Hace unos días una compañera del foro de LG, Abriless, colgó un post en el que hablaba de los fanfics AU (universo alternativo). La propuesta despertó mi curiosidad y me preguntaba como sería el poner a los personajes de LG en un contexto diferente. No se me ocurría en que contexto ponerlos hasta que llegó Kimba 68 y en menos y nada redactó un hermoso guión para una historia ambientada en el salvaje oeste.
Yo solo he puesto en palabras la sugerencia de Abriless y el guión de Kimba68. El mérito de este fanfic es suyo, no mio.
Espero que os guste y desearía que me dejarais vuestra impresión en alguna review.
Dedicado de todo corazón a Abriless. Ella lo comenzó todo.
Saludos desde el muro y desde Desembarco del rey.
Samwell123 y Kimba68.
Riders on the storm.
El pálido cuarto de luna es mudo testigo del rápido cabalgar del grupo de jinetes por la llanura. Sus sombreros calados hasta el fondo y los pañuelos subidos, tapando toda su cara excepto los ojos, les protegen del inclemente viento que azota el páramo y envía contra ellos las bolas de espino que pueblan la llanura. Viento que no es otra cosa que el heraldo de la tormenta de arena que acecha en el horizonte, allá donde el cielo tachonado de estrellas da paso a la mas absoluta oscuridad.
Al frente del grupo de vaqueros, una figura desafiante sostiene en una de sus manos las riendas del caballo y lo guía con firmeza a través del camino que ilumina la tenue luz del candil que sujeta firmemente con la mano libre. El jinete, conocedor del terreno, tira de las riendas y detiene su caballo a media milla de la falla que rompe la monotonía de la meseta. Acerca su cara al candil y la luz del mismo se refleja en sus facciones, arrancando destellos azules de uno de sus ojos. El otro, oscuro, insondable, marrón, refleja ira y determinación.
—A partir de aquí sin luz y en silencio —ordena apagando el candil de un soplido.
El resto de los jinetes acatan las órdenes de su líder y, durante unos minutos, lo único que se escucha en la llanura es el tenue entrechocar de los cascos de los caballos contra el duro suelo, como contrapunto del aullar del viento que va ganando en intensidad y arroja, cada vez con mayor virulencia, nubes de tierra reseca en pos de los vaqueros.
Al llegar al punto en que el terreno llano se hunde, a través de una pendiente tachonada de raquíticos árboles y espinosos arbustos, en busca de la ribera del riachuelo que corre por el fondo del cañón y parte en dos la llanura, el jinete se detiene y vuelve su cara hacia sus compañeros.
—William —susurra fijando su mirada en el más joven de los jinetes—. Descabalga y baja hasta la ribera del río. Comprueba si duermen o está despiertos. Y no se te olvide cerciorarte si tienen a alguien de guardia.
Sí, señorita Bo —responde solícito el joven descabalgando de un salto y desapareciendo en la oscuridad de la noche antes siquiera de que el eco de sus palabras se apague.
—Y tú, Dyson. Ruega que el buhonero borracho haya dicho la verdad — acota Bo dirigiendo sus palabras hacia el hombre que ha cabalgado todo el tiempo a su lado—. Si te ha engañado no solo lamentarás haber perdido los pocos dólares con los que pagaste sus tragos y compraste la información. Te dejaré aquí, sin montura, y tendrás que volver caminando al rancho.
—No mentía —asevera el alto vaquero, fijando sus duros ojos en Bo.
Las luces de un par de antorchas se destacan en el otro lado del río momentos antes de que la voz de William preceda a su rápido regreso.
—Huyen, señorita —grita con voz sofocada, olvidada toda mesura—. Alguien les ha advertido de nuestra llegada y tienen el campamento medio desmontado.
—¡Mierda! — masculla irritada Bo—. Ese sucio y andrajoso cazador no más te fuiste del Saloon —fija sus ojos bicolores en Dyson—, de seguro que cabalgó hasta aquí y algo les sacó a esos indios a cambio de alertarles de nuestra llegada.
—Solo han cruzado las mujeres y los niños —advierte otro de los jinetes—. Ellos junto a dos hombres, con sus caballos, que los guían.
—No hay tiempo que perder —sentencia Bo— Dyson. Tú y cinco hombres cabalgad delante. Cuando lleguéis abajo rodead el campamento por la derecha e introduciros entre los indios que quedan y el río. No quiero que se escape ninguno más. El resto conmigo. Atacaremos de frente. Esta noche sin piedad. No necesito ningún prisionero que interrogar. Se acerca una gran tormenta y cuanto antes acabemos, antes regresaremos al rancho. ¿Entendido?
—Si —responden los jinetes al unísono.
—Vamos —restalla Bo sacando el Winchester de la funda de la silla y empuñándolo con firmeza.
Olvidada toda precaución, los vaqueros recorren la pendiente hacia el campamento indio a toda velocidad. Unos disparos resuenan de la ribera contraria, señal de que los hombres que custodian a las mujeres han advertido su presencia. Los vaqueros no responden al fuego enemigo y se limitan a caer sobre el campamento enemigo sin más dilación.
Una docena de indios están ocupados en desmontar la última de las tiendas que forman el pequeño campamento y colocarla en la parihuela donde descansan el resto de tiendas y las escasas pertenencias. Al escuchar el ruido de los cascos de los jinetes y sentir las balas caer a su alrededor, su primera reacción es encaminar sus pasos hacia el río. Dyson ha sido muy rápido y él y sus cinco hombres guardan la ribera y reciben a los indios con una lluvia de plomo. Los salvajes vuelven su mirada para contemplar aterrados como un demonio con forma de mujer, rifle en ristre, y seguida por al menos una docena de duros vaqueros, cae sobre ellos con fuerza demoledora.
En pocos segundos la lluvia de balas cumple su cometido y los indios yacen, algunos muertos, otros moribundos, en el suelo.
Bo tira de las riendas y detiene su caballo en medio de la matanza. Contempla sin pizca de misericordia a los indios caídos y su pobre campamento.
—Rematad a los vivos y quemadlo todo —ordena.
Levanta una mano y hace una señal a Dyson para que se acerque a ella, justo antes de desviar su mirada a la ribera contraria para comprobar a que distancia se hallan los salvajes huidos. La luz de las antorchas que le sirve de referencia se aleja con rapidez del río. Ya casi han remontado la pendiente y en breves momentos saldrán a la meseta contraria.
—¡Cuidado señorita Bo! —exclama William.
Bo apenas tiene tiempo de volver su mirada antes de que uno de los indios, supuestamente muerto, se haya levantado de un salto y cuchillo en mano, mirada fría y calculadora, recoja con su mano las riendas del caballo de Bo y tire firmemente de las mismas hacia él. William descabalga de un salto y se lanza contra el salvaje, golpeándole con todo su cuerpo y cayendo los dos al suelo. Bo aprovecha el momento para recuperar el control de su caballo, hacerlo girar con un duro movimiento de las riendas y encarar a los dos hombres. El joven vaquero apenas tiene tiempo de retirarse de encima del indio antes de que Bo descargue todo el tambor de su revolver en el pecho del salvaje.
—Gracias, William —responde lacónica a la orgullosa mirada que el joven vaquero le dedica, no tanto por su acción, si no por comprobar que su jefa es dura como el pedernal.
—¿Estás bien? —inquiere Dyson llegando a su lado.
—Perfectamente.
—¿Continuamos? —pregunta el alto vaquero desviando la mirada a lo alto de la pendiente contraria—. En su voz hay un deje de excitación y necesidad.
Bo se toma unos segundos para atisbar las luces de las antorchas y levantar su mirada hasta fijarla en el oscuro cielo que se cierne sobre ellos. Allá arriba el viento aúlla con más fuerza que antes y las nubes de polvo van tomando grandes proporciones, velando por momentos el paisaje circundante.
—No —anuncia su decisión—. Regresemos cuanto antes al rancho. Tenemos la tormenta encima y no quiero pasar la noche acurrucada en la llanura esperando a que pase. Hay sitios mejores para pasar la noche —concluye con una media sonrisa y un deje de excitación en la voz.
—De acuerdo —replica Dyson con un deje de insatisfacción en la voz—. Se vuelve para comprobar que sus hombres han cumplido las órdenes de Bo. El resto de los indios están muertos y la parihuela con sus escasas pertenencias arde con virulencia, desprendiendo un calor que le hace recular un poco.
—Volvemos a casa —ordena.
La partida de vaqueros remonta con rapidez la pendiente y se enfrenta al infierno que se ha desatado, por momentos en la llanura. El viento huracanado arrastra tal cantidad de polvo que no se ve más allá de unos pocos pasos.
Nate —se hace Oír Bo por encima del ulular del viento—. Tú eres el mejor rastreador y conoces más que nadie el terreno. Ve delante y guíanos hasta el rancho.
—Si señorita —responde uno de los hombres cabalgando hasta ponerse delante de la partida.
Los jinetes, precedidos por Nate se ponen rápidamente en marcha, cabalgando todo lo veloces que pueden, intentando escapar de la tormenta que les rodea y cuya parte más dura y virulenta les acecha por detrás y amenaza con devorarles.
Cabalgan en silencio. Cada uno sumido en sus pensamientos. La mayoría de ellos no anhela otra cosa que dejar atrás la tormenta y regresar al calor de su hogar, compartir la noche con sus mujeres e hijos. Una cena caliente y compañía en el lecho es todo lo que piden.
Dyson no. Él cabalga sin pasión de regreso a casa. Su mujer, Ciara, está embarazada de nuevo y lo único que le espera en su hogar son tres mocosos harto molestos y una mujer quejosa con otro de ellos en su vientre. Lejos quedaron los días de pasión y amor. De todo aquello ahora solo queda la muestra palpable en forma de tres hijos y el rencor y la frustración que atenazan su vida en el rancho. Él es un vaquero rudo, hecho a la aventura, cuyo mayor deseo nunca fue formar una familia. Si Bo le hubiera dejado, él hubiera sido feliz persiguiendo a los indios fugitivos en medio de la tormenta. Pero ella es la jefa y es su deber obedecerla y volver al rancho. Azuza al caballo intentando mitigar su frustración y se coloca junto a Nate, intentando, por lo menos, sentirse útil buscando el camino de regreso.
William cabalga junto a Bo. Orgulloso de ser el vaquero más joven de la partida y henchido de gloria por haber ayudado a la señorita a evitar al salvaje. Se pregunta si no será esta noche en la que su jefa dará buena cuenta de sus méritos y le premiará con el calor de su compañía. Compartir cena y lecho con la señorita es el mayor anhelo del joven y lo daría todo por conseguirlo.
Bo cabalga entre frustrada y excitada. La maldita tormenta le ha impedido acabar con todos los indios del campamento y ha tenido que dejar que unos cuantos escaparan a su ira. No importa. Habrá más días y más partidas de caza. Tantas como haga falta hasta exterminar a aquella maldita raza de salvajes que a punto estuvo de arruinar su vida cuando no era más que un bebe.
Siempre que regresa de las partidas de caza siente esa excitación y ese calor en el bajo vientre que le produce saber que cada vez quedan menos indios en esta tierra. Su tierra. Levanta la cabeza y fija su mirada, entre divertida y curiosa, en William. No hay duda de que el muchacho es atractivo y tiene valor. De eso no hay duda. Y por la forma que cabalga a su lado y atiende a todas sus demandas, Bo sabe que sería muy fácil hacerle participe de sus encantos esta noche. Pero no será así. Ella, aunque encuentra excitante la idea, sabe que aquel ardor solo se apagará en un sitio y con otro tipo de compañía.
Tras una penosa cabalgada a través de la llanura el grupo de jinetes llega al final de la misma, donde un pequeño bosque de raquíticos árboles anuncia la proximidad del rancho, cuyas luces se adivinan entre las nubes de polvo que los rodean. Un poco más lejos, a un par de millas de distancia se encuentra el pueblo, al que se llega por un camino que sale a la izquierda del bosque.
—Llevad a los hombres al rancho y que descansen —ordena Bo deteniendo su caballo en el cruce de caminos. Dile a Trick —acota mirando a Dyson—, que les dé a todos una botella de whisky… y la mañana libre para que descansen.
—Me preguntará por ti. Ya lo sabes —replica Dyson.
—Si mi padre me necesita ya sabe donde encontrarme —sonríe Bo con malicia—. Tira del caballo y, obviando la mirada de desilusión que le dedica William, pone rumbo al pueblo.
Los jinetes se pierden en la oscuridad de la noche, camino del calor de sus hogares y Bo cabalga con premura por el ancho camino que lleva al pueblo. La tormenta, aunque amenazadora, ha quedado atrás y aún tardará unas horas en llegar al pueblo.
Bo tarda muy poco en llegar al pueblo. Atraviesa la desierta calle principal y se dirige a una de las últimas casas del pueblo. El burdel tiene un pequeño farol rojo que alumbra su entrada, por las ventanas se filtra las luces de los candiles que alumbran algunas de las habitaciones del mismo. Habitaciones que están ocupadas en esos momentos. En el silencio de la calle acierta a escuchar la música que emana del mismo. Descabalga junto a la entrada y, tras atar el caballo a un poste, se dirige con paso firme y decidido al interior. Empuja con una de sus botas la puerta y camina un par de pasos hasta el interior. El en local en ese momento se encuentran un par de hombres jugueteando con dos muchachas que se rinden fácilmente a sus encantos, tal y como corresponde en mujeres de su gremio. Gira la cabeza posa su mirada en la joven morena de pelo largo que se encuentra al otro lado de la barra. Cuando sus miradas se encuentran no puede reprimir una mirada de satisfacción y tranquilidad.
¡Bo-Bo! —exclama la muchacha posando su mirada en Bo—. Estás hecha un desastre. Mira que darte por ir de caza en medio de la tormenta.
—Kenz —replica Bo llevándose la mano al sombrero y dedicándole un franco saludo…
