SEGUNDAS OPORTUNIDADES
Declaimer: los personajes le pertenecen a Masashi_ sensei, solo los tomo prestados para dar un poco de vida a esta historia, que por cierto tampoco es mía, sino de la talentosísima Linda Howard, esta es solo una adaptación.
ADVERTENCIA: Esta historia contiene lime y lemon, las personas sensibles a estos contenidos, abstenerse de leer. Están avisados y sobre aviso, no hay trampa.
UNO
La larga semana tocaba a su fin y Hinata sabía que debía volver a casa, pero la perspectiva de ahogarse en la flama de últimos de agosto bastaba para mantenerla pegada a la silla, escuchando el grato zumbido del aire acondicionado.
No estaba trabajando; había girado el asiento y llevaba un cuarto de hora mirando por la ventana, demasiado relajada para preocuparse de que se estuviera haciendo tarde. A la luz del sol de poniente, los deslumbrantes rascacielos de acero y cristal de Dallas se recortaban sobre un horizonte cobrizo, una clara indicación de que había vuelto a perderse las noticias de las seis. Era viernes por la tarde; su jefe, el señor Jiraiya, se había ido hacía más de una hora. No tenía motivos para no sumarse al éxodo callejero, pero se sentía reacia a volver a casa. Se había afanado en decorar su apartamento, en hacerlo acogedor y confortable pero, últimamente, el vacío que sentía en él la atormentaba. Podía llenarlo con música, alquilar una película y verla con su reproductor de vídeo, ensimismarse en la lectura e imaginar que vivía en otro país pero, aun así, seguiría sola. Últimamente, era una mujer sola más que solitaria.
Tal vez fuera el tiempo, pensó con ánimo cansino. El verano había sido húmedo y caluroso, agotador para todo el mundo, pero, en el fondo, Hinata sabía que no era el bochorno lo que la desazonaba. Era la inevitable sensación de que el tiempo se le escurría entre los dedos, al igual que el verano perecía y daba paso a otro otoño. Incluso a pleno sol del mediodía, sentía el frío invernal en los huesos. No se trataba solo del cambio de estación, sino de la pérdida inexorable de la juventud.
Habían pasado los años y ella se había volcado en el trabajo porque no había nada más y, de repente, se daba cuenta de que sus sueños la habían dejado atrás. Nunca había ambicionado riquezas ni posesiones materiales. Quería amor, un marido y unos hijos, un hogar alegre y seguro, todo lo que había echado en falta en la niñez. Ya ni siquiera albergaba ese sueño, y eso era lo que más la entristecía.
Claro que no era más que una quimera: se había enamorado del único hombre que jamás podría ser suyo y, al parecer, era de esas mujeres que solo amaban una vez en la vida.
Sonó el timbre apagado del teléfono, y un leve ceño de perplejidad se dibujó en su frente.
¿Quién podría estar llamando a la oficina a aquella hora?
-Hinata Hyuga al habla -dijo en tono enérgico.
-Hinata, soy Sasuke -contestó una voz grave.
El corazón le dio un vuelco y se le hizo un nudo en la garganta. No necesitaba oír su nombre para saber quién estaba al aparato. Conocía aquella voz tan bien como la suya, y el acento brusco, que no se había suavizado pese a los años vividos en el sur, siempre lo delataría. Pero Hinata tragó saliva, enderezó la espalda y fingió que se trataba de una llamada de negocios como otra cualquiera.
-¿Sí, señor Uchiha?
El hombre resopló con impaciencia.
-Maldita sea, no me llames así. En la oficina, vale, pero ahora... ahora no estamos trabajando.
Hinata volvió a tragar saliva, pero fue incapaz de articular palabra. ¿Habría provocado aquella llamada al pensar en él? Hacía meses que Sasuke no le decía nada, aparte de un educado «buenos días», siempre que entraba en el despacho para hablar con el señor Jiraiya.
-¿Hinata? -rugió. Estaba perdiendo la paciencia.
-Sí, te escucho -atinó a decir Hinata.
-Voy a vender la casa -anunció sin preámbulos- Estoy embalando las cosas de Ino... y de los niños. Voy a donarlo todo a la beneficencia. Pero he encontrado una caja con los recuerdos de Ino del instituto, cosas que hicisteis las dos juntas, dibujos, y pensé que querrías echarle un vistazo. Si quieres quedarte con algo, puedes hacerlo. Sino...
No terminó la frase, pero no hacía falta. Si no, las quemaría. Destruiría todos los recuerdos. A Hinata le desgarraba el alma pensar en abrir la caja y revivir los años de adolescencia con Ino, porque todavía no había superado la pérdida de su amiga, pero tampoco podía permitir que Sasuke condenara al fuego los recuerdos de Ino. Si todavía no se sentía con fuerzas, guardaría la caja y, con el tiempo, la vaciaría y recordaría a su amiga sin mucho dolor, solo con melancolía y nostalgia.
-Sí -dijo con voz ronca, forzada- Sí, la quiero.
-Me voy ya. Iré a casa para terminar de embalar. Puedes pasarte a recoger la caja cuando quieras.
-Iré, gracias -susurró Hinata. Él colgó y la dejó con el auricular pegado a la oreja, escuchando el zumbido de la línea.
La mano le temblaba mientras colgaba y, de repente, advirtió que ya no estaba sentada. En algún momento de la conversación, la tensión la había impulsado a ponerse en pie. Enseguida, se inclinó para sacar el bolso del cajón inferior del escritorio, lo cerró con llave, apagó las luces y se aseguró de cerrar bien la puerta al salir.
No solo le temblaba la mano, sino el cuerpo entero. Siempre que hablaba con Sasuke le ocurría lo mismo. Se había ejercitado durante años en no pensar en él, en ni siquiera soñar con él, pero oír su voz bastaba para que se pusiera como un flan. Trabajar para la misma compañía ya era desgracia suficiente; incluso se había trasladado a otro departamento para no verlo con tanta asiduidad, pero el tiro le había salido por la culata: Sasuke había ido ascendiendo y, en aquellos momentos, era uno de los vicepresidentes. Su cargo de secretaria del vicepresidente primero la mantenía en constante comunicación con él; su única salvación era que Sasuke mantenía una actitud estrictamente profesional, y ella se había disciplinado para darle el mismo trato. ¿Qué otra cosa podía hacer, cuando había cometido la estupidez de enamorarse del marido de su mejor amiga?
Aunque en el aparcamiento subterráneo hacía una temperatura más benigna que en la calle sintió la bofetada de calor mientras caminaba a paso rápido hacia su Datsun 280 ZX, un último modelo aerodinámico. El coche era, como temía, un ejemplo de su creciente tendencia a coleccionar cosas para llenar el vacío de su hogar. De niña se había prometido remediar el frío y la hipocresía de la casa de sus padres, pero a medida que crecía se esforzaba con más ahínco por llenar los vacíos con cosas. El coche era magnífico, y le permitía desplazarse a más velocidad de la necesaria; Hinata disfrutaba conduciendo, pero no lo necesitaba. El utilitario por el que lo había cambiado era un buen coche, y no estaba tan viejo.
En lugar de dirigirse directamente a la casa en la que Sasuke e Ino habían vivido, situada en uno de los vecindarios más elegantes de Dallas, Hinata hizo un alto en un restaurante y mató el tiempo picoteando un plato de marisco. Su instinto la apremiaba para que se diera prisa, para que viera a Sasuke lo antes posible; pero se sentía reacia a entrar en la casa en la que él había vivido con Ino, donde ella e Ino habían reído y jugado con los bebés. Hacía dos años que Hinata no ponía el pie en esa casa... dos años desde que ocurrió el accidente.
Cuando el reloj marcó las ocho en punto, pagó la cuenta y condujo despacio, con cuidado, hacia la casa. El corazón le latía con fuerza, y sentía un poco de náuseas. Tenía las palmas sudorosas; sujetó el volante con fuerza para que no se le escapara.
¿Qué aspecto tendría? No se había mirado al espejo. La pintura de labios ya habría desaparecido, pero no se molestó en retocárselos. Se palpó con una mano el austero moño que se hacía para ir a la oficina, por temor a que algún mechón hubiera escapado a su confinamiento; pero parecía estar en orden, así que suspiró y se despreocupó.
El Mercedes azul oscuro de Sasuke estaba aparcado delante de la casa, así que Hinata dejó el coche justo detrás. Se apeó, recorrió a paso lento la senda de entrada, subió los cinco peldaños y tocó el timbre. El césped estaba segado y los setos podados. La casa no parecía vacía, pero lo estaba. Había un vacío desgarrador.
Un momento después, Sasuke abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarla pasar.
Mirarlo apenas un instante fue como recibir un puñetazo en el estómago. No esperaba verlo con traje y chaleco, pero había olvidado lo corpulento que era, lo viril que estaba en vaqueros. Llevaba zapatillas de deporte, sin calcetines, unos vaqueros viejos y ceñidos, y una camiseta blanca que se adhería a su sólido torso. A ojos de Sarah, estaba increíblemente bello.
La miró y reparó en el traje elegante que llevaba.
-¿Todavía no has pasado por tu casa?
-No. Paré a cenar en un restaurante -hacía un calor sofocante en la casa; Sasuke había abierto algunas ventanas pero no había encendido el aire acondicionado. Hinata se despojó de su ligera chaqueta de hilo y se dispuso a colgarla en el armario, como siempre había hecho cuando iba a visitar a Ino, pero se contuvo y se limitó a dejarla sobre la barandilla de la escalera. Mientras Sasuke la conducía a la planta de arriba, se abrió el cuello de su blusa de seda y se la remangó hasta los codos.
Sasuke se detuvo delante del dormitorio que había compartido con Ino. Tenía la mirada sombría, los labios apretados, mientras contemplaba la puerta cerrada.
-Está ahí dentro -se limitó a decir- En el armario. Yo iré al dormitorio de los niños, a guardar sus cosas. Tómate el tiempo que necesites.
Hinata esperó a que Sasuke entrara en el otro dormitorio para abrir la puerta despacio. Traspasó el umbral, encendió la luz y se quedó inmóvil un momento, mirando alrededor. Todo estaba igual que el día del accidente: la lectura de Ino sobre la mesilla de noche, el camisón a los pies de la cama... Sasuke no había dormido ni una sola noche allí desde la muerte de su esposa.
Hinata sacó la caja del armario y se sentó en el suelo para revisar su contenido. Las lágrimas le nublaron la vista al contemplar la primera foto de ella con Ino. Cielos, si tanta agonía le producía perder a una amiga, ¿qué dolor no sentiría Sasuke? Había perdido a su esposa y a sus dos hijos.
Hinata e Ino habían sido amigas íntimas desde el colegio. Ino había sido una dinamo humana, una joven alegre y dicharachera que había llevado de la mano a Hinata, más reservada.
De ojos azules centelleantes y su esplendorosa cabellera rubia, su entusiasmo por la vida siempre había resultado contagioso. ¡Cuántos proyectos había fraguado! No pensaba casarse nunca. Se convertiría en una célebre modista y viajaría por todo el mundo. Hinata solo había soñado con tener una familia de verdad, una familia amorosa. En algún punto de sus vidas, se trocaron los papeles.
Ino se enamoró de un prometedor ejecutivo de ojos oscuros que trabajaba en la misma empresa que Hinata y, desde ese momento, Hinata supo que su sueño nunca se haría realidad. Ino no había dudado en renunciar a su glamoroso futuro como modista a cambio de Sasuke Uchiha, de sus dos adorables y adorados hijos y del amor con que la envolvían. Hinata se había entregado en silencio a su trabajo, que era su único consuelo.
Había intentado no amar a Sasuke, pero pronto descubrió que no era fácil controlar las emociones. De no haberlo amado antes de que Ino lo conociera, podría haber puesto freno a sus sentimientos, pero fue suya desde el principio. Desde que lo conoció, supo que, para ella, siempre sería algo más que un colega. Eran sus ojos, pensó Hinata, tan oscuros y profundos... unos ojos que ardían con una intensidad propia. Sasuke Uchiha no era ningún alfeñique. Tenía impulso y ambición, además de una inteligencia privilegiada con la que había ascendido en la ejecutiva de la empresa como un cohete. Sí, no era hermoso: su rostro tenía un aire tosco y un tanto castigado; los pómulos eran demasiado altos; la prominente nariz conservaba la secuela de una fractura; y tenía una mandíbula sólida como el granito. Era un hombre capaz de lanzarse a la vida y de amoldarla a su gusto. Siempre había tratado a Hinata con amabilidad, pero ella sabía que era demasiado pálida y callada para Interesar a un hombre con una personalidad tan arrolladora.
Aun así, el verano en que invitó a Ino al picnic de la empresa, no imaginó que Sasuke, nada más ver la belleza vibrante de Ino, la reclamaría para sí. Pero así fue, y Sasuke e Ino se casaron cinco meses más tarde. Itachi nació tres meses después de su primer aniversario y Shane, dos años después. Dos niños preciosos, con el atractivo de su madre y la determinación de su padre, y Hinata los había querido porque eran los hijos de Sasuke.
Se había mantenido unida a Ino, pero siempre había tenido cuidado de no robar tiempo a la familia. Sasuke viajaba mucho, y Hinata había limitado sus visitas a los días en que él estaba fuera de la ciudad. No sabía decir por qué, pero intuía que Sasuke había reprobado su amistad con Ino, aunque, que ella supiera, nunca se había manifestado al respecto. Quizá solo fuera que Hinata despertaba antipatía en él, aunque nunca había hecho nada para merecerla. Había intentado mantenerse al margen y nunca, nunca, le había revelado a Ino sus sentimientos hacia su marido. No tenía sentido, solo habría servido para afligir a Ino y para que su amistad se resintiera.
Hinata había salido con otros hombres, y todavía lo hacía, pero sin comprometerse con ninguno. No habría sido justo alentar una relación más formal cuando le resultaría imposible corresponder al amor que pudieran ofrecerle. Todos los que le preguntaban, en broma, cuándo pensaba casarse, recibían la misma respuesta: estaba demasiado enamorada de su trabajo para lavarle los calcetines a ningún hombre. Era una excusa típica y desenfadada con la que protegía su frágil corazón, pero también era una mentira.
Nunca había deseado volcarse en el trabajo, pero era lo único que le quedaba. Con aquella farsa había engañado a todos... menos a sí misma.
Hinata había sido un esposo y un padre abnegado. El accidente en la autovía, dos años atrás, estuvo a punto de destruirlo. Y, de hecho, había extinguido su alegría y el fuego ardiente de su mirada. Ino llevaba a los niños al colegio, cuando un borracho que regresaba a su casa en la hora punta matutina se salió del carril y chocó de frente con ella.
De no haber muerto en el acto, HInata sospechaba que Sasuke lo habría estrangulado con sus propias manos, tan honda había sido su desesperación al recibir la noticia.
Itachi murió en el impacto; Shane, dos días más tarde. Dos semanas después del accidente, Ino murió sin haber salido del coma ni saber que había perdido a sus dos hijos. Durante esas dos semanas, Hinata pasó el mayor tiempo posible velando a su amiga, sosteniendo la mano inerme y apremiándola para que luchara por vivir; aunque sospechó que Ino no querría despertarse de su sueño letal. Sasuke había sido un elemento más del decorado, sentado al otro lado de la cama, sosteniendo la mano que lucía la alianza, con el rostro ceniciento, cansado e impenetrable. Ino había sido su única esperanza, el último resquicio de luz de su vida, y aquella frágil llama titiló y se apagó, sumiéndolo en la oscuridad.
Hinata fue pasando una a una todas las fotografías, en las que ella e Ino aparecían en distintas fases de su niñez y adolescencia, aunque también había retratos de los niños en la cuna, dando sus primeros pasos y correteando con energía. Sasuke aparecía en algunas de las imágenes jugando con sus hijos, lavando el coche, segando el césped, realizando las labores propias de un padre y de un marido. En una de ellas, Sasuke estaba tumbado boca arriba sobre la hierba, vestido únicamente con unos vaqueros cortos, sosteniendo en alto a Itachi. Sus brazos morenos y fuertes soportaban con firmeza el peso del pequeño, y era evidente que el niño se sentía a salvo en las manos de su padre, porque chillaba de placer.
Sobre la hierba, junto a ellos, Shane intentaba ponerse en pie, y había cerrado una minúscula mano regordeta en torno al vello del pecho de Sasuke en un intento por enderezarse.
-¿Ves algo interesante?
La pregunta la sobresaltó, y la fotografía resbaló de sus dedos y cayó en la caja.
Hinata comprendió que Sasuke había hecho la pregunta en general, que no había reparado en el angustioso anhelo con que ella contemplaba su fotografía pero, aun así, sus enigmáticos ojos grises brillaron con recelo mientras se ponía en pie y se alisaba la falda.
-Sí. Me llevaré la caja. Hay muchas fotografías de Ino y de los niños... si a ti no...
-Llévatelas -le dijo Sasuke con aspereza, y entró en el dormitorio. Se detuvo en el centro y paseó la mirada por la habitación, como si nunca hubiese estado allí.
Tenía una expresión sombría, y su boca parecía incapaz de volver a sonreír. A veces sí sonreía, pensó Hinata, en cierta medida, pero era una mueca cortés más que una expresión de buen humor. La risa nunca se reflejaba en sus ojos, ni se encendía el fuego antes patente en ellos.
Sasuke hundió las manos en los bolsillos de los vaqueros, como si tuviera que hacer algo para no cerrar los puños. Tenía los hombros contraídos, como si estuviera acorazándose contra los recuerdos que evocaba aquella habitación. Había dormido con Ino en aquella cama, había hecho el amor con ella, había jugado con los niños los sábados por la mañana cuando corrían a despertarlo. Hinata se apresuró a recoger la caja y desvió la mirada de Sasuke para no tener que presenciar su congoja. La congoja era tanto de Sasuke como de ella. Lo amaba lo bastante para desear que recuperara a Ino y así volviera a sonreír. De todas formas, siempre sería de Ino, porque Sasuke no había dejado de amarla. Todavía lloraba su muerte, todavía sufría por su pérdida.
-He terminado en el cuarto de los niños –dijo con voz remota- Ya lo he guardado todo y...- se le anudó la voz, y a Hinata se le encogió el corazón. Sasuke inspiró con aspereza y luchó por mantener el control.
De repente, su rostro se distorsionó por la rabia, giró en redondo y dio un puñetazo al tocador; los frascos de perfume y los cosméticos que salpicaban la superficie temblaron con estrépito.
-¡Dios! ¡Cuántas vidas malogradas! –maldijo con virulencia y, después, cuando su cuerpo cedió bajo el peso de la furia y el dolor, se aferró al tocador. Hasta que no le habían arrebatado a su familia, Sasuke nunca había conocido el fracaso.
La muerte era definitiva, permanente, sobrevenía sin previo aviso... y había destruido la vida que él había creado para sí- En cierto sentido, perder a los niños fue peor que perder a Ino -dijo con voz apagada- Eran tan jóvenes, no habían tenido oportunidad de vivir. No llegaron a jugar en el equipo del instituto, ni a ir a la universidad, ni a besar a sus novias por primera vez. No hicieron el amor, ni vieron nacer a sus hijos. No les dio tiempo.
Hinata apretó la caja contra su pecho.
-Itachi besó a su novia -dijo con voz trémula, y esbozó una pequeña sonrisa a pesar del dolor- Se llamaba Konan. Había cuatro Konan en su clase, pero me aseguró que su Konan era «la más bonita. Le plantó un beso en los labios y le pidió que se casara con él, pero ella se asustó y salió corriendo. Itachi me dijo que todavía no estaba preparada para casarse, pero que no le quitaría el ojo de encima. Esas fueron sus palabras exactas -añadió Hinata, y profirió una carcajada.
Había imitado la manera de hablar de Itachi, burlona y brusca para un niño de siete años, y Sasuke sonrió. La miró y, de repente, sus ojos casi negros lanzaron destellos dorados. Profirió un sonido ahogado y, después, prorrumpió en carcajadas. Hasta echó la cabeza morena hacia atrás para dar paso a aquella risa grave y saludable.
-Dios mío, era duro de pelar -rió Sasuke entre dientes- La pobre Konan no habría tenido escapatoria.
Como tampoco la tenía la pobre Hinata. Itachi había heredado su rudo encanto de su padre. El corazón le dio un vuelco al oír su risa, las primeras carcajadas auténticas que habían emergido de su garganta en dos años. Sasuke no había hablado de los niños, ni de Ino, desde el accidente. Había guardado bajo llave todos los recuerdos y el dolor, como si, de otra forma, ni siquiera hubiese podido realizar las funciones más básicas.
Hinata cambió de postura, todavía con la caja en los brazos.
-Las fotografías... Si alguna vez las quieres, son tuyas.
-Gracias -Sasuke encogió los hombros, como si quisiera relajarlos- Está siendo más difícil de lo que creía. Sigue siendo... casi insoportable.
Hinata bajó la cabeza, incapaz de contestar o de mirarlo sin echarse a llorar. Estaba siendo una experiencia tan traumática, que empezaba a dudar de su propia capacidad de superarla, pero no quería ponérselo más difícil. Si Sasuke se echaba a llorar, ella se moriría en el acto. Una parte de la agonía que había sentido después del accidente era por Sasuke, porque sabía lo mucho que estaba sufriendo. Ni siquiera había sido capaz de rodearlo con el brazo en ninguno de los actos religiosos; Sasuke se había mantenido erguido y rígido, con la cara pálida y la expresión retraída, aislado por el dolor de todos los que lo rodeaban.
Cuando Hinata alzó la vista, Sasuke estaba sentado sobre la cama en la que había dormido con Ino, y sostenía el camisón de seda en sus fuertes manos. Estaba cabizbajo, y deslizaba la seda entre los dedos una y otra vez.
-Sasuke... -Hinata se interrumpió, sin saber qué decir. ¿Qué podía decir?
-Todavía me despierto de noche y la busco en la oscuridad -dijo con aspereza"- Este es el camisón que llevaba la última noche que estuvimos juntos, la última noche que le hice el amor. No me acostumbro a no tenerla a mi lado. Es un vacío sangrante que no desaparece por muchas mujeres que posea.
Hinata profirió una exclamación y abrió de par en par sus ojos grises como la luna, antes de cerrar los párpados con fuerza.
-¿Te sorprende, Hinata, que haya estado con otras mujeres? Fui fiel a Ino durante ocho años, ni siquiera besé a otra mujer aunque, a veces, cuando estaba de viaje, yacía despierto en la cama toda la noche, agonizando por una mujer. Pero nadie más servía, tenía que ser ella. Así que esperaba a volver a casa, y no pegábamos ojo en toda la noche.
Hinata retrocedió al sentir la puñalada que le habían asestado aquellas palabras. No quería oírlo. Siempre había procurado no pensar en Sasuke en la cama con Ino, no envidiar a su amiga, y se había esforzado sin cesar por impedir que los celos echaran a perder su amistad. Lo había logrado cuando Ino vivía, pero las palabras de Sasuke le estaban desgarrando el alma; hacían surgir imágenes en su cabeza que Hinata no quería ver.
Le dio la espalda para no oír lo que decía. La cama crujió y, de repente, Sasuke la estaba agarrando de los brazos y obligándola a mirarlo. Tenía la cara pálida y llena de rabia, y le latía el pulso en la sien.
-¿Qué pasa, santa Hinata? ¿Estás tan enclaustrada en tu convento mental que no soportas oír hablar de personas normales que disfrutan del pecaminoso placer del sexo? -gruñó, y
Hinata se quedó helada en sus manos, atónita por la furia que había estallado en él.
Vagamente, comprendió que no estaba enfadado con ella, sino con el destino que le había arrebatado a su esposa y lo había dejado con los brazos vacíos pero, aun así, Sasuke, iracundo, era un hombre temible.
La zarandeó, como si quisiera castigarla por estar viva y tibia, cuando Ino se había ido para siempre.
-Sigo sin poder dormir con otra mujer –dijo con voz áspera por el dolor- No me refiero al sexo. Me acosté con otra mujer apenas dos meses después de la muerte de Ino, y me aborrecí por ello a la mañana siguiente... diablos, en cuanto terminé. Me sentí como si le hubiera sido infiel, y tan culpable, que regresé a mi habitación del hotel y vomité. Ni siquiera disfruté mucho, pero a la noche siguiente, repetí, para sentirme culpable otra é castigarme, hacerme pagar por estar vivo cuando ella estaba muerta. Ha habido muchas mujeres desde entonces. Cuando... necesito sexo, siempre hay una mujer dispuesta a yacer conmigo. Necesito sexo y lo he estado practicando, pero no puedo dormir con ellas. Cuando se termina, tengo que irme. Todavía me considero el marido de Ino, y no puedo dormir con ninguna otra mujer que no sea ella.
HInata se sentía asfixiada, suspendida en el tiempo por aquellas manos fuertes, por la caricia del aliento cálido de Sasuke en la mejilla y por la proximidad de su rostro furibundo.
Hinata se liberó de su aprisionamiento y cerró los puños. No soportaba oír las intimidades de Sasuke con otra mujer, con ninguna mujer. Le lanzó una mirada frenética de desesperación, pero él no se dio, cuenta. Con un gemido, Sasuke se hincó de rodillas en el suelo, enterró el rostro entre las manos y se estremeció.
No había suficiente oxígeno en la habitación. Hinata jadeó, sentía cómo sus pulmones se afanaban trabajosamente por tomar aire; le daba vueltas la cabeza, como si fuera a desmayarse, pero no lo hizo. Sin saber cómo, se sorprendió cayendo de rodillas junto a Sasuke y lo abrazó, como tantas veces había ansiado hacerlo. Al instante, los brazos fuertes de Sasuke se cerraron en tomo a ella y la estrecharon hasta casi romperle las costillas. Sasuke enterró el rostro entre sus suaves senos y lloró, unos sollozos desgarradores que sacudieron todo su cuerpo. Hinata le acarició el pelo y le dejó llorar; tenía derecho a desahogarse, había vivido demasiado tiempo sin compartir con nadie su dolor. Ella también tenía el rostro húmedo, pero no reparó en las lágrimas ardientes que empañaban su visión. Lo único que importaba era Sasuke, y lo meció con suavidad, sin pronunciar palabra, con su presencia como único escudo contra la amarga soledad que había convertido en un desierto helado el corazón de Sasuke.
Poco a poco se tranquilizó; se acercó más a ella y movió las manos por la espalda de Hinata. Al inspirar hondo, su sólido pecho se inflamaba, y HInata sentía el calor de sus exhalaciones en los senos. Sus pezones se contrajeron de forma automática y vergonzosa, ocultos bajo la blusa de seda y el sujetador de encaje, y no pudo evitar cerrar los dedos en torno a los mechones de Sasuke.
Sasuke alzó la cabeza. Tenía los ojos húmedos, pero sus iris se habían oscurecido de tal forma que no había rastro de marrón en ellos. La miró a los ojos, alargó la mano y le secó con ternura las lágrimas de las mejillas con el pulgar.
-Hinata -suspiró, y unió sus labios a los de ella.
Hinata se quedó inmóvil y dejó de respirar en el momento en que, con aquel leve roce de labios, fueron contestadas todas sus plegarias. Apoyó las manos en los hombros de Sasuke y hundió las uñas en los músculos que conformaban su férrea complexión. Era un sencillo beso de agradecimiento, pero se abrió una sima en su estómago y la sangre dejó de fluir por su cabeza, tan intenso fue el placer que la asaltó. Se inclinó sobre él, y su cuerpo torneado entró en contacto con el de Sasuke desde el hombro hasta el muslo, arrodillados como estaban en el suelo. El la sostuvo de forma automática, estrechando las curvas femeninas de su cuerpo entre sus poderosos brazos.
Sasuke se apartó y la miró otra vez. La expresión de sus ojos se había intensificado y reflejaba un ardiente deseo. Era demasiado hombre para no reconocer su reacción de mujer. Bajó la vista a los labios trémulos y generosos de Hinata y ella los entreabrió. El instinto lo impulsó a bajar la cabeza para volver a beber de su dulzura. En aquella ocasión, el contacto no fue leve; fue un beso hambriento, fiero, posesivo. Hinata gimió, y él hundió la lengua en su boca con autoridad y anhelo masculinos. Hinata estuvo a punto de hacerse añicos de puro placer. Sasukee la apretó contra él y la arrastró al suelo. Hinata sintió vértigo: aquello se parecía tanto a los contados sueños prohibidos que había albergado que se olvidó de dónde estaban, se olvidó de todo salvo del hombre que se inclinaba sobre ella con boca ardiente y llena de pasión. Le comunicó su respuesta clavándole las uñas, arqueando su figura cálida, buscando el peso embriagador de su cuerpo.
No había sensación de tiempo o de espacio, solo una espiral de necesidad física que llameó entre ellos, inesperada y fuera de control. Sasuke le acarició los senos, deslizó las manos por debajo de la falda para frotarle los muslos y acariciarla de forma íntima, y ella profirió un gemido silencioso. Ninguna palabra de protesta emergió en la mente de Hinata.
Dejó que Sasuke hiciera lo que quisiera, ajena a todo menos al placer que generaban aquellas manos expertas. Sasuke conocía a las mujeres, y su destreza la enardecía. Ofreció su cuerpo curvilíneo para disfrute de Sasuke sin pensar en nada salvo en lo placentero que era estar en sus brazos, conocer sus besos y sus caricias.
Sasuke se levantó con ella en brazos; el cuerpo ligero de Hinata era una pluma para sus poderosos músculos. Con paso rápido, se acercó a la cama y la dejó tendida sobre la colcha, y con un gruñido descendió sobre ella, le separó las piernas con la rodilla y se acomodó entre sus muslos con un movimiento tan natural y básico como respirar.
Hinata se aferró a él, aturdida por el ansia suscitada por Sasuke, y lo besó con labios tiernos y fervientes. Hacía tanto tiempo que lo amaba, y era como si todos los deseos pedidos a las estrellas fugaces se estuvieran cumpliendo... Iba a dejarle que hiciera con ella lo que quisiera, y sabía lo que Sasuke ansiaba. Podía sentir cómo apretaba su virilidad contra ella. Las prendas que los separaban eran insufribles, barreras que se interponían entre sus carnes trémulas.
De pronto, en el momento menos pensado, el paraíso terminó. Sasuke se puso rígido, se apartó, se sentó en el borde de la cama Y enterró la cabeza entre las manos.
-Maldita seas -dijo con voz gruesa, cargada de desagrado- Decías ser su amiga, pero estás retozando con su marido en su cama.
Aturdida, Hinata se incorporó, se alisó la ropa y se retiró el pelo de los ojos. Oyó la acusación en la voz de Sasuke y descubrió que era incapaz de enojarse con él. Comprendía lo culpable que se sentía, y lo vulnerable que estaba después de la tormenta de emociones que acababa de sacudirla.
-Era su mejor amiga -dijo con voz temblorosa.
-¡Pues no te comportas como tal!
HInata se levantó con piernas tambaleantes.
-Los dos estamos un poco alterados -dijo a la cabeza gacha de Sasuke, también con voz igual de tambaleante- Y hemos perdido un poco el control. Quería a Ino como a una hermana, y yo también la echo de menos -empezó a retroceder, incapaz de permanecer allí un momento más. Había rebasado su límite de tolerancia por una noche, y balbucía sin ton ni son-. No tenemos por qué sentimos culpables, no ha habido nada sexual en todo dos estábamos afligidos...
Sasuke se levantó de la cama dando un respingo.
-¿Nada sexual? ¡Y un cuerno! ¡Estaba entre tus piernas! Un minuto más, y estaríamos dando un revolcón. ¿Cómo lo habrías llamado entonces? ¿Nos habríamos estado «consolando»? Dios, no reconocerías el sexo aunque lo tuvieras delante de tus narices.¡Eres todo un iceberg, no sabes nada de los hombres ni de lo que quieren!
Hinata giró en redondo, con la cara blanca y mirada de angustia. Le temblaban los labios.
-Eres injusto -susurró, y salió disparada hacia la puerta. Bajó a toda prisa las escaleras antes incluso de darse cuenta de que se iba. Con un rugido, Sasuke corrió tras ella.
-¡Hinata! -gritó con furia, y llegó a la puerta principal justo cuando ella arrancaba su pequeño bólido rojo.
Los neumáticos chirriaron sobre el cemento mientras salía en marcha atrás a la calle. Sasuke se quedó de pie en el umbral, contemplando el resplandor rojizo de las luces de posición hasta que desaparecieron; después, dio un portazo y maldijo con virulencia durante varios minutos.
Advirtió que Hinata se había dejado la chaqueta del traje y la recogió. ¡Maldición!
¿Cómo había sido capaz de insultarla de aquella manera? Hinata tenía razón, había sido injusto. Se había descargado con ella por la culpabilidad que sentía, no solo por lo ocurrido aquella noche sino por todos los años que había pasado mirándola y deseando llevarla a la cama, pese a que era la mejor amiga de Ino.
Sasuke contempló la chaqueta de hilo que tenía en las manos y apretó los labios.
¿No era consciente Hinata del reto que constituía para un hombre? Era tan serena, pálida y distante, tan reservada... Vivía entregada a su profesión, y dejaba bien claro que no necesitaba a ningún hombre salvo como compañía esporádica. Se había rumoreado durante años que había sido amante del presidente de la junta directiva, pero Ino nunca lo creyó, y él se fiaba de su criterio. Ino pensaba, más bien, que había sufrido un desengaño amoroso pero, como había dicho en más de una ocasión, Hinata era agua quieta pero profunda.
Sasuke evocó la primera vez que había deseado a Hinata; fue en su propia boda.
Estaba impaciente por marcharse con Ino cuando la vio, de pie, un poco apartada del resto, como a menudo parecía estar, con el pelo negro azulado recogido en lo alto de la cabeza y una expresión educada en su cara pálida. ¿Nunca estaba furiosa o despeinada?, se había preguntado al verla ¿Agitada? Imaginó el aspecto que tendría si estuviera en la cama con él, con el pelo enmarañado por el frenesí de la pasión, los labios rojos y henchidos por sus besos, el cuerpo curvilineo húmedo por la transpiración. Su propio cuerpo se había puesto tenso de repente, sacudido por el ansia, y tuvo que darse la vuelta para disimular su estado. ¡Cuánto rencor había alimentado hacia ella, porque incluso mientras se casaba con Ino, había estado deseando a Hinata!
Los años no habían alterado la situación. Ella siempre se mostraba altiva y distante con él y nunca había visitado a Ino estando él en casa. Sasuke amaba a Ino, le había sido fiel, se había sentido completamente satisfecho con ella en la cama; pero, en algún rincón de su mente, siempre había albergado la noción de que deseaba a Hinata. Si ella se le hubiera insinuado, ¿se habría mantenido fiel a Ino? Quería pensar que sí, pero no podía estar seguro. ¿Qué había pasado la primera vez que había besado a Hinata? Había estado a punto de poseerla allí mismo, en el suelo, pero un instante de preocupación por su suave piel lo había impulsado a llevarla a la cama, y aquella fisura en su concentración era lo que, al final, lo había frenado. Pero Hinata no había estado fría y reservada en sus brazos, sino cálida y efusiva, y había abierto las piernas para él sin vacilación. Sus mejillas se habían sonrojado, y unos cuantos mechones finos de pelo habían escapado a su encierro para rizarse de forma sensual sobre sus sienes.
Así era como la deseaba: con su imagen impecable y altiva hecha añicos. En una ocasión, al regresar pronto a casa de un viaje, la había visto en la piscina con Ino y los niños. Hinata reía y jugueteaba como una chiquilla, y por primera vez la vio con el pelo suelto, flotando a su alrededor como un halo. Sasuke se puso el bañador y salió a la piscina, pero en cuanto hizo acto de presencia, Hinata dejó de reír. Lo hizo con mucha naturalidad, pero se disculpó ante Ino, salió del agua y se secó deprisa antes de ponerse unos vaqueros cortos raídos que realzaban sus piernas largas y torneadas. Verla con aquel biquini amarillo pálido lo había excitado tanto que tuvo que tirarse de cabeza al agua y, cuando emergió, ella ya se alejaba con paso rápido.
Un hombre no podría haber pedido una esposa mejor que Ino, ni más cariñosa.
Pero, pese a lo mucho que la amaba, pese a lo mucho que todavía ansiaba tenerla entre sus brazos, deseaba a Hinata. No se trataba de amor; no había cabida para emociones sutiles.
La atracción que sentía por ella era estrictamente física. La había increpado porque con ella, el sexo era una infidelidad más grave que con las demás mujeres sin rostro ni nombre.
Habían sido meros cuerpos, sin personalidad. Pero conocía a Hinata, y no podía borrar su identidad de la cabeza. Quería acostarse con ella, quería contemplar cómo se retorcía con desenfreno bajo su cuerpo, quería oír cómo pronunciaba su nombre en el ardor de la pasión. Y era la mejor amiga de Ino.
Horas después, Hinata se acurrucó, aturdida, y entre las sábanas, agotadas las lágrimas, pero no podía dormir. Estaba hecha trizas, con el corazón destrozado. Cuando sonó el teléfono, se sintió tentada a no contestar, porque, fuese quien fuese, no le apetecía hablar con nadie. Pero una llamada a las dos de la madrugada podía ser una emergencia, así que acabó estirando el brazo le para descolgar. Cuando contestó, hizo una mueca al oír su propia voz, todavía gruesa por las lágrimas derramadas.
-Hinata, no pretendía...
-No quiero hablar contigo -lo interrumpió, porque el sonido de aquella voz grave hizo jirones el frágil control que había recuperado sobre sus emociones, y se echó a llorar otra vez. Los suaves sollozos impregnaban su voz, a pesar de sus intentos por ocultarlos- Puede que no sepa nada sobre los hombres, pero tú no sabes nada sobre mí. No quiero hablar contigo, ¿me oyes?
-Dios, estás llorando -Hinata gimió con suavidad, un sonido áspero y masculino que la embargó a partes iguales de anhelo y dolor.
-¡He dicho que no quiero hablar contigo!
-¡No cuelgues! -exclamó Sasuke con repentina ira, al adivinar sus intenciones; pero Hinata colgó de todas formas, enterró el rostro en la almohada y lloró hasta que sintió los ojos resecos y escocidos.
-No sabes nada sobre mí -dijo en voz alta, en la oscuridad.
Ok este es el fin del capítulo uno. Ya sé que estarán pensando "ésta loca se desaparece por años y viene con una historia que ni es de ella" pero tengo muy malas excusas para justificarme, excepto la de rompí mi compu y hasta el día de la fecha no he podido comprarme una nueva, mi país está en situaciones críticas y tenemos ganas de linchar a nuestro presidente jejeje.
La buena noticia, es que actualizaré rápido porque la historia ya está escrita y no tengo que pensar mucho, aunque detesto tener que darle un formato.
Fuera de eso, adoro esta historia me recuerda mucho a las personalidades de mi pareja favorita y como verán aunque no soy fan del SasuIno, lo acepto mejor que el SasuSaku, pero ojo eso no quiere decir que no respeto a los fanáticos de esa pareja.
En fin ya saben se aceptan sugerencias, buenos deseos, criticas constructivas, pero están prohibidas las criticas malintencionadas u ofensivas. Sin mas me despido de ustedes con un apapacho fuerte con la esperanza de que no me reten mucho jj
Atte. Clarity-chan
