo todo junto a él… y no llegó. Sólo hubo uno… habría podido ser el elegido, pero fue tan tonta…

Se dispuso a recoger la cocina, había tenido tantas prisas, para nada, que lo había dejado todo desordenado, después de la comida, para bajar a tomar un café con él. Empezó con un plato, abrió el grifo y el agua corrió, se quedó embelesada mirando cómo bajaba, se deslizaba, suave, dulce, mágica, y todo entonces fue una imaginación, una mujer mayor, que sonreía y le daba la mano a un hombre, sorprendentemente parecido al de la cafetería pero más anciano, y caminaban juntos, charlando, y a la vez, los dos miraron a la fantasiosa, a ella, con severidad, como reprochándole algo, y de pronto una nueva imagen, dos niños corriendo en círculos felices, uno detrás del otro, el niño se cansaba y ponía cara de enfado pero luego se reía y la niña le miraba desafiante, y le hacía burla y los dos seguían corriendo. Pero se pararon, y la miraron también, ambos enfadados, con furia y corrieron hacia ella, no sabía qué hacer, pero la imagen desapareció y en su lugar se formó otra, en ella no había personas felices, ni tampoco tristes, únicamente estaban ellos, todos en fila, mirando hacia arriba, con respeto, solemnidad, siendo conscientes de su destino, de quienes eran.

Todo se borró y se dio cuenta de que estaba en el suelo, había caído, se llevó las manos a la cara y alcanzó una lágrima que caía por su mejilla. Decidió que estaba muy cansada para limpiar y en vez de eso, se marchó al salón y se sentó en una silla, apoyó los codos en la mesa principal y a su vez la cabeza en las manos. Había comprado tantas cosas con esperanzas de futuro y ahora todas estaban frustradas. Lloró en silencio, desahogándose, observando a su alrededor, su casa, que no era su hogar, su soledad. En frente estaba la estantería, tantos libros, tanta sabiduría que no servía para nada, y se fijó en un tomo, en el único al que tenía especial cariño, aquellas páginas tenían más de su vida que cualquier otra cosa.

Se puso en pie costosamente y se acercó a la estantería. Primero recorrió el lomo del libro suavemente con los dedos, tenía algo de polvo. Después, delicadamente, lo sacó del estante, y acarició sus tapas, sintiéndolo, recordando, añorando. Volvió a la mesa y lo puso encima, se acomodó en la silla y, con mucho cuidado, lo abrió.

Empezó a pasar las páginas y de sus ojos ya no brotaba una lágrima, sino lo que podría ser un manantial. En aquel tomo había escrito sus emociones y sentimientos durante tanto, todo lo vivido en aquella mágica tierra, que en ese momento ya no era capaz de diferenciar si alguna vez existió o si era producto de su mente, si alguna vez fueron su familia o si siempre estuvo sola en el mundo. También había cartas, escritas entre ella, y sí, bueno, parece que realmente existieron ellos, sus hermanos, hablando de ese mundo tan desconocido para el resto de la humanidad. Incluso, había una flor, imperecedera, se la había regalado un rey, pero ya no recordaba ni su nombre, ni su rostro, sólo sabía que se comportó como una boba con él…

Cuando terminó de verlo todo, cerró el libro, con fuerza, con furia hacia ella misma, no sabía por qué hizo aquello, no quería que hubiera ocurrido. Y le dio la vuelta de nuevo, para que quedara como al principio, intacto. Y entonces, en la portada, vio un título y un sello en el que hasta entonces, nunca se había fijado, es más, si alguien le preguntara, ella diría que nunca habían estado allí. Se acercó más al libro, y más, para ver exactamente qué ponía. A pesar de que las letras habían parecido grandes, se aproximaba y seguía sin verlas. No pudo descubrir nada hasta que su nariz no estuvo rozando la piel de la cubierta, el título recitaba "Las puertas de Narnia". Ella no lo entendió y se fijó en el sello, era diminuto y no conseguía apreciar gran cosa, hasta que en él, empezó a abrirse una brecha de luz, cada vez más grande y entonces pudo distinguir dos grandes puertas, abriéndose. Quiso gritar, su imaginación la apresaba otra vez, pero fue demasiado tarde y sin poder evitarlo ya estaba cayendo, estaba entrando, todo daba vueltas. Y su espalda, golpeó la arena. Desmayada.