Cuando Bills se hartó de la intensa luz que le impedía seguir durmiendo, abrió los ojos con disgusto y trató de enfocar lo que tenía en frente. Fue extraño, y espeluznante, encontrase con unos innumerables filamentos de un verde muy brillante no muy lejos de él, que se balanceaban de arriba hacia abajo, emitiendo un extraño susurro al moverse.

Tardó un rato en darse cuenta que lo que tenía en frente era hierba y el susurro era provocado por una ligera brisa; que estaba tumbado sobre una superficie cubierta de tierra; por lo tanto, no estaba en su cama como creyó en un principio; y que, además, por la brisa que sentía rozándole cada centímetro de su piel, no llevaba puesta prenda alguna.

"¿Qué? ¿Cuándo?"

Se incorporó sobre sus extremidades delanteras, completamente confundido, y repitió en su mente lo que acababa de descubrir: estaba en un lugar desconocido, tirado en el suelo y desnudo.

Al instante buscó a su alrededor algún indicio; alguien que le de respuesta a todas las preguntas que comenzaron a bombardear su mente, atropellándose unas con otras: ¿Dónde estaba? ¿Cómo llegó hasta ese lugar? ¿Cuánto tiempo estuvo inconciente, desnudo, solo? ¿Dónde demonios estaba Whis? ¿Por qué la hierba se veía más grande de lo que recordaba?

Eso sí, estaba seguro de que el paisaje que observaba no coincidía con ninguno que haya visto en su planeta. Una gran extensión de pastizal lo rodeaba, y le pareció ver el inicio de un bosque no muy lejos de él.

Giró su cabeza hacia un lado y luego al otro, atento a cualquier pista que le dijera dónde estaba, pero una extraña sensación en su cuello lo obligó a verse a si mismo. Su desconcierto pasó a ser sorpresa y, tan rápido como era posible, la sorpresa se convirtió en pánico; pues lo que vio no fueron sus manos sosteniendo el peso de su torso y cabeza, sino unas extremidades desconocidas que tenían el mismo tono violáceo que él, pero que definitivamente no le pertenecían.

"¿Qué….qué esta pasando? ¿Qué es esto?"

Sintió como su respiración se aceleraba, los frenéticos latidos de su corazón retumbaban en sus oídos y el pánico se apoderaba de su ser. No se atrevió a moverse.

No, no podía estar pasando, era imposible. No sabía cómo, ni por qué, y mucho menos cuando terminó así, pero si tenía una idea del aspecto que tenía en esos momentos.

Comprobarlo era fácil, sólo debía bajar la mirada y contemplarse a sí mismo. Y así lo hizo. Con cuidado, y temor, como si estuviera a punto de ver a un monstruo, bajó la mirada y observó su cuerpo.

"¡Ah!"

Pegó un salto y advirtió que las cuatro extremidades que lo alejaron del suelo y lo sostenían, eran sin duda parte de su nueva fisonomía. Pensó en mover la pata derecha y esta se posiciono un poco más adelante.

"Si, es mía"

Avanzó la pata izquierda y esta se ubicó delante de la otra. Las patas traseras avanzaban al mismo tiempo, evitando que se cayera. Poco a poco fue caminando, comprobando que ese cuerpo era suyo y que las sensaciones eran reales; el viento le erizaba el escaso pelaje y la tierra se sentía tibia bajo sus garras, seguramente por el sol que bañaba con su luz al campo desde un punto en el cielo.

Echando un vistazo al cielo, por primera vez desde que despertó, tuvo la impresión de que le era familiar. Un gran alivio lo invadió al reconocer las pequeñas lunas esparcidas en el infinito manto purpura que envolvía el conocido y casi deshabitado astro.

"Es el planeta Sagrado"

Ya había encontrado la respuesta a su primera pregunta, pero no creía en que las demás dudas se aclararan con solo ver a su alrededor. No había rastros de otro individuo que haya estado ahí antes, ni un objeto que le dijera cómo llegó a ese desierto lugar.

Acostumbrándose a la extraña y nueva sensación de caminar en cuatro patas, avanzó sigilosamente por las altas y delgadas hojas en dirección del bosque. El pastizal le llegaba a la altura de la barbilla, causándole una molesta picazón en esa zona. Por momentos sentía el impulso de apartar las hojas con las manos, pero luego recordaba que ya no tenía manos.

"¿Cómo fue que terminé así? Tal vez sea una pesadilla, pero se siente muy real...un verdadero fastidio"

Cuando logró cruzar el pastizal, notó que había llegado a la orilla de un arroyo, y que en realidad el bosque comenzaba del otro lado. Miró a la izquierda, luego a la derecha, pensando en que dirección ir. Ambos caminos eran iguales, y no se distinguía nada que pudiera orientarlo hacia la solución que buscaba.

Decidió ir por la derecha; no tenía nada especial, pero no tenía sentido quedarse allí sin hacer nada. Sólo deseaba encontrar a alguien más, no importaba quien fuese, aunque si existía una persona que le devolviera a la normalidad, es decir, que pudiera sacarlo de esa pesadilla, sería estupendo que surgiera de entre los enormes árboles, cuyas copas se mecían con el viento.

"Nada. Ni una miserable ave"

¿Cómo era posible que en ese lugar un apareciera la más mínima señal de vida? Luego de caminar por la orilla durante una larga y frustrante hora (a su parecer) Bills comenzaba a molestarse. Sintió como su frente se arrugaba en una clara expresión de enfado. En ese momento recordó que no se había visto la cara. Se detuvo y, casi sin darse cuenta, se sentó, apoyándose en sus patas delanteras, mientras su larga y delgada cola, la única parte que no había sufrido cambios, se movía lentamente de un lado al otro. Fijó su vista en el río; se veía apacible. Sus cristalinas aguas corrían en dirección contraria a la suya, describiendo una línea casi recta hasta perderse en el horizonte.

Con la extraña esperanza de que su reflejo le devolviera la normalidad a su vida, se acercó hasta estar a un centímetro del arroyo. Lentamente, inclinó su cabeza hacia adelante. Unas orejas, largas y amplias, fue lo primero que vio asomarse en el agua. Contento por que no notó nada raro, se movió hasta tener una buena vista de su rostro.

"¡Ah, no puede ser!"

Un gato, de complexión delgada y pelaje fino, le devolvió una mirada llena de frustración. Sus ojos, amarillos sin duda, eran más grandes que antes, y su cabeza era más pequeña y redonda, lo que en su opinión era un espanto.

Frustrado por no poder escapar de esa insoportable situación, soltó un alarido. Desde su punto de vista no fue más que un quejido, tan fuerte que pudo haberle lastimado la garganta, pero cualquiera que viese la escena, no vería más que un gato, solo al borde de un arroyo, emitiendo un débil lamento de dolor.

"¡¿Cómo terminar con esto?! ¡¿Quién fue el idiota que me maldijo?! Cuando lo encuentre, haré algo peor que destruirlo"

Tenía enemigos, lo sabía, pero nadie ha sido capaz de hacerle un rasguño. Ni siquiera han sido capaces de hacerlo sentir que estaba en peligro. Sin embargo, estaba seguro que quien lo transformo en esa "cosa" era alguien que no sentía simpatía por él. El problema era quién. Después de todo, era conocido como un monstruo sin piedad que traía caos al universo: era el dios de la destrucción.

"Si, pero con esta apariencia no soy más que un pequeño gato. Sólo espero que esos inútiles puedan hacer algo…y luego cierren la boca"

Si realmente estaba en el planeta Sagrado, los Supremo Kaiosama estaban ahí. Tenían habilidades ¿no? Nunca los vio muy poderosos, hasta los consideraba débiles, y eso no era bueno considerando que su mortal vida desafiaba a la muerte gracias al vínculo que compartía con uno de ellos.

"Precisamente el más débil. Cree que puede hacer algo en batalla, y termina poniendo en riesgo mi vida en vano"

Estaba dispuesto a perdonar al enano sí lograba sacarlo de ese problema. Servir para algo, aunque sea una vez.

No se había dado cuenta de que aun seguía viendo su reflejo en el arroyo. Su nuevo rostro mostraba una expresión de hastío, seguramente debido a las bajas esperanzas que tenía en los únicos que podían ayudarlo.

En medio de ese tranquilo silencio, Bills oyó un ruido. Elevó la mirada y observó, expectante, el repentino movimiento entre los árboles que se erguían justo frente a él, del otro lado el arroyo. No tenía idea de quien podría ser, no podía sentir el ki. Por un momento pensó que podría ser alguna bestia peligrosa, y recordó que no medía más de treinta centímetros, incluso podría ser menos.

Ansioso, esperaba que aquel que se aproximaba saliera de una buena vez. Inconcientemente, dio unos pasos hacia atrás, pero su vista permanecía enfocada en los movimientos y en el sonido, que cada vez era más claro.

¿Podría ser Whis? Eso lo resolvería todo en menos de un segundo. Su asistente tenía grandes poderes, y estaba seguro que entre sus incontables habilidades estaba la solución que necesitaba. Y si no era él, una gran decepción sería lo próximo que sentiría.

La espera llegó a su fin y una trajeada silueta se asomó entre unos matorrales. Traía consigo un enorme libro, que casi resbaló de sus manos al descubrir lo que había del otro lado del riachuelo.

"Tenías que ser tú"

Que decepción. Era el Supremo Kaiosama, que con sus grandes ojos llenos de sorpresa, lo observaba, estático.

Bills advirtió que la expresión del otro cambiaba, arqueando las cejas, viéndolo con curiosidad. Le quedaba claro que no esperaba ver a una criatura como él.

O, tal vez, ese pequeño gato de pelaje violeta y desafiantes ojos amarillos le recordaba a alguien más.

Nueva historia, nueva aventura.

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