I - Contrato


—Lovino se niega a despedirse, mi señor...—anunció la chica—. Empiezo a pensar que no aprueba nuestro compromiso...

El moreno se acercó a la mujer y le tomó el rostro entre ambas manos con una sonrisa dulce pintada en los labios. La chica se ruborizó mirando la perfecta sonrisa del chico al que tanto amaba, ¿realmente era cierto que iba a casarse con él...? Parecían lejanos los días en los que soñaba que su mano pertenecía a aquel imponente heredero. El corazón le latía violentamente con solo pensar en aquello. ¿Cómo podía llegar a creer que aquello era real? Siquiera sabía como había conseguido que se fijara en ella cuando tenía miles de pretendientas a sus pies.

—Tranquila, mi dulce Emma...—dijo el chico acariciando las mejillas de ella con delicadeza, como quien acaricia a un animal pura sangre y teme dañar su calidad en el acto—. Hablaré con él a la vuelta de mi viaje. Es una promesa.

Antonio depositó un leve beso en los labios de la mujer de cabellos dorados justo antes de darse la vuelta y mirar a la puerta de su mansión donde un hombre alto de mirada fría, su cuñado y hermano en cuanto se casara con la belga, fruncía el ceño ante la escena. Sabía que no le era agradable a aquel individuo. Incluso era consciente de que este haría cualquier cosa para romper el compromiso. "Pero ya no puede hacer nada... Emma y yo estaremos unidos para siempre en cuanto vuelva del viaje..." pensó sonriendo con sorna. El hombre de cabellos dorados como los de su hermana se apoyaba en la pared de brazos cruzados mostrando así su negativa al evento que se produciría pronto y a lo incomodo que se sentía al estar en el hogar de aquel marine conocido, aunque muy pronto fuera a convertirse en su hogar también.

Caminó lentamente hacia la entrada de la mansión sin mirar a los sirvientes que trabajaban para él, todos a ambos lados del camino entre las escaleras y la entrada para despedir a su señor. Sabía que no los volvería a ver por un largo tiempo y aquello le entristecía. Quizás tardaría un año o dos en completar aquella pequeña misión que su propio hermano Francis le había encomendado, o quizás incluso más. Nunca había estado fuera de casa por más de siete meses. La idea de no descansar en su propia cama por más de un año se le antojaba agoniosa.

—Toño, ¡maldito bastardo!—gritó una voz a su espalda—. ¡No te vayas sin despedirme de ti, maldito idiota!

Se giró sonriendo de oreja a oreja. Su niñito del alma, el que era como un hijo de su misma sangre para él, bajaba las escaleras a toda velocidad frotándose los ojos rojos de haber estado llorando durante toda la tarde. Su camisa, dos o tres tallas más grandes de lo adecuado, ondeó en el aire mientras bajaba lo más rápido posible las escaleras dispuesto a abrazar a su querido tutor antes de que se fuera y no pudiera verlo en mucho tiempo.

—¡Bastardo!—gritó saltando a los brazos del moreno y apoyando su lloroso rostro en el pecho de este mientras recibía su cariñoso abrazo que lo sujetó en el aire.

—Mi pequeño angelito...—murmuró el mayor meciendo al niño de cabellos castaños entre sus brazos.

Lovino no había aceptado muy bien el compromiso entre Emma y él, es más, se había enfadado tanto que se había encerrado en su cuarto y no había salido de este en días. Había declarado ante todos y a gritos su odio hacia los prometidos y todo lo que existía en la faz de la tierra. Y es que el niño pequeño quería al que era su padre adoptivo para él solo y que nadie más se acercara a él o le apartara de su lado. Adoraba ser el centro de atención del señor de la casa y si se casaba con aquella estúpida rubia extranjera nunca más lo volvería a ser. Era egoísta, llorica y malhumorado, pero aún así era realmente fácil cogerle cariño, por eso Antonio lo abrazó fuerte perdonándole por los escándalos de los días anteriores. No quería despedirse de él con una regañina.

—Volveré pronto...—prometió besando la frente de su ahijado, depositando su cuerpecito en el suelo con delicadeza—. Antes de lo que te esperes, ¿vale?

El niño asintió incapaz de formular palabra alguna, secándose las lagrimas con los puños de la camisa marrón oscura que llevaba puesta.

—¡Cuidad la casa por mi, por favor!—exclamó en alto saliendo de la casa con una gran sonrisa en su rostro.

—Realmente molesto...—bufó el holandés apartándose de la pared para dirigirse a su cuarto—. Solo sabe montar escenitas estúpidas...

—Es realmente hermoso...—suspiró su prometida al borde del llanto imaginando el peligro al que se vería expuesto su amado en cuanto embarcara—. Ojalá vuelvas sano y salvo...—rezó tomando su colgante, el cual contenía una foto de Antonio sonriendo de oreja a oreja tal y como había echo mientras se despedía de todos. Lo sostenía firme entre sus manos como si con aquello le fuera a dar más fuerzas y suerte al chico.

Las sirvientas se acercaron al joven niño que no tratara de irse detrás de su padre. Pero este se quedó quiero mirando como se cerraban las puertas, sin poder ver a la única familia que le quedaba.

—Vuelve pronto...—lloriqueó frotando con las muñecas sus ojos llenos de cristalinas esferas.


—Capitán Kirkland... Vincent Vanderhoeven está esperándole fuera, señor—anunció el rubio poseedor de unos hermosos ojos azules inclinando su cabeza hacia el frente.

La estancia era grande, llena de miles de elementos y tesoros que el pirata había ido recogiendo, dando una pinta extravagante a aquel camarote. Aunque lo que más destacaba de toda la estancia era aquella enorme cama redonda cubierta de sabanas de seda y con unas cortinas aterciopeladas. Tenía la madera que conformaba aquel lecho lleno de dibujos fantasiosos y unos enormes y suaves cojines de todas las formas y tamaños apilados junto al cabecero. Había sido uno de los bienes que adquirió tiempo atrás en Turquía y quizás la cama más cómoda que aquel capitán pirata había podido probar desde que nació.

El pirata se levantó despacio alborotando con su mano izquierda su cabello, igual de dorado que el de su mano derecha, mientras bostezaba y deslizaba por su estomago desnudo los dedos de su mano derecha. Había olvidado que tenía una cita concertada con aquel noble prepotente. La idea de volverse a dormir se le antojaba demasiado.

—Mmmmmm... dile que pase...—bostezó el chico abriendo lo máximo que pudo sus ojos mostrando el iris esmeralda que poseían.

Su segundo al mando asintió haciendo una reverencia de nuevo. A pesar de ser un pirata, era educado y fiel al cien por cien a su capitán, no como el resto. Probablemente fuera el motivo por el que era su mano derecha. Este se incorporó caminando hacia la puerta que conduciría al despacho del capitán donde estaría esperando el noble que deseaba comprar lo servicios de su superior. Sus mejillas estaban algo enrojecidas, pues había visto desnudo al capitán y, aunque ambos fueran hombres, le daba pudor mirar a su superior totalmente desnudo.

—Demasiado inocente para la alta mar...—susurró para si mismo con una sonrisa socarrona mientras apoyaba ambas manos uno de los pilares de madera tallados que sostenían la estructura de aquella cama.

El pirata alargó uno de sus brazos atrapando entre sus manos la fina tela de un kimono rojo con detalles de dragones dorados de estilo asiático, que había conseguido en uno de sus múltiples viajes por los mares y las tierras orientales, y se lo aplicó por encima de su desnudo cuerpo cubriendo la mayor parte de este. Aquel pirata tenía una fama, un prestigio, y todos sabían cual era. Incluso aquel estúpido noble adinerado quien habría acudido a él por aquello. Todos siempre recurrían a él para aquel tipo de trabajo. Encendió su pipa dejándose caer sobre la montaña de cojines, adoptando una pose de aburrimiento y de superioridad que fue lo primero que vio el Señor Vanderhoeven cuando entró en su camerino. La sonrisa en el rostro del pirata se ensanchó al comprobar que era tal y como se lo había imaginado en cuanto sus subordinados le habían avisado sobre el hombre que intentaba ponerse en contacto con él. Era un hombre esbelto y realmente alto, pues llegaba a sacarle una cabeza y media a su segundo quien había guiado al invitado. También se notaba que era un noble aristócrata, pues su porte era recto y terso y su mirada desafiante e inexpresiva, como si le desaprobara a pesar de que iba a hacer tratos con él. Sus cabellos rubios se elevaban hacia arriba dando la impresión de que tenía una dorada llama viva en su cabeza y sus ojos verdes se encontraron con los suyos dirigiéndole una mirada fría y dura que hizo reír al capitán de aquel barco.

El aristócrata desvió la mirada, examinando cualquier detalle de la habitación, intentando desviar su mirada de la desnudez del Capitán Kirkland, zona que aún se podía ver a pesar de que llevaba un albornoz o similar puesto y que le inspiraba muy poca confianza. Conocía los rumores sobre aquel pirata y sobre lo que les hacía a los hombres que capturaba en alta mar. Sobre como los torturaba y los usaba como meros esclavos para satisfacerse. Muchos barcos de la milicia daban media vuelta en cuanto veían su bandera porque los hombres preferían la deshonra a aquel destino. Pero era debido a su conocimiento de aquellos rumores la razón por la cual se encontraba allí. Necesitaba que el pirata se encargara de capturar, usar y matar a un hombre por él. Nadie salvo el indeseable Kirkland lograría hacer tanto daño al hombre del que quería ocuparse urgentemente.

—Por lo menos podrías reservar las vistas para la persona de la quiero que te encargues, no es muy agradable hacer tratos con un hombre ligeramente ataviado—replicó el holandés apoyándose en una de las paredes de madera que había en la habitación.

—Mi barco. Mis reglas, querido—espetó el pirata adoptando una pose más cómoda adrede con la que acabó mostrando más de su cuerpo al invitado—. Quizás así puedas ver la... ¿cómo lo llamáis los nobles? Ah... transparencia de nuestro trueque—bromeó soltando una risa sonora pero suave.

En el rostro de Vincent se dibujó una mueca de desagrado hacia aquel hombre. No entendía como su desesperación había llegado a tal punto que se encontraba tratando con el que quizás era el más cínico y despreciable de todos los piratas que podría haber encontrado. Esperaba al menos que sus servicios compensaran aquel desagradable momento.

—Y hablando de mostrar vistas al hombre del que quieres que me ocupe...—dijo socarronamente el rubio después de dar una profunda calada de su pipa y dejando salir el humo despreocupadamente—. ¿Quién es él? ¿Un noble del que heredarías su fortuna? ¿Tú rival en el amor? ¿O quizás un viejo enemigo...?

El noble lanzó un sobre grande al lecho ignorando las palabras del último. Intentando contenerse para no meterle un puñetazo para hacerlo callar. De alguna forma, cada vez que habría la boca su crispación aumentaba considerablemente.

—En ese sobre encontrarás toda la información sobre el hombre en cuestión, y también sobre la tripulación y el barco que quiero que hundas cuando lo captures...—anunció el aristócrata posicionando se nuevo sus manos en los bolsillos de sus caros pantalones de tela negra—. Se llama Antonio Fernández Carriedo—se apresuró a detallar antes de que el pirata deshiciera la presión que ejercía el sello de cera que mantenía la carta cerrada—. Es como el hermano menor del noble francés que se ha empeñado en tu captura, Kirkland—espetó—. De hecho, se alza a la mar solamente para conseguir tu cabeza.

El inglés sonrió mientras abría el sobre y observaba la fotografía de color sepia del hombre al que tenía que hacer que viviera un infierno antes de morir. Se relamió al ver su rostro masculino y su enorme sonrisa llena de energía. Realmente se divertiría con aquel sujeto en el barco, y si no se divertía él dejaría que la tripulación entera lo hiciera, total, solo debía hacer que tuviera ganas de morirse antes de que lo mataran de la manera más deshonrosa posible, como siempre hacían. Todo noble o militar no conocía el verdadero infierno hasta que pisaba la cubierta de su barco.

—¿A qué es lindo mi futuro cuñado?—rió el aristócrata al ver el rostro interesado del pirata—. Sabía que te resultaría interesante, Toño no deja indiferente a nadie—afirmó sin dar tiempo a hablar al rubio—. Si cumples el trato, Kirkland, te colmaré de fortunas y me aseguraré de que dejen de perseguirte los marines de la flota de Bonnefoy... Lo único que debes hacer por mí es erradicar a esa asquerosa rata de la faz de la Tierra—la rabia del aristócrata al hablar del moreno era evidente tras sus palabras y el odio era tan intenso que los dos piratas de la habitación podían palparlo.

—¿Tu futuro cuñado...?—preguntó el capitán ensanchando su sonrisa—. Que gusto da encontrar un hombre de familia.

—Mi hermana es solo mía—replicó antes de dirigirse a la puerta del camarote, abandonando la habitación sin nisiquiera despedirse del hombre al que acababa de contratar.

El pirata se quedó observando la fotografía del chico al cual tenía que apresar y torturar hasta la muerte. La sonrisa sádica de su rostro no produjo más que miedo en su segundo al mando, quien se estremeció al escuchar su nombre.

—¿Tú qué crees, Alfred?—preguntó enseñándole la fotografía—. ¿Crees que podremos divertirnos con este individuo como es debido?


—Teniente Carriedo, tenemos todos los preparativos a bordo y estamos listos para partir—anunció uno de sus subordinados dirigiéndole un saludo militar completamente bien realizado.

—¿Cuántas veces os he dicho que os dejéis las formalidades y los saludos innecesarios?—protestó el moreno mostrando al marinero que le acababa de hablar una gran sonrisa y golpeando su hombro con absoluta tranquilidad—. Si está todo listo, diles que eleven el ancla y que se preparen para la juerga de esta noche—anunció entusiasmado mientras se dirigía a su camarote con las manos en la nuca en una pose completamente relajada y despreocupada.

—Teniente...

—¡Nada de peros!-protestó el capitán poniendo un ligero puchero—. Después de esta noche todo será trabajo y más trabajo, ¡vamos a divertirnos todos antes de salir del territorio protegido por los guardias de la costa!

El subordinado suspiró conocedor de su posición que impedía que tratara de razonar con aquel hombre. Por más que insistiera en que no se debería de realizar tales actos inadecuados para aquel tipo de misiones, el teniente Carriedo era conocido por el mundo entero por acabar realizando con éxito todas sus misiones aunque sus métodos fueran los más dudosos.

—Lo que usted ordene...—suspiró el hombre girándose hacia el resto de la tripulación para exclamar que levaran anclas.

El moreno sonrió tomando con fuerza el colgante de su cuello e imaginando el rostro de su amada Emma. No la volvería a ver en mucho tiempo, era consciente de la cantidad de tiempo que podía transcurrir antes de su reencuentro, pero aún así estaba dispuesto a casarse con ella en el momento en el que volviera a pisar tierra firme.

—Espérame querida... estaremos juntos antes de lo que imaginas...—prometió al viento en un susurro mientras liberaba del abrazo de su puño el colgante que contenía una foto de la chica que pensaba que amaría por el resto de su vida.

No era apenas consciente de lo que le estaba a punto de ocurrir.


Lista de personajes del fic:

Antonio Fernández Carriedo - España.

Lovino Vargas - Italia del sur.

Emma Vanderhoeven - Bélgica.

Vincent Vanderhoeven - Holanda/Países Bajos.

Arthur Kirkland - Reino Unido.

Michelle Bonnefoy - Seychelles.

Gilbert Beilschmidt - Prusia.

Carlos Machado - Cuba.

Alfred F. Jones - USA.