LA VENDA SOBRE LOS OJOS

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Notas de las autoras:

¡Hola de nuevo! No sé cuantas de las que me leían antes, nos hayan seguido hasta este nuevo/viejo fandom, pero en cualquier caso estaré contenta con quienes empiecen a leernos de nuevo. Verán esta historia la escribí hace muchos años pero después olvidé como debía terminar y debido a muchos sucesos no la continué. Entonces de pronto revisando los viejos documentos la vi de nuevo y me dije: ¿Por qué no? Y subí a Cuencas conmigo en el proyecto. Además este año pasaron la película de Yugi Oh! por su aniversario y era más Seto/Atem que otra cosa. Dio mucha inspiración la verdad.

Creo que no tengo nada qué decir.

Bueno si, las personas que hayan leído antes esta historia deben saber que tiene el título pero de ahí en fuera, no tiene nada que ver. ¡Ja! Creo que no me explique bien pero anden, lean y ya lo verán. Estamos contentas con está historia, espero que la disfruten tanto como nosotras al escribirla.

ADVERTENCIAS: AU, M, Smut, Prostitución.


Capítulo 1:

.

El sol y el viento en su rostro le causaban más curiosidad que molestia. No recordaba la última vez que lo sintió así, frío por el frescor de la mañana y con la fuerza que le concedía el edificio al fungir como corta viento. No había vidrio que mediara entre el exterior y él. Se sintió expuesto, pero a la vez, sintió que podía respirar profundamente, de una manera en que no había hecho en mucho tiempo.

–Pero, ¿cómo fue posible? –Por detrás de él, Pegasus estaba hablando con el jefe de seguridad de Kaiba Corp. Pegasus no estaba enojado, estaba impávido; su piel pálida lo hacía lucir como un fantasma. Seto se preguntó si él se veía de igual manera.

Eran los únicos en el piso. O tal vez no.

Seto movió un pie y el suelo crujió repletó de esquirlas. Los vidrios de la flamante torre de KC habían tronado con la temperatura del incendio. No uno cualquiera, sino uno premeditado, uno que había devorado el laboratorio de su compañía sin tocar ninguno de los otros pisos. El que lo había causado lo hizo de manera controlada y perfecta. Si no hubiera atentado contra él, Seto aplaudiría su obra.

La policía, la aseguradora, los reporteros, todos esperaban su turno para entrar al edificio y poder hablar con ellos. La policía revisaría las cámaras de seguridad, los pases de todos los trabajadores, las coartadas de la gente de mantenimiento… La aseguradora haría lo mismo y Roland... Su jefe de seguridad personal haría otro tanto. Todos se centrarían en encontrar a quien había destruido una de sus máximas obras y a la vez había robado de su red privada, la crystal network, todos los datos sobre la inteligencia artificial que él había creado y programado.

El daño sufrido a la torre de KC era lo de menos. Que hubiera un boquete en el quinceavo piso tampoco importaba… era el robo de sus dos últimos y más grandes inventos (esos que lo llevarían a tener un nombre en la historia) lo que destrozaba a Seto. Se imaginó al ladrón vendiendo tan preciada programación a sus rivales en Corea del Norte, a los alemanes, a los chinos o a los árabes. Cualquier pagaría la cantidad que fuera pedida con tal de obtenerla. Y luego se burlarían de él, por su fracaso.

Igual que había pasado con su padre.

Ocho años atrás Seto había diseñado su primer, y único, misil balístico intercontinental. Lo creó para ser lanzado desde sumergibles podía portar múltiples ojivas nucleares y alcanzar varios objetivos a la vez. Sus cálculos le dieron el mortífero alcance de más de 7'360 km, muy superior a otras armas similares. Su padre había quedado fascinado y satisfecho con su trabajo (para variar). Ese misil existía en la actualidad pero se le atribuía al consorcio Lockheed Martin, quienes la bautizaron como el Trident II. Le robaron el diseño a Gozaburo y a Kaiba Corp, antes de que pudieran registrar la patente.

Su padre había invertido cantidades obscenas de dinero, se había gastado sus últimos recursos e influencias para crear el Trident II. Había apostado el futuro de la empresa a ese invento… Lockheed Martin registró la patente primero; nada de lo que su padre hizo pudo cambiar eso. Perdió… una derrota absoluta que se reflejó en pérdidas de millones de dólares en acciones de la compañía.

Esa fue la fisura que rompió el dique. Su padre tenía muchos problemas en aquella época. Seto no supo qué tan severos eran hasta que Gozaburo Kaiba saltó de la torre de KC. El mismo edificio donde él se encontraba.

Mejor muerto que perdedor.

Seto apretó los puños ante el recuerdo, pero su ira no se encendió.

–Perdidas impensables… –estaba diciendo Pegasus con aspavientos dramáticos, su socio parecía al borde del llanto. Seto lo escuchaba a medias.

Ya lo sabía. Los costos de KC se dispararían. El valor de sus acciones seguramente ya habría caído en Wall Street. Era factible que para ese mismo momento KC no tuviera más valor que el del pedazo de terreno en el que se encontraba cimentado.

Se acercó al borde del piso. La altura era impactante. Podía ver bien el techo de cristal del vestíbulo justo debajo de él. En la calle brillaban las luces de la policía y las camionetas de los reporteros inundaban las calles. Abajo había un caos apenas contenido. La gente querría entrar a trabajar o a cotillear pero Pegasus había ordenado que se cerrara la torre. Aún así el personal llegó. La crystal network había dejado de funcionar así que los mensajes y las llamadas entre sus empleados estaban suspendidas.

En ese momento lo que menos quería Seto, era permanecer en KC.

Estaba hastiado de su empresa en ese momento, y no era la primera vez que tenía esa sensación. De día podía apartarla al trabajar pero de noche, no podía dejar de pensar en lo poco a gusto que estaba dentro de la que alguna vez fue más su hogar que su mansión. A Seto no le gustaba indagar dentro de sí mismo, pero no podía dejar de pensar en lo avergonzado que estaba de sus últimas decisiones. Lo cuál era hasta irónico. Él, quien siempre pregonaba ser dueño de su destino, que se pensaba con el control absoluto de su empresa, sentía que ya no tenía nada que ver con ella.

No quería estar en KC. Parecía impensable irse, a la vez que quedarse.

Seto miró de nuevo hacia abajo.

Ni siquiera sintió vértigo cuando dio ese paso que lo separaba del vacío.

.

.

Dos años antes…

Aknadin era dueño de las empresas Paradiuss. Poseía una fortuna valorada en $73'200 millones de dólares, lo que le consiguió un sitio entre los diez hombres más ricos del mundo. Se le consideraba uno de los mejores inversores de la historia de la humanidad. Le gustaba cobijar inventos bajo sus alas protectoras. Tenía buen ojo, todos sus elegidos redituaban millones de dólares. Cómo el bluetooth 5.0 y los dispositivos inteligentes en los automóviles.

En su juventud había trabajado arduamente bajo la estricta instrucción de su padre, en su madurez había disfrutado de todos los juguetes que podría haber deseado: yates, islas, mansiones, castillos, casinos, mujeres. Había tenidos dos esposas, tres hijos con la primera de ellas. Recientemente había sido abuelo.

Pero no perdía garra debido a su edad. Se entretenía jugando con la bolsa de valores, destrozando empresas, ensalzado políticos, armando causas sociales y políticas… ambicionaba más de la vida que lo que está le otorgó. Aún deseaba que su nombre pasara a la posteridad en la historia de la humanidad, quería ser inolvidable.

A pesar de haberse retirado como CEO de sus propias empresas, aún gustaba de adquirir nuevas e invertir en otras tantas, pues era como apostar, pero con muchos ceros más. Eso le había hecho dirigir su atención sobre una empresa que estaba creciendo brutalmente en los últimos años.

Cuando Aknadin veía sus ganancias en las noticias no podía sino decir que estaba enamorado de Kaiba Corp. Las curvas que esta presentaba, con ganancias cada vez más altas, eran mejores que las de cualquier otra empresa en la que él hubiera invertido.

–Pero hay que ver, si tiene más ganancias netas que nuestra propia empresa –le señalaba a su ayudante Horakyth. Y soltaba una risa feliz.

La corporación Kaiba se dedicaba a crear juegos de realidad virtual para toda clase de dispositivos, pero sus ganancias venían de la variedad de juegos multi–línea en los dispositivos móviles. Sus ganancias por usuario podían ser pequeñas pero al multiplicarlas por todo el mundo, resultaba que estaba embolsándose millones y millones. Ahora estaban incursionando en un terreno mucho más serio que atrajo la atención de todo el mundo.

Aknadin había conocido a la corporación Kaiba en una expo, en la que habían presentado el exoesqueleto de un androide. Habían deslumbrado al público, compuesto por la comunidad científica dedicada a la inteligencia artificial, a empresarios y al gobierno. Su prototipo era tan futurista. Aknadin se había enamorado por segunda vez. La corporación Kaiba había prometido que el diseño final poseería la inteligencia artificial más avanzada del mundo, tanto que a los demás investigadores de esa rama les costaría unos diez años alcanzar sus avances. Aknadin se moría por ver el prototipo final, el cual tendría piel, un rostro, una voz y su propia personalidad. El diseño era un secreto pero era obra del mismísimo CEO de Kaiba Corp.

Más aún, Aknadin, quería ser parte de la compañía.

Kaiba Corp sólo tenía dos socios: Seto Kaiba y Pegasus J. Crawford. Aknadin conocía al segundo porque en el pasado éste había intentado que invirtiera en la compañía, aquella vez Aknadin había dicho que no. ¿Cuántos años habían pasado desde entonces?

Para compensar el que se hubiera negado antes, decidió agasajar a Pegasus. Lo invitó a caras cenas, un viaje en yate y vacaciones en su rancho en Montana. Fue a Pegasus, a quien le presentó su oferta para obtener importantes acciones en la empresa: Quería tener un tercio de la misma. Pegasus parecía ser ambicioso pero no era imbécil. Estaba dispuesto a vender parte de sus acciones pero no todas, y con las que Aknadin podía obtener de él, eran insuficientes. Quedaría como un socio menor que no tendría influencia en ninguna de las decisiones de Kaiba Corp.

–Tendrás que hablar con Seto Kaiba, él es el dueño del cincuenta y siete por ciento de las acciones. Si él te vende una parte, los tres podremos empezar a trabajar juntos –le dijo Pegasus.

–Hablaré con él –aceptó Aknadin.

Pegasus sonrió y dijo que él concertaría la cita en la empresa.

Pero eso que parecía muy sencillo en un inicio, resultó ser bastante complicado.

Horakyth, investigó a Seto Kaiba. Le presentó un informe a Aknadin en el que explicaba que Seto era el genio detrás de Kaiba Corp. Heredó su puesto de su fallecido padre y había hecho ascender la empresa hasta la posición en la que ahora se encontraba.

–Tiene veinticinco años. Está en la lista Forbes, con 5'900 mdd, que es suficiente para hacer de él uno de los hombres más ricos entre los que crearon su propia fortuna. De hecho, es el segundo más joven de la lista –le contó Horakyth. –En NY es considerado el soltero más codiciado por segundo año consecutivo. Es el CEO de la empresa, un adicto al trabajo, no suele salir de vacaciones y no se le conoce ningún escándalo. Es muy celoso de su vida privada.

–¿Tiene familia?

–Un hermano menor. No tiene hijos. –Aknadin asintió asimilando lo que escuchaba. –Se dice que no se le puede impresionar, y que no le gusta perder.

Aknadin se sonrió a sí mismo. Porque eso significaba que entonces tenían algo en común, a él tampoco le gustaba perder.

Escuchó todo eso mientras su chofer conducía hacia Kaiba Corp, la cual estaba en Lower Manhattan. Estaba a la mitad de la manzana, era una torre alta franqueada por otras dos alas. Estaba hecha de acero inoxidable y ventanas de cristal azul opaco. Los paneles de los que estaban recubiertos estaban conformados siguiendo patrones tetraédricos para prevenir ondulaciones y romper los reflejos del sol. A Aknadin le gustó al mirarla, cuando pisó el vestíbulo de mármol ya se sentía dueño del edificio.

En la puerta los recibió una mujer, la asistenta personal de Kaiba. Dijo su nombre, pero Aknadin no prestó demasiado atención a ello porque Pegasus llegó en ese mismo momento, lo recibió con una palmada en un brazo y una sonrisa en la boca. Le agradó que fuera Pegasus quien lo escoltara. Se hubiera sentido insultado si sólo la secretaria hubiera estado ahí para él.

–Has llegado antes –le señaló Pegasus.

–Imaginé que a tu socio no le gustaría que llegara tarde.

–Oh no, él odia que hagan eso pero me temo que también detesta que lleguen antes de la hora –Pegasus se rió. –Nuestro buen Kaiba no es demasiado simpático.

–He escuchado algo. Casi un ermitaño.

–Así es, y has llegado a su montaña. Veamos si podemos sacarlo de ella.

Pegasus parecía tan interesado en el asunto de la venta de las acciones que Aknadin se preguntó si acaso estaba de su lado por algún sentimiento negativo que tuviera contra el joven CEO. Pegasus lo escoltó hasta un salón para juntas, también tenía paredes de cristal pero hizo que éstos se opacaran con el uso de un botón.

Seto Kaiba ya estaba ahí.

Estaba enfundado en un traje hecho a la medida en tono gris con una corbata azul marino. Estaba de pie y lo recibió con un fuerte apretón de manos. Muy propio de la juventud. Aknadin se lo devolvió con la misma fuerza. Kaiba tenía un cuerpo largo y repleto de ángulos, un cuerpo capaz de grandes esfuerzos. Saludó a Aknadin con un gesto duro en la boca y aire desdeñoso. Sus ojos llenos de arrogancia destacaban en su cara de juventud impoluta.

Todos se sentaron alrededor de la mesa, tenía una curiosa forma ovalada. Kaiba se sentó en uno de los extremos con Pegasus a su izquierda. Dejando a Aknadin a su derecha.

Aknadin se preparó para hablar. Le gustaba ir al grano.

–En el pasado he impulsado otras empresas a la expansión, ahora busco un nuevo proyecto en el cual invertir, y en Kaiba Corp veo una nueva tecnología surgiendo, una que tiene el potencial para cambiar el mundo. –Y la cual Aknadin veía como algo de lo que se podía adueñar. –Quiero hacerme su socio.

Aknadin estaba seguro de que la tecnología de los androides sería un hito en la historia de la humanidad; además de que se popularizaría rápidamente. Podía invertir en ese momento y las ganancias serían colosales en unos diez años.

–Por supuesto –dijo Seto Kaiba. –Podemos aceptar un nuevo socio bajo las siguientes condiciones: una inversión con una valoración de capital de 20 millones de dólares y una línea de crédito de otros 120 millones con un interés fijo del 10% pagadero cuando tengamos beneficios netos. En cuanto a las acciones que desea obtener, podemos venderle un quince por ciento de ellas.

Aknadin soltó una risa. Seto Kaiba se estaba burlando de él, sin duda alguna. Pero no era así, el CEO estaba muy serio.

–¿Quince por ciento de acciones a cambio de 140 millones de dólares?

–Por supuesto que no, las acciones tienen un costo adicional –dijo Kaiba. –Pegasus lo ha halagado como empresario, y me ha hablado de su genuino interés en Kaiba Corp, es por eso que estamos dispuestos a vender parte de nuestras acciones. Seguro sabrá que usualmente las acciones de Kaiba Corp no están a la venta.

Sí, eso Aknadin lo sabía. Si lo estuvieran, ni siquiera estaría hablando con ellos, hubiera comprado agresivamente cada acción para después plantarse en Kaiba Corp como si fuera el mismísimo CEO.

–Con quince por ciento ni siquiera seré parte de la junta de accionistas o tendré participación en las decisiones de la empresa.

–Exacto –aceptó Kaiba –pero esta es la propuesta que le hago, ya que desea tan vehemente entrar en el campo del desarrollo de androides.

–Vamos Kaiba, estoy seguro de que podrías deshacerte de algunas acciones más, piensa en el dinero que podrías obtener de ello –intervino Pegasus en ese momento.

–Esto no es sobre el dinero.

No, no lo era. Aknadin sabía que era sobre poder y control, pero saberlo no evitaba que estuviera furioso. Hacía mucho tiempo que nadie lo trataba de esa manera, pero decidió no perder los estribos.

–Le haré una contrapropuesta señor Kaiba sobre lo que yo considero una negociación madura. Mientras, le invito a que me permita agasajarlo esta noche, quizás podamos tener mayor entendimiento en un ambiente menos… corporativo. La invitación por supuesto es para ambos. –Se puso en pie. –No me despido, pues nos veremos en unas horas. Horakyth, mi asistente, se quedará para ultimar los detalles.

Al salir de la oficina, Horakyth lo siguió de inmediato.

–¿En dónde quiere que los citemos?

–En donde los hagamos sentir más incómodos –le pidió.

.

Antes de la reunión de esa noche Horakyth le entregó otro informe sobre Seto Kaiba y su socio Pegasus. Kaiba tenía pocos amigos, si es que podría llamarlos así, estaba Ishizu Ishtar y su hermano Marik. Ishizu era la directora del MET, realizaba fiestas de beneficencia cada temporada y Kaiba solía acudir; además de que en cada ocasión donaba fuertes sumas de dinero a beneficio del museo. Aknadin encargó a Horakyth investigar si Ishizu y Kaiba tenían algún romance.

En cuanto a Pegasus, había tenido un compromiso muy sonado en la prensa, con una modelo muy hermosa llamada Cecilia; parecía que ambos se conocían desde la infancia. Habían tenido un noviazgo muy largo, y habían protagonizado varios reportajes en la prensa rosa, la cual además los había llamado "la pareja de ensueño". Solían seguirlos a cualquier sitio donde fueran a vacacionar. Pero Cecilia había fallecido de cáncer antes de la boda. No habían tenido hijos. Y desde entonces no se le conocía ninguna pareja sentimental. Pegasus había sido amigo de Gozaburo Kaiba, de ahí venía la relación entre Seto y él; aunque ni remotamente parecían cercanos.

Horakyth arregló todo para que se vieran en un sitio algo especial. Había una compañía de baile en la ciudad que se llamaba The Circus. Era un espectáculo con temática adulta, lo que lo diferenciaba de cualquier otro. Y atraía por supuesto a personas adineradas que no sólo pudieran pagar el costo del boleto sino que además no fueran puritanas.

Aknadin estaba seguro de que ni Pegasus, y mucho menos Kaiba, habían estado ahí con anterioridad.

.

Kaiba abordó en el automóvil de Pegasus. Ambos irían juntos a su reunión con Aknadin. Kaiba estaba enfadado porque no quería continuar perdiendo su tiempo con un anciano empecinado en laborar con ellos pero que no aceptaba sus condiciones. Pegasus que era más moderado, había opinado que Aknadin era enormemente adinerado, sus posibilidades económicas superaban inclusive las de ellos dos, así que lo mejor era no desairarlo directamente, además de que nada les costaba escuchar su contrapropuesta.

A veces, Kaiba había considerado que debería deshacerse de su socio, pero no deseaba cambiarlo por otro que fuera igual o peor que él.

El vehículo entró en la calle 40, en la zona de teatros de la ciudad. El automóvil se detuvo frente a uno de éstos. La fachada del edificio, de apariencia neoclásica, era antigua pero no muy diferente al resto de edificios aledaños, de hecho ni siquiera parecía destacable. Un mozo les abrió la puerta del automóvil para que se apearan.

El recibidor era igual al de un teatro, así que Kaiba supuso que eso era. No comprendió de dónde Aknadin tenía la idea de una negociación más madura, o quizás es que esperaba agasajarlos con una obra de teatro, luego con alguna cena cara en un restaurante y después, cuando pensara que estaban saciados y cansados, hablar de negocios.

Todos los presentes vestían formalmente. Había una expectativa electrizante en el ambiente.

–¿Dónde estamos? –Le preguntó a Pegasus.

–Estamos a punto de presenciar un espectáculo de "The Circus" –respondió Aknadin, que llegaba detrás de ellos. –Pero no es una carpa como su nombre parece indicar. Me alegra que ambos hayan venido –dijo mirando con especial interés al CEO. –Acompáñenme, hablemos de negocios antes de unirnos a los demás.

Dejaron a toda esa gente atrás mientras ellos se internaban en un pequeño salón, en un foyer, a un costado de la escalinata central. Había una mesa llena de pequeños bocadillos, y por supuesto, de vino. Seto barrió la estancia con la mirada. Un candelabro dominaba la estancia. Kaiba tomó asiento en un sofá de una sola plaza. No había nadie más que ellos. Un mesero le tendió una copa de vino.

–Pedí que nos dieran un espacio para que habláramos a solas –explicó Aknadin mientras tomaba asiento. –¿Juegan a las cartas? Yo creo que es una magnífica forma de conocer a las personas. –Horakyth estaba ahí también, con actitud servicial le pasó un mazo de póker a su jefe.

Aknadin repartió las cartas entre los tres, y así empezó la partida.

–Aceptaré el quince por ciento de las acciones que me ofreces, pero aportaré sólo la mitad de la inversión y deseo el catorce por ciento de interés por ese capital.

–Los intereses son muy altos para esa aportación. Con lo que me ofreces no le pagarías ni el costo de una mano completa a nuestro androide –se negó Kaiba sin dejar de mirar sus cartas.

–Ahora que lo pienso no me dijiste cuánto quieres por las acciones que ofreciste.

–Ciento veinte mil dólares por título –respondió Kaiba. Levantó los ojos sólo para ver que el rostro de Aknadin se había puesto rojo. –Para obtener el quince por ciento de nuestras acciones, necesitas comprar 50 títulos. Puedes hacer las cuentas.

Hasta Pegasus pareció incómodo con la suma.

Aknadin sintió amarga la boca. Seto Kaiba decía que no, por el puro placer de hacerlo. Y aun cuando parecía decir que sí, se estaba negando.

El juego avanzaba tan rápido como la negociación, hacia un resultado desfavorable para Aknadin.

–Pegasus, ¿estás de acuerdo con esta estafa? –Preguntó Aknadin.

–El precio de nuestras acciones ha subido debido a la expectación que el mundo tiene sobre nuestro proyecto; seríamos bastante tontos si vendiéramos barato lo que tanto trabajo nos ha costado –dijo sin emitir una respuesta categórica.

Pegasus colocó sus cartas sobre la mesa. Tenía una mano con un par de cartas del mismo color.

–Si eso es todo lo que tiene que decirnos, entonces creo que hemos terminado con nuestras negociaciones. –Kaiba también dejó su mano sobre la mesa, era un full.

Aknadin ni siquiera mostró las suyas.

Kaiba pensó que podrían marcharse, pero Horakyth los escoltó de inmediato, deseaba que subieran por la escalinata. Seto dudó.

–Es sólo un show Kaiba –le dijo Pegasus, quien se había dado cuenta de su gesto. –Deja de estar a la defensiva –le pidió.

–Es un sitio que no conozco...

–Eso se llama paranoia –le señaló burlón Pegasus.

Las escalinatas conducían a un teatro pequeño. Las filas de asientos guardaban un buen espacio entre ellas, como para estirar las piernas sin molestar al espectador de enfrente, las butacas estaban acolchadas suntuosamente. Alrededor había varios palcos cuyos ocupantes permanecían ocultos de la vista. Los cortinajes que envolvían todo el lugar eran oscuros y había un aroma a perfume que seguro provenía de pebeteros que Seto no pudo hallar. Todo estaba cerrado creando un ambiente sobrecogedor que no le gustó. Sus asientos no estaban en primera fila, sino un poco detrás pero cuando Seto se hubo acomodado, pensó que de hecho vería mejor que en primera fila. Hizo un conteo rápido, debía haber cien personas en aquel salón. A Kaiba le molestó la situación, se había dado cuenta de que todos los presentes estaban al tanto de lo que iban a mirar, menos ellos.

Un mesero les sirvió vino, Kaiba apuró la copa.

Aknadin había vuelto pero no se sentó a su lado, sino junto a Pegasus, pero no inició conversación alguna.

Las luces decayeron.

Kaiba se removió incómodo en su asiento y dio gracias al cielo por la oscuridad que envolvía a todos, incluido a sí mismo. A pesar de lo presumido que era Aknadin y de su fachada de hombre sabio y culto; Seto consideraba que hablaba sólo para impresionar, y que sus gustos eran de lo más burdos. Y ahora lo confirmaba.

En el escenario empezaron a desfilar varios números con un estilo de cabaret altamente sexualizado. Los bailarines estaban ligeros de ropas y realizaban acrobacias sorprendentes y bailes lascivos, acompañados de música que variaba desde el jazz hasta ritmos árabes. Sus compañeros ni siquiera intentaron entablar una conversación pues la magnificencia del espectáculo atrapó por completo su atención. Kaiba podía reconocer que los artistas eran bastante talentosos y hábiles. El número de acrobacia en tela le agradó por la elegancia y destreza de la joven que lo ejecutó; pero el baile de dos cabareteras se le hizo tedioso. Kaiba notó además que cada vez que su copa se vaciaba, esta parecía llenarse automáticamente, había perdido la cuenta de lo que había bebido. Cada nuevo show, hacía que los artistas aparecieran con menos ropa, que sus danzas se hicieran más provocativas y sensuales, hasta el grado que parecía que copulaban.

Kaiba se removió una vez más, miró a sus acompañantes de reojo. Aknadin sonreía gustoso, le pareció que él ya había visto antes todo aquello; Pegasus estaba sudando.

De pronto las luces se apagaron durante un instante, en medio de la oscuridad, un reflector iluminó a un jovencito de maravillosa piel morena. Llevaba puesta una capa de gasa púrpura abrochada en su cuello mediante un ornamento dorado, la tela lo cubría por completo pero era tan delgada que traslucía su cuerpo casi desnudo. La música sonó trémula con él perfectamente inmóvil. Un tambor comenzó a marcar un ritmo cadencioso y vivo. Darburka, así se llamaba aquel instrumento. El bailarín comenzó a moverse, iba descalzo pero eso no le limitaba, llevaba el ritmo con las caderas y movía los brazos con precisión creando un revoloteo de tela a su alrededor, uno muy armonioso. Con cada movimiento su figura se revelaba emergiendo de la tela que lo cubría. La espalda delgada, las piernas inmaculadas al descubierto. Llevaba puestos una serie de brazaletes dorados que lo adornaban a juego con unos largos pendientes. Kaiba vislumbró un hombro desnudo, unos ojos tintos, el atisbo exacto a sus muslos. Su cuerpo era perfecto, delgado pero magro, se movía de forma vigorosa, casi felina.

Kaiba intentó serenarse y dejar de concentrarse en lo que estaba mirando, pero le era difícil siquiera pensar. Tenía los sentidos embotados.

El bailarín saltó con agilidad dejando atrás el velo, las piernas tensas un instante en el aire, aterrizó con ligereza como si no pesara nada. Giró sobre sí mismo, la mirada fija en el público, mirándolos a todos sin mirar a nadie. Llevaba un kilt púrpura que dejaba bien poco a la imaginación. Sus giros se ralentizaron de golpe y se recostó en el suelo como si unos brazos invisibles lo sujetaran.

Kaiba intentó calmarse y por poco y lo logró, al menos hasta que el chico se contorsionó en el suelo de tal manera que ondulaba siguiendo el ritmo de un amante que no estaba ahí. A Kaiba jamás le había pasado que se hubiera excitado con algo así, pero lo estaba. Sí, era consciente de su bisexualidad y la había aceptado como parte de las características de un CEO poderoso. Pero que un jovenzuelo le hiciera sentir esta fiebre, en un sitio público, jamás le hubiera parecido posible.

La música ganó frenesí. El bailarín separó las piernas en un compás perfecto, sin esfuerzo, causando un jadeo colectivo entre los espectadores. Se levantó con fluidez. Kaiba no podía despegarle los ojos de encima. Lo miró girar con rapidez sobre uno solo de sus pies. El público guardó silencio ante su destreza. Un giro tras otro, hasta que esos ojos eran un borrón. El ritmo del tambor se acrecentó y luego de pronto, todo terminó.

El joven había frenado de golpe, los brazos en arco hacia arriba, su pecho subía y bajaba rápidamente. Los ojos del bailarín estaban dirigidos hacia él. Seto procuró no gemir.

Al escenario salieron varias bailarinas, agitando sus velos, intentando ocultar con ello que llevaban los senos al aire. En medio de aquel despliegue, el joven había desaparecido.

Faltaba el acto final, pero Kaiba se levantó y se marchó sin siquiera despedirse. Estaba aturdido.

.

Al día siguiente, a pesar de encontrarse en su oficina y rodeado de diversos asuntos que requerían su atención, Kaiba se encontró pensando en lo que había visto. Se había pasado la noche entera, metido solo en su cama, pensando lascivamente en aquel chico. Se preguntaba si no le habrían dado algún estimulante en el vino o en los pebeteros para que se sintiera de esa forma.

Por curiosidad, buscó aquel sitio por internet. Y lo halló. "The Circus", era una compañía de NY que a veces viajaba por el mundo dando aquel espectáculo erótico, si bien podían cambiar la temática, el eje sobre el que giraba siempre era el mismo. Kaiba pensó que era un sitio inusual, se cuestionó si no estarían inmiscuidos en cosas ilegales, como drogas, prostitución y así. Encontró que los boletos para el espectáculo estaban al alcance de cualquiera, por supuesto de cualquiera que pudiera desembolsar el costo.

No supo exactamente por qué lo hizo, pero compró un boleto para esa noche.

Esta vez acudiría él solo.

No quiso sentarse entre las filas centrales, prefirió uno de los palcos del piso superior. Buscando tener privacidad también había comprobado los lugares alrededor del suyo. Esa noche se acomodó sabiendo que no podía ser mirado pero podría mirar lo que quisiera, o mejor dicho a quien quisiera.

Le gustó aquel sitio desde donde dominaba el salón.

En el pasado había tenido un par de relaciones, por llamarlas de un modo, nada formales, que bastaron para satisfacer sus escasos apetitos. Kaiba encontraba en los triunfos empresariales el deleite que no conseguía en su vida sexual. Jamás se hubiera imaginado que fuera de aquellos sujetos que se excitaban mirando.

Los pebeteros ardían, le sirvieron vino pero esta vez decidió no apresurarse con la bebida.

El show empezó en el mismo orden que la noche anterior. Intentó racionalizarlo e irse anticipando a lo que veía. Procuró concentrase en las luces, en la gente en el nivel inferior, en pensar que quizás ese sitio necesitaba más ventilación; pensó en cosas triviales, creyendo qué si veía el show desde otra perspectiva, podría inmunizar el efecto que tenía sobre él. Pero en cuanto apareció aquel moreno ejecutando su baile, se percató de que todo ese tiempo lo había estado esperando. Igual que la noche anterior, se perdió mirando. Era muy hermoso, con un rostro arrogante y un cuerpo bien formado. Llevaba el cabello peinado hacia arriba, tenía unas luces rubias que hacían extravagante su apariencia; pero lo que más le gustaba de él era la manera en que se movía, poseía tal grado de vitalidad que perturbaba a Kaiba.

–Demonios… –masculló.

Se encontró sudando. Recorriendo la piel de su deseo con ojos voraces, sus manos pulsando por el anhelo de tocarlo.

Otra vez, cuando el baile del moreno terminó su actuación, Kaiba salió de prisa, sin esperar a que terminara el show.

.

Durante los siguientes días compró boletos para el mismo sitio, compraba cuatro, pues esa era la capacidad del palco. Se percató de que parecía un adicto, escondiéndose, no diciéndole a nadie a dónde iba o qué hacía, excusando esas horas perdidas en su agenda, escudándose en la noche y sintiéndose un total imbécil por no poder dejar de pensar en ello. Pero a la vez que tenía esa necesidad enfermiza de mirarlo, presentía que pronto no se contentaría sólo con eso.

Al anochecer del quinto día, un hombre entró en su palco antes de que el espectáculo comenzara. Kaiba se puso en pie, pero el otro ni siquiera hizo amago de enterarse de que lo estaba incordiando. Era una drag queen; un hombre esbelto, maquillado de manera estrafalaria, llevaba puesto un corset y enaguas. Kaiba lo reconoció, era el presentador del espectáculo.

–Buenas noches. Mi nombre es Gavin, atiendo a nuestros clientes distinguidos. No hemos podido dejar de notar que ha venido cada noche a ver nuestro show, señor Kaiba. –Seto se maldijo, por supuesto que sabían quién era, si cada día su tarjeta de crédito dejaba evidencia de que estaba ahí. –Le agradecemos su preferencia, a la vez que nos preguntamos si podemos hacer algo más para que sus visitas, sean más amenas.

–Podrían rebajar el perfume en los pebeteros, es demasiado fuerte y da la impresión de un sitio barato –le respondió de inmediato y con su usual falta de tacto. Gavin asintió a su petición, así de simple y Kaiba se dijo que aquel sitio no era diferente a todos los demás que solía frecuentar, en los que el gerente procuraba que él se sintiera cómodo y regresara muchas más veces. Sin embargo el que le ficharan tenía el efecto contrario en Kaiba, le daba razones para no volver.

–Si desea algo más señor Kaiba, o a alguien –hubo énfasis en la palabra; –no dude en hacerlo de mi conocimiento. –Fueron esas palabras las que hicieron que Kaiba se sintiera aún más perturbado y saliera de ahí con un gesto despectivo, casi como si lo hubiera ofendido.

.

–¡Hermano! –El grito de Mokuba lo sacó de sus cavilaciones.

Estaba en su mansión de seis pisos en el Upper East Side, tomando el desayuno junto a su única familia en el único día en que lo hacía: los días domingos. Su hermano lo miró con el ceño fruncido, parecía que llevaba ya varios minutos llamando su atención sin conseguirlo.

–Perdona Mokuba, ¿qué decías?

–Estaba hablando del campamento –le dijo su hermano. Kaiba recordó. Mokuba iba de campamento como parte de las vacaciones de verano. Habían arreglado todo. Mokuba se marcharía a California, con otros niños, casi todos de su mismo colegio, a realizar actividades deportivas que Kaiba encontraba interesantes, aunque él mismo no las practicaría, como el tenis. El dichoso campamento duraba cuatro semanas. –Estás comportándote raro, si necesitas que no vaya, me quedaré.

–No tienes de qué preocuparte –dijo Kaiba. –Sólo pensaba en cosas de la empresa.

–¿En lo de la venta de las acciones?

Kaiba mintió.

–Sí. Pegasus está de acuerdo pero mientras yo me oponga, eso no sucederá –respondió. No era raro que Mokuba supiera de ello pues Kaiba le contaba todo (excepto lo de "The Circus"). Mokuba procedió a despotricar en contra de Pegasus como ya había hecho en otras ocasiones y Kaiba dejó de escucharlo porque estaba pensando en el ofrecimiento que ese tal Gavin le había hecho.

Le quedaba claro que en "The Circus" no sólo se dedicaban a realizar espectáculos eróticos, sino que además ejercían la prostitución. A Kaiba no le gustaba inmiscuirse en asuntos turbios, la crianza estricta con la que había crecido le había legado una serie de mecanismos internos que mantenían a raya sus propios deseos. Ni siquiera debería considerar volver a ese lugar, pero también pensó que aquello era de lo más inofensivo. Se dijo que otras personas se lo permitían, personas como él, grandes empresarios que a veces no tenían tiempo de mantener una relación formal pero que tenían necesidades como el resto de los seres humanos. Pero ¿iba a aceptar? Se congratulaba por siempre aplastar cualquier deseo nocivo con férrea voluntad, y por ser superior a los demás. Sabía distinguir entre las cosas que podía obtener y las que no (lo logró a través de lecciones bastante amargas), pero esta era una de esas que parecía que podía simplemente extender la mano y hacerse con ella.

–¡Seto! –La voz de Mokuba de nuevo lo sacudió. –Hoy es imposible hablar contigo –le dijo muy molesto.

.

Cuando le dijo a Gavin lo que deseaba, éste pareció preocupado.

–Tiene buen ojo señor Kaiba, haré todo lo posible por organizar un agradable encuentro para usted.

A Kaiba le irritó su zalamería, se hubiera limitado a decirle que sí y a llevarle al chico de inmediato. Tomó asiento en su palco, con una actitud diferente esta vez. Empezó a sentirse en una especie de frenesí extraño, que hizo que vaciara su copa de vino cada vez que se la servían.

Al terminar el show estaba algo bebido, lo invadía la sensación de excitación que le provocaba aquel bailarín. Kaiba le dio la bienvenida intuyendo que esa noche aplacaría esa lujuria que le tenía en ascuas.

Gavin lo aguardaba afuera de su palco con la respuesta: Todo estaba preparado tal como requirió. Kaiba sonrió complacido. Gavin lo escoltó, sus pasos resonaban debido a los tacones altos que llevaba puestos. Lo llevó a una zona del teatro que parecía más bien un hotel. Le abrió la puerta de una alcoba y le pidió que se pusiera cómodo mientras su acompañante llegaba.

Kaiba estaba solo. Miró detenidamente el lugar sin poder sentirse relajado. Lo primero que llamó su atención fue la gran cama que había en medio de la pieza. La habitación estaba alfombrada con un complicado diseño en tono vino, tenía una pequeña sala anexa, con dos butacas, una mesa de cristal al centro y un servibar. Una puerta llevaba a un baño completo con tina y una regadera independiente. No había televisión aunque sí música ambiental. Había otra puerta más pero cuando Seto intentó abrirla, esta no cedió.

Kaiba se había mostrado frío, aunque era un lego en esos asuntos. Jamás había pagado por sexo antes, ni siquiera se le había ocurrido hacerlo, nunca le hizo falta. Sobre la cama había lubricante y condones. Se le hicieron ofensivos a la vista, se los guardó en un bolsillo del pantalón.

No le gustaba esperar, pero en eso, la puerta cerrada se abrió súbitamente. Kaiba se giró, y por fin se encontró con él.

Gavin lo conducía de un hombro. Le pareció muy joven, aunque quizás se debía a que era bajo de estatura. Estaba vestido igual que en el espectáculo. Un kilt hasta los muslos, el torso cubierto por un plepo dorado, igual lucía brazaletes dorados en las muñecas, en los brazos, y en las pantorrillas; así como un collar ceñido a su cuello y uno aretes dorados y largos a juego. Estaba vestido así para evocar la fantasía de haber emergido del antiguo Egipto. Kaiba no cayó en ese influjo. No necesitaba fantasear, su presente superaba cualquier ensoñación que pudiera haber tenido… El moreno llevaba los ojos vendados. Esa había sido la condición de Kaiba, quería que Gavin no revelara su identidad, quería que el chico que lo había seducido no supiera con quien estaría.

–Permítame presentarle a Atem –le dijo Gavin a Kaiba. Le soltó la mano a Atem dejándolo de pie delante de Seto. –Los dejaré a solas –añadió y se marchó de inmediato.

El chico se quedó quieto, no parecía inquieto por la desventaja de no poder ver. Kaiba pensó en acercarse a él pero no lo hizo, en cambio se quitó el abrigo que llevaba y lo dejó sobre uno de los sillones. Suponía que no tendría que explicarle a Atem lo que haría con él, cuando solicitó un encuentro dio por hecho que ambos estarían al tanto de lo que pasaría. Caminó alrededor de Atem sin tocarlo, bebiéndose sus rasgos. Era aún más atractivo visto de cerca, tenía los músculos definidos y un aire entre arrogante y elegante; aunque también era más bajo de lo que Kaiba había supuesto.

–¿Cuántos años tienes? –Le preguntó deteniéndose ante él. No parecía mayor de edad.

–Dieciocho –le respondió Atem. Su voz era grave y seductora, el tipo de voz que el oído va siguiendo.

–Quiero que bailes para mí –le pidió Kaiba al tiempo que se sentaba en la orilla de la cama. –¿Podrás hacerlo así cómo estás?

Atem se quitó las sandalias que llevaba puestas. Kaiba lo miró dar algunos pasos tentativamente como si midiera el espacio del que disponía. Y después comenzó a moverse al ritmo de una música inexistente pero que Kaiba podía imaginar con facilidad como si la creara con su cuerpo. Cada uno de sus movimientos reflejaba su destreza. Pero había una gran diferencia con el baile que realizaba en el show, y es que ahora lo veía directamente. Atem estiró un brazo hacia Kaiba como invitándolo a no perderse nada de lo que hacía, como si eso fuera posible. Se movió despacio y suave, se dejó caer en la alfombra con gracia, separó las piernas tensándolas, Seto se percató de que no llevaba nada debajo del kilt. Atem se levantó rápido y giró para Kaiba. La alfombra no le permitía ir tan rápido como lo hacía en el escenario pero fue aún más fascinante de observar. Tener los ojos vendados no le restaba habilidad. Kaiba se sintió excitado por tenerlo ahí con él, dedicando su arte a satisfacerlo. Fue algo extraño, pero sintió que ya estaban intimando, y ni siquiera se habían tocado; se dio cuenta de que estaba a punto de perder el control sobre sí mismo.

Sus ropas estaban incomodándole, era consciente de su propia excitación, pero se negó a tocarse. Atem se recostó en el suelo, se arqueó quedándose estático un segundo y luego onduló con sensualidad. Fue en ese momento en que Kaiba se abandonó a la locura.

Prácticamente se le echó encima mientras el otro aún estaba tendido en la alfombra. Atem respingó al sentirlo cerca de él pero luego lo estrechó entre sus brazos. Kaiba le buscó el broche del collar con una mano y lo soltó; hundió la nariz en el cuello de Atem, no le sorprendió que oliera a lo mismo a lo que olían los pebeteros. Si hasta él empezaba a creer que olía a lo mismo, pero debajo de ese irritante perfume había más. Atem transpiraba y Kaiba le lamió el cuello probándolo. Sus manos se movieron bajo el kilt que llevaba puesto levantándoselo sobre las caderas, tocando la maravillosa piel que iba revelando poco a poco, descubriendo unas nalgas redondas y firmes debido al ejercicio, unos muslos tersos y duros; y entre ellos…

El efecto del vino que había ingerido se le había pasado, lo que ahora lo embriagaba era lujuria.

–Sólo una vez, sólo esta noche –habló. Pero estaba diciéndoselo a sí mismo, no a Atem. Se iba a permitir hacerlo por esta ocasión. Estaba seguro de que después de tomarlo, podría olvidarse de él. –Sólo déjame poseerte, no quiero nada extravagante, y mucho menos violento.

Atem fue dócil. Ni siquiera se movieron de donde estaban. Kaiba se abrió la ropa sólo lo suficiente para poder liberar su hombría hinchada. Atem era hermoso y era todo suyo. Las manos de Kaiba temblaban conforme le separaba las piernas haciéndose espacio para hincarse entre ellas. Se había puesto el condón con torpeza y apenas y se acordó del lubricante. Su impaciencia podía con cualquier atisbo de destreza. Se sostuvo con una mano y empujó. Escuchó la respiración acelerada de Atem y lo sintió retorcerse debajo de él, pero no protestó ni se apartó. Kaiba apretó los ojos haciendo fuerza para penetrarlo poco a poco, estaba muy apretado y no parecía que fuera a ceder. Lo escuchaba tratando de controlar su respiración, de relajarse. Kaiba hizo presión una vez, dos, tres…

–¡Ough! –Atem echó la cabeza hacia atrás arqueándose dolorido. Su cuerpo reaccionó instintivamente tratando de alejarse pero Kaiba lo retuvo por las caderas apretándolo con fuerza, reteniéndolo en su lugar. La bulbosa cabeza estaba dentro por fin. Se detuvo por un momento sintiendo como el cuerpo de Atem lo envolvía. Soltó un suspiro de alivio y empujó en un suave vaivén, hundiéndose más y más. –Por favor –suplicó Atem. Kaiba no supo si quería que fuera más lento, si quería que se detuviera. Alcanzó el lubricante, se aplicó más generosamente para facilitar las cosas. Atem luchaba por respirar hondo, cuando inhalaba Kaiba sentía que se relajaba. Acompasó sus movimientos con la respiración de Atem; le estaba agarrando las muñecas a Kaiba, apretándoselas con fuerza. Atem era pequeño en comparación con Kaiba. Por más que luchó no pudo encajarse del todo dentro de él. Aún así, a medias, resultaba satisfactorio. Dejó escapar un suspiro, uno de placer. Empezó a embestir casi de inmediato.

–Atem –dijo Kaiba con voz de fuego. –Atem. –Había perdido todo control y no le importaba. –Esto es increíble. –Estaba acalorado, completamente fuera de control. Sentía un placer crudo que lo trastornaba. Atem estaba tan apretado que convertía sus embestidas en empujones frenéticos. No hacia ningún ruido. Kaiba lo miró, se estaba mordiendo los labios, seguía agarrado de él con fuerza, su abdomen tenso, su pene flácido. Kaiba onduló sin ritmo, apretando los ojos para dejarse llevar.

Había tenido pocos encuentros así a pesar de que no le habían faltado ofrecimientos de compañía. Una chica, un chico. Ninguno de los dos le eran memorables. Habían ocurrido en viajes de negocios, lejos de su vida normal. Por supuesto, no había pagado por ninguno de esos dos amantes. La chica fue dulce y complaciente, el chico parecía saber bien de qué iba. Las dos experiencias le dejaron insatisfecho y hastiado, le sembraron la inquietud de no ser completamente humano, la sospecha de que algo estaba mal dentro de él.

Jamás había experimentado el frenesí que ahora sentía con Atem.

Arremetió con fuerza. Atem gimió y cerró las piernas en torno a Kaiba, apretándolo entre sus muslos, estorbando sus embestidas. Kaiba le agarró por las rodillas y se las separó. Estaba cerca. El sonido húmedo de su miembro entrando y saliendo de aquel estrecho agujero, la manera en que Atem se tensaba halándolo dentro de él. No pudo soportar más.

–¡Atem! –casi gritó.

Sintió como si Atem le hubiera arrancado el orgasmo de cuajo. Se vació empujando suavemente una última vez. Atem por fin se relajó, hundiéndole los dedos en los hombros por encima de la tela de la camisa. Kaiba se derrumbó estrechando a su amante, jadeando satisfecho en la curva de su cuello. Atem estaba empapado en sudor, se veía exhausto.

Salió de aquel cuerpo que lo había albergado y resistido, se quedó sentado a su lado. Atem respiraba con dificultad, igual que él. Kaiba sintió una calma inusitada. Ya se había concedido muchas libertades, se concedió una más. La de tomarle una mano a Atem y apretársela mientras luchaba por recomponerse.

Finalmente lo soltó.

Se incorporó. Acomodó de nuevo su ropa y su cabello, estaba acalorado e incómodo en sus prendas. Pero nada que no pudiera aliviarse con una ducha.

Atem se estaba levantando, temblaba. Kaiba lo sujetó por un brazo y lo ayudó a ponerse de pie.

–Gracias –le dijo Kaiba y sin más, se marchó.

.

Al día siguiente Mokuba se fue, pero antes de subirse al automóvil le dijo algo:

–Estaba preocupado por ti, parecías demasiado estresado y pensé en no ir al campamento, pero ahora te veo relajado y hasta contento así que ya no me siento culpable por divertirme.

–No quería preocuparte.

–Lo sé, pero a veces es lo único que me dejas hacer por ti –le dijo Mokuba.

Kaiba era muy protector con él. Lo sabía. No por nada le había puesto dos guardaespaldas a su hermano y un chofer particular, que lo custodiaban o llevaban a dónde quisiera. Le compraba lo mejor; y en cierto sentido lo consentía en demasía. Aun así tenía la sensación de que Mokuba maduraba demasiado rápido.

–Te aseguro que me divertiré a mi modo –intentó quitarle hierro al asunto.

–Sí, seguro, con sesiones maratónicas en el trabajo. –Kaiba hizo una mueca, quizás Mokuba no estaba tan bien educado.

Cuando llegó a la oficina su estado de ánimo seguía siendo óptimo. Encontró en su escritorio los últimos balances de la empresa, un informe de los programadores que trabajaban en el proyecto del androide, invitaciones para que Kaiba Corp se presentara en distintas expos (usualmente le pedían que diera conferencias pero Kaiba siempre se negaba), y su café. Su secretaria, una treintañera llamada Ava, que solía tratarlo con máxima deferencia temiendo sus explosiones de mal humor; se acercó para darle una tarjeta.

–La señorita Ishtar lo invita a la cena de gala del Met, desea que le confirme su asistencia y si acaso va a acudir acompañado.

Kaiba aceptaba las invitaciones de Ishizu porque era de las pocas personas que él consideraba lo bastante inteligente para ser interesante, además de que su labor como curadora era excepcional. Por eso solía hacer donaciones regulares al museo y también compraba piezas de arte asesorado por ella. Pero no le gustaba tener que exhibirse como hacían otros magnates que presumían sus adquisiciones, intentando demostrar quién tenía más. Un sin sentido, puesto que el éxito se demostraba en quién era más diestro obteniendo ganancias, no en quién era mejor gastándolas.

–No acudiré, declina la invitación desde ahora. No quiero que venga a verme en persona porque no pueda creer que me haya negado a asistir –lo último que dijo fueron palabras literales que Ishizu le dijo una vez. Su secretaria asintió. –Espera… ¿quiénes más están invitados?

–Le conseguiré una lista completa de los asistentes –le dijo Ava, eso por no decirle que no sabía. Eso último solía hacer que Kaiba la mirara reprobatoriamente y le espetara lo inútil que era. Así de impaciente era Kaiba; cuando hacía preguntas quería respuestas rápidas.

–Bien –fue todo lo que le dijo. Sin regaños, sin palabras despectivas, ni siquiera la miró más de un instante.

–Ahora… ahora mismo –Ava desapareció de su vista en un instante, como si Kaiba fuera a reconsiderar sus palabras y a decirle algo desagradable.

A pesar de su aprehensión por saber que Mokuba se encontraba lejos, el día fue bastante ameno. Logró manejar todas sus juntas de trabajo sin ningún retraso, los programadores lo sorprendieron gratamente con sus avances, le dedicó casi todo su día al diseño del androide. Su labor consistía en realizar los cálculos para el cerebro positrónico de su androide, los mismos que servían como base para que los programadores desarrollaran su idea. En ese momento trabajaba en la ergonomía del mismo, es decir, diseñar el aspecto que beneficiaría más la relación entre el androide y los humanos. Había determinado la densidad y material en que fabricarían la piel, la estatura que tendría y los detalles, como el hecho de que se le distinguirían las articulaciones robóticas para recordar a las personas que estaban ante una máquina. Pero, la parte más difícil era discernir el rostro que le daría. Pegasus se había hecho a un lado en este proyecto, dejándolo tomar todas las decisiones. Esta era la obra más importante de Kaiba, la que lo pondría en los anales de la posteridad, no podía dejar ningún detalle al azar.

Sin Mokuba, no tenía ninguna prisa por llegar a su hogar aunque eso tampoco significaba que saldría a cenar a solas. Alguna vez lo había hecho pero odiaba que la gente lo abordara sin invitación. Especialmente porque siempre buscaban algo de él.

En eso su móvil sonó. Tenía una notificación en su correo personal. Tal vez no debió sorprenderse cuando vio el mensaje porque después de todo, su tarjeta de crédito estaba enlazada a ese buzón, pero lo hizo. Y su sorpresa se transformó rápidamente en enojo. The Circus le había enviado una invitación para su nuevo show que estrenaba esa misma noche. Kaiba ya se imaginaba que no podían dar el mismo espectáculo siempre, pero no pensó que hicieran un seguimiento tan minucioso de sus clientes. Había un video adjunto, y al abrirlo no le sorprendió que fuera un promocional sobre dicho evento, ni que en él estuviera Atem.

Salía dentro de una esfera gigante con agua. Estaba hecha de cristal para que uno pudiera observarlo moverse grácilmente dentro de ella, pero principalmente contorsionaba su hermoso cuerpo de formas que a Kaiba le hacían jadear. Era una criatura sumamente flexible.

Odió la pericia con la que había sido leído.

Pero aún más, odió la manera en qué su cuerpo reaccionó.

.

.

Continuará…