MEJOR
Había pasado ya mucho tiempo desde que terminó la rebelión, la revolución en la que Katniss fue el Sinsajo, la imagen. Pero ella aún seguía luchando por dejarla atrás, por olvidar los recuerdos que la atormentaban día con día y que casi siempre eran los mismos:
La pequeña Rue, con una lanza en el estómago y muriendo en si regazo; Cinna, siendo golpeado por los agentes de la paz después de hacer su mejor trabajo; Finnick, siendo atacado por los mutos del Capitolio y tratando de llegar a las escaleras que nunca podría subir; Cato, que, aunque no fue una persona con la que Katniss estuviera positivamente relacionada, la torturaba con el recuerdo de sus gritos de dolor ensordecedores causados por los mutos del los juegos; y Prim, su hermana pequeña, explotando en mil pedazos por las bombas del Capitolio frente a sus propios ojos. Ese era el recuerdo que más lastimaba a Katniss, era el que más dolor le causaba.
Los mismos recuerdos, las mismas pesadillas repitiéndose una y otra vez. Casi nunca podía dormir tranquila. Hace un tiempo se despertaba en medio de sus propios gritos para después ponerse a llorar y no volver a dormir hasta el día siguiente. Pero eso había cambiado. Ahora los brazos de Peeta estaban ahí para reconfortarla, para protegerla.
Ambos se apoyaban mutuamente en su sufrimiento: cuando ella era atormentada por sus sueños, él la abrazaba más fuerte y le susurraba al oído que todo había sido un sueño, que todo estaría bien. Y cuando a él le pasaba lo mismo, ella tomaba una de sus manos y con la otra acariciaba su cabello rubio, pero no tenía que decirle nada, ya que una sonrisa era más que suficiente para él.
Katniss se sentía agradecida con Peeta, porque desde que regresó a su vida todo era más fácil, todo era mejor.
