Prólogo
Edward cullen contempló el puerto de Seattle recordando su llegada allí con Emmet McCartney una década antes. Las cosas eran muy distintas entonces. Todo lo que poseía cabía en la destrozada bolsa de lona que llevaba. Aún conservaba aquella bolsa en el fondo de su armario, tras los trajes de diseño y la ropa de marca. Era un pequeño recordatorio del lugar de donde provenía, y al que nunca volvería.
Estaban seguros de que aquél era el lugar donde empezar su nueva vida, el que los mantendría alejados de las calles de Atenas. Y tenían razón.
Dos muchachos griegos de los barrios bajos habían levantado un imperio valorado en miles de millones de dólares. Cenaban en los mejores restaurantes, viajaban en aviones privados y se relacionaban con las personas más ricas y poderosas del mundo. Había cumplido sus sueños y más. Y Emmet se había enamorado y casado.
Aunque todo el mundo le consideraba de trato más agradable que Emmet, a él no le había sorprendido que Emmet encontrase la bendición de la vida doméstica primero. De hecho no estaba seguro de que él fuera a encontrarla alguna vez, más bien lo contrario. Podía suceder que algún día se casara, pero sería otra transacción comercial más. Lo mismo que como había sido concebido él.
Había aprendido pronto que una sonrisa era una máscara más efectiva que una cara inexpresiva, pero sólo era eso... una máscara.
Su corazón se había vuelto de piedra mucho tiempo antes, aunque guardaba ese secreto tan bien como todos los demás. Secretos que jamás verían la luz.
Ni siquiera Neo conocía la verdad sobre su doloroso pasado. Su amigo y socio creía que había tenido una infancia similar a la suya antes de que se hubieran conocido en el orfanato. Emmet no podía imaginar nada peor que su propia infancia y Edward quería que siguiera pensando así. El dolor y la vergüenza de su pasado no tenían sitio en la nueva vida que él mismo se había hecho.
Emmet había odiado el orfanato. Sin embargo, una vez que Edward había aceptado que su madre no iba a ir a buscarlo, el orfanato había sido el primer paso para olvidar una vida con la que quería poner distancia. A su padre no le había importado vender los «favores» de su madre junto a los de las demás mujeres que «trabajaban» para él en un negocio que suplementaba los ingresos que proporcionaba el olivar familiar. Y el hijo ilegítimo resultado de «compartir la mercancía» no tenía ningún interés para él.
Cuando su madre lo había dejado en el orfanato para poder llevar una vida lejos del burdel de su padre, él al principio, ingenuo, había pensado que iría a buscarlo. La había echado de menos y llorado y rezado para que volviera. Unas semanas después, así había sido. De visita. Por mucho que él había llorado para que lo llevara con ella, se había vuelto a marchar sin él.
Le había costado unas cuantas visitas, pero al final se había dado cuenta de que él ya no era parte de la vida de su madre. Y ella había dejado de ser parte de la suya. Lo que para un niño pequeño, apenas con la edad de ir al colegio, había sido como una liberación frente a ser el hijo de una fulana. Un huérfano, al fin y al cabo, no tenía pasado.
Había aprendido a ocultar el suyo. A todo el mundo.
Se habría quedado en el orfanato hasta que terminara el colegio, pero el monstruo cuya sangre corría por sus venas había decidido que un hijo ilegítimo era mejor que ningún hijo. Y había tenido que escapar. Su mejor amigo se había ido con él y habían vivido en las calles de Atenas hasta que habían tenido edad para subirse en un barco mercante. Hecho que Emmet consideraba su primer paso hacia una nueva vida, la vida que disfrutaban en ese momento. Pero Edward sabía que su largo viaje había empezado mucho antes.
La sencilla verdad era, por duro que pareciera Emmet, que por dentro, Edward era de frío mármol en comparación.
