MUCHISIMAS GRACIAS A TODOS LOS QUE LEYERON MI OTRA HISTORIA.
Este fic va dedicado a todos ellos y también a los que se animen a seguirla. Son varios capitulos los que escribiré, pero primero deseo saber si les llama la atención esta nueva idea que tengo. Es una historia toalmente A.U. pero está ligada un poco al argumento creado por J.K Rowling, como descubrirán después.
Espero que les guste y si es así, por favor, hagánmelo saber. También sientase con la libertad de hacerme saber sus reclamos o criticas.
Saludos.
Disclaimer: Todos los personajes y situaciones conocidas del argumento pertenecen a Rowling y a la W.B.
UNO
EL SONIDO ATERRADOR Y LA HUÍDA DE POTTER.
A las tres y media de la mañana, cuando nadie debería estar arriesgando su vida, Draco y Ginevra, un par de amigos desde la infancia, se encontraban perdiendo el tiempo; sentados sobre el asfalto que sostenía al barrio más peligroso de todo Londres.
Habían llegado allí por casualidad. Ambos escapaban de la fiesta de mejor reputación, sin remordimientos. Ciertamente, preferían pasársela recorriendo media ciudad, juntos, en lugar de soportar la descomunal arrogancia que Thomas Riddle Jr. desplegaba para aquella época del año.
Cómo cada 12 de Agosto, los jóvenes ayudaban al menor de los Riddle con todos los preparativos de sus celebración para luego, a las doce y media de la noche, perderse en algún solitario lugar que les permitiera compartir sus secretos sin contar con la aguda interrupción de los oídos inquisidores de Tom.
No es que a Ginevra le fastidiara la compañía de su novio, todo lo contario… pero debía admitir que no todos los días tenía la oportunidad de revivir la soledad junto a su mejor amigo Draco. Y él, aunque guardaba ínfima lealtad a su mejor amigo, también guardaba un profundo cariño a la pelirroja que estaba recostada a su lado, abrazándolo mientras las luces del cielo les hacían compañía.
- Cuando nos descubra… estaremos fritos.- Ginevra se llevó una palomita de maíz a la boca y la masticó graciosamente, jugando con ella.- Prometo que, el próximo año me quedaré con él.
-Siempre dices lo mismo.- Draco le arrebató la bolsa de palomitas y engulló una gran cantidad de golpe.- Lo tuyo siempre es: demasiadas palabras y pocas acciones, pecosa.- Le acusó cuando su boca contó con el espacio suficiente para dejar huir a las palabras.
-Gracias.- dijo ella, mordaz. Se levantó de su lugar. Sus largos cabellos se meneaban al compás del viento a medida que el color de sus pecas se intensificaba debido a la luz que provenía de un farol cercano. Gracias al brusco movimiento tuvo un mejor acceso a la cara presumida del muchacho; lo miró con reproche.- Aunque.- agregó sulfurada.- Recuerdo que, lamentablemente, no puedo cumplir mis promesas porque tú.- lo apuntó usando su pequeño anular.- siempre me arrastras contigo, lejos de él.- Cruzó los brazos sobre su pecho, asegurándose de que él notara su molestia.
Draco le regaló un gesto cargado de sorpresa y también se sentó para fijar su rostro cerca del de ella. Pudo darse cuenta de que seguía enojada por el secreto que acababa de confiarle.
-No escuchaste lo que te he dicho.- murmuró incrédulo. A más de ser una pregunta, aquella frase encerraba un gran dejo de afirmación. Una afirmación que rogaba por ser refutada.- Seguirás con él.
El muchacho la conocía demasiado bien.
Ginevra abandonó la comodidad que un suelo frio pudiera ofrecer, quedando parada cerca del auto negro del muchacho. Su rostro se había ensombrecido considerablemente. Quizá por lo helada que estaba su piel. Quizá por la amargura que le provocaba las ridiculeces de Draco Malfoy. Desconocía el motivo. Sólo podía tener la certeza de que, en aquel momento, se sentía irritada.
Cuando esperaba contar con el apoyo del que se suponía, era su mejor amigo, así como el de su novio… Se topaba con la dura realidad de que, al parecer, nadie lograba comprenderla.
-Si.- atacó la pelirroja luego de que varios segundos hubieran transcurrido lentamente.- ¿Te importa?
Draco saltó rápidamente, su objetivo era quedar delante de ella para cerciorarse de haber escuchado bien. Tal vez, exhibiendo su descomunal altura que en comparación con la de la muchacha, destacaba, podía lograr ponerla en evidencia. Podía hacerla entrar en razón.
-Mucho.- respondió, ubicando sus pálidas manos a cada lado de los delgados hombros de Ginevra.- Yo… lo único que deseo es verte feliz.- le confesó.
-Tom me hace feliz.
-¿Cómo? ¿Comprándote bolsos y zapatos?
Ginevra se soltó del firme agarre. Giró sobre sus talones, percibiendo en su interior como burbujeaba, imparable, la frustración.
-Insinúas que soy una interesada.- reclamó frunciendo el ceño, incapaz de creer la idea que estaba instalándose en su mente.
-No.- suspiró él, de inmediato. Peinándose desesperadamente el rubio cabello, se acercó una vez más a quien consideraba su única mejor amiga.- ¿Cuantas veces debo repetírtelo? ¡Te lo he dicho desde que tenemos cinco años!- Con un gesto delicado, la hizo girar.- Lo único que me importa es que estés bien.
Ella no dio ninguna demostración de querer que él la soltara esta vez y eso lo tranquilizó. Más bien, Ginevra se quedó mirando fijamente hacia algún punto cercano a su mejilla derecha.
-Entra al auto.- le ordenó, aún con la vista sostenida al punto indeterminado.
-¿Qué?- Draco frunció la nariz.
-¡Haz lo que te digo!
La pelirroja, en toda su condición, trató de empujarlo peor no logró el éxito deseado. Draco, cansado de los miserables intentos que su amiga prodigaba por obligarlo a hacer lo que ella quisiera, corrió cautelosamente hacia el auto… abrió la puerta y Ginevra subió asustada, maldiciendo en su mente al muchacho por se tan lento.
-¿Qué sucede?
Ginevra no respondió. Agarró a su amigo de la nuca y lo inclinó consigo hacia el suelo del auto. Cuando él gimió de dolor, ella chistó suavemente. Le hizo señas para que permaneciera en silencio.
Al ver la expresión de total confusión en la cara de Draco, Ginevra sonrió. Él también lo hizo, por inercia.
-Observa- la pelirroja apuntó hacia fuera de la ventana.
Ambas miradas, una marrón y otra gris, siguieron conjuntamente a la silueta de un hombre que se acercaba a una casa solitaria ubicada al final de la calle. Vieron como entraba sigilosamente y cerraba la puerta con un golpe seco tras de sí.
Minutos después, lo mismo ocurría con cinco o seis siluetas más. Luego de media hora, ya nadie transitaba por esa calle. Ginevra y Draco se quedaron más que extrañados, paralizados. Sólo un grito desgarrador provocó que salieran de su asombro.
-Vámonos.- susurró Draco, ocupando velozmente el asiento del piloto. En el semblante se le notaba la preocupación.
-Se suponía que aquella casa estaba abandonada.
-Eso creí
Se colocaron los cinturones de seguridad. Draco encendió el motor.
Sólo avanzaron algunas cuadras, procurando quedar libres de cualquier peligro. A lo lejos, podía visualizarse como la luna le habría espacio al sol y este se colaba entre las nubes del cielo. Ginevra le pidió a Draco que pararan al borde de un mirador que parecía aguardar su llegada. El amanecer siempre lograba calmarla.
Una gama de colores pardos brindaban a los jóvenes la mejor excusa para ensimismarse en sus pensamientos.
Tal cual como cuando eran un par de niños, buscaron la manera de quedar abrazados. No había nada mejor que aquel paisaje: el cielo tornándose anaranjado para cubrir de calidez a los valles londinenses. Una imagen muy diferente a la que vieron pocas horas antes.
Cuando el proceso de un nuevo día hubo concluido, Draco emprendió nuevamente su rumbo hacia la carretera. Prendió la radio.
-¿Qué crees que hacían esos sujetos?
Ginevra pareció considerar su respuesta.
-No lo sé… Tal vez era una reunión de mafiosos.- recordó el grito.- O quizá mataban a alguien….
La sola idea provocó que se estremeciera.
El silencio se filtró dentro del compartimiento delantero del auto, al igual que el calor. Draco se vio obligado a hacer desaparecer el techo y una suave brisa los cobijó.
-Es horrible.
-Si.
Suaves melodías salían a borbotones a través de los parlantes colocados a cada extremo trasero del auto. Ginevra frunció el ceño.
-Prométeme algo.- le dijo.
-Lo que sea.
Ellos se acercaban cada vez más rápido a su destino.
-Si he de morir… harás… harás que sea debido a tus manos.
Draco frenó a raya. Sus oídos no daban crédito a lo que escuchaban. Se estacionó, no podía mirarla exaltado mientras conducía. Ginevra giró, lo escudriñó un segundo con sus ojos y después se perdió con el panorama exterior de la carretera.
-Es más fácil así.
-¿En qué sentido?
Ella se mordió con premura el labio inferior.
-Al menos sabré que lo hiciste por mí; porque te lo pedí… No tendré que morir a manos de alguien que me odiaba.
-Estás loca.- susurró Draco, perdiendo el aliento.- Sabes que jamás podré hacerlo.
-Lo harás.- dijo con seguridad.
Se quedaron analizando las probabilidades por un largo tiempo.
-Sólo si tú lo prometes también.- dijo Draco al fin.
El esperaba dejarla acorralada. Sin respuesta inminente, pero se sorprendió cuando ella, haciendo uso del tono de voz más apacible, le dijo:
-Hecho.
Sin excusas, el rubio sólo atinó a seguir conduciendo. Eran ya las cinco de la mañana y estaban a media hora de la casa de Ginevra. Si no llegaban pronto, la Sra. Weasley querría matar a su hija y él tendría que cumplir con su promesa antes de lo esperado.
Harry Potter no era un muchacho de impulsos. Él siempre medía las posibles consecuencias que todos sus actos pudieran provocar, pero esta vez, no había tenido mucho tiempo para detenerse a pensar en ellas. Haciendo sus maletas, contemplaba como su amigo, Remus Lupin, lo miraba con una expresión de considerable expectación. El viejo hombre tenía en sus manos una carta medio arrugada que hubiese acabado de leerle.
-Entonces es tu última palabra.
La habitación de Harry estaba plenamente desordenada. A través de la ventana, la luz tenue del sol iluminaba cada paso que él mismo daba para recoger sus cosas. No podía ni quería quedarse más tiempo en esa sombría casa. Aunque ahora era suya, él se creía incapaz de soportar los recuerdos que la invadían.
-Por supuesto.
Remus se levantó de la pila de ropa sucia en donde estaba intentando descansar. Posó sus ojos en Harry. Ya no era un niño, ya no era capaz de obligarlo a hacer algo que no quisiera a esas alturas de la vida… pero temía por su seguridad. El muchacho se marchaba, iba a abandonarlo todo. A sus amigos, a su novia… a todos. Tal vez necesitaba ese cambio de ambiente, para olvidar lo ocurrido con Sirius. Para dejar de torturarse con la muerte de sus padres.
-¿A donde irás?
-A Londres.
Las respuestas eran siempre así de mecánicas entre los dos. Desde que Harry había quedado sólo a merced suya, Remus descubrió que no necesitaba expresiones para comunicarse con él. Ningún gesto que pusiera en evidencia algún sentimiento podía hacer reaccionar al joven Potter.
-¿Dónde piensas quedarte?
Harry, por primera vez, desde que amaneció, se detuvo para dar explicaciones. Cerró el gran baúl negro que su padre le heredara y, sorpresivamente, abrazó al hombre que se dedicara a soportar sus estupideces por tantos años. Era la hora de despedirse. Su tren salía a las seis.
-Tengo suficiente dinero, no te preocupes.
Remus estaba descolocado. Parpadeó varias veces, como tratando de asimilar lo ocurrido. Se llevó sus dos manos a la boca y carraspeó.
-Procura no gastártelo todo allí.
Ambos rieron. Sería, quizá, la última vez que lo hicieran juntos y debían aprovecharlo. Harry agarró su equipaje, se acercó al alfeizar de la ventana donde lo esperaba su pequeña paloma mensajera, Hedwig. Tomó delicadamente la jula entre sus manos y la sujetó con un cabo, fuertemente, al baúl.
-Sabes con exactitud a donde debes ir…
-Quédate tranquilo hombre ¡Por favor!- sonrió, como nunca lo hacía.-He recorrido los pasillos de la Terminal millones de veces. ¿Acaso no recuerdas que allí se encuentra el comedor del papá de Cho?
Remus alzó una ceja, mirándolo ofuscado.
-Ya se lo dijiste.
Harry suspiró y la paloma ululó dentro de la jaula. Se bajó del palo sobre el cual estaba postrada para poder picotear con libertad su recipiente de comida. Los hombres la observaron atentamente como si no existiera otra cosa más interesante. Remus, sin embargo, sabía lo difícil que debía ser para su muchacho despedirse de la famosa Cho Chang.
-Ayer.- dijo Harry.- No se lo ha tomado muy bien.
-¿Le explicaste que era para visitar a quien ya sabemos?
-Le dije todo lo necesario.- Harry murmuró, cargó sus cosas, atravesando el cuarto y le hizo señas a Remus para que lo ayudara a bajar por las escaleras.
-Ella te quiere.
-Estoy consiente de ello.
Al llegar a la puerta de entrada, Harry dio un último vistazo a lo que fuese su hogar en Liverpool. Era una casa grande, pero demasiado sucia. Lo justo para tres hombres.
-Voy a extrañarlos mucho.
Se dieron un segundo abrazo, el mismo que estuvo cargado de sentimientos nunca antes dichos. De agradecimientos y disculpas. Lleno de promesas y buenos deseos. Ellos se entendían hablando o sin hablar.
-Por favor despídeme de Tonks. Dile que le traeré la caja más grande de chocolate que pueda encontrar.
-¿Porqué no se lo dices tú?
-Ya me voy.
-Siempre puedes llamar.
Harry se encogió de hombros. No era lo mismo comunicarse por teléfono, pero lo intentaría.
-Lo haré sin pensarlo dos veces.
El muchacho, avanzando y despidiéndose con la mano de Remus, siguió su camino hasta llegar a la esquina de la Avenida donde tomaría el bus que lo llevaría más cerca al cumplimiento de su propósito.
