Cuando Scorpius Malfoy sabe que Rose Weasley está estudiando frente al lago, lo único que quiere hacer es molestarla. Y eso hace desde tres años atrás, porque cuando la ve tan concentrada en aquel viejo libro, con sus zapatos a su lado y su cabello pelirrojo en una coleta, piensa que es adorable.

—Largo, Malfoy. —Le dice ella, cada vez que se aproxima y se sienta a su lado.

—¿Sabías que te ves adorable ésta mañana? —Pregunta, sin hacer caso a lo primero.

—Te digo que desaparezcas. —Repite Rose sin despegar la vista de su libro.

—¿Y si te digo que me gustan las pelirrojas? —Dice con picardía excesiva para un chico de trece años.

—Sinceramente, Scorpius, no me importa.

El rubio se tiende a su lado, con una sonrisa en su cara.

—¡Ya tenemos un progreso! Tú me llamas Scorpius y yo te llamo Rose.

La chica le mira escrutadoramente unos momentos, antes de suspirar y volver a su lectura.

—Adoro tus ojos, ¿sabías? — Le guiñó un ojo mientras se sacaba los zapatos.

—Vete, Scorpius.

El rubio posa sus manos en su cabeza y se recuesta sobre el pasto, junto a ella.

—Me amas. —Dice con una sonrisa divertida, y cierra sus ojos, para disfrutar el momento y la reacción de ella. Porque sabe perfectamente que Rose está sonriendo y rodando los ojos. Porque cuando te agrada la compañía de alguien, aunque no lo admitas, no es molestar.